La
configuración defensiva que actualmente presenta Ciudad Rodrigo parte del
interés de Fernando II de León de reedificar sus murallas en el siglo XII.
Cuenta la historiografía local que el rey leonés encomendó a un alarife
gallego, Juan de Cabrera[1],
la reconstrucción de la cerca que hasta entonces existía para defensa de la
ciudad, aunque el prebendado Antonio Sánchez Cabañas[2]
va más allá al afirmar que el monarca, viendo “el gran peligro en que estava la
çiudad por no tener muralla (…), mandó juntar materiales y dar prinçipio al
edificio de la çerca que hoy la ciñe”.
Puerta de la Colada desde el exterior de la cerca medieval |
Jesús Sánchez Terán[3]
explica que las obras ejecutadas configuraron un “pétreo anillo dos mil setecientas varas de circuito, diez de altura y
dos y media de espesor, edificándolo de argamasa y guijarro, coronándolo de
almenas y abriendo en él cinco puertas, que se llamaron, del Rey, de la Colada,
de Santiago, de San Pelayo y del conde, distribuyendo cinco torres en su línea.
Esas cinco torres, al destacarse en la silueta de la fortificación darían a ésa
un marcado aspecto bélico. Serían, también, los más fuertes pilares de la
defensa. Desde luego, constituían su más característico elemento. Así, Alfonso
IX en un privilegio otorgado en favor del Obispo Don Martín -año 1210- en el
que confirma como Rico Home a Gondifalus
Lupi -Gonzalo López- que tenía a Ciudad Rodrigo en tenencia, lo designa
Gobernador de las torres de Ciudad Rodrigo -tenens
turnes Ciuitatis”.
Los historiadores nos
marcan la existencia de la puerta de la Colada desde el mismo origen de la cerca.
Sánchez Cabañas afirma que está edificada
en el sitio más bajo de la çiudad,[4] al
tiempo que busca una explicación para su denominación: y por esto, quando llueve, toda la más agua que cae dentro de sus muros
se viene descolgando por una quebrada y canal, que haze el monte sobre donde
está fundada Ciudad Rodrigo, y, dividiéndose las aguas en arroyos, vienen a
pagar su tributo a otro muy poderoso y caudaloso que en sí los admite y le
llaman el arroyo de la Colada, el qual, quando va muy creçido, no se puede
passar. Y, porque toda esta agua cuela por el arco desta puerta, la llaman de
la Colada, y tanbién porque saliendo por ella están las tenerías adonde los
zapateros hacen el colambre de los cueros.[5]
Otros, como, Ángel de Luis Calabuig, buscan un significado más cabal en el
origen de la denominación, recurriendo a la propia definición del terreno: el
nombre estaría “relacionado con la estrechez del paso
y al posible acceso habitual de ganados al interior de la ciudad, cuando eso
fuera menester (para salidas de caballos de tiro o de recreo y de escuadrones
de caballería para forrajear y pasear en campo abierto, por ejemplo)”[6],
una explicación más creíble y que mantendremos al considerar que ‘colada’,
según el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, es, aparte de
de su referencia pecuaria, un “paso o garganta entre montañas difícil de cruzar
por su angostura y mal suelo”.
La cartografía que se
conserva de la zona apenas nos sirve de apoyo para estas consideraciones. En un
plano de Ciudad Rodrigo del Atlas Masse,
fechado en 1704, se aprecia una definición interna en la Puerta de la Colada de
lo que pudiera referir la existencia de una quebrada, algo que se elude, tal
vez por la simpleza de los rasgos, en los planos realizados en 1667 por García Valdés de Osorio Dóriga y Tiñeo, marqués
de Peñalba, Bernardo Patiño o Gaspar de
Squarzafigo Buscayolo, marqués de Buscayolo[7], al
proponer a la Corona la construcción de baluartes para la fortificación de la
ciudad, prácticamente arruinada por los asedios de las tropas portuguesas a
Ciudad Rodrigo en los 28 años que duró la Guerra de Secesión de Portugal.
Vista general de la Puerta de la Colada y el cuartel de Sancti Spítitus. Foto Pazos |
La actual definición de la
Puerta de la Colada hay que buscarla a partir de las obras de fortificación que
emprende en 1707 Pedro Borrás, mariscal de campo y gobernador de la plaza de
Ciudad Rodrigo, después de recuperar la ciudad a las tropas de la Gran Alianza
el 4 de octubre, tras 16 meses de sometimiento como consecuencia de la denominada
Guerra de Sucesión española. Borrás acomete las obras que servirán, con el
esfuerzo de otros ingenieros militares que intervendrían más tarde en la fortificación,
para convertir Ciudad Rodrigo en una plaza fuerte. Previamente, tras la firma
del Tratado de Lisboa en 1668 y que supuso la secesión de Portugal de la Corona
española, Ciudad Rodrigo se encontraba con unas defensas inexistentes, con una
brecha abierta –la de Santa Elena- de 400 pies que hasta 1680 no pudo ser restaurada;
con unas puertas sin defensa de ningún tipo, vulnerables, como la de La Colada,
que el 23 de enero de 1673, según recoge el libro de acuerdos del Ayuntamiento
mirobrigense, estaba en tal situación que se acordó que se ponga la puerta a la de La Colada, la metad
de madera y la otra metad de yerro.[8]
Y con unos problemas económicos inquietantes, arraigados en los repartimientos
a que obligó la Corona a Ciudad Rodrigo para financiar obras ajenas a la
localidad, y que impidió los deseos de Carlos II de fortificar la ciudad,
aunque siempre pusiera la coletilla de que se ejecutasen a expensas de los
vecinos. De ahí que hasta que no volvieron los movimientos en la frontera, tras
la fortificación de localidades rayanas, y con ello la evidente amenaza a la
población que vivía en la denominada llave
de Castilla, no hubiera un
planteamiento lo suficientemente serio como para representar al rey la necesidad
imperiosa de afrontar la reedificación de las defensas, asentada en el último
tercio del siglo XVII con la realización de una estrada encubierta para
defender la muralla, algo que no libraría a la población de ser sometida tras
la capitulación del 27 de mayo de 1706 ante las tropas aliadas que dirigió el
marqués de las Minas[9]
y que supuso, de nuevo, la ruina de la fortificación mirobrigense[10].
Plano de la Puerta de la Colada. AGM |
Las obras de fortificación
emprendidas por Borrás dejaron prácticamente urdida la configuración
abaluartada que hoy se nos presenta en Ciudad Rodrigo. Es de suponer, en virtud
de la memoria elaborada por Carlos Robelin, teniente general e ingeniero militar
sin patente, el 20 de noviembre de 1721, a propósito de un proyecto general de
obras para la fortificación de Ciudad Rodrigo, que la disposición actual de la
Puerta de la Colada era similar a la de aquel año. Se habían construido unos
paramentos hacia el interior de la ciudad, reforzados con unos contrafuertes
para levantar, a ambos lados, unos cuarteles para el uso de la infantería y la
caballería. Dice Robelin que hay que “acabar de construir los cuarteles,
empezados a la derecha y a la izquierda de la puerta de San Blas”[11]
(ver plano adjunto), enviando a la Corona unos dibujos para su explicación que
ya habían sido remitidos el 21 de agosto de 1721. Afirma además el ingeniero
francés que hay que aprovechar los materiales que están en el mismo lugar, lo
que abunda en que la obra estaba ya iniciada. Con todo, “el desescombro de
tierra y rocas, mampostería, cubierta de tejas y la mano de obra de la
carpintería y herrería, suministrando el rey la madera y el hierro” tendría un
coste de 210.000 reales, una cantidad exigua si consideramos que el montante
presupuestado para toda la fortificación superaba 5.600.000 reales, en virtud
de la memoria enviada al rey.
Respecto a la propia definición de
la Puerta de la Colada, para él San Blas, como ya hemos apuntado, Carlos
Robelin, a la sazón lugarteniente del ejército de Su Majestad, considera
defectuosa la defensa de esta entrada y salida del recinto fortificado, al
tiempo que denuncia el mal estado del “foso de la puerta de San Blas” y su
comunicación con el puente, ya que “siendo una trinchera enteramente hecha para
dar libertad a un enemigo que venga a arrojar” un artefacto, “haría saltar la
puerta de carpintería sin recibir fuego de la plaza, es decir, sorprendiendo a
la ciudad”, por lo que apunta a que “todo intento que se haga se encuentra
condenado” al fracaso, ya que considera necesaria que se haga un tercer recinto
“cuyo muro se apoyará contra la roca del parapeto que se ha propuesto hacer
detrás del castillo”. Sentencia que “sólo se debe contemplar esta puerta para
que comunique con el segundo y tercer recinto”[12].
Para apoyar la construcción de estos
dos cuarteles, como queda dicho, se construyeron los muros de contención que
hoy todavía se observan, dotados de cinco contrafuertes a cada lado para
favorecer la resistencia del empuje que debía ejercer la edificación de los
referidos acuartelamientos para la caballería e infantería capazes para dos vatallones y caballerizas para cien cavallos.[13]
Dibujo del cuartel proyectado por Robelin en 1721 en el entorno de la Puerta de la Colada. AGS |
La configuración de la Puerta de la
Colada en 1751 apenas varía de su presencia actual. Explica Antonio Gaver,
ingeniero director, que contaba con un cuerpo de guardia construido en la devida forma, de onze varas de largo y
por la partte intterior seis de ancho,[14] incluido el
cuarto del oficial, ahora soterrado bajo la explanada en la que más tarde se
levantaría el edificio para la parada de sementales que utilizó el Ejército
hasta mediados los años 50 del pasado siglo. Por la parte que se adentra en el
casco intramuros, la Puerta de la Colada contaba y cuenta con su porttico y pasaje de buena silleria y
saliendo de estte subiendo a la Ciud queda un espazio de calle de
diez varas de ancho, y de una y ottra partte elevados unos muros de buena
silleria[15], con cinco contrafuertes
a cada lado que en un ttodo hazen
ttreyntta y seis varas de largo, construidos también con la intención de
formar otro pórtico en virtud de las impostas y los arranques de arcos que se
previeron. Además, los paramentos contaban con dos órdenes de pequeñas ventanas
intercaladas entre los contrafuertes.
Nada se dice del portillo
aspillerado que cierra la fortificación interna de la Puerta de la Colada, una
especie de cortadura interior para vigilar o embarazar una situación desfavorable
procedente de intramuros. Una puerta que, seguramente y como ocurre con la
exterior, estaría formada por madera y hierro, y que se decanta entre dos muros
defensivos armados con dos aspilleras de vigilancia en cada uno de ellos. Así
aparece en la cartografía realizada por el ingeniero militar mirobrigense Juan
Martín Zermeño en 1766 (detalle adjunto) para la mejora de la fortificación, en
donde también se aprecian cambios sustanciales en la configuración del pasaje
de la Puerta de la Colada, ya que se cuenta, aparte de los cinco contrafuertes
señalados, con tres cortaduras o paredones a modo de antepuerta, dos situados
en la parte exterior del pasaje y el otro junto a la misma Puerta de la Colada,
este último posteriormente abovedado para cubrir el acceso al cuerpo de
guardia. Además, se observa otra extensión de muros más hacia el interior de la
ciudad, en un trazo difuminado, como si se tratara del planteamiento de un
proyecto para modificar la defensa intramuros de este acceso, lo que también
nos hace ineludible constatación de la modificación que ha sufrido este
entramado de la fortificación.
Vista general de la Puerta de la Colada desde el interior de la fortificación en torno a 1927 |
Sin duda que Martín Zermeño se
limitó a trasladar a papel lo que se encontró en Ciudad Rodrigo cuando visitó
la localidad en 1766 en misión de reconocimiento de la frontera de Castilla
para proceder a su evaluación y a la necesidad de abundar en su fortificación,
siguiendo la encomienda de la Corona. De hecho, nos encontramos con un proyecto
posterior, aunque podría decirse que de la misma época –no figura la fecha,
pero se colige que fue elaborado a mediados del siglo XVIII- en el que se
especifican prácticamente los mismos elementos que el ingeniero militar recoge
en su propuesta de actuación, un proyecto previsto para la construcción de los
referidos cuarteles que, a la postre, nunca llegarían a concretarse.
En ausencia de alteraciones estructurales
significativas de la Puerta de la Colada, como se puede apreciar en la
abundante cartografía elaborada por distintos ingenieros militares tras los
episodios bélicos que sufrió Ciudad Rodrigo en la Guerra Peninsular, este
acceso, despreciado en la poliorcética al uso por su escaso valor estratégico y
apenas agradecido como vía de escape o abastecimiento, mantuvo algún
protagonismo que ha pasado al anecdotario local.
En esta línea señala Jesús Sánchez
Terán en sus entregas seriadas del estudio sobre la fortificación de Ciudad
Rodrigo,[16] por la Puerta de la Colada “salió en la noche del
23 de junio de 1810, el capitán Castellanos para librar, en la defensa del convento
de Santa Cruz, uno de los más gloriosos combates sostenidos durante el asedio.
Por esa puerta salió, disfrazado de campesino, hacia el cuartel general de
Wellington, en audaz misión, confiada por los nuestros, don Sebastián Gallardo,
el anciano racionero de la Catedral. Por ella también, hicieron su entrada en
la ciudad los soldados franceses una vez que capituló la plaza, como puntualiza
don Policarpo Anzano, comisario de Guerra de la misma, en su folleto El sitio de Ciudad Rodrigo”.
Perdido el sentido
estratégico y militar de Ciudad Rodrigo, tras el abandono de las últimas
guarniciones a principio de los años treinta y la desaparición, por lo tanto,
de la Comandancia de Ingenieros, los elementos otrora defensivos iniciaron una
decadencia consentida por los poderes locales, por otra parte sometidos a los
dictámenes del Ejecutivo central, al que seguía y sigue perteneciendo el
sistema abaluartado. A la ruina general de la fortificación se sumó la
permisividad para construir casas o locales adosados a la muralla y a sus
elementos estructurales, como fue el caso de la Puerta de la Colada, en donde
existieron hasta casi los años setenta del pasado siglo algunas edificaciones
que, afortunadamente, fueron destruidas para permitir la observación fiel y
limpia de unos muros seculares.
Las filtraciones favorecidas por la destrucción de los sistemas de drenaje
cuando se levantaron los bloques de viviendas en la superficie que ocupó el
antiguo convento de Sancti Spíritus y su extensión como acuartelamiento, así
como las casas asentadas al mismo pie del paredón de la antepuerta de la
Colada, propiciaron el desmoronamiento de los paramentos y los contrafuertes
que configuran este elemento otrora defensivo, obligando a distintas
intervenciones que se iniciaron en 1968 con la reconstrucción de parte de los
contrafuertes, operación que se ha repetido en varias ocasiones en las últimas
décadas del pasado siglo. Asimismo, en 1973 el Ayuntamiento procedió a la reparación
de la bóveda y dependencias del antiguo cuerpo de guardia de la Puerta de la
Colada, puesto en valor por la escuela taller Murallas de Ciudad Rodrigo en
1993.
[1] SÁNCHEZ TERÁN, Jesús. Ciudad Rodrigo. La fortificación. Coleccionable
publicado en ‘La Voz de Miróbriga’. El investigador afirma, en referencia a
Juan de Cabrera, de la existencia de otra persona que pudo tener cierta vinculación
con el alarife, asentando en ello su vinculación con Ciudad Rodrigo. “Se trata de un personaje coetáneo
y que llevó el mismo apellido que el citado alarife, nada menos que el primer
gobernador que tuvo Ciudad Rodrigo después de su definitiva reedificación, y de
un hijo de aquél, lugarteniente de su padre para las directas e inmediatas
funciones rectoras. El primero de ellos fue el Conde Ponce de Cabrera, uno de
los más destacados dignatarios de la Corte en aquellos tiempos, pues venían
ostentando la Mayordomía del Rey desde el año 1145, esto es, desde el reinado
de Alfonso VII. El segundo, Don Fernando Ponce, era Alférez Real. Julio
González –en su Regesta- nos dice que
al llevarse a efecto por Fernando II la repoblación de Ciudad Rodrigo y Ledesma,
confió ‘la tenencia de esas dos plazas a su mayordomo don Fernando Ponce,
entonces alférez real, quienes son indudablemente los que llevaron gentes de
sus anteriores dominios.’ Ellos, pues, serían en las iniciativas propias y en
el cumplimiento de las órdenes del Rey, los más importantes restauradores de
nuestra ciudad, los más eficaces organizadores de su vida administrativa y de
su defensa”.
[2] SÁNCHEZ CABAÑAS, Antonio. Historia civitatense. Salamanca, 2001,
p. 119
[3] SÁNCHEZ TERÁN, Jesús. Op. cit.
[4] SÁNCHEZ CABAÑAS, Antonio. Op. cit., p. 121
[5] Ibídem.
[6] LUIS CALABUIG, Ángel de. La puerta de la Colada, en Ciudad Rodrigo, Carnaval 96. Salamanca,
1996, pp. 141-143
[7] R. DE LA FLOR, Fernando. La frontera de Castilla. El Fuerte de la
Concepción. Salamanca, 2003, pp. 72, 74 y 75.
[8] Archivo Histórico Municipal de Ciudad
Rodrigo. Libro de acuerdos de 1673
[9] “No tiene defensas en lo que respecta a
la fortificación”, afirmó el marqués de las Minas cuando había puesto sitio a Ciudad
Rodrigo y conminaba a la capitulación. Carta fechada en 21 de mayo de 1706.
[10] FITZ-JAMES, James y
JOSEPH HOOKE, Luke. Mémoires
du maréchal de Berwick, écrits par lui-même; avec uue [sic] suite abrégée
depuis... Parías, 1778, p. 322 : “Esta ciudad (no se
puede llamar plaza), no tenía ni afueras,
ni foso, ni camino cubierto, ni flancos; una simple muralla le servía de
recinto; aunque allí no había más que un batallón, y algunas milicias, la
ciudad se defendió hasta el 26 por la tarde y no se rindió con la brecha hecha
hasta que obtuvo una capitulación honorable” [traducción propia].
[11] Robelin denomina Puerta de San Blas a la
de La Colada en los dos planos de la fortificación que conocemos. De ello ha
hablado Ángel de Luis Calabuig en el artículo precitado: “Uno de los proyectos
[de Robelin] (AGS, MP y D XII 138) dice: «Cazernes a Ciudad Rodrigo 1721. Plans Profils et
elevation... de la porte de St Blafes». Otro, de 1722 (AGS, MP y D
XII 139) parece indicar que el nombre de San Blas no es invención suya, sino
que la puerta es así llamada: «...Plan Profil et Elevation d'un noveau desseine de Cazernes... A - Passage de la porte
dentrée de la Ville apellé St. Blaise...» (… ) En ese plano general de la ciudad
titulado, Plan de La Ville el du Chateau de
Ciudad Rodrigo, se marca
con la letra D la porte de St Blaifes. Esta
denominación de San Blas parece ser una excepción.”
[12] ROBELIN, Carlos. Ciudad Rodrigo. Proyecto general de obras. Memoria de actuaciones. AGS,
MP y D XII 138. Fechado en 20 de noviembre de 1721.
[13] AHMCR. Libro de Registro y Reconocimiento. Descripción del ingeniero
director Antonio Gaver del cuerpo de guardia de la Puerta de la Colada: “ymediatto
a la Puertta se halla el Cuerpo de Guardia precavido y construido en la devida
forma, de onze varas de largo y por la partte intterior seis de ancho,
yncluyese al exttremo el quartto del ofizial; sigue a poco ttrecho la Puertta
de la Colada, con su porttico y pasaje de buena silleria y saliendo de estte subiendo a la Ciud
queda un espazio de calle de diez varas de ancho, y de una y ottra partte elevados unos muros de buena
silleria, con cinco conttrafuerttes que un ttodo hazen ttreyntta y seis varas
de largo, en cuyo exttremo se ben las ympostas y arranques de los arcos para
formar ottro porttico,
manifesttandose dos ordenes de reduzidas venttanas de poco mas de vara en
quadro, inttermedias a los conttrafuerttes o esttrivos de una vara y medio pie
de ancho. Fue obra empezada para formar quartteles de una y ottra partte,
capazes para dos vatallones y caballerizas para cien cavallos”.
[14] Ibídem.
[15] Ibídem.
[16] SÁNCHEZ TERÁN, Jesús. Op. cit.
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