Traemos hoy a colación a uno de
esos insignes mirobrigenses que el Ayuntamiento tuvo a bien en su
día, en febrero de 1906[1],
dedicarle una calle, casi una plaza por su configuración, pero del que apenas
conocíamos nada. Al menos eso me ocurría a mí hasta hace muy poco tiempo y me
imagino que también les haya ocurrido a ustedes. Me estoy refiriendo a Domingo
García Velayos, arcediano que fue de la Catedral de La Habana hasta su
fallecimiento en 1889, un mirobrigense que destacó por su bonhomía, por su
dedicación pedagógica y como benefactor –donó distintas e importantes cantidades
de dinero- para construir escuelas, especialmente aquí, en Ciudad Rodrigo.
Domingo
Casildo García Velayos nació en nuestra ciudad el 9 de abril de 1815 a las siete de la tarde.
Fue bautizado el 13 de abril por el cura párroco de El Sagrario de la Catedral,
el sacerdote Carlos Claudio Núñez. Era hijo legítimo de Juan Bautista García
Hernández, natural de Ciudad Rodrigo, y de Rita Velayos Muñoz, nacida en
Padiernos, en la provincia abulense[2].
Grabado de finales del siglo XIX de la plaza de la Catedral de La Habana |
Cursó
estudios en el seminario, abundando en materias que le marcarían su trayectoria,
como la filosofía y la teología, especialidad esta última en la que se doctoró
en la Universidad de Salamanca. Fue en la capital salmantina donde floreció su
vena pedagógica fundando la primera escuela de párvulos, ya que la pedagogía
fue su primera vocación.
Bernardo
Dorado, ilustre investigador salmantino autor de una historia de la ciudad de
Salamanca, hace referencia a esta labor pedagógica de nuestro personajes, recordando
su densa actividad en la escuela de párvulos creada en la también escuela de
San Eloy de los Plateros en 1843. Este
señor –se refiere a Domingo García Velayos- con una amabilidad sin límites y una paciencia de Job, entretenía a
los niños balbucientes aun apenas habían dejado el pecho de sus madres, jugaba
con ellos a las cosas más tenues, les ejercitaba la voz y las fuerzas con
pruebas que él mismo hacía, les contaba ejemplos morales y les daba nociones de
todo según el alcance de sus tiernas facultades intelectuales, preparándolos a
otras enseñanzas. Bien puede decirse que el Sr. Velayos llenó cumplidamente el
deber más grande que puede ejercitar un ministro de Dios: la educación de la
niñez.
Esa
entrega a la pedagogía, a la formación de los párvulos en Salamanca, fue
cortada cuando se le indicó que debía acompañar a Francisco Fleix y Solans[3],
familiar suyo, en su destino como nuevo obispo de La Habana. Fue un golpe rudo
–según recogía en unas notas biográficas el periódico El Hogar, de La Habana-, ya que su vocación y entrega eran
palmarias hacia la instrucción docente.
Partida bautismal de Domingo Casildo García Velayos |
A
finales de 1846 llegó a la capital cubana, ostentando ya el cargo de secretario
de cámara y gobierno del obispo Fléix. Poco después recibiría las órdenes
mayores y dijo su primera misa en el convento de Santa Teresa, en La Habana. Al
vacar la canonjía penitenciaria, por oposición consiguió la plaza, continuando
con la secretaría de cámara episcopal. Como colofón a su ajetreada vida en La
Habana, fruto también de la dedicación y atención a los fieles y al pueblo
cubano, fue recompensado con la dignidad de arcediano de la Catedral de La
Habana, cargo que ocupó hasta su muerte, en 1889.
La
lejanía respecto a su patria chica no fue óbice para que su obra benefactora
recalase también en Ciudad Rodrigo. Poco antes de embarcar a La Habana, en
1846, se había creado en nuestra ciudad una escuela de párvulos bajo la
dirección de Domingo García Velayos, según recordaba el semanario local La Voz de la Frontera el 28 de julio de 1889,
poco después de conocerse su muerte.
Otro
ejemplo de su bonhomía, de su compromiso con la pedagogía y con Ciudad Rodrigo,
fue la donación de 25.000 pesetas para la construcción de las escuelas públicas,
de ambos sexos, en el Arrabal de San Francisco. Considero que la noticia tiene
el interés suficiente para transcribirla, al aportar datos que estimo
relevantes para la historia de la instrucción pública en nuestra localidad. Fue
publicada en la revista bisemanal salmantina El Fomento el 11 de noviembre de 1883 y venía a informar de que con la solemnidad debida tuvo
lugar a las once de la mañana del 28 [de octubre de 1883], la inauguración de las escuelas públicas de ambos sexos del Arrabal
de San Francisco.
Hacía 24 años que los niños
de este Arrabal se veían obligados a recorrerlo todo y hasta a salir de él,
para asistir a las escuelas, puesto que éstas radicaban en el hospicio y
exconvento de Santo Domingo, que forman, por decirlo así, el alfa y omega del
populoso arrabal.
Todas las gestiones practicadas a fin de proporcionar a la niñez
locales céntricos y librarles de las perniciosas influencias del agua, frío,
calor, etc, etc, habían ido a estrellarse con la precaria situación de nuestro
Ayuntamiento; pero recurre el entonces primer alcalde, D. Hermógenes Cáceres, a
la filantropía de nuestro buen paisano D. Domingo García Velayos, arcediano de
la Catedral de La Habana, cuyo señor hace donación de 5.000 duros, que han sido
el alma para erigir locales en lugar y condiciones para las escuelas.
Revistados aquéllos, procedióse por el primer alcalde D. Leopoldo
Muñoz, que presidía, a la lectura de una muy sentida y bien escrita memoria en
la que, hecha la historia que sucintamente se reseña, tributaba al Sr. Velayos
el honor a que acreedor se ha hecho por su desprendimiento, dándole las
gracias a nombre del pueblo, y suplicaba a los dignos maestros que educaran a
la niñez basando sus conocimientos en los sólidos principios de nuestra
sacrosanta religión.
Acto seguido usó de la palabra don Bernardo Casanueva, que supo
salpicar sus breves ó improvisadas frases con aquella elegancia y sencillez que
acostumbra.
Como vocal de la Junta local de enseñanza y a nombre de los niños dio un
voto de gracias al bienhechor.
Francisco Fleix y Solans, obispo de La Habana |
Después, D. Ramón Tobar, recordó a los señores maestros en nombre del
Arcediano de La Habana, aquella máxima de la escritura: Educad al niño para
que no tengáis que corregir al hombre, y terminó diciendo que prefería un
creyente e ignorante, a cien sabios incrédulos.
A continuación D. Vicente Robledo, maestro sustituto de la escuela de
niños del mencionado arrabal, leyó un elegante discurso en que desarrollaba el
tema de ‘La ignorancia y sus efectos,
la educación y sus consecuencias’. Terminó dando las gracias a los que
habían contribuido a proporcionar locales higiénicos y a la altura de la Pedagogía.
Los planos y construcción de las escuelas han sido obra y estado bajo
la dirección de los Sres. Hunde y Corpas, comandante y ayudante de obras
respectivamente del cuerpo de Ingenieros, a quienes el Sr. Alcalde en su
memoria hacia pública su gratitud.
Seguidamente declaró el Sr. Presidente inauguradas las escuelas. Los
niños, que ocupaban sus asientos, fueron obsequiados con dulces, así como los
convidados y personas que asistieron al acto.
Lo desapacible de la mañana, que estaba lluviosa, impidió la
asistencia de muchas familias; a pesar ele ello, el Senado, la Diputación, la
Audiencia, el Juzgado, la Milicia, el Clero, el Magisterio, etc. tenían allí
sus representantes. La banda de música contribuyó a amenizar el acto.
Este mismo
periódico, ya en el formato de diario, dio cuenta el 23 de julio de 1889 de la
muerte del arcediano de la Catedral de La Habana, significando que el óbito le
llegó tras largos días de padecimientos.
Hace referencia que en su testamento, significado con numerosas mandas
particulares a distintas personas, entre ellas a sus sirvientes y protegidos, legó un cáliz de plata dorada, un par
de vinajeras y una casulla de tisú a la Catedral de Ciudad Rodrigo, que se
hicieron llegar a través de su albacea Mariano Rodríguez, como consta en el
Archivo Catedralicio del obispado civitatense[4]. Dejó
sus libros al seminario de La Habana, con
la excepción de una notable obra suya manuscrita, titulada ‘Consejo a un
obispo’, que dedica al señor obispo diocesano. El importe de cerca cien
acciones de los ferrocarriles de Cienfuegos y Sagua, al Hospital de Caridad de
Ciudad Rodrigo –se refiere al Hospital de la Pasión, en donde existe una
placa dedicada a su memoria-; el de un
documento, por ascendencia mayor de 10.000 pesos, al seminario de San Carlos
para la construcción de una capilla docente; el de otro documento igual para la
construcción de altos en la casa de la calle de Cuba, que donó para colegio de
niños huérfanos; y otras cantidades para la Asociación de Beneficencia Domiciliaria
de Señoras y para el colegio de San Vicente de Paúl en El Cerro.
Eco de su
muerte también se hizo la revista La
Semana Católica de Salamanca, que en su número del 3 de agosto de 1889
inserta una amplia necrológica sobre la figura de Domingo García Velayos.
También por su relevancia quiero transcribirla:
Desde que en los
primeros años de nuestra infancia oímos hablar del señor Velayos, alma noble y
elevada, corazón lleno de la más ardientísitna caridad, su virtuosa figura ha
vivido en nuestra imaginación, engrandeciéndose a medida que hemos podido
vislumbrar, con el transcurso del tiempo, que lo que entonces tanto
impresionaba nuestra tierna alma, no era sino sombra en que estaba envuelta la
realidad, que después descubrimos. El recuerdo del inolvidable arcediano de la
Catedral de la Habana, que acaba de descender al sepulcro, habiendo sembrado
su vida de hermosas flores, de la más grande de todas las virtudes, la caridad,
cuyos actos el Señor, sin duda, ha premiado, ornando sus sienes de celestial
aureola, estará siempre fresco en nuestra memoria, al recordar con indecible
placer su inagotable amor al pobre, a la Iglesia, a su patria, y a esta provincia
de Salamanca, que le vio nacer.
Don Domingo García Velayos es natural de Ciudad Rodrigo, donde pasó
los primeros años de su vida, a principios del presente siglo, cursando sus
estudios filosóficos y teológicos en aquel Seminario.
Más tarde recibió la investidura de doctor en Teología, con la nota de
nemine discrepante, en nuestra
Universidad, dedicándose en esta capital a la enseñanza, que fue su primera
vocación, a cuyo efecto estableció una magnífica escuela de párvulos, la
primera que se conoció en Salamanca, planteando en ella el sistema Fröebel,
hoy tan en boga en Europa.
Cuando acariciaba los proyectos de elevar su modesta y ya renombrada
escuela a la categoría de monumento, puesto que iba a dotarla de cuantos
adelantos eran conocidos, para hacer de ella, a ser posible, el primer plantel
de España, se le hicieron indicaciones para que acompañase a La Habana, como
familiar suyo, al señor Fléix y Soláns, nombrado obispo de aquella diócesis.
Golpe rudo fue aquel para el Sr. García Velayos (dice El
Hogar, periódico que se publica en La Habana, al escribir
la biografía de nuestro ilustre paisano), pues despojado de toda ambición, no
había soñado nunca con la posibilidad de abandonar la escuela, objeto de sus
afanes y fruto de sus desvelos. ¿Qué sería de aquellos niños a quienes amaba
tanto? ¿Se perderían sus esfuerzos, si como el pastor abandonaba su grey?
Firma del notario de La Habana ratificando el testamento de Velayos |
Muchas fueron sus horas de irresolución; muchas fueron sus angustias;
pero mucho también el deseo del prelado, que, conocedor de sus especiales dotes
de inteligencia, quería llevarlo consigo.
Al fin se decidió, abandonándolo todo: una familia que adoraba en él,
unos discípulos que eran su deleite, aquella patria tan querida... Y a fines de
1846 llegó a La Habana, con el Sr. Fléix, honrado durante el viaje con el
nombramiento de Secretario de Cámara y Gobierno de Su Ilustrísima.
A poco tiempo recibió órdenes mayores y dijo su primera misa en el
convento de Santa Teresa.
A la llegada del nuevo obispo, presentaba la isla un aspecto
desolador. Dos meses antes (el 11 de octubre), un terrible huracán terminó la
obra destructora que había comenzado otro huracán en octubre de 1844. La mayor
parte de las iglesias (más de cien), habían sufrido las consecuencias de aquel
azote, destruyéndose totalmente.
Entonces comenzó la gran obra de reparación, que duró muchos años, con
una constancia digna de todo elogio. Los pueblos que habían visto destruidos su
templo, le vieron levantarse otra vez, interviniendo directamente en las
obras, por medio de Juntas Parroquiales, asesoradas por el obispo. El alma de
todo esto fue el Sr. Velayos.
Habiendo vacado la canonjía penitenciaria, previos brillantísimos
ejercicios, fue elegido para dicho cargo, continuando al frente de la
Secretaría de Cámara mucho tiempo después, hasta que, fatigado el espíritu y
rendido el cuerpo, se retiró a vida menos activa, no sin profundo sentimiento
de su prelado y del clero de toda la diócesis, que más tarde vieron, con gran
contentamiento, premiados los buenos oficios del virtuoso prebendado, al
elevarle el Gobierno a la dignidad de arcediano de la misma iglesia.
Fue el Sr. Velayos hombre de profundos conocimientos, resplandeciendo
siempre en él penetrante observación, recto criterio y una inteligencia fresca
y lozana, en la que no abrieron brecha, ni los embates del tiempo, ni las
innumerables tareas a que sacrificó su vida.
Pero lo que más brilló en el alma de este privilegiado salmantino, fue
un torrente de caridad sin límites, que hará que su nombre sea siempre
ensalzado por las innumerables personas que han sentido el benéfico influjo de
esta celestial virtud, al recibir las cuantiosas limosnas con que su generoso
corazón las ha socorrido.
¿Quién no recuerda aquella época de circunstancias especiales para
los conventos de Salamanca, aquellos días que siguieron a la revolución, en
que la estrechez del claustro era tan grande que las religiosas apenas si
contaban con lo necesario para sostenerse pobremente, teniendo que vivir de la
limosna que almas caritativas les proporcionaban? Pues bien; la situación
apurada de los conventos de esta provincia movió el corazón, siempre sensible
y bondadoso, del Sr. Velayos, y veinte
mil pesos fueron suficientes para llevar el consuelo a aquellas almas,
que eternamente agradecidas bendecirán a su bienhechor.
¿El colegio de niños huérfanos de La Habana, aquel asilo donde se
enjugan las lágrimas de tantos seres privados de las tiernas caricias de una
madre, a qué debe su prosperidad, sino
al manantial inagotable de la caridad sin límites de este padre de los pobres?
Otro testimonio son las escuelas de párvulos de Ciudad Rodrigo, que
servirán siempre para recordar al pueblo mirobrigense la gloria que le cupo de
contar entre sus esclarecidos hijos al que, renunciando las glorias del mundo,
puso todo su anhelo en la práctica del bien.
Pero seríamos interminables si hubiéramos de referir todas sus obras
de caridad, que ha sabido coronar dejando un testamento digno de todo elogio,
en el que lega la mayor parte de su respetable fortuna a establecimientos
benéficos y a otros objetos piadosos.
No terminaremos estos apuntes biográficos sin dejar consignado que su
humildad fue tanta, que rehusó la mitra de Ciudad Rodrigo, para la que se le
propuso.
Dios ya ha premiado tanta virtud, llevándole a la avanzada edad de
más de setenta años a coronarle con la diadema de los bienaventurados.
[1]
Agradezco a Tomás Domínguez Cid esta referencia.
[2]
ARCHIVO DIOCESANO DE CIUDAD RODRIGO. Libro de bautismos de El Sagrario de la
Catedral, 1805-1928, Folio 107r. “En la ciudad de Ciudad Rodrigo, a trece de
abril de mil ochocientos quince, yo el cura del Sagrario de esta Catedral,
bauticé solemnemente a Domingo Casildo, que nació a las siete de la
tarde del día nueve de dichos mes y año, hijo legítimo de Juan Bautista García,
bautizado en esta Catedral, y Rita Belayos, en la villa de Padernos, obispado
de Ávila; nieto paterno de José Santos García, bautizado en la parroquia de San
Benito de Salamanca, e Ynés Hernández Pérez, en el Villar de Gallimazo,
obispado de Salamanca; materno de Nicolás Belayos y Antonia Muñoz, bautizados
en referida villa de Padiernos; fue padrino Domingo García, vecino de esta y
tío carnal paterno, a quien advertí el parentesco espiritual y obligaciones.
Testigos, don Francisco Picado y don Francisco Osorio, de la misma vecindad. Y
para que conste, lo firmo. Carlos Claudio Núñez.
[3] Nació
en Lérida el 13 de septiembre de 1804. Fue canónigo de Tarragona, subdelegado
castrense del mismo distrito y capellán de Su Majestad. El 12 de noviembre de
1845 le designaron para la mitra de Puerto Rico pero no aceptó, y el 14 de
enero del año 1846 para la sede de San Cristóbal de la Habana, siendo consagrado
en la real capilla y en presencia de la reina Isabel II. El 23 de febrero de
1849 ésta le propuso para el arzobispado de Santiago de Cuba.
El 12 de
junio de 1864 fue nombrado arzobispo de Tarragona. Donó a la Catedral el
magnífico terno de la Purísima. Asistió al concilio Vaticano, donde le
designaron primer miembro de la diputación de las órdenes religiosas y donde
recibió el reconocimiento como primado, por lo cual se sentó entre los prelados
de la misma condición de todas las naciones. Las largas deliberaciones de aquel
concilio quebrantaron su salud y murió en Vichy (Francia), en su viaje de
regreso a Tarragona, el 28 de julio de 1870.
[4]
ARCHIVO CATEDRALICIO DE CIUDAD RODRIGO. Caja 152, doc. 13. Carta de Mariano
Rodríguez, albacea de Domingo García Velayos, al deán de la Catedral
civitatense informándole de las donaciones testamentarias del arcediano de la
Catedral de La Habana: “Encabezamiento.- Número diez y seis.- Testamento.
“En el
nombre de Dios Todopoderoso, amén. Sépase que yo, D. Domingo García Velayos,
natural de la ciudad de Ciudad Rodrigo, en Castilla la Vieja, de setenta y tres
años de edad, arcediano de la Santa Yglesia Catedral de La Habana, e hijo
legítimo de D. Juan Bautista García y de D.ª Rita Velayos, ambos difuntos;
hallándome achacoso de salud, pero en mi entero juicio y cabal memoria,
creyendo en todos los dogmas de Nuestra Santa Yglesia, Católica, Apostólica y
Romana, en cuya religión fui educado, he vivido y quiero morir, previendo lo
incierto de la hora de la muerte, ordeno mi testamento como sigue:
“Cláusula
quinta.- Quinto. Lego y dono a la Santa Yglesia Catedral de Ciudad de Rodrigo
un cáliz de plata dorada que está en la Catedral de La Habana y un par de
vinageras que están en el escaparate oratorio de mi casa.
“Cláusula vigésima.-
Vigésimo. Lego y dono a la Catedral de Ciudad Rodrigo la casuya de tisú que
tengo en la Catedral de La Habana.
“Pie. Y revoco y anulo
otros cualesquiera testamentos, codicilos, poderes y memorias para testar que
antes de este haya otorgado de palabra o escrito o en otra forma que no quiero
que valgan ni hagan fe en manera alguna, especialmente el testamento y codicilo
que otorgué ante el infrascrito notario en quince de enero de mil ochocientos
ochenta y seis, pues solo el presente mando se cumpla como mi deliberada
voluntad en aquella vía y forma que mejor haya lugar en derecho. Es hecho en la
ciudad de La Habana, morada del testador, a veinte y uno de mayo de mil ochocientos
ochenta y ocho.
“Yo, el
notario, doy fe de conocer al testador, a quien considero con la capacidad
legal necesaria para este otorgamiento, de que ha manifestado cuanto el
presente documento contiene, de habérselo leído y a los testigos, estar conforme
y enterado de que pueden leerlo por sí, lo firma con los testigos instrumentales
que lo son D. Aurelio Humanes, D. Francisco Fernández Coca y D. Lorenzo Chafale,
vecinos presentes. Domingo García Velayos. Aurelio Humanes. Francisco Fernández
Coca. Lorenzo Chafale. Signado ante mí. Miguel Nuño. Nota. Presentó el testador
su cédula personal de tercera clase, número setecientos tres, expedida en
cuanto de noviembre último por el alcalde del barrio de San Juan de Dios. Fecha
ut supra. Doy fe. Nuño”.
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