Llevo unos días un tanto trágico -muertos por el hundimiento del coro en la iglesia de Sahelices, el crimen del cabrero en el Carnaval de 1912...-. Metidos en harina y para cerrar esta primera trilogía luctuosa, quiero recordar otra tragedia que sacudió a los mirobrigenses en 1928 y que ocasionó la muerte de tres niñas, con edades comprendidas entre los siete y 12 años, al caerles encima una de las campanas de la espadaña de la iglesia de San Pedro-San Isidoro cuando estaban procesionando en torno al templo aquel Domingo de Ramos.
Iglesia de San Pedro-San Isidoro |
La noticia, como no podía ser de otra forma, fue ampliamente recogida en los medios de comunicación. No hace falta decir que la prensa local, en esta ocasión el semanario en boga en aquel momento -Tierra Charra-, dedicó distintas páginas en varios números para relatar lo sucedido, analizar lo que pasó y, de paso, rendir un homenaje a las víctimas.
Ciertamente los hechos sobrecogieron el ánimo de los mirobrigenses durante bastante tiempo. La forma en que se produjo la tragedia, el impacto que ocasionó a quienes la presenciaron, la asistencia de los padres de las víctimas en la misma procesión... Fueron ingredientes que todavía, al releer el suceso, erizan el vello.
Eludo glosar más la noticia. Les dejo con lo que al respecto publicó el citado semanario rodericense:
La placidez de la vida local ha
sido trágicamente interrumpida con un sangriento y fatal suceso, que ha
sembrado la consternación y el dolor entre el pacífico vecindario mirobrigense.
La magnitud de
la tragedia ha sido tan enorme, que, aun ahora, después de transcurridos ocho
días, sigue siendo el tema obligado de las conversaciones.
La desgracia
se ha ensañado cruelmente en tres familias, que, en terrible transición, vieron
trocada la paz de sus hogares en la más espantosa y torturante angustia.
Quiera Dios
darles toda la resignación que han menester para soportar el peso de tanta
tragedia, y sírvales de lenitivo en su dolor la unánime condolencia de todo el
vecindario, que ha sentido hondamente lo ocurrido y ha tenido para las familias
de las víctimas frases de consuelo y sincera participación en su pesar.
Siguiendo la
tradicional costumbre de otros años, el domingo pasado se celebraba en la
iglesia parroquial de San Isidoro la fiesta de los Ramos, con la solemnidad que
el celoso párroco don Isidoro López, acostumbra a continuar las más
tradicionales y típicas ceremonias de esta antigua parroquia, conocida más
vulgarmente por iglesia de San Pedro, por ser éste el titular que tuvo
anteriormente.
A esta fiesta
de los Ramos acuden numerosos fieles, especialmente niños, entre los cuales y
en un a interrupción de la solemne misa, el párroco distribuye ramos de laurel
y palmas, con los cuales organízase después un a procesión alrededor del templo,
conmemorando la entrada de Cristo en Jerusalén.
Esta fiesta
celébrase en otras iglesias también; pero a la que más gente concurre, por la
hora en que tiene lugar, es a ésta de San Isidoro, tan trágicamente terminada
este año.
Cuando la
procesión salía de la iglesia, para dar la vuelta alrededor de la misma, las
campanas, echadas a vuelo, atrajeron más público, que formó en las filas o bien
presenciaba el paso de la comitiva religiosa, en la que, como decimos,
predominaba el elemento infantil.
Cuando ya casi
toda la procesión había pasado por la calleja estrecha, sobre la que está el
campanario, y segundos después de pasar bajo éste el párroco señor López
Toribio, una de las campanas grandes, tocada a vuelo en aquel momento, cayó
desde la torre sobre las filas de fieles, cogiendo debajo a tres niñas, que
quedaron materialmente aplastadas. El momento fue tan trágico y horripilante, que
todos los concurrentes salieron huyendo
despavoridos, sin darse cuenta de lo que había pasado.
Los gritos y
ayes de dolor aumentaban el pánico de tal modo, que nadie sabía hacia dónde
dirigirse. Multitud de niños, llorando inconsolables, buscaban o llamaban a sus
padres.
Cuanto se diga
de lo horripilante del cuadro resulta pálido ante la realidad. Algunas mujeres
se desmayaron y otras, presas de enorme ansiedad, buscaban a sus hijos. La
consternación era general.
Por fin, tras
unos segundos de total desconcierto, algunos señores acudieron a prestar
auxilio a las víctimas que presentaban un aspecto desolador. Junto a la enorme
campana, o mejor dicho, bajo ella, estaban tres criaturitas. Con gran esfuerzo
fue retirada la pesada mole y con la angustia que es de suponer, vieron los que
acudían en auxilio de las víctimas, que dos de éstas estaban muertas. La otra
niña, horriblemente mutilada también, daba alguna señal de vida y precipitadamente
fue trasladada al Hospital, donde se le hizo una cura de urgencia, de las
numerosas heridas que sufría. Los doctores Yepes, Mirat y Manzano, atendieron
solícitamente a la niña, aplicándole inyecciones de aceite alcanforado y
adrenalina y suero, consiguiendo reanimarla algo, aunque con pocas esperanzas
de salvarla, por su extremado estado de gravedad.
Entretanto, numeroso público
invadió el lugar del suceso, adonde, poco después, llegó el Juzgado, que ordenó
el levantamiento de los cadáveres y su traslado al depósito del Cementerio.
De los
primeros en acudir al lugar del siniestro fueron el doctor Calderón, los
señores Trejo, Ortiz, Arroyo y el padre de una de las víctimas, don Francisco
Luis, que, al encontrarse con su hija muerta, sufrió el horrible efecto que es
de suponer, siendo auxiliado y llevado a su domicilio por algunos amigos.
Titular de la noticia aparecida en el semanario Tierra Charra |
El párroco
señor López, preso de gran excitación nerviosa, hubo de ser también auxiliado,
e igualmente otras personas.
Por las calles próximas, el
público angustiado se dirigía hacia la iglesia, inquiriendo noticias de sus
hijos, a los que cada cual suponía víctimas de la catástrofe.
La confusión y el desaliento eran
enormes.
Las tres niñas
que resultaron víctimas de este fatal suceso, iban en la fila derecha de la
procesión.
Se llamaba n
Modesta Luis Domínguez, de siete años de edad, hija del conocido a bogado don
Francisco Luis; Filomena Curto Holgado, de doce años, que, accidentalmente se
encontraba en esta ciudad en casa de su tío don Severiano Alaejos, abogado.
Esta niña era hija del acaudalado propietario de Monsagro don Juan Curto. La
otra niña, que fue la que quedó con vida, era hija del encargado de la fábrica
de Moretón, don Dionisio Soria. Se llaneaba Pitarcita y contaba nueve años de edad.
Esta última iba en la otra fila; pero, segundos antes del suceso, se pasó junto
a las otras niñas, que eran amiguitas suyas.
A propósito
del suceso, se recuerda que el año pasado, cuando en otra iglesia cayó otra
campana, esta niña se encontraba cerca, y milagrosamente resultó ilesa.
Pílarcita
Soria falleció el mismo domingo, por la tarde, en el Hospital, diez horas
después de la catástrofe. Por la tarde, el lunes, fueron inhumadas las
víctimas. Acudieron las autoridades, comisiones y numeroso público al
cementerio, desarrollándose tristísimas escenas.
Hemos visitado
al venerable párroco don Isidoro López Toribio que, anonadado por la terrible
impresión recibida, nos relató el suceso, que fue como dejamos dicho.
El señor López
nos dijo que hace algún tiempo ordenó que fueran reparadas las campanas en
aquello que el tiempo hubiera deteriorado. Efectivamente, pudimos ver que la
cabeza de la campana tenía cuña s y grapas de reciente colocación, que aseguraban
el ajuste de sus piezas.
Pero la causa
del siniestro era materialmente imperceptible y cuanta s reparaciones se
hicieran no hubieran evitado lo ocurrido.
La campana
cayó porque uno de sus ejes tenía un defecto o vicio de construcción, que, con
frecuencia, se observa en los hierros y que se conoce con el nombre de «viento».
El desgaste
del eje, siendo regular, no hubiera ocasionado la rotura, pero esa veta o
viento imperceptible produjo el desbarre del hierro y, naturalmente, el
cercenamiento.
La campana que
ocasionó la catástrofe pesa aproximadamente 500 kilos, y mide de altura, con la
cabeza o maderamen, dos metros. Fue fundida y colocada en 1824, o sea, hace 104
años, «siendo Beneficiado el doctor don Pedro Guzmán», según reza la leyenda
que la circunda en .su parte inferior.
Un recorte lamentando el suceso |
La campana, al
caer, hizo un hoyo en el suelo y se partió por el asa, siendo realmente
inexplicable que el maderamen, mucho más voluminoso que la campana, no ocasionara
más víctimas.
Puede decirse
que todo el pueblo ha desalado por las casas de los padres de las niñas
muertas, a testimoniarle su pésame.
Al funeral
celebrado el lunes en la iglesia de San Pedro, asistió el Ayuntamiento bajo
mazas, presidido por el alcalde accidental señor Cid. Fue tan numerosa la concurrencia,
que, a duras penas, se podía entrar en el templo.
El público, de
todas las clases sociales que acudió al funeral, recorrió, después, los
domicilios de los señores Alaejos, Luis y Soria, para reiterarles su
sentimiento.
El comercio,
por invitación del Círculo de Mercantil, cerró sus puertas durante el funeral,
asociándose de este modo al duelo.
El
Ayuntamiento, en corporación, dio el pésame a las familias de las víctimas.
En el
Ayuntamiento se han recibido numerosos telegramas de pésame entre los cuales
figuran las del General Primo de Rivera, Gobernador civil de Salamanca, Alcalde
de Ciudad Rodrigo, don Manuel Cascón y don Pío Pereira, todos ellos muy expresivos.
También en
esta redacción se han recibido algunos. El coronel Terraja, desde Tetuán, nos
dice: «Enterado prensa desgracia desprendimiento campana San Pedro, ruégole haga
presente todos sentido pésame mi esposa y mío, especialmente familias víctimas».
Nuestro
colaborador don Leopoldo García Medina, nos dice: “Comparto hermanos
mirobrigenses dolor inmenso fatal desgracia aflige Miróbriga”.
Han telegrafiado también al señor
alcalde, dándole el pésame, el señor alcalde de Salamanca, el de Madrid y don
Jesús Sánchez Arjona.
En nombre de
las familias de las víctimas, principalmente, y en el de todo el vecindario
hacemos presente la inmensa gratitud que ha causado en todos el cariñoso recuerdo
de los que, lejos de Ciudad Rodrigo, han participado del dolor que ha producido
esta inmensa desgracia.
Reiteramos a
los señores Luis, Curto y Soria y a sus familias nuestro sentido pésame.
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