“No importa que
la panera esté vacía, exhausta la despensa, seco el bolsillo y no haya
esperanza de trabajo. Es Carnaval. Hay que divertirse, hay que ir a todo,
cueste lo que cueste; no faltaba más. El dinero se saca de donde se pueda y
luego... Dios dirá. Hoy lo único que preocupan son los toros, el baile, el
teatro, el carrousel, las casetas con varios y tentadores modos de sacar el
dinero, y luego las frecuentes y animadoras libaciones, que ponen los nervios
en tensión y azuzan los estímulos para los placeres y las diversiones[1]”.
Un anónimo colaborador del semanario
católico mirobrigense Miróbriga nos da estas pinceladas del cogollo del Carnaval que se
avecinaba en Ciudad Rodrigo. Es una descripción dura, pero sin duda real vista
la penuria que embargaba a la sociedad mirobrigense y al resto del país, con
una crisis económica y social en aumento ante el desbarajuste político
acarreado.
El público observa desde los carros el paso del ganado y corredores por la calle Madrid en 1932 |
Prácticamente se citan todos los
elementos complementarios de la fiesta carnavalesca, incluyendo el apartado
taurino, la esencia del antruejo mirobrigense: “Desde luego, se anuncian unas
famosas corridas de toros. Ahí es nada, los chicos de Bienvenida y La Serna
toreando. ¿Y los toros del gran don Severino? Ya son conocidos en Ciudad Rodrigo,
donde se han corrido tantas veces gracias a la filantropía del generoso ganadero
y es sabido que siempre salen de bandera y ponen el mingo. Pues tenemos entendido
que a los demás ganaderos les estimula la más exquisita vergüenza taurina para
dar toros de verdad. Esos son nuestros informes. Los hechos tienen la palabra”,
sentenciaba el redactor de Miróbriga.
Efectivamente, Severino Pacheco
había revolucionado las prácticas taurinas del Carnaval mirobrigense desde que,
ante los problemas para conseguir reses que nutrieran los encierros, dio un
paso al frente a mediados de los años veinte para, con su galantería, obsequiar
al público –por extensión a las autoridades- con unas corridas que marcaron
época, siempre en comparación con lo que se estaba viendo y lo que se vería
después.
Cartel de los festejos taurinos de 1932 |
No le había importado de qué signo
político –o su negación- fuera el consistorio. Siempre, hasta ahora, había
estado ahí para que los mirobrigenses disfrutaran del Carnaval y el ayuntamiento
se liberarse de los gastos de la adquisición o el alquiler de los novillos,
facilitando que la cuantía de esa inversión se derivase a aspectos más acuciantes
para la población, como menguar la falta de trabajo que atenazaba a las
subsistencia familiar. Severino Pacheco, militar retirado, volvió a facilitar
los novillos de muerte para el Carnaval de 1932, que, fruto también de la
crisis, solo contaría en la programación diaria con la lidia de un novillo.
Antes de que se avecinasen las
carnestolendas, el 3 de septiembre de 1931 la Gaceta de Madrid matizaba la orden del 28 de agosto que ratificaba
el contenido de la que en 1908 prohibió la celebración de capeas y espectáculos
taurinos en plazas que no fueran de construcción permanente. Miguel Maura, ministro de la Gobernación
durante el gobierno provisional de la II República, en una orden que iba
esencialmente dirigida a los gobernadores civiles para su estricto
cumplimiento, aliviaba un tanto el temor de muchas autoridades y vecinos de
quedarse sin capeas ni corridas en sus plazas ocasionales. Maura aclaró que
podrían “celebrarse corridas de toros o novillos en plazas provisionales
siempre que la lidia corra a cargo de toreros profesionales”, aspecto que deberían
certificar o acreditar ante la autoridad competente, así como la idoneidad y
seguridad técnica del coso taurino, debiendo contar además con la pertinente
enfermería.
En Ciudad Rodrigo, a la vista de la
orden ministerial, podrían seguir celebrándose corridas de novillos en el
tradicional coso mirobrigense, pero, oficialmente, no las inveteradas capeas,
ya que si el gobernador civil “tuviese motivos o antecedentes bastantes para
suponer que a pretexto de una corrida de toros se iba a verificar una capea,
prohibirá el espectáculo”, derivando toda la responsabilidad a las autoridades
locales. Además, y cercenaba de nuevo al Carnaval mirobrigense, la expresada
orden solo tendría vigencia hasta el 31 de diciembre de 1931, fecha en la que
se recuperaría la letra de la prohibición del 28 de agosto, prohibiendo
celebrar corridas en plazas provisionales.
El revuelo en el sector debió de ser
enorme. El 8 de noviembre se reunió en Madrid la Comisión Mixta de Espectáculos
Taurinos de dicha capital, trasladando al Comité Paritario Nacional del
Espectáculo Taurino la situación creada por la orden del Ministerio de la
Gobernación que había ostentado Miguel Maura. Con la crisis de gobierno, ocupó
el ministerio Santiago Casares Quiroga, quien fue sensible a las demandas del
sector taurino que consideraba que mantener la prohibición de celebrar corridas
en plazas no permanentes implicaba “un grave perjuicio para todos los
profesionales participantes en la fiesta taurina”. Casares Quiroga antes de que
finalizase 1931, en concreto el 26 de diciembre, extendía sine díe el remiendo
que se realizó a la orden del 28 de agosto y favorecía la posibilidad de que
cosos taurinos provisionales acogiesen corridas de toros y novilladas.
Bando de la alcaldía sobre el desarrollo de los festejos |
De las capeas, nada nuevo. Seguían
prohibidas con órdenes taxativas a los alcaldes para que las impidiesen. Papel
mojado, como tantas otras veces. La mayoría de las poblaciones, incluyendo en
primera línea a Ciudad Rodrigo, seguiría con su costumbre de capear novillos o
vaquillas en la plaza o coso construidos al efecto, mientras las autoridades
miraban hacia el otro lado. Bastante penuria soportaba la población como para
quitarle tal vez la única vía de escape que tenían: disfrutar de los festejos
taurinos en toda su extensión. Y en Ciudad Rodrigo era bien dilatada esta
práctica. Por eso, intentando esquivar la legislación vigente, las autoridades
locales obviaron cualquier referencia oficial y publicitaria a la celebración
de las tradicionales capeas mirobrigenses, limitándose a señalar que se
“lidiarán y matarán reses de la acreditada ganadería...” Sí se hacía expresión
de la celebración de los encierros matinales, previstos para las ocho de la
mañana, pero también se evitaba citar que hubiera prueba –capea, pues- antes de
la corrida vespertina, fijada para las tres de la tarde, al igual que ocurría
con los acostumbrados desencierros.
En 1932 seguía en la alcaldía el
republicano Juan Aparicio Ruano, pero sus ocupaciones –fue la excusa que
planteó ante la convulsión de la inopinada reforma agraria- le empujaron a
presentar la dimisión. Sus compañeros de corporación intentaron convencerle para
que depusiera su intención, lográndolo en parte, ya que el alcalde se tomó dos
meses de permiso para rumiar su decisión inicial, ocupando la interinidad el
socialista Aristóteles González Riesco. Pasado el periodo de interregno, Juan
Aparicio cogió de nuevo, pero solo por unas semanas, las riendas del ayuntamiento
mirobrigense hasta que formalizó definitivamente su dimisión a finales de mayo
de 1932. Fue elegido alcalde, tan solo para unos meses, Martín Rengel González.
A mediados de agosto presentaría su dimisión, pidiéndole también que se diera
tiempo, que se lo pensara. Y lo hizo: trasladaría su domicilio a Lumbrales. La
alcaldía la volvió a ocupar interinamente Aristóteles González Riesco mientras
se elegía al nuevo alcalde, cargo que recayó otra vez, a principios de
septiembre, en el exalcalde Santiago Martín García. Fue también un espejismo,
por cuando el gobernador civil, tras presentar la dimisión el conjunto de la corporación
municipal, determinó sustituir a los concejales dimisionarios por una comisión
gestora que quedó constituida a finales de septiembre y que presidió el
ganadero Severino Pacheco Diego, de Acción Socialista; quedando asimismo
integrada por Ildefonso García Álvarez (republicano conservador), Félix Martín
Moro (sindicalista de UGT), Tomás Hernández Hernández (socialista), Aquilino
Moro Ledesma (radical socialista), Aristóteles González Riesco (socialista), Horacio
Martínez Egido (radical socialista), Juan del Valle Santamaría (radical) y
César Calderón (republicano independiente), quien no aceptó el cargo.
Otro cartel anunciador del antruejo de 1932 |
Este convulso periodo municipal en
el consistorio mirobrigense determinó que la organización del Carnaval de 1932
recayese en el equipo que accidentalmente presidiría Aristóteles González
Riesco, registrador de la propiedad. Se siguió la pauta de siempre, con las
adjudicaciones para la definición de la plaza y la colocación de alares, así
como la subasta de los tramos libres de los tablados[2] y la
pública subasta de la carne de los novillos de muerte[3].
Asimismo, como era también costumbre, se requirió la obligatoria colaboración
de los labradores para que prestasen sus carros y carretas para definir parte
del vallado de los encierros en la salida de la Puerta del Conde y en los vanos
de la calle Madrid[4].
El Carnaval se desarrollaría del 7
al 9 de febrero. Los encierros se celebrarían a las ocho de la mañana y los
novillos de muerte, uno cada día, serían lidiados por el torero Manuel Mejías[5], Bienvenida; su hermano José Mejías, ya
conocido en la plaza mirobrigense, y el también habitual del coso carnavalesco
Victoriano de la Serna. Participarían en la lidia los novilleros Pedro Pastor,
Isidoro Álvarez, Julio Chico[6],
Pepito Montaner -Valerito chico[7]- y Niño de Haro[8]. Los
novillos procedían de las ganaderías de Severino Pacheco y Jesús Montejo, ambas
de la Tierra de Ciudad Rodrigo, sin que la prensa local supiese especificar el
hierro de las reses de los encierros, significando que eran de varias
ganaderías.
Miróbriga,
único periódico local operativo, apenas da unas pinceladas del desarrollo de
los festejos taurinos en su número del 14 de febrero: “Como la prensa provincial
se ha ocupado extensamente de ellas, nosotros nos limitaremos a hacer un
pequeño resumen...” Y tanto que lo era: “Con igual brillantez que en años
anteriores se celebraron los encierros, que este Carnaval fueron dobles cada
día. Hubo las consiguientes carreras, los sustos y varias caídas, aunque
afortunadamente sin graves transcendencias”. Hasta ahí llegó la crónica de los
populares encierros mirobrigenses. Esa parquedad, sin embargo, no lo fue tanto
a la hora de elogiar el ganado: “Una vez más ha quedado patente la bravura de
la ganadería de don Severino Pacheco. Los tres novillos muertos demostraron
excelentes condiciones. Uno de ellos, el lidiado el martes, entró en la plaza
recargando en los caballos con una codicia extraordinaria y, por verdadero
milagro, no mató a uno. Sus hermanos de vacada, no desmerecieron”.
Algunas líneas más dedica el
cronista de Miróbriga a los diestros
que tomaron parte en los festejos: “Los dos hermanos Bienvenida y La Serna
trabajaron con entusiasmo, complaciendo al respetable. Manolo Bienvenida, que
actuaba de maestro mayor, y a quien correspondió matar el primer morlaco, se
lució con la capa y la muleta, suministrando lances y pases de todos los
estilos y agarrando una media buena. Acabó con su enemigo descabellando”.
La actuación de Pepe Bienvenida fue
reconocida por el público: “Tuvo una gran tarde –señala el crítico del citado
semanario católico-. Después de brillante actuación con la capa y muleta, atizó
al novillo una gran estocada, que le valió la oreja, vuelta al ruedo y salida a
hombros”. Una faena que pudo afectar al ánimo de Victoriano de la Serna, “pues
en su turno se mostró decidido y lleno de honor. Se tuvo que ver con su novillejo
nerviosillo que acudía al trapo con una rapidez extraordinaria, hasta el punto
de achuchar varias veces al valiente novillero. En un pase de muleta fue cogido
aparatosamente y herido en el escroto. A pesar de los ruegos de los otros
matadores, siguió toreando hasta propinar una buena estocada, que no acabó con
el bicho. La Serna no pudo continuar la lidia, teniendo que ser retirado a la
enfermería, donde fue asistido de un puntazo leve. Bienvenida descabelló al
torete”.
[1] Del
semanario Miróbriga, de 7 de febrero
de 1932.
[2]
Fueron adjudicados a Jesús Martín Barco (tablados número 4 y 5), Isidoro Báez
Rubio (6), Adolfo Blanco Blanco (11), Julián Ramos Calzada (12), Sebastián
Moreno Estévez (14), Manuel García Ferreira (17 y 18), Ángel Sánchez Cerezo
(22), Daniel Julián Moraleja (23, 24 y 25), Eladio González Martín (26), Jesús
Sánchez Martín (28), José María Ortiz (29), Teodoro García Pérez (31), Ramón de
Dios (32), Justo Báez González (35), Maximino Corral Collado (38 y 42), Antonio
de Aller (40) e Ignacio Comillas (41). Por estos tablados se recaudaron 4.371
pesetas, mientras que el resto fue adjudicado a los propietarios de los inmuebles
vinculados al coso taurino: Ayuntamiento (tablados 1 y 2), contratista de la
plaza (3), Manuela López (7), Isabel Alonso (8), Agustina Sánchez (9), viuda de
Fernando Díez (10), Fulgencio Ulloa (13), Julio Pérez (15), Adrián Vasconcellos
(16), Santiago Martín García (19), Calixto Picado (20), Enrique Cuadrado (21),
Eladio Sánchez Abarca (27), Alonso Sánchez Conde (30), Luis García Santos (33),
Alfredo Miguel Plaza (34), Agustín Sánchez (36 y 37) y Banco Mercantil (39).
[3] Solo
se presentó una oferta conjunta firmada por cuatro carniceros: Ignacio Cid,
Cayetana Rodríguez, Gregorio Martín y Restituto Cañizal, quienes ofrecieron –y
se le adjudicó- 26,10 pesetas por cada arroba de carne. Las canales de los tres
novillos pesaron en total 383 kilos -113, 130 y 140 cada uno y en ese orden de
lidia-, lo que supuso un total de 869,05 pesetas.
[4] Cedieron
sus carros los labradores Antonio Manzano, vecino de la calle Libertad; Ángel
Manzano (Rastrillo), Antonio García (Voladero), Antonio Mangas (Puentecilla),
Antonio Navarro (Brocheros), Andrés de San José (Valhondo), Baltasar Vicente
(Canal), Cleto García (Alameda Vieja), Domingo Montero (Cárcabas), Domingo
Benito (El Cristo), Eduardo Rodríguez (Peramato), Eugenio Sevillano (Santo
Domingo), Francisco Sánchez (Los Caños), Francisco Zamarreño (San Cristóbal),
Felipa Vicente (El Cristo), Felipe Rubio (Libertad), Francisco Pereña (San
Cristóbal), Gabriel Cid (Alameda Vieja), Gregorio Hoyos (Carámbana), José Varé
(Alameda Vieja), Juan Rodríguez (Lorenza Iglesias), José Zamarreño (Cárcabas),
José Pérez (Chabarcones), Juan Antonio Alaejos (Aceña), Juan Sahagún Curto
(Hospicio), Juan M. María (Puentecilla), Juan Antonio García (Chabarcones),
Jacinto Hernández (San Cristóbal), Juan Martín (Lázaro), José González (Santo
Domingo), Juan Antonio Rubio (Peramato), Justo Hernández (El Cristo), Miguel P.
Hernández (San Antón), Miguel Briega (San Francisco), Maximino Rodríguez (Los
Caños), Nicolás Alfageme (San Martín), Pedro Vicente (Cortina), Plácido
Rodríguez (Alameda Vieja), Plácido Castaño (El Cristo), Raimundo Moro (Canal),
Santiago Montero (El Cristo), Silvestre Hernández (Fray Diego) y viuda de
Dionisio García (Gigantes).
[5]
“Manuel Mejías Jiménez nació el 23 de noviembre de 1912, en Dos Hermanas,
Sevilla. Falleció el 31 de agosto de 1938, en San Sebastián, Guipúzcoa), cuyo
nombre profesional era Manolo Bienvenida. Fue un torero español de la dinastía
de los Bienvenida. Hijo del torero Manuel Mejías Rapela, apodado «El Papa
Negro», y hermano, entre otros, del célebre Antonio Bienvenida.
Tomó la
alternativa en la plaza de Zaragoza el 30 de junio de 1929, de manos de Antonio
Márquez y Francisco Royo, Lagartito,
de testigo, con el toro Mahometano,
de Antonio Flores, al que le cortó las dos orejas y el rabo. La confirmó en
Madrid el 12 de octubre de 1929 en un mano a mano con Marcial Lalanda, con el
toro Huerfanito, de Alipio Pérez
Tabernero.
Fue uno
de los toreros que inauguró la plaza de Las Ventas el 17 de junio de 1931.
Fue un
torero largo, tenía un exquisito conocimiento de las suertes. Era lucido con
las banderillas y parco con la espada. Tenía gran afición, con toreo alegre y
mucha casta. Prometía mucho y fue de los más destacados de la dinastía. Cuando
murió era el que mandaba.
Salió 4
veces por la Puerta Grande de Las Ventas (años: 1935 -dos veces- y 1936 otras
dos). Concretamente el 3 de junio de 1935 le cortó a un toro las dos orejas y
el rabo. Su mejor temporada fue la de 1935, en la que toreó 65 corridas. Murió
a los 26 años, en San Sebastián, tras una intervención quirúrgica”. Colaboradores
de Wikipedia. Manolo Bienvenida [en
línea]. fecha de consulta: 6 de noviembre de 2014. Disponible en http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Manolo_Bienvenida&oldid=69349339.
[6] Julio
Chico Bartolomé, novillero y matador de toros palentino. Cuando se retiró de
los toros trabajó como funcionario en la delegación de Hacienda de Jaén, ciudad
en donde también ejercía de asesor taurino en el coso jaenés.
[7]
Novillero valenciano.
[8]
Vicente Martínez, Niño de Haro. Nació
en esta localidad riojana el 4 de mayo de 1910, en donde debutó con novillos el
8 de septiembre de 1926. Participó en 246 novilladas en España y otras 65 en
América. Murió en Montevideo el 26 de octubre de 1982, enfermo de párkinson.
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