La guerra
luso-castellana de 1371, que enfrentó a Enrique II de Trastámara con Fernando I
de Portugal, afectó seriamente al convento extramuros de los dominicos, que quedó
destruido, como apunte hace unos días en el post
sobre el convento de Santiago. Se informó de lo sucedido al papa Gregorio XI
(1370-1378) y desde el destierro de Aviñón despachó una bula el mismo año 1371
comprometiendo al obispo de Zamora, don Martín, a que urgiera al de Ciudad
Rodrigo a buscar otro sitio adecuado para que los dominicos tuvieran nuevo
convento dentro de la ciudad. No sería hasta el año 1374 cuando el prelado
civitatense señaló a los dominicos un nuevo lugar conventual junto a la iglesia
de Santo Domingo, bajo cuya advocación permaneció el convento hasta su
extinción en el siglo XIX.
El obispo
Alfonso les había permitido levantar allí, en el nuevo emplazamiento, una
iglesia, camposanto y casas para habitar, pero procurando dejar una distancia
adecuada entre el futuro templo dominico y la mencionada iglesia de Santo
Domingo. De la misma forma, se restringía la expansión territorial del convento
para que no tropezara con los intereses del vecino convento de San Francisco,
orden con la que ya tuvo problemas en su instauración primitiva. Con el tiempo
los predicadores dominicos construirían un templo más amplio, quedando el
primitivo dentro del nuevo recinto conventual.
La
subsistencia del convento obedecía, como hasta ahora había ocurrido, al trabajo
apostólico de los frailes, a las limosnas de los fieles y a las donaciones y
legados de la gente generosa y pudiente, entre los que destacaron las
aportaciones y protección de una de las familias más señeras de Ciudad Rodrigo,
los Silva[1],
que se pusieron en su órbita para favorecer con sus óbolos el desarrollo de la
orden dominica.
Al igual que
los Silva, con las aportaciones de muchos fieles, sobre todo en las mandas
testamentarias, los dominicos fueron saliendo adelante y acumulando una cierta
cantidad de bienes que les ponían al abrigo de estrecheces y penurias. Pero,
además, los padres predicadores contaron también con el favor regio, como
ocurrió en 1418 con la reina doña Leonor, viuda de Fernando de Antequera, que
les confirió una renta perpetua; o en 1467 Enrique IV da a los frailes
dominicos un privilegio sobre alcabalas, martiniegas y tributos. Y mucho antes
de todo esto los monjes habían sido favorecidos por otros mecenas, o ellos
mismos, como recoge José Barrado, por compra, venta, trueques u otros medios
habían conseguido hacerse con bienes y tierras suficientes para su sustento.
Parte de la cerca del arrabal en un plano de 1667, significando la iglesia de La Magdalena y el convento dominico |
Con este
bagaje el convento continuará avanzando décadas y centurias hasta la llegada
del convulso siglo XVII con la guerra de restauración portuguesa, levantada en
armas contra España en 1640 y que se extendió durante 28 años. Durante el
conflicto los regidores mirobrigenses y el cabildo de la Catedral se afanaron
en dotar de defensa a la ciudad y a sus arrabales, especialmente el de San
Francisco, en donde se encontraba el convento de Santo Domingo. Aunque ya en
1637 se habla de la necesidad de cerrar los portillos de la cerca del arrabal,
no será hasta una década después cuando comiencen los trabajos efectivos para
levantar una cerca sólida que, al menos, dificulte o retrase la toma del
arrabal. En el trazado de esta muralla aparece en un punto determinante el convento
dominico, como podemos apreciar en la cartografía adjunta, un plano levantado
por el marqués de Buscayolo en 1667.
Apreciamos en
los simples trazos de Gaspar de Squarzafigo Buscayolo una parte
de la definición de la muralla del arrabal en su parte referencial del convento
de Santo Domingo, cuyos muros exteriores, la tapia de la huerta conventual se
destacan sobremanera. La cerca del arrabal partía, como podemos observar, de
las inmediaciones de la puerta del Sol, en donde en ese momento, 1667, cuando
se trataba de definir una estrada encubierta para la muralla principal, existía
un portillo junto a la puerta de los Sexmeros y en dirección a la extinta
iglesia de La Magdalena, cuyo solar ocupa hoy el colegio Misioneras de la Providencia.
Del trazado y condiciones de este tramo
de la cerca tenemos varias referencias a mediados del siglo XVII[2].
Así, el tres de diciembre de 1650 el corregidor da cuenta a la Ciudad cuán
necesario era el que se acabare de hacer la fortificación del arrabal, así por
la invasión que podía el rebelde como por evitar que los soldados de a caballo
e infantería salgan como salen y hacer muchos robos y hurtos de ganados y se
huyen de la plaza, y se saca el pan de ella y se mete el vino y los otros
excesos que se podrían evitar acabándolo de cerrar, y porque lo que en ello se
ha obrado se han gastado más de tres mil ducados, que se ha pagado parte de
ellos los vecinos de esta dicha ciudad y la demás cantidad que se ha sacado de
lo que se repartió para la fábrica del lienzo de muralla que se rindió a la
Rinconada de la Pasión, en virtud de orden que para ello dio el señor marqués
de Távara, gobernador general de estas fronteras, y que lo que al presenta más
se necesita de cerrar es desde la iglesia de La Magdalena hasta la esquina de
la huerta del convento de Santo Domingo, en que será necesario gastar cien
ducados, poco más o menos. Y que respecto de ser tan necesario el que lo
susodicho se cierre en conformidad de lo ordenado por el dicho señor marqués de
Távara, sería bien se empezase a obrar en lo susodicho desde luego pagando lo
que en ello se gastare de lo procedido del repartimiento del dicho lienzo de
muralla, como su excelencia lo tiene ordenado.
Surgen las dudas sobre la prioridad del
gasto y la necesidad de la defensa, así como el uso de los recursos. Y aquí
interviene el regidor Juan Barba para señalar que tiene noticia de que se ha
gastado mucho dinero desde el repartimiento de la muralla y que hoy hay muy
poco en ser y aún no lo bastante para hacer el lienzo de muralla, su voto y
parecer es que el dinero que hay procedido del dicho repartimiento se gaste en
hacer el dicho lienzo de muralla, pues Su Majestad lo concedió para dicho
efecto, y que haciéndose del que sobrare se gaste en la dicha fortificación del
arrabal y se haga del dinero que más pronto tuviere la Ciudad, y que este es su
voto y parecer porque no se ha hallado en los demás ayuntamientos en que se ha
tratado hacer la dicha obra de la fortificación del arrabal del dinero
procedido del repartimiento para la obra del lienzo de muralla.
Todos los regidores exponen y justifican
su parecer para llegar a la conclusión de que se haga la obra conforme a la
proposición del señor corregidor, que es el que se cierre el arrabal desde la
esquina de la iglesia de La Magdalena hasta la esquina del convento de Santo
Domingo, que es lo que parece se necesita más precisamente de cerrar y que lo
que costare se pague del dinero procedido del repartimiento del lienzo de
muralla en conformidad de lo ordenado por su excelencia el señor marqués de
Távara.
El cierre de la cerca en el tramo hasta
Santo Domingo se va haciendo con más lentitud de lo previsto. En junio de 1651
nos encontramos con una información del regidor Miguel Muñoz, a quien se había
cometido para dirigir las obras de fortificación del arrabal de San Francisco,
en la que afirma que la obra que se ha de hacer en él [arrabal] y cerrarlo de
la esquina de la Magdalena hasta la de Santo Domingo, en conformidad de lo que
está ordenado, ha hecho traer y con efecto se han traído ciento y dos carros de
piedra que están al pie de la obra, y de ello da cuenta a la Ciudad para que
ordene lo que fuera servida en razón de si se ha de obrar en lo susodicho ahora
de presente o no, respecto de que los peones que pudieran trabajar en ella
andan todos segando y los que se hallaran costarán muy caros. Y visto por la
Ciudad acordó que dicho señor prosiga en hacerla hasta que se acabe la siega,
respecto de la carestía que podían tener los peones que hubieran de trabajar en
ella para que acabada a menos costa y con más comodidad se obre lo susodicho en
la conformidad que está acordado.
Las obras en este tramo de la cerca del
arrabal continuarán durante dos años más, en donde volvemos a encontrar
referencias en las actas capitulares del Ayuntamiento, caso, por ejemplo, al
decidir que el cordón de piedra desde la parte de Santo Domingo hacia los
corrales, acabado de hacer se vaya tapiando, a un mismo tiempo se vaya obrando
hacia la parte de San Albín en ir cercando de piedra y tapiar lo que dijere el
ingeniero es más preciso y para ver la parte por donde mejor se pueda hacer el
cordón de piedra que se ha de hacer desde San Albín a la muralla.
San Albín era el punto por donde se iba a
cerrar la cerca, pasada la Puerta Nueva y la que posteriormente se conocería
como de las Amayuelas, después de haber incluido en el cordón a buena parte del
arrabal de San Francisco. En enero de 1653, el comisario de la fortificación
anuncia que la fortificación del arrabal hacia el lado del convento del señor
Santo Domingo, lo que toca a lo de piedra hasta llegar a la cortina del convento,
estaba acabado y faltaban hacerse las tapias de tierra y brezarlas, y que para
ello y recalzar la muralla era necesario dinero; que la Ciudad resuelva lo que
se ha de hacer. Y, por otro lado, se acordó que los caballeros comisarios de la muralla
estén con el señor comisario general para ver si respecto que está ya cerrada
la fortificación del arrabal al lado del convento del señor Santo Domingo se
demolerán las paredes que hay intermedias de la fortificación a la puerta de
San Cristóbal, pues está ya aquello cerrado para que quede aquello todo que se
comunique el arrabal y la guardia se haga a la puerta de la media luna, adonde
se haga zanja, y disponiéndolo con efecto dichos señores caballeros comisarios
demuelan dichas paredes y tapias y la piedra de ella que se lleve para la
fortificación donde sea necesaria.
Cerrada pues la cerca a la altura del
convento de Santo Domingo, tanto por la parte procedente de La Magdalena y
hacia la puerta de Salamanca, pasando el trazado por la calle de las Cárcavas,
las noticias que aparecen en este época de la vida conventual se ciñen a un
litigio abierto con el concejo por tener el convento una puerta abierta en la
cortina del monasterio, un portillo que reiteradamente el Consistorio insta a
su cierre por el peligro que suponía mantenerlo abierto en caso de un ataque
sorpresa de los ‘rebeldes’ portugueses. Esa puerta, que daba acceso para que
los labradores empleados en la huerta tuviesen más facilidades para desarrollar
su labor, también daba salida al pozo de la nieve de Ciudad Rodrigo y, por otro
lado, servía como punto de entrada para el contrabando. Así lo refleja el acta
del 29 de febrero de 1648: Tratose del mucho daño que es para la Ciudad una
puerta que el convento de Santo Domingo tiene para hacia el pozo de la nieve y
que por ella se mete gran cantidad de vino, pescado, carne y otras cosas de
abasto en dicho convento y de allí por las otras puertas de noche se distribuye
y lleva para las garitas, donde se vende, y que de ello resulta faltarse al
gobierno de la Ciudad y ponerse en el estado que tiene sobre estos y pérdida
real de alcabalas, y para remediarse han enviado recaudo al prior del convento
pidiéndole que no es necesaria dicha puerta, tenga entendido se ha de cerrar y
no ha bastado y se continúa en ello. Pese a las promesas del prior del
convento, la puerta siguió abierta durante años, hasta que intervino directamente
el Consistorio para cerrarla por su cuenta, aunque tampoco con los resultados
deseados, por lo que el asunto trasciende más de lo esperado: El señor
corregidor dijo cómo en conformidad de lo acordado había hecho tapar la puerta
de la cortina del convento de Santo Domingo y que luego cómo se había tapado
los religiosos de él la había caído y vuelto a abrir, que la Ciudad viese qué
remedio que se había de tomar; acordose que de esto se haga información y de
los daños que con dicha puerta abierta se hacen, y de lo demás necesario, y con
ello se dé cuenta a Su Majestad y señores de la Junta de Guerra de España y al
provincial de dicha orden.
Los dominicos parece que se asustan, que
toman ya en serio las amenazas del Consistorio, ya que a la semana siguiente la
puerta está cerrada: El señor D. Antonio de Jaque, a quien estaba cometido el
hacer la diligencia sobre haber abierto los religiosos del convento del señor
Santo Domingo la puerta que se había cerrado, dio cuenta cómo ya otra vez
estaba vuelta a cerrar y que habían prometido no volverla a abrir; y la Ciudad
acordó que respecto de ello se cese en las diligencias que estaba acordado se
hicieran.
Sin embargo, calmados los ánimos, la
situación vuelve a plantearse, ahora en la sesión de 8 de julio de 1651, y de
nuevo con amenazas directas: Acordose que los señores Andrés Pavón y D. Miguel
Muñoz, en nombre de la Ciudad, hablen al convento del señor Santo Domingo para
que la puerta del campo que tienen abierta tantas veces por los daños que por
allí se hacen, se le sea obligado a que la cierren ahora, la vuelvan a cerrar,
dándole a entender el que la Ciudad tomará resolución en lo susodicho y demás
de escribir al provincial de la dicha orden se dará cuenta a Su Majestad de
todo.
Estos mismos regidores, en la sesión del
24 de julio dieron cuenta de haber ido a hablar al padre, su prior, del
convento de Santo Domingo de esta ciudad en razón de que se hiciese cerrar un
postigo de la puerta de la cortina que sale al campo, y representándole los
inconvenientes que se seguían de tenerlo abierto y lo demás que por la Ciudad
se les había ordenado, y que había respondido él que el haberlo abierto había
sido para que entrasen por allí a segar la cebada que tenían sembrada en la
huerta y que ahora andaban estercolándola y que a lo más tardar dentro de
quince días la tendrían cerrada y que, no obstante lo susodicho, si la Ciudad
ordenase otra cosa la cerrarían luego. Y visto por la Ciudad, se acordó que por
los dichos quince días se suspenda el cerrarla y pasados se cierre con efecto.
Pero pasaron los 15 días y varios meses
más y la puerta seguía abierta. Así, el 21 de octubre se informa de que el
maestro de campo dijo a la Ciudad como en conformidad de los acuerdos hechos y
por lo mucho que convenía se cerrase la puerta que el convento de Santo Domingo
tiene en el cercado, habían enviado a decirle al padre prior del dicho convento
se había de cerrar la dicha puerta y que parecía lo recateaba no obstante los
acuerdos de la Ciudad, que Su Majestad estaba determinado a que hoy había de
enviar oficiales a que en efecto la cerrasen. Y visto por la Ciudad, pidió el
dicho señor corregidor lo mande obrar así y que el escribano de ayuntamiento
vaya a requerir al dicho padre prior que cerrada la dicha puerta en manera
alguna no consienta se haga y que si se obviare, la Ciudad le ha de vagar luego
el pedazo de sitio que le dio y tiene metido en la cortina y le ha de demoler
las paredes y volverse a restituir en ello. Es decir, más presión y más
amenazas, incluso concretadas en especie, en la devolución de un terreno vago
que le asignó el Ayuntamiento para ampliar la huerta que, a la postre, esta vez
sí, se selló definitivamente la puerta de la cortina del convento.
[1]
Benefactores del convento de Santo Domingo
vinculados al linaje de los Silva fueron, entre otros, Tristán de Silva y su
hijo Feliciano de Silva, el afamado escritor de libros de caballerías.
Feliciano de Silva nació en Ciudad Rodrigo
en 1492, en el seno de un importante familia. Su padre, Tristán de Silva, fue
cronista de Carlos I, además de un destacado militar
que participó en la guerra de Granada y fue regidor de Ciudad Rodrigo y, entre 1491 y 1492, alcalde de Madrid.
Feliciano de Silva estuvo en América y en Sevilla y estuvo al servicio de Diego de Deza,
a quien le dedicó su Lisuarte de Grecia,
publicado en esta ciudad en 1514.
Al igual que su padre Tristán de Silva, fue militar, y al servicio de Carlos I de España participó en las
Comunidades; el servicio al soberano también le llevó a ser corregidor de Ciudad Rodrigo.
Fallece en 1554 en Ciudad Rodrigo,
siendo enterrado en el desaparecido convento de Santo Domingo.
[2]
Jesús
Sánchez Terán, en su trabajo La
fortificación, publicado por entregas en el semanario La Voz de Miróbriga, hace una reseña histórica de la cerca del
arrabal: “En nuestro archivo municipal se
conserva un privilegio de doña María de Molina, de 23 de mayo, era de 1335,
perdonando "de su justicia a los que estaban guardando la ciudad, castillo
y arrabales". Se refiere el privilegio a la defensa de la población en la
acometida del rey de Portugal don Dionís. Y como por castillo se entendía
entonces la muralla principal, cabe pensar en que al distinguir el albalá entre
la defensa del castillo y la de los arrabales, se refiriera la guarda o defensa
de dos reductos, el principal y otro, que sólo podría ser la cerca de que nos
estamos ocupando. En ese caso, tendríamos que ya por lo menos en el año 1335 de
la era hispánica o de Augusto, 1297 de la cristiana, estaba construida la cerca
del arrabal.
“Lo
cierto es que a principios del siglo XVII sólo se conservaban algunos trozos
ruinosos de la misma. En un manuscrito del que luego daremos más datos, fechado
en 1603, hablando de "las murallas antiguas" del arrabal, se dice que
entonces se veían algunos restos junto a la iglesia de San Antón (antiguamente
de San Pablo, hoy iglesia parroquial de San Andrés) y convento de San
Francisco. Sánchez Cabañas, en su Historia
de Ciudad Rodrigo compendiada, escrita hacia 1618, edición Verdi 1861, nos
dice, refiriéndose a tales muros, que "a la parte de oriente se ven hoy
día grandes pedazos de murallas, de cuatro tapias de alto, hechas de argamasa
y guijarro, junto a la antigua parroquia
de San Pablo y cerca de la calle de los Caños".
“La
guerra de Secesión de Portugal, que comenzó a finales de 1640 y que duró
veintiocho años, en la que tan frecuentes fueron las correrías y asolamientos
de la región e incluso de las proximidades de Ciudad Rodrigo, hizo pensar, sin
duda, en la necesidad de restaurar la fortificación del arrabal de San
Francisco.
“En
nuestro archivo municipal se guarda una real provisión de 1648 mandando que el
corregidor informe al Consejo sobre repartir en treinta leguas en entorno, el
coste de la cerca de los arrabales. Y en 28 de junio de 1649 -dice Hernández
Vegas, recogiendo datos de los libros de actas municipales- "dos regidores
representan que para cerrar el arrabal faltan 140 tapias y piden que el Cabildo
acomode las 40 por los eclesiásticos". Por entonces Felipe IV dirigió una
carta al marqués de Távara sobre la cerca que se estaba haciendo en el arrabal
de San Francisco, una copia de la cual se conserva en el archivo municipal.
"Tres
años después de la fecha últimamente consignada -en 1652- se aprovechan las
ruinas de las casas de varias dehesas próximas a la ciudad, entre ellas las de
Casablanca -entonces Porra de Ortaces- y Palomar, derruidas por los portugueses,
para fortificaciones del arrabal, y en 5 de marzo de 1660 el obispo asiste al
cabildo extraordinario y dice que la ciudad deseaba fortificarse haciendo
medias lunas a la parte del arrabal, proponiendo al Cabildo que contribuya a
las obras, lo que se acuerda”.
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