lunes, 19 de enero de 2015

A pelo y a pluma: la devoción festiva de los mirobrigenses en 1883

“Que los habitantes de Miróbriga a todo nos brindamos, o que lo mismo hacemos a pelo que a pluma, lo indicará el relato de las fiestas del 8 de este mes”. No era febrero, en donde el Carnaval se desarrolló entre los días 4 y 6, sino septiembre y se refería, lógicamente, a los actos programados con motivo de la celebración de Nuestra Señora de la Peña de Francia; un programa denso e intenso al que nos referiremos más adelante. Porque en esto de las fiestas, como en todo, el orden impera. Y los mirobrigenses tienen la sana costumbre de cumplir con las tradiciones, aunque, como ocurrió en 1883, las celebraciones casi se solapen con el antruejo, pero sin perder habitualmente su identidad y protagonismo pese a que se constaten ciertos altibajos asistenciales.

Acuarela taurina de Carlos García Medina
     Ocurrió con la festividad de San Antonio Abad, santo que abrió y abre el calendario festivo mirobrigense el 17 de enero en la parroquial de San Andrés. “Mucho va perdiendo esta función de su antiguo esplendor y pompa”, refería y lamentaba el corresponsal de El Fomento en Ciudad Rodrigo, vaticinando que quedaría “en breve reducida a una simple solemnidad religiosa”. Además, se añadió que el “viento soplaba de un modo nada apacible y el frío penetraba hasta la médula de los huesos”, una climatología que, sin embargo, no mermó la devoción a San Antón: “No dejó de ser considerable el número de personas de todas las clases que visitaron al santo”, señalaba el citado periódico salmantino. No obstante, siempre hay algunos que ponen la nota negativa en estas celebraciones al excederse en la celebración y entender la jornada como “día de expansión”. Eso hicieron “tres sujetos que, por cuestión de faldas, se dieron de palos, resultando de la contienda uno de ellos con cinco heridas en la cabeza. Los otros dos están a buen resguardo por disposición de la autoridad competente" [1].
            Eran vísperas de Carnaval y ya imperaba ese ambiente característico entre los mirobrigenses, ávidos todavía por afrontar con el excelente ánimo acostumbrado el resto de escalones festivos que enfilan al rellano del antruejo. Aunque por medio estaban San Sebastián y San Blas –Santa Águeda cayó en Lunes de Carnaval, lo que no fue óbice para adelantar su celebración-, ya se empezaban a conocer aspectos organizativos de las carnestolendas. De hecho, y no podía ser de otra manera, “merced a la aproximación del Carnaval es mucha la animación que reina en los jóvenes y personas de buen humor. Se proyectan varias comparsas de máscaras para los días 20 y domingos siguientes”, se apuntaba en El Fomento el 22 de enero, aunque la crónica estaba datada el 16. De hecho, los bailes de máscaras ya habían tenido su calentamiento con los celebrados días antes en los salones del Círculo de la Armonía y de El Iris, pero “se vieron algo fríos debido a que los bailes de disfraz suelen dar principio o el 20 de este mes o el 3 del próximo, según que se acerque más o menos el Domingo de Quincuagésima”, es decir, el Domingo de Carnaval.
            Antes de la festividad de San Sebastián ya se comentaba que el Ayuntamiento tenía cerrada la contratación de las tres corridas de novillos de las carnestolendas, lo que, como siempre ocurre, sirve de “pasto común a las hablillas del vulgo”. Por otro lado, sigue refiriendo el corresponsal de El Fomento, “el año pasado, además de los muchos aficionados de las cercanías y de la ciudad, a complacer al público vinieron tres madrileños que torearon y parchearon por lo fino, según carta por ellos escrita a la localidad. Parece ser que volverán este año, con cuyo motivo se cierne por algunos jóvenes el proyecto de lidiar toretes en los días primero y tercero de Carnaval. De cuajar el plan, lucirán sus habilidades en el arte taurino cuatro o cinco pollos mirobrigenses harto versados e instruidos en el citado arte”.
Grabado de la Virgen de la Peña de Francia
            Llega San Sebastián, el santo al que los mirobrigenses tienen una contrastada devoción. Sale una jornada soleada, primaveral, que provoca unos comentarios ‘bucólico-pastoriles’ en el redactor del citado diario salmantino, nutridos sin duda en la nítida visión que favorece el día y que no se resiste a describir: “Es un panorama sorprendente el que ofrece esta campaña en uno de esos días sin nubes. En lontananza, desafiando al cielo y como ocultándose en su bóveda, se vislumbran las sierras de Francia y Béjar alfombradas de nieve; adornados de un modo igual se destacan más acá algunos pinachos de las Hurdes. A mayor distancia que estos se dibujan los de la Sierra de Gata que ofrecen con frecuencia idéntico aspecto; allá lejos, muy lejos, como escapando de la vista se ven otras de Portugal. Aquí y allí se ven un sinnúmero de pueblos erigidos dentro del área de una circunferencia cuyo radio es de tres a cuatros leguas; las dehesas cercanas con sus montes y casas; los viñedos, quintas y huertas salpicadas a pocos pasos; el Águeda, que a serpentear comienza a algunas leguas y se desliza casi lamiendo los muros de esta vetusta plaza. Sus frondosas alamedas y regulares paseos, son objetos que dan un tono muy subido a este magnífico cuadro. Junto a tal lienzo y con tan apetecible día no es de admirar que la procesión de San Sebastián [se desarrollara] con la solemnidad y aparato con que se llevó a cabo”. Es la única referencia que el corresponsal en Ciudad Rodrigo ofrece de la celebración matinal, porque por la tarde sí refiere que se celebró el “tradicional baile de tamboril”, en donde “muchas jóvenes y niñas lucieron costosos y vistosos trajes de charra”. Además, como preludio de los bailes nocturnos celebrados en los salones de El Iris, Círculo de la Armonía, Sociedad de Artesanos y La Panera –todos “muy animados”-, el Paseo de la Glorieta fue el escenario elegido por una comparsa de máscaras cuyos integrantes “pululaban cual mariposas luciendo sus variados disfraces”[2].
            No pudo celebrarse la festividad de Santa Águeda en su fecha. Su coincidencia con el Lunes de Carnaval obligó a adelantar la fiesta al domingo 28 de enero. Amaneció un apacible día para que los parroquianos de Santa Marina y San Pedro asistieran a las celebraciones religiosas. Después, “como la tarde convidaba y se hablaba de vacas (que no llegó a haber) sobre el [Arrabal del] Puente se desplomaron los habitantes de la ciudad y del Arrabal de San Francisco”. Es hablar de cuernos, ya sean toros, novillos o vacas, y en un santiamén, por si acaso, se movilizan los mirobrigenses, más si el Carnaval estaba a la vuelta de la esquina. Y ya puestos, aunque sin vacas, la “animación fue grande”, sobre todo porque una “numerosa comparsa de máscaras recorrió las calles más céntricas de la población al compás de variadas marchas ejecutadas por la banda de música que dirige el Sr. Romo[3], y en la era del Puente sentó sus reales, danzando y bailando al acorde de los instrumentos”[4] hasta que llegó la hora de asistir a los bailes en los acostumbrados salones mirobrigenses, todos ellos, como siempre parecía suceder, “muy concurridos”.
            La animación era evidente, casi frenética. Se estaba en vísperas del antruejo y no había otra cosa que no trocase en fiesta, en baile, en mascarada. Por entonces, a 2 de febrero, ya había concluido el cierre del coso taurino y “llega casi a su fin el arreglo de tendidos que apresuran los carpinteros por disfrutar de la romería de San Blas”. Sin embargo, el tiempo no acompañó en la jornada festiva, por lo que “ha sido muy escaso el número de romeros”, lamentaba el corresponsal del citado diario salmantino, al tiempo que añoraba el espectáculo que supone la celebración cuando se suma la bonanza meteorológica: “No deja de ser pintoresco –afirma el colaborador periodístico- el cuadro que ofrece la pradera próxima al convento: con sus melodías de música alegra el aire y a los compases de aquella baila la gente joven. Allí, el baile de tamboril; aquí, uno, otro y un sinnúmero de grupos risueños comensales que en santa paz despachan sus viandas y beben sendos tragos; más allá, una bulliciosa familia que danza al acorde de guitarras; en otra parte, gente sin penas que retoza al golpeo de un pandero; y por doquier, mil y mil curiosos que recorren el recinto” [del exconvento de La Caridad]. Y como norma, “pasa el día sin tener que lamentar suceso alguno desagradable; todo el mundo goza y se divierte. Hay quien se divierte, hay quien se alegra bebiendo y más de uno suele venir acompañado”.
            Con tanto preludio festivo, pareciera inalcanzable el Carnaval. Todo llega y si el tiempo acompaña, mucho mejor: “Con un cielo completamente despejado y una temperatura agradable pasaron los tres días de Carnaval sin que suceso alguno y desagradable empañara la cordura y sensatez de este pueblo”, señala en una crónica tardía –esta fechada el 15 de febrero- el corresponsal de El Fomento.
            Pocos detalles se ofrecen del desarrollo del antruejo taurino: “No dejaron de satisfacer al público las novilladas celebradas, mereciendo mil plácemes Antonio H[ernández], el Mosco, vecino del Arrabal del Puente, por el ganado tan bravo y pujante que presentó en la última. De los tres aficionados madrileños, lucieron dos sus habilidades en el toreo”. Y eso es todo, porque después se aborda, también en crónica telegráfica, otras actividades carnavalescas: “Los bailes de máscaras celebrados durante las tres noches estuvieron animadísimos, abundando la variedad y elegancia de trajes”.
            Resumiendo, “el Carnaval algo frío, teniendo en cuenta la efervescencia y animación de otros años”, rematándose el antruejo con el tradicional baile de piñata en los distintos salones de la localidad y que, por no romper la costumbre, también resultaron “muy concurridos”[5].
            De fiesta en fiesta, porque en Carnaval no se cierra el capítulo de celebraciones en Ciudad Rodrigo. Recordamos al recurrente corresponsal de El Fomento al afirmar con todas las consecuencias que los mirobrigenses “lo mismo hacemos a pelo que a pluma”, da igual una cosa que otra... en materia festiva. Y si se trata de toros ajenos al Carnaval, algunos rodericenses se han embarcado en la construcción de un coso taurino que se pretendía, dentro de su provisionalidad por los materiales utilizados en su construcción, que fuera estable. Se construye en las cortinas del Hospicio[6] y ya es operativo para las ferias de mayo y agosto de 1883. Además, la plaza se aprovecha para ofrecer puntuales corridas de novillos y complementar cualquier otra fiesta establecida o que se promueva, caso de lo sucedido en la programación de la festividad de la Virgen de la Peña de Francia.
            Es notoria la devoción que tienen los mirobrigenses por esta advocación mariana, por lo que no sorprende que “el templo de la parroquia de San Andrés era pequeño para cobijar bajos sus bóvedas a los fieles asistentes a la solemne misa y sermón que en honor a la Santísima Virgen se celebraron en la mañana de este día”, señala El Fomento. Porque la tarde, en principio, estaba reservada a la otra devoción de los rodericenses: “A las cuatro de la tarde dio principio en la plaza de toros la novillada anunciada a beneficio del Hospital...” Y resultó propia de una mascarada carnavalesca: “No diré que la función resultó un camelo. Llámolo así porque el público esperaba otra cosa, ni tampoco que alguno de los jóvenes aficionados tuvieron el capricho de lucir sus habilidades midiendo el ruedo con sus espaldas. Procuraré ocultar que el torete de los carteles tuvo la humorada de disfrazarse de becerro, muy bravo a fe, y que a los picadores de tanda intentó topar varias veces. Omitiré que entre tres de los toreros le colgaron tres palos ¿en su sitio? No, dónde y cómo pudieron, huyendo siempre el bulto. Últimamente renuncio a decir que el espada trabajó a ley, pero dejándolo por imposible, y que la inocente víctima despiadadamente martirizada salió de la plaza por disposición de la presidencia para morir de vergüenza, de desazón o... de una puñalada creo, lejos, muy lejos de aquel lugar en que creyó ser sacrificada con honra. La banda de música fue lo mejor de la tarde”. Lastimoso espectáculo el que describe el corresponsal de El Fomento en la crónica del 18 de septiembre.
El prestidigitador Carl Hermann
            Abandonando el paréntesis taurino, los mirobrigenses siguieron con la celebración de Nuestra Señora de la Peña de Francia. De la plaza a La Florida, y desde aquí a cumplir con el precepto religioso de asistir a la procesión, ya casi en el crepúsculo vespertino. Estuvo animada, como es costumbre, y llamó la atención la “variadísima iluminación de las calles del Arrabal de San Francisco que recorrió nuestra madre la Virgen”.
            Casi con simultaneidad, cuando “aún resonaban en el espacio las plegarias que la candorosa infancia dedicara a la Virgen María”, abrió sus puertas el Teatro Principal para “dar albergue a un público muy crecido y deseoso de ver los juegos y cuadros del nigromántico, prestidigitador y escamoteador Hermann[7] (hijo), que por primera vez se exhibía en esta ciudad”[8].
            Se pregunta el corresponsal de El Fomento: “¿Tenía razón al manifestar nuestra disposición? El templo lleno, llena la plaza y el teatro lleno”. Lo dicho, a pelo y pluma.


[1] El Fomento, número del 29 de enero.
[2] Ibídem, número del 29 de enero.
[3] Se trata del músico militar mirobrigense Tomás Romo Hernández.
[4] Ibídem, número del 10 de febrero.
[5] Ibídem, número del 18 de febrero.
[6] Cfr. MUÑOZ GARZÓN, Juan Tomás. Toros en Ciudad Rodrigo. La plaza del Hospicio...
[7] Puede tratarse de Carl Herrmann, el primogénito de los 16 hijos que tuvieron Samuel y Annah Sarah Herrmann. De origen alemán, estaban asentados en Francis y formaron una compañía que desarrolló sus espectáculos por todo el mundo. Esta considerada la primera saga de magos.
[8] Ibídem, número del 18 de septiembre.

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