¡Qué tiempos
aquéllos! Uno servía para casi todo, para un roto y también para un descosido.
Daba igual. El hecho era estar ahí, aunque apenas sirviera para nada. Era, por
así decirlo, una figura decorativa, desastrada de pies a cabeza y que fomentaba
el escarnio público a la vista de su nula autoridad, aunque fuera el garante de
ella. Esto pasaba hace más de un siglo con los agentes de la Policía Municipal,
la famosa, por entonces, P. M., dos iniciales que durante décadas sirvieron de
diana para todo tipo de censuras, de improperios y maledicencias, objetivo de
las invectivas del pueblo mirobrigense y cuyos representantes, los miembros de
la Corporación municipal, parecían conformes con esta inquietante situación de
los agentes de su autoridad. Un retruécano colosal.
Un agente de la Policía Municipal en la plaza en 1903 |
Ignoro en este momento cuándo se
instituyó como tal el servicio de Policía Municipal en Ciudad Rodrigo. Su reorganización debió
ser, por lo que he podido apreciar, en torno a finales de la centuria decimonónica o puede que al inicio del siglo XX, al menos
con la configuración que, salvando las distancias, pudiera asemejarse al
funcionamiento reglado de un cuerpo de seguridad pública.
Las noticias que sobre la P. M.
aparecían en la prensa periódica local de aquella época no dejaban de ser bochornosas e inquietantes para el cuerpo y alma de la Policía Municipal. Era un regodeo continuado,
también una censura a la autoridad municipal –la política, la corporativa del
consistorio- por su pusilánime y anárquica actitud con los elementos que la componían, por su ineptitud en la gestión pública y su incapacidad para
solventar situaciones que necesitaban algo más que una simple mirada cómplice o
un quítame allá esas pajas...
Corrían los primeros días de mayo de
1903 y un tal Tito se atrevía a jugar
de esta forma con la Policía Municipal en el semanario La Iberia. Transcribo el escarnio público, la chanza en que este
redactor quiso convertir –tal vez así era- a este recién creado cuerpo de la
delegación de la autoridad municipal; lo titulaba Cháchara y decía así: El modernismo se impone: es imperiosa
la necesidad de romper antiguos moldes y salir del enervamiento en que nos
encontramos; es necesario reanimar el espíritu público.
Entendiéndolo así nuestro Ilustre
Ayuntamiento, ha inaugurado una campaña de verdadera regeneración, si bien soy
de los que creen que se ha abusado tanto de la palabra que la oímos ya como
quien oye llover o escucha el discurso-programa de un hombre público.
Al crearse en esta ciudad el cuerpo de
Policía Municipal, de cuya noticia les supongo enterados, se pensó uniformarles
con los consabidos capote, guerrera, pantalón y teresiana, su correspondiente
revólver y sable, recomendándoles dejaran crecer el bigote.
Pero todo esto resultaba muy visto, y para no
caer dentro de los antiguos moldes, que tratamos de desechar, una vez que se
incorporaron los individuos destinados para esos puestos por la ilustre
Corporación, se les permitió el que vistiesen de paisano y no llevasen otro
distintivo que una gorrita en extremo caprichosa, muy adornada con un galón
dorado, las iniciales P. M. y entre ellas las tres columnas, armas de Ciudad
Rodrigo; sustituyéndose igualmente el revólver y sable, por un bastón-cayada
que, según el estado de relaciones que el empleado tuviera con Alfonso XIII, acuñado
en plata sería más o menos elegante y pulimentado.
Esta y no
otra era la policía con que soñaba la asociación de padres de familia de Madrid
al pedir al Gobierno su reorganización.
Con tal reforma consiguió el Ayuntamiento
tres cosas: 1ª.- Terminar con el uniforme tan anticuado del policía vulgar. 2ª.-
Una positiva economía, puesto que aquellos romperán de lo suyo; y 3ª .- Proporcionar
distracción a los vecinos.
Respecto a este punto, nunca pudo esperar la
Corporación un resultado tan lisonjero.
Dadas las diversas y fantásticas
combinaciones que en su indumentaria lucen los flamantes policías y usan que
esto y que cualquier otra cosa parecen una sección de pasatiempos con solución
a la semana siguiente, en que tendremos nuevos empleados, nuevos jeroglíficos
comprimidos y con ello la distracción
del vecindario en busca de las soluciones.
A propósito de esto, recién salidos a la
calle los nuevos empleados de la P. M. y ante un grupo de ellos que
tranquilamente habían entablado conversación en la plaza, vi otro grupo de ‘solucionistas’
que trataban de descifrar el jeroglífico representado por las tan célebres
iniciales.
Alguien dijo que la solución era «Padres
Maristas», pero se convenció de que estaba en un error, porque el convento carece de asilo.
Luis Díez-Taravilla y Ojesto, alcalde de Ciudad Rodrigo |
«Parador de Machero» lo interpretaba otro;
pero desechó igualmente la solución al objetarle uno de sus compañeros que los
dependientes de aquella fonda no visten de gorra.
«París Madrid» dijo con aire de triunfo un
tercero, pero como por nuestras carreteras no ha de realizarse la carrera de
automóviles, también fue desechada esta solución.
«¡Pobre Municipio!». «¡Parásitos
Municipales!», exclamó un desconocido al pasar junto a los de la P. M. Este
sujeto o era contribuyente, o su exclamación fue hija del despecho por no
cobrar nómina.
«¡Parece Mentira!» profirió otro desconocido,
que estén tan sosegados...
A pesar de todo ello no se solucionaba
satisfactoriamente el jeroglífico.
Pero he aquí que uno de la P. M. dirigiéndose
a sus compañeros les dice: Imonos a dar una volta que bola acá el señor ispetor. Entonces lo comprendimos todo. El
Inspector[1] se acerca y su presencia dio la solución tan buscada.
P. M. significaba «Policía Municipal».
Después de escritas estas líneas me entero de
que el Ayuntamiento ha acordado uniformar al Cuerpo de Policía.
¡Muy bien, señores del Concejo! Pero, por
Dios que esos uniformes no sean tan estéticos como las gorritas...
Y en cuanto a las iniciales... ¡Cuidado con
la M.!
Un mes antes, en el
también semanario rodericense El
Centinela, una invectiva sobre la pretendida uniformidad de la Policía
Municipal había tocado la línea de flotación de la Corporación y de su
presidente: Otra cosa. ¿Qué le
parece del uniforme que gastan nuestros policías? -le espetaron al alcalde-.
Nosotros no sabemos definir ese
uniforme.
Es híbrido; es mezcla de inglés
y de perro de presa...: es guasón de veras.
A nosotros se nos antoja el
uniforme que usan en Madrid los cuarteleros de Consumos.
- ¿Por qué no han de llevar un
uniforme que los dignifique y les anuncie a todos corno individuos de la Policía Municipal? ¿Por qué estos policías no han de ostentar el traje propio
de su respetable cargo? ¿Le parece al Ayuntamiento bastante la vulgarota
gorrina que gastan? ¿No era mejor que el Ayuntamiento les mandara hacer un
traje con las correspondientes insignias y les proveyese de sable y revólver?
Sr. Taravilla. Vd. es muy trabajador
y muy progresista, a la par que hombre de buen gusto; a Vd. no se le ha podido
ocultar la ridiculez del uniforme que gasta nuestra policía; Vd. que solo
piensa en la honra y en el brillo del Ayuntamiento, haga brillar el vestido de
los polizontes. ¡Fuera esa gorra de mozo de cuartel y el traje de paisano y
venga un uniforme digno con sable y revólver!
Esto es lo honroso, esto es lo bien
visto; lo demás es una paparrucha. Es una especie de Maura hablando de la
revolución desde arriba, o una especie de cacique tratando de aunar sus
vanidosos intereses con los del feudo que lo sufre... Don Luis, que Vd. es una
persona dignísima y de buen gusto. Mande hacer otro uniforme a la Policía.
Expediente para adquirir los uniformes de la Policía. AHMCR |
Efectivamente, con
fecha 4 de mayo de 1903 Luis Díez-Taravilla y Ojesto, que había tomado posesión
de la alcaldía de Ciudad Rodrigo el 17 de enero de ese mismo año, intentando
acallar las críticas por la desastrada uniformidad de los cinco agentes y del
inspector de la Policía Municipal que componían el servicio, firma el pliego de
condiciones para la subasta y adjudicación de los trajes, el uniforme
pretendido.
Se fija como plazo el
10 de mayo para la adjudicación de la subasta, figurando en el expediente
abierto al efecto un trozo de tela, cuya textura y color serían referentes para
la confección del uniforme.
El acuerdo para
licitar la prestación de este servicio se había adoptado en la sesión municipal
del 25 de abril. Entre otros puntos, el pliego de condiciones recogía que el número de trages que se subasta es de
seis, compuestos de pantalón y guerrera con forros de lienzo, según costumbre,
al pantalón, y de escosera a la guerrera con un cordón adecuado al color del
traje y llevando al cuello de la guerrera las iniciales P. M.
Por supuesto, el trage del jefe de la Policía llevará en
las bocamangas un galón de oro alrededor de ellas.
Se fijó un precio
total por los seis trajes en 225 pesetas. No hubo interés por parte de nadie,
ni de los sastres locales ni allende los límites municipales. Quedó desierta la
subasta, como certificaría el secretario y el propio alcalde en una diligencia
firmada el 11 de mayo.
Los pobres y
astrosos policías tendrían que seguir con su polémica gorra identificativa
alimentando el escarnio público hasta que, de nuevo, el consistorio mostró su
sensibilidad con los agentes de su autoridad: Se está ensayando por la autoridad municipal un nuevo modelo de
uniformes para los individuos de la P. M. o Policía Municipal. Consiste, en un
traje de paisano, gorra con visera clara, como de verano, el sable sobre la
americana y capa corta, embozándose -cuando bien lo tengan- con la izquierda. En
resumen, un uniforme de entretiempo, con vistas al verano, se apuntaba en La Iberia el 13 de marzo de 1904.
Pero no solo eran las formas, el uniforme. El fondo era aún más
inquietante. Las obligaciones y cometidos de la Policía Municipal venían
estando casi siempre en entredicho. Cierto es que la indumentaria daba un grado
de autoridad, tal vez de respeto, pero para eso había que tener algo más: En obsequio a la brevedad –afirmaba un redactor de La Iberia en el número del 5 de agosto de 1905- dejamos hoy de ocuparnos de cuanto a las
carnes para el público consumo se refiere, pues de esto nada sabemos más que el
Ayuntamiento no mata; tampoco hablaremos
del pan, cuya elaboración y demás condiciones son cada día peores; no
intentamos tratar hoy de la falta de inspección en las bebidas puestas a la
venta pública, sobre todo en vinos, de los que hay tantas clases como establecimientos;
nada diremos de las unánimes y constantes quejas de los abonados al servicio de
aguas; dejaremos a un lado la inspección a ciertas casas que bien lo necesitan;
despreciaremos cuanto sobre el deficientísimo alumbrado público pudiera decirse;
pasaremos por alto la falta de riego en nuestras calles; y nos ocuparemos tan
solo de un servicio que acaso muchos consideren de menos importancia, pero que
nosotros juzgamos tiene mucha, y debe organizarse en forma debida, si no
queremos dar origen a la burla justificada de cuantas personas visiten nuestra
ciudad. Nos referimos a la Policía Municipal.
Es irrisorio, es ridículo ver un individuo
haciendo limpieza a una hora y en el mismo día verle encargado de sostener el
orden y representar a la autoridad llevando por todo uniforme una mugrienta
gorra con las iniciales P. M. acompañada de blusa, pantalón de pana y
alpargatas, o bien otro que con raído y sucio uniforme lleva sus alpargatas y
su cayada.
Relación de miembros de la Guardia Municipal y necesidades con sus uniformes en 1947. AHMCR |
Es digno de toda censura que por la economía
mal entendida de unas cuantas pesetas, haya de encomendarse la vigilancia y el
cumplimiento de las ordenanzas a individuos que faltan abiertamente a ellas,
por satisfacer una necesidad; es no menos digno de reprensión y corrección
que estas pequeñas y bufas representaciones de la autoridad, frecuenten los
establecimientos de bebidas, siendo victimas muchas veces de las consecuencias
del abuso, dándose el caso de que aún en este estado hayan de continuar en el
ejercicio de sus funciones.
Nosotros creemos que por dignidad y decoro
de la autoridad, de la corporación municipal y de todo el pueblo, debiera encomendarse
el servicio de policía a personas idóneas, y que las pocas que a este servicio
se destinasen solo a él atendieran, pues de querer cumplir con su obligación,
trabajo sobrado tendrían. Haciendo esto podían evitarse los tristes
espectáculos que ciertos golfos alardeando de impunidad suelen dar en plazas y
calles, profiriendo palabras soeces y escandalosas, impropias de una población
culta; se podría obligar a que todo vecino observase cuanto las ordenanzas municipales
preceptúan, se podría exigir limpieza y decente presentación a estos agentes
representantes de la autoridad y esto conseguido sin aumento en el presupuesto
de gastos, se encontraría una mejora a la que Ciudad Rodrigo llene derecho,
dada su importancia, y las exigencias de la vida moderna.
Un rapapolvo en toda
regla.
Serían interminables
estos apuntes sobre los problemas vinculados a la Policía Municipal si
siguiéramos el curso de los años. Continuarían estando mal vistas la función y
dedicación de los agentes, pero fueron mejorando en su servicio y consiguiendo
paulatinamente el reconocimiento al que tenían derecho. También se fue
consiguiendo que algo extraordinario, como el uniforme de los agentes, trocara
en una inversión ordinaria, aunque las deficiencias continuarían.
Baste, como colofón,
y damos un salto de más de 40 años, en concreto hasta 1947, la petición que
formalmente eleva al consistorio Enrique García Medina, inspector jefe de la
Policía Municipal. A principios de marzo de referido año, el expresado funcionario
señala en un oficio dirigido al alcalde, Santiago Cortés Meras, que dado el tiempo de uso del uniforme de los
componentes de la Guardia Municipal, de pantalón y guerrera, y encontrándose
ambas prendas en mal estado, es por lo que ruego a V. S. se digne ordenar su
reposición.
Un agente de la Guardia Municipal, con uniforme más moderno, retira a un maletilla en el Carnaval de 1964. Foto Prieto |
La solicitud pasa a
la comisión gestora del Ayuntamiento, comisionando a los ediles gestores José
López Martín y José Blanco Angoso para que informen sobre el particular. Lo
hacen a los pocos días para ratificar la necesidad de renovar la indumentaria
de los agentes de la policía o guardia municipal, como volvió entonces a
denominarse, pasando una relación del número y género de los 14 uniformes de
los miembros que componían la plantilla, incluido el inspector jefe –el
precitado Enrique García Medina- y el cabo Elías Hernández. La relación se
nutría también con los guardias Virgilio Medina, Luis García, Manuel Baz,
Luciano Montero, Dimas Iglesias, Pedro Durán, Santos Hernández, Rafael Barrios,
Antonio Manzano, Jacinto Velasco, Leoncio González y Moisés Moro.
Para el jefe y el
guardia Santos Hernández se vio necesario encargar pantalón y guerrera,
mientras que para el resto bastaría renovar el pantalón. Se calculaba que con
las nuevas prendas, los guardias podrían tirar al menos otros tres años. Eso
sí, todos carecerían de indumentaria de verano.
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