La falta de
espectáculos serios que captaran la atención del público estaba repercutiendo
en la gestión del coso taurino instalado en el corral del Hospicio. Estamos en
1928 y su empresario, Jesús García Romero -de él ya hemos escrito en alguna otra ocasión-, no estaba obteniendo el rendimiento
adecuado a la inversión realizada con la organización de becerradas o la cesión
y alquiler de la plaza para distintos espectáculos. El 25 de julio, festividad
de Santiago Apóstol, se organizó el último festejo de esta nueva fase de la
plaza de toros hospiciana, como siempre construida de madera para darle un carácter
claramente provisional, ya que las iniciativas anteriores para levantar un coso
estable habían fracasado reiteradamente.
Félix Rodríguez II |
Este postrero festejo que acogió la plaza del Hospicio[1],
presidido por el concejal Amós Belmonte, contó con la participación del diestro
zamorano Félix Rodríguez Antón[2], Félix Rodríguez II, conocido
posteriormente por la ganadería que gestionó en Colombia –Fuentelapeña,
recordando su lugar de nacimiento- y Prudencio García Encinas[3], un
joven novillero de la tierra charra, estudiante de medicina en Salamanca, que
vistió por primera vez el traje de luces en Ciudad Rodrigo y que deslumbró ante
la afición[4].
No
se pudo decir lo mismo de Félix Rodríguez II, a quien se le recriminó por la
falta de “pundonor profesional” al pasar literalmente de la lidia de unos
novillos trillones, toreados y con
sumo peligro, a los que despachó en cuanto pudo, según expone el cronista en el
número 43 de Tierra Charra. Encinas,
sin embargo, encandiló al escaso público que asistió al festejo: “No se
amedrentó en la lidia del segundo eral –afirma el cronista Tamborilero-, cuando
bien claramente pudo apreciar que el bicho estaba capeado; por eso y nada más
que por eso, lo toreó de cerca y con valentía, única cosa que se podía hacer con
el marrajo, y por eso también sin duda al salir el último toro, un utrero con
arrobas y con descarada cornamenta, impropio de un tamaño de una corrida sin picadores,
le toreó de capa a la salida, dándole cuatro o seis verónicas y un ceñido
recorte, que muchos ases de la torería se verían imposibilitados de poder
imitar, sobre todo dos verónicas por el lado izquierdo, fueron de un temple, de
una suavidad y de una elegancia, que pueden calificarse de ‘esencia pura del
toreo sin trampa ni cartón’.
“Después, brindó la muerte de su enemigo a don Severino Pacheco,
comenzando su faena de muleta con el pase ‘de la muerte’; nada le amedrentó la
enorme colada que en este pase le dio
el toro, y por si acaso algún espectador no se había dado aún cuenta de lo que
con el pundonor puede llegar a
conseguir un torero, quieto y solo, seguía toreando de muleta, dando pases
perfectamente rematados, de pecho, por bajo, ayudados y de molinete; en uno de
ellos salió prendido y derribado sin consecuencias, y al ponerse de pie, recibió
una ovación justa y unánime, que se repitió al doblar el toro, a pesar de su
poca suerte al intentar el descabello, después de haberle propinado dos buenas
estocadas. Le sacaron en hombros de la plaza algunos espectadores, mientras que
los demás seguían aplaudiendo…”
La opinión pública estaba por esas fechas pendiente de una dotación
considerada fundamental para el futuro de Ciudad Rodrigo. Se estaban poniendo
las bases del proyectado instituto que comenzaría a funcionar a primeros de
octubre. El Ayuntamiento cedió la
Casa de la
Tierra y un campo para la práctica deportiva, aparte de una
subvención anual de mil pesetas para la formación de una biblioteca y para
satisfacer el sueldo del conserje y de los bedeles. Era la noticia que llenaba
espacios y que servía de comentario en los corrillos hasta que, de sopetón, los
mirobrigenses se encontraron con que no se había programado la obligada corrida
de toros para la feria de septiembre, que se había fijado para el día 6.
Los
rumores se extendieron y se centraron finalmente en un hecho objetivo: el
empresario, Jesús García Romero, había decidido desmantelar la plaza de toros y
poner a la venta el maderamen por la falta de ayuda de los sectores que más
beneficios obtienen. “Cuando esperábamos el programa de la obligada corrida de
toros de la feria –apunta la redacción de Tierra
Charra-, llegó a nuestras manos un prospecto en el que la Empresa ofrece en venta el
maderamen y materiales de nuestro coso taurino, que se propone derribar”. Y,
como dice el redactor, “huelgan los comentarios: lo que tanto costó hacer, lo
que parecía un síntoma de progreso en el desenvolvimiento de la vida industrial
de Ciudad Rodrigo, carente, y al parecer per
secula seculorum, de todo medio de defensa, se viene abajo de repente por
falta de protección y ayuda”.
Instantánea de uno de los últimos festejos taurinos celebrados en la plaza del Hospicio. Corresponde a 1928 |
Efectivamente, holgaban los comentarios a tenor de lo conocido. “Siempre
Ciudad Rodrigo, en este aspecto, será lo que quiere. Y no quiere ser nada”, se
afirma en la tribuna del citado semanario mirobrigense. “Pero no tardaremos el
comercio y la industria en reanudar la antigua melopea de lamentaciones, porque
‘hace falta dar vida y elementos de defensa a nuestras ferias’. Es, bajo todos
los aspectos, un paso atrás el conjunto de lamentables coincidencias ocurrido
en la pasada feria”.
La plaza fue desmantelada[5] y, en
base al acuerdo de cesión de los terrenos del Hospicio, la Diputación ejerce su
derecho y exige al Ayuntamiento la devolución de todas las dependencias,
incluida la cortina en que se levantó el coso taurino. Y lo hace tras la visita
que el 10 de junio de 1929 realizó a Ciudad Rodrigo Nicolás Rodríguez Aniceto,
presidente de Corporación provincial, acompañado de dos diputados, con el
objetivo de estudiar la creación de un centro de beneficencia en el edificio
del Hospicio.
La disposición tiene fecha de 17 de junio y llegó a conocimiento del
Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo el 21 de dicho mes. El escrito es breve, lo
necesario para decir que “los locales de la Casa-Cuna de esa ciudad
que fueron cedidos para plaza de toros, se pongan a disposición de esta
Diputación Provincial”. Lógicamente, el Consistorio traslada este acuerdo a
Jesús García Romero, quien disfrutaba de los terrenos aludidos: “Para
cumplimentar lo acordado –dice el escrito municipal, de fecha 27 de junio-, se
servirá Vd. entregar en esta Alcaldía las llaves que obran en su poder de las
puertas de acceso a referidos locales, desalojándolos previamente de los
objetos que guarden de la pertenencia de Vd.”.
Era el colofón esperado a una idea que fraguó en distintos momentos, pero
no con la resistencia necesaria para su continuidad. La plaza de toros del
Hospicio existió, sí, pero pareció siempre un fantasma que aparecía y
desaparecía en virtud de la inquietud de unos cuantos quijotes que vislumbraron
en su proyección una salida para las calamidades y penurias que atenazaban a la
población mirobrigense, casi siempre actuando con la indiferencia de la
sociedad y de sus representantes, que nunca, salvo las lógicas excepciones, ofreció la colaboración necesaria.
Fueron casi 60 años de inquietud por establecer una plaza de toros en
Ciudad Rodrigo, iniciadas en 1871. No se consiguió. Para ello habría que esperar hasta la década
de los años 70 del pasado siglo[6],
cuando por fin se levantó una plaza estable a las afueras de la localidad mirobrigense,
en las antiguas huertas del desaparecido convento de Santa Cruz. Y también,
siguiendo la tradición, por iniciativa privada y con las consecuencias conocidas por todos.
[1] La
autorización gubernativa fue concedida por oficio fechado el 17 de julio. En el
cartel promocional se apunta que se lidiarán cuatro novillos, dos erales y dos
utreros, “procedentes de la ganadería de don Fermín Sánchez, de Gansinos, hoy
propiedad de don Eloy Sierra, de San Román”, para los diestros Félix Rodríguez
II y García Encinas, actuando como sobresaliente el novillero salmantino
Fernando Martín, Guerrero –estaba
apoderado por el mirobrigense Antonio Salicio, Pacomio- y como banderilleros Fernando Gómez, Loquillo; José Zamarreño, Gordito;
Tomás García, Andalucé; y el
susodicho Fernando Martín.
[2]
Matador de toros y ganadero natural de Fuentelapeña (Zamora). Tomó la
alternativa en su ciudad natal el 9 de septiembre de 1932, actuando como
padrino Manuel Jiménez, Chicuelo II,
y con toros de la ganadería de Alipio Pérez Tabernero Sanchón. Félix Rodríguez
falleció en Medellín (Colombia) el 1 de octubre de 1986. Tenía en las
estribaciones del Nevado del Ruiz una ganadería de lidia llamada Fuentelapeña
en honor al pueblo zamorano donde había nacido.
[3] Unas
curiosas notas de este joven novillero la encontramos en El Heraldo de Madrid del 12 de julio de 1928: “¿Otro fenómeno? De
estudiante de Medicina a matador de novillos. En la Universidad de Salamanca
había un estudiante de Medicina que dedicaba más atención a la lidia de reses
que a los libros. Más de una vez faltó a clase por tomar parte en algún
tentadero o presenciar las corridas que se celebraban en los pueblos de la
provincia. Inútilmente pretendieron corregir esta afición los parientes del
joven estudiante. Pusieron en práctica todos los medios persuasivos, pero
García Encinas –nombre de guerra del nuevo torero- hizo caso omiso de
advertencias y de reconvenciones. Olvidaba la Anatomía , pero, en
cambio, se perfeccionaba en el lance a la verónica y en el muletazo al natural.
Y comprendiendo que no hay forma de hacerle abandonar el camino voluntariamente
emprendido, parecen dispuestos a que el nuevo lidiador demuestre ante los
públicos su arte depurado; porque, según afirman quienes le han visto torear,
García Encinas es un estilista. Tanto, que solo puede comparársele con ese
diestro, que siendo el ídolo de los públicos, se resiste a torear. García
Encinas, el nuevo fenómeno tauromáquico, según sus paisanos, se presentará ante
la afición de Ciudad Rodrigo el día 25 del corriente, lidiando, en unión de
Félix Rodríguez II, cuatro novillos de D. Francisco Rodríguez Pacheco”.
[4] El Heraldo de Madrid, en su edición del
26 de julio, se hace eco del triunfo de este incipiente novillero: “Debut del
estudiante García Encinas. Ciudad Rodrigo, 26. Con gran expectación se celebró
la novillada, en la que hizo su debut como torero profesional el estudiante Sr.
García Encinas, hijo de una acaudalada familia de Salamanca. El ganado, de
Eladio Sierra, resultó manso, por lo que el público protestó. Félix Rodríguez
II escuchó palmas en el primero y estuvo regular en el otro. García Encinas
toreó a su primero con varias verónicas superiores, que se ovacionaron. Hizo
una gran faena de franco dominio y mató de un pinchazo y una estocada,
escuchando muchas palmas. En el otro, después de haber escuchado una ovación
estruendosa por su manera admirable de veroniquear, brindó la muerte al
ganadero Sr. Pacheco. Realizó una estupenda faena con pases por alto, pecho,
firma, naturales, etc., sonando la música en su honor. Mató de un pinchazo y
una estocada y varios intentos de descabello. (Ovación, petición de oreja y
salida en hombros). El debut de García Encinas ha producido excelente
impresión”.
[5] En el
número 91 del semanario Tierra Charra,
correspondiente al 30 de junio de 1929, ya se evidencia la desaparición de la
plaza de toros, solar que se ha destinado a la práctica deportiva: “Se ha
inaugurado el nuevo campo de deportes de la Cultural Mirobrigense
en los corrales del Hospicio, donde
estuvo la plaza de toros”.
[6] Se
inauguró el día 26 de mayo de 1970 con una corrida de Alejandro Pérez Tabernero
–Sepúlveda de Yeltes- para Santiago Martín, el
Viti, José Luis Parada y Curro Vázquez. Una pobre entrada, como la de la
novillada que se celebró al día siguiente –con la participación de Blas Romero,
el Platanito, según anunciaba la Hoja Oficial del Lunes-, ya marcaba el fracaso de
esta empresa, que, después de la gerencia de Segundo Arana, la plaza fue
vendida en 1977 al diestro Pedro Martínez Pedrés.
La
promoción de este coso taurino fue realizada por los hermanos Paulino y Marcos
Vicente Sevillano, propietarios de la finca Hurtada, en Villar de Argañán.
Encargan la redacción del proyecto al arquitecto Miguel Ángel Leal, que es
presentado en el Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo el 17 de junio de 1969. El coso
tiene un diámetro de 45
metros . El presupuesto de ejecución de obra estimada fue
de casi cinco millones de pesetas, en concreto 4.971.705 pesetas.
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