“Que los
habitantes de Miróbriga a todo nos brindamos, o que lo mismo hacemos a pelo que
a pluma, lo indicará el relato de las fiestas del 8 de este mes”. No era
febrero, en donde el Carnaval se desarrolló entre los días 4 y 6, sino
septiembre y se refería, lógicamente, a los actos programados con motivo de la
celebración de Nuestra Señora de la Peña de Francia; un programa denso e
intenso al que nos referiremos más adelante. Porque en esto de las fiestas,
como en todo, el orden impera. Y los mirobrigenses tienen la sana costumbre de
cumplir con las tradiciones, aunque, como ocurrió en 1883, las celebraciones
casi se solapen con el antruejo, pero sin perder habitualmente su identidad y
protagonismo pese a que se constaten ciertos altibajos asistenciales.
Acuarela taurina de Carlos García Medina |
Ocurrió con la festividad de San
Antonio Abad, santo que abrió y abre el calendario festivo mirobrigense el 17 de
enero en la parroquial de San Andrés. “Mucho va perdiendo esta función de su
antiguo esplendor y pompa”, refería y lamentaba el corresponsal de El Fomento en Ciudad Rodrigo, vaticinando que quedaría “en
breve reducida a una simple solemnidad religiosa”. Además, se añadió que el
“viento soplaba de un modo nada apacible y el frío penetraba hasta la médula de
los huesos”, una climatología que, sin embargo, no mermó la devoción a San
Antón: “No dejó de ser considerable el número de personas de todas las clases
que visitaron al santo”, señalaba el citado periódico salmantino. No obstante,
siempre hay algunos que ponen la nota negativa en estas celebraciones al
excederse en la celebración y entender la jornada como “día de expansión”. Eso
hicieron “tres sujetos que, por cuestión de faldas, se dieron de palos, resultando
de la contienda uno de ellos con cinco heridas en la cabeza. Los otros dos
están a buen resguardo por disposición de la autoridad competente" [1].
Eran vísperas de Carnaval y ya
imperaba ese ambiente característico entre los mirobrigenses, ávidos todavía
por afrontar con el excelente ánimo acostumbrado el resto de escalones festivos
que enfilan al rellano del antruejo. Aunque por medio estaban San Sebastián y
San Blas –Santa Águeda cayó en Lunes de Carnaval, lo que no fue óbice para
adelantar su celebración-, ya se empezaban a conocer aspectos organizativos de
las carnestolendas. De hecho, y no podía ser de otra manera, “merced a la
aproximación del Carnaval es mucha la animación que reina en los jóvenes y
personas de buen humor. Se proyectan varias comparsas de máscaras para los días
20 y domingos siguientes”, se apuntaba en El
Fomento el 22 de enero, aunque la crónica estaba datada el 16. De hecho,
los bailes de máscaras ya habían tenido su calentamiento con los celebrados
días antes en los salones del Círculo de la Armonía y de El Iris, pero “se
vieron algo fríos debido a que los bailes de disfraz suelen dar principio o el
20 de este mes o el 3 del próximo, según que se acerque más o menos el Domingo
de Quincuagésima”, es decir, el Domingo de Carnaval.
Antes de la festividad de San
Sebastián ya se comentaba que el Ayuntamiento tenía cerrada la contratación de
las tres corridas de novillos de las carnestolendas, lo que, como siempre
ocurre, sirve de “pasto común a las hablillas del vulgo”. Por otro lado, sigue
refiriendo el corresponsal de El Fomento,
“el año pasado, además de los muchos aficionados de las cercanías y de la
ciudad, a complacer al público vinieron tres madrileños que torearon y parchearon
por lo fino, según carta por ellos escrita a la localidad. Parece ser que
volverán este año, con cuyo motivo se cierne por algunos jóvenes el proyecto de
lidiar toretes en los días primero y tercero de Carnaval. De cuajar el plan,
lucirán sus habilidades en el arte taurino cuatro o cinco pollos mirobrigenses
harto versados e instruidos en el citado arte”.
Grabado de la Virgen de la Peña de Francia |
Llega San Sebastián, el santo al que
los mirobrigenses tienen una contrastada devoción. Sale una jornada soleada,
primaveral, que provoca unos comentarios ‘bucólico-pastoriles’ en el redactor
del citado diario salmantino, nutridos sin duda en la nítida visión que favorece
el día y que no se resiste a describir: “Es un panorama sorprendente el que
ofrece esta campaña en uno de esos días sin nubes. En lontananza, desafiando al
cielo y como ocultándose en su bóveda, se vislumbran las sierras de Francia y
Béjar alfombradas de nieve; adornados de un modo igual se destacan más acá
algunos pinachos de las Hurdes. A mayor distancia que estos se dibujan los de
la Sierra de Gata que ofrecen con frecuencia idéntico aspecto; allá lejos, muy
lejos, como escapando de la vista se ven otras de Portugal. Aquí y allí se ven
un sinnúmero de pueblos erigidos dentro del área de una circunferencia cuyo
radio es de tres a cuatros leguas; las dehesas cercanas con sus montes y casas;
los viñedos, quintas y huertas salpicadas a pocos pasos; el Águeda, que a
serpentear comienza a algunas leguas y se desliza casi lamiendo los muros de
esta vetusta plaza. Sus frondosas alamedas y regulares paseos, son objetos que
dan un tono muy subido a este magnífico cuadro. Junto a tal lienzo y con tan
apetecible día no es de admirar que la procesión de San Sebastián [se
desarrollara] con la solemnidad y aparato con que se llevó a cabo”. Es la única
referencia que el corresponsal en Ciudad Rodrigo ofrece de la celebración
matinal, porque por la tarde sí refiere que se celebró el “tradicional baile de
tamboril”, en donde “muchas jóvenes y niñas lucieron costosos y vistosos trajes
de charra”. Además, como preludio de los bailes nocturnos celebrados en los
salones de El Iris, Círculo de la Armonía, Sociedad de Artesanos y La Panera
–todos “muy animados”-, el Paseo de la Glorieta fue el escenario elegido por
una comparsa de máscaras cuyos integrantes “pululaban cual mariposas luciendo
sus variados disfraces”[2].
No pudo celebrarse la festividad de
Santa Águeda en su fecha. Su coincidencia con el Lunes de Carnaval obligó a
adelantar la fiesta al domingo 28 de enero. Amaneció un apacible día para que
los parroquianos de Santa Marina y San Pedro asistieran a las celebraciones
religiosas. Después, “como la tarde convidaba y se hablaba de vacas (que no
llegó a haber) sobre el [Arrabal del] Puente se desplomaron los habitantes de
la ciudad y del Arrabal de San Francisco”. Es hablar de cuernos, ya sean toros,
novillos o vacas, y en un santiamén, por si acaso, se movilizan los
mirobrigenses, más si el Carnaval estaba a la vuelta de la esquina. Y ya
puestos, aunque sin vacas, la “animación fue grande”, sobre todo porque una
“numerosa comparsa de máscaras recorrió las calles más céntricas de la
población al compás de variadas marchas ejecutadas por la banda de música que
dirige el Sr. Romo[3], y en la era del Puente
sentó sus reales, danzando y bailando al acorde de los instrumentos”[4] hasta
que llegó la hora de asistir a los bailes en los acostumbrados salones
mirobrigenses, todos ellos, como siempre parecía suceder, “muy concurridos”.
La animación era evidente, casi
frenética. Se estaba en vísperas del antruejo y no había otra cosa que no
trocase en fiesta, en baile, en mascarada. Por entonces, a 2 de febrero, ya había
concluido el cierre del coso taurino y “llega casi a su fin el arreglo de
tendidos que apresuran los carpinteros por disfrutar de la romería de San
Blas”. Sin embargo, el tiempo no acompañó en la jornada festiva, por lo que “ha
sido muy escaso el número de romeros”, lamentaba el corresponsal del citado
diario salmantino, al tiempo que añoraba el espectáculo que supone la
celebración cuando se suma la bonanza meteorológica: “No deja de ser pintoresco
–afirma el colaborador periodístico- el cuadro que ofrece la pradera próxima al
convento: con sus melodías de música alegra el aire y a los compases de aquella
baila la gente joven. Allí, el baile de tamboril; aquí, uno, otro y un
sinnúmero de grupos risueños comensales que en santa paz despachan sus viandas
y beben sendos tragos; más allá, una bulliciosa familia que danza al acorde de
guitarras; en otra parte, gente sin penas que retoza al golpeo de un pandero; y
por doquier, mil y mil curiosos que recorren el recinto” [del exconvento de La
Caridad]. Y como norma, “pasa el día sin tener que lamentar suceso alguno
desagradable; todo el mundo goza y se divierte. Hay quien se divierte, hay
quien se alegra bebiendo y más de uno suele venir acompañado”.
Con tanto preludio festivo,
pareciera inalcanzable el Carnaval. Todo llega y si el tiempo acompaña, mucho
mejor: “Con un cielo completamente despejado y una temperatura agradable
pasaron los tres días de Carnaval sin que suceso alguno y desagradable empañara
la cordura y sensatez de este pueblo”, señala en una crónica tardía –esta fechada
el 15 de febrero- el corresponsal de El
Fomento.
Pocos detalles se ofrecen del
desarrollo del antruejo taurino: “No dejaron de satisfacer al público las
novilladas celebradas, mereciendo mil plácemes Antonio H[ernández], el Mosco, vecino del Arrabal del Puente,
por el ganado tan bravo y pujante que presentó en la última. De los tres
aficionados madrileños, lucieron dos sus habilidades en el toreo”. Y eso es
todo, porque después se aborda, también en crónica telegráfica, otras actividades
carnavalescas: “Los bailes de máscaras celebrados durante las tres noches estuvieron
animadísimos, abundando la variedad y elegancia de trajes”.
Resumiendo, “el Carnaval algo frío,
teniendo en cuenta la efervescencia y animación de otros años”, rematándose el
antruejo con el tradicional baile de piñata en los distintos salones de la
localidad y que, por no romper la costumbre, también resultaron “muy concurridos”[5].
De fiesta en fiesta, porque en
Carnaval no se cierra el capítulo de celebraciones en Ciudad Rodrigo.
Recordamos al recurrente corresponsal de El
Fomento al afirmar con todas las consecuencias que los mirobrigenses “lo
mismo hacemos a pelo que a pluma”, da igual una cosa que otra... en materia
festiva. Y si se trata de toros ajenos al Carnaval, algunos rodericenses se han
embarcado en la construcción de un coso taurino que se pretendía, dentro de su
provisionalidad por los materiales utilizados en su construcción, que fuera
estable. Se construye en las cortinas del Hospicio[6] y ya
es operativo para las ferias de mayo y agosto de 1883. Además, la plaza se
aprovecha para ofrecer puntuales corridas de novillos y complementar cualquier
otra fiesta establecida o que se promueva, caso de lo sucedido en la
programación de la festividad de la Virgen de la Peña de Francia.
Es notoria la devoción que tienen
los mirobrigenses por esta advocación mariana, por lo que no sorprende que “el
templo de la parroquia de San Andrés era pequeño para cobijar bajos sus bóvedas
a los fieles asistentes a la solemne misa y sermón que en honor a la Santísima
Virgen se celebraron en la mañana de este día”, señala El Fomento. Porque la tarde, en principio, estaba reservada a la otra
devoción de los rodericenses: “A las cuatro de la tarde dio principio en la
plaza de toros la novillada anunciada a beneficio del Hospital...” Y resultó
propia de una mascarada carnavalesca: “No diré que la función resultó un
camelo. Llámolo así porque el público esperaba otra cosa, ni tampoco que alguno
de los jóvenes aficionados tuvieron el capricho de lucir sus habilidades
midiendo el ruedo con sus espaldas. Procuraré ocultar que el torete de los
carteles tuvo la humorada de disfrazarse de becerro, muy bravo a fe, y que a
los picadores de tanda intentó topar varias veces. Omitiré que entre tres de
los toreros le colgaron tres palos ¿en su sitio? No, dónde y cómo pudieron,
huyendo siempre el bulto. Últimamente renuncio a decir que el espada trabajó a ley,
pero dejándolo por imposible, y que la inocente víctima despiadadamente
martirizada salió de la plaza por disposición de la presidencia para morir de
vergüenza, de desazón o... de una puñalada creo, lejos, muy lejos de aquel
lugar en que creyó ser sacrificada con honra. La banda de música fue lo mejor
de la tarde”. Lastimoso espectáculo el que describe el corresponsal de El Fomento en la crónica del 18 de
septiembre.
El prestidigitador Carl Hermann |
Abandonando el paréntesis taurino,
los mirobrigenses siguieron con la celebración de Nuestra Señora de la Peña de
Francia. De la plaza a La Florida, y desde aquí a cumplir con el precepto
religioso de asistir a la procesión, ya casi en el crepúsculo vespertino.
Estuvo animada, como es costumbre, y llamó la atención la “variadísima iluminación
de las calles del Arrabal de San Francisco que recorrió nuestra madre la
Virgen”.
Casi con simultaneidad, cuando “aún
resonaban en el espacio las plegarias que la candorosa infancia dedicara a la
Virgen María”, abrió sus puertas el Teatro Principal para “dar albergue a un
público muy crecido y deseoso de ver los juegos y cuadros del nigromántico,
prestidigitador y escamoteador Hermann[7]
(hijo), que por primera vez se exhibía en esta ciudad”[8].
Se pregunta el corresponsal de El Fomento: “¿Tenía razón al manifestar
nuestra disposición? El templo lleno, llena la plaza y el teatro lleno”. Lo
dicho, a pelo y pluma.
[1] El Fomento, número del 29 de enero.
[2]
Ibídem, número del 29 de enero.
[3] Se
trata del músico militar mirobrigense Tomás Romo Hernández.
[4]
Ibídem, número del 10 de febrero.
[5]
Ibídem, número del 18 de febrero.
[6] Cfr.
MUÑOZ GARZÓN, Juan Tomás. Toros en Ciudad
Rodrigo. La plaza del Hospicio...
[7] Puede
tratarse de Carl Herrmann, el primogénito de los 16 hijos que tuvieron Samuel y
Annah Sarah Herrmann. De origen alemán, estaban asentados en Francis y formaron
una compañía que desarrolló sus espectáculos por todo el mundo. Esta
considerada la primera saga de magos.
[8]
Ibídem, número del 18 de septiembre.
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