A principios de
1906[1] surge
en el la Corporación recién constituida y presidida por Clemente de Velasco y
Sánchez Arjona[2], la necesidad de dar más
vida a las ferias de mayo y de agosto, dos referentes festivos y económicos
para Ciudad Rodrigo, junto a las carnestolendas, en aquel momento. Sale a
colación la organización de corridas de toros como fomento y atractivo de los
días feriados[3].
Aspecto del coso taurino antes de cambiar en 1906 a la parte alta de la plaza |
El Consistorio cuenta con
4.000 pesetas para el funcionamiento de la comisión de Festejos, pero solo en
las funciones del Carnaval, “como
mínimo”, se prevé destinar 3.000 pesetas, cantidad que se antoja desproporcionada
para algún concejal, llegando al extremo de plantear la supresión de las
corridas de novillos, algo que sería desestimado en esta ocasión pero que
generaría debate en otros ejercicios. El resto de dicha partida, es decir, mil
pesetas, parece que está también consignado, “con lo que el Ayuntamiento
quedaría imposibilitado de poder atender cualquiera petición que tanto en la Feria de Mayo como en la de
agosto podría hacérsele, ferias que convendría reanimar en beneficio del
comercio y la industria”, señala el redactor de La Iberia al reseñar el contenido de la reunión municipal en el número
del 27 de enero. El alcalde, al respecto, es claro: “que la comisión procure
dar las corridas [de Carnaval] lo más económico que pueda hallarlas”, con lo
que se dispondría de algo más de dinero para afrontar la organización de las
tradicionales ferias de mayo y agosto, satisfaciendo de esta forma las “justas
aspiraciones” que tienen los comerciantes e industriales para sacar provecho a
los días feriados, dada la crisis que atenaza al sector.
Clemente de Velasco, alcalde de Ciudad Rodrigo |
Pero es tiempo de carnestolendas y los preparativos se suceden y, además,
con novedades. El 22 de enero de 1906 la Corporación mirobrigense, presidida
por Lorenzo Roldán del Palacio[4],
primer teniente de alcalde y alcalde accidental, estudia una petición de los
vecinos de la Plaza Mayor
para que se traslade a otro lugar, al paseo de La Florida , la fuente que
estaba junto a la
Casa Consistorial. Aducen razones de “salubridad pública”,
una constante en la época tras la delicada situación sanitaria que se había
vivido en el trasiego de siglo.
El Ayuntamiento toma en consideración la instancia vecinal porque “la
fuente nada tiene de artística en la forma de nuestra plaza”; tampoco “responde
a los fines del servicio”, ya que para “ello bastaría una fuente de vecindad
colocada convenientemente” –un simple grifo- y, además, no “está lo suficientemente
distante de las casas ni cuenta con el caudal de agua bastante para que esté
corriendo de continuo”, lo que produce un “estancamiento” que, a la
postre, se traduce en el “desarrollo de
gérmenes nocivos y perjudiciales para la salud pública”. Con esta base, el Consistorio,
por unanimidad, decide desmontar la fuente de la Plaza Mayor – tal y como
se había hecho unos años antes con las Tres Columnas[5]-
y que sus restos se guarden con celo, a la espera de “aprovechar la primera
oportunidad para instalarla en el paseo de La Florida ”.
Esta decisión dio pie a una moción del concejal Miguel Cid Sánchez,
trascendental para la historia del Carnaval del Toro por la irradiación de
acuerdos que desencadenó. El edil propuso como “procedente que el cierre de la
plaza en las próximas corridas de Carnaval debería hacerse junto a la Casa Consistorial
para que el Ayuntamiento y convidados oficiales presenciaran la fiesta desde su
galería”. Además, justificaba su propuesta por la conocida dificultad que tenía
el Consistorio de “encontrar balcón para el Ayuntamiento y autoridades por el
elevado precio que se exige, lo que motivó hacer el palco en un tendido”. Por
“decoro”, Miguel Cid se opone a continuar con esta costumbre, algo que fue
apoyado por el resto de la Corporación. Así, en la sesión del 22 de enero de
1906 se toma por unanimidad el acuerdo definitivo y trascendental de que, a
partir de ese año, el “cierre” del coso de Carnaval “se haga en la parte de
arriba de la plaza, contigua a la Casa Consistorial ”.
Hasta ahora los festejos taurinos se habían celebrado en la parte baja de
la Plaza Mayor.
La presencia de las Tres Columnas y la conocida fuente junto al cuerpo primitivo
de la Casa
Consistorial impedían arrimar el coso al Ayuntamiento. El
derrumbe de parte de la techumbre del edificio aceleró los proyectos para remodelar el inmueble y ocupar el
solar de parte de la antigua iglesia de San Juan. La obra fue rematada en 1905
y permitió que, para el Carnaval de 1906, se introdujeran novedosos cambios[6].
Lorenzo Roldan de Palacio, alcalde accidental de Ciudad Rodrigo |
Al ya apuntado del traslado del coso a la parte alta de la Plaza Mayor , se unen
las propuestas que hizo el concejal Abelardo Lorenzo Briega[7]
en la sesión del 27 de enero de 1906 “con el fin de introducir alguna novedad
en los Carnavales, que son motivo de concurrencia de los forasteros”. En primer
lugar, propuso el edil que “durante la lidia de los novillos en la tarde, en
los intermedios se permitiera la entrada a las comparsas de máscaras de ambos
sexos y de niños con trajes, estableciéndose un concurso en que se premiara a
los que, a juicio de un jurado, fueran acreedores por su ingenio en el disfraz
en los primeros y que más gusto en sus trajes se demostrase en los segundos”.
Para que esto pudiera llevarse a cabo sin dispendio para el erario municipal,
el concejal Briega propone, en segundo lugar, que, “a excepción de los tramos
[de los tablados] destinados a las tropas, los demás fuesen subastados”, con
cuyo “superávit” el Ayuntamiento podría afrontar la consignación de los premios
que estableciese.
La corporación estima inicialmente como positiva la propuesta formulada
en primer término, aunque exige que, para llevarla a cabo, se “armonice” el
desfile con el desarrollo de la corrida con el fin de que no se retrasase
demasiado la “salida del ganado, evitando que se haga de noche”. Respecto a la
subasta de los tablados, existía el precedente que suponían los derechos
adquiridos por los propietarios de los edificios en lo que antes se apoyaban
los diferentes tramos del cierre de la plaza, aunque ya se apunta la necesidad
de buscar una fórmula para romper con esa práctica. El asunto trajo cola,
puesto que el Ayuntamiento reconoce que se les niega los citados derechos a los
propietarios de las casas y “a los que más directamente se les causa molestias
y hasta perjuicios”, quienes podrían llegar incluso a ofrecer “resistencias
justificadas, ya por no estar obligados ni consentir que sobre sus edificios se
estriben las maderas de los tablados, ya también porque no hay razón para que
deba quitarse la costumbre”.
La Plaza Mayor de Ciudad Rodrigo antes de afrontar la reforma y ampliación de la Casa Consistorial. Foto Pazos |
Así, como solución se decide que, en principio, se siga con la subasta de
los tablados y que se dé el derecho de preferencia a los propietarios de las
casas en los que se asiente el maderamen en los precios que se fijen, acuerdo
del que se daría traslado a los afectados a través de las correspondientes
comisiones municipales. La subasta se realiza[8], pero
los adjudicatarios, una vez terminadas las fiestas, en concreto el 3 de marzo,
solicitan al Ayuntamiento, y así se les concede, una reducción del 10 por
ciento del precio pagado en la subasta de los tablados “para compensar en parte
lo exagerado de aquella por la competencia y pérdidas sufridas por los
interesados”.
Otra de las novedades es la ubicación de los toriles. El acuerdo se
produce en la sesión del 1 de febrero de 1906. La Corporación habla de la
“conveniencia o no de hacer los toriles en el local que en esta Casa
Consistorial ocupa el almacén” construido en lo que antes fue iglesia de San
Juan, algo que, como sabemos, finalmente se llevaría a cabo. Para ello fue
necesario construir una rampa que facilitase el trasiego de los toros durante
los festejos carnavalescos. La decisión, sin embargo, también generó cierta polémica
vinculada al aspecto sanitario, a la higiene, aunque finalmente este espacio cumpliría
con los fines y usos sobrevenidos.
Por último y para completar la relación de novedades, en las vísperas de
comenzar el Carnaval –se celebraba de domingo a martes- la Corporación acuerda
el 27 de febrero de 1906 el programa para el desfile de grupos de comparsas y
de niños disfrazados. Las corridas ya estaban cerradas, con dos procedentes de
la ganadería de Juan Aparicio y la otra con novillos de Julián Bernal y
Valeriano Santos. El desfile se celebraría “durante el tiempo que media entre
la capea del tercer y cuarto novillo de la tarde del primer día (domingo) para
trajes de niños de ambos sexos con premios de juguetes adecuados; el segundo,
comparsas de máscaras a pie, premio en metálico de 25 pesetas; y tercero,
comparsas o máscaras a caballo o en carrozas, con premio en metálico de 30
pesetas para los primeros y 50 para los segundos”. Además, el alcalde, pensando
en el supuesto superávit que acarrearía la subasta de los tablados, apunta que
el dinero sobrante fuera destinado a la compra de una “caballería” para
acarrear la carne hasta el matadero.
La subida del cuadrilongo taurino al pie de la Casa Consistorial, una
medida que en su momento tuvo también
sus críticas[9], suponía la reducción del
espacio destinado a coso taurino en virtud de la configuración urbanística de
la Plaza Mayor, abajo bastante más ancha que en la parte que a partir de este
año ocuparía. Y ese cambio para algunos, como apunta un articulista de La Iberia[10],
supone una “falta de conocimientos taurómacos en aquellos que han cometido la
empresa”, que, según vaticina el citado periodista, “y con todo el sentimiento
de mi alma cristiana [...], este año nos van a amargar las corridas”,
pronóstico en el que se ratifica el citado semanario cuando, una semana
después, aprecia el trazado del nuevo emplazamiento del coso carnavalesco.
Mientras la polémica se asentaba, la comisión municipal de Festejos se
afanaba por ir cerrando otros capítulos de la organización del antruejo, caso
de la elección de las ganaderías y la treintena de novillos que se correrían y
capearían durante el Carnaval de 1906. A principios de febrero se filtra que las
reses del Domingo y Martes de Carnaval procederán en su mayoría de La Caridad,
de la finca del propietario Juan Aparicio López –dos novillos vendrían desde
Fuenteguinaldo-, mientras que la otra corrida sería ajustada a los ganaderos
Valeriano Santos y Julián Bernal. Precisamente, en el diario El Adelanto, de 22 de febrero, se
publica una detallada información sobre las características de las reses que
aportarán estos últimos ganaderos.
En la mañana del Lunes de Carnaval, en la prueba serán capeados cinco
toros que responden a los nombres de Salino
–jardo y veleto-, Carcelero –“bien
puesto de cuerna”, señala el corresponsal-, Majito
–también jardo y veleto-, Pardino
–del que se aventura que es “muy bravo”- y Taquelón,
del que se apunta que es un “novillo para que el público lo sortee si se hace
bien el encierro”, una res de capa “nevada, bien puesto de cuerna” donada por
el ganadero “en obsequio de Ciudad Rodrigo”. Los morlacos de la tarde serán Florido –“pelo negro, bien puesto; es el
mejor de lámina” y con divisa verde-, Picaveo
–“rabicano, bragao, veleto, pelo negro-, Valentón
–“negro, gacho, frente rizada”-, Macareno
–“negro, bien puesto”, -Monjo –divisa
encarnada, bragao, coniabierto, negro, frente rizada. Es sin duda alguna el
menor de la corrida”, señala el periodista- y Mataburros –“negro, bien puesto”. Todos con más de cuatro años. “Es
seguramente –afirma el corresponsal-, del decir de personas inteligentes que
han visto el ganado, la mejor corrida que hace tiempo se ha presentado a la
lidia en estas fiestas de carnestolendas”.
La víspera de San Sebastián hace su aparición la murga Los Becuadros, la
popular comparsa abanderada por Eustaquio Jiménez Trejo. Presentan su repertorio
en el Café del Porvenir, en donde, lógicamente, se incluyen las coplas
referidas a las innovaciones que traerá este Carnaval de 1906, además de las
canciones que ya se habían hecho tradicionales enraizando en el imaginario
carnavalesco. Por otra parte, el cierre de la plaza estaba rematado el 22 de
febrero, así como “la colocación de agujas desde la Puerta del Conde”. Ese día
también se procedió al sorteo de los tableros de la plaza, las estructuras que
se colocan en las puertas para presenciar los festejos taurinos, y para el día
26, lunes, se apunta que la “plaza quedará del todo construida”.
Miembros de la carroza 'La Conferencia de Algeciras', de Los Becuadros |
Con todo definido, superadas inicialmente las consustanciales polémicas
del Carnaval, acentuadas más si cabe en esta edición, llega el primer día del
antruejo. El Domingo de Carnaval, 25 de febrero, se corrieron 10 toros del
“reputado ganadero y labrador Juan Aparicio López”, señalaba el semanario
mirobrigense El Pueblo en el número
del 7 de marzo. El corresponsal de El
Adelanto señala que el ganado fue “muy fino, pero demasiado pequeño”, lo
que no fue óbice para que diera “mucho juego”. Algo en lo que coincide el
redactor –Pedro Hernández Moro, quien firmaba como El Charro del Arrabal- del semanario El Pueblo: son novillos “pequeños, de pura raza [...]; pero toros
en miniatura que acometen con ímpetu, con coraje, propinan revolcones,
divierten a los aficionados, sin desagradables consecuencias y con ellos
ensayan las más lucidas suertes del toreo: el público goza y los hermanos
Araujo, en unión de otros muchos, hacen sus delicias”.
Si la prueba parece que fue divertida, el comportamiento de los novillos
de la tarde siguió en la misma línea, “dejando bien puesto el prestigio de su
dueño”. No obstante, ajeno a las directrices y parabienes periodísticos, “el
público manifestó su desagrado, protestando que los novillos eran pequeños”. No
fue óbice para que el redactor de El
Pueblo enmendara la plana para concluir que los novillos del Domingo de
Carnaval “cumplieron como buenos y que eran muy a propósito para la fiesta”.
Y debían ser realmente pequeños si nos atenemos a lo que ocurrió durante
el desencierro vespertino: “algunos –escribe El Pueblo- sin tener en cuenta las funestas consecuencias de los
actos que realizan y de los cuales pueden surgir conflictos de orden público y
disgustos para las autoridades y vecindario, como para ellos mismos, cogieron
dos novillos” a la salida del recinto amurallado, lo que provocó la
intervención del alcalde accidental, Lorenzo Roldán, y del primer teniente de
alcalde, Anacleto Sánchez Villares, acompañados de agentes de la policía,
quienes se emplearon en “amonestar” a los díscolos aficionados hasta que
finalmente liberaron a los novillos. Otra persona, José María López, un vecino
del Arrabal de San Francisco, viendo la felonía que se estaba haciendo con el
animal había pedido también “por dos veces” que soltaran el novillo; no debió
sentarle bien al primer teniente de alcalde esta injerencia, porque inmediatamente
ordenó su detención y el traslado a la perrera en donde permaneció encarcelado
durante tres cuartos de hora.
El Lunes de Carnaval de 1906 amaneció radiante. El sol invitaba al gentío
a participar en los festejos que, como ocurrió en la víspera, tuvieron un
seguimiento masivo. En esta segunda jornada carnavalesca se corrieron toros de
Valeriano Santos y Julián Bernal. Afirmaba El Charro del Arrabal en El Pueblo que la “corrida resultó buena.
Los novillos, grandes y bravos, fueron capeados por los diestros, propinando a
estos algunas aparatosas cogidas sin consecuencias”. Y refiere que en el quinto
toro de la mañana, el extraordinario donado por los ganaderos, “de cinco o seis
años”, un aficionado imitó la suerte del dontancredismo, cosechando el
beneplácito y apoyo del numeroso público que poblaba los tablados. Los
ganaderos fueron también muy aplaudidos “por la bravura de los novillos”,
señala el corresponsal de El Adelanto,
quien justifica la merma de aficionados en el albero “por el respeto que
imponían” los toros. No obstante, la nota negativa fue el intento de maltratar
a las reses que intentaron varios individuos que portaban banderillas con el
objeto de herir a traición a los astados. Afortunadamente, intervino a tiempo
la autoridad y requisó el material.
La última entrega del Carnaval del Toro de 1906 repitió ganadería. Los
novillos de Juan Aparicio mejoraron en presencia respecto a lo visto en la
primera jornada. “Mayores y de más poder que los del día 25” , señalaba Pedro Hernández
Moro en El Pueblo el 1 de marzo.
Durante el encierro, según se contaba en El
Adelanto, “fue alcanzado un albañil por uno de los toros, tirándole por
alto y pateándole después; sin embargo, no resultó más que con ligeras
contusiones”.
Por su parte, El Charro del Arrabal destacaba en El Pueblo la irrupción en el coso del “intrépido y valiente
novillero Ángel Ramos, el Improvisado”,
un joven bilbaíno que entonces tenía 16 años de edad, cuya aparición en el
oblongo coso mirobrigense fue “todo un acontecimiento. En poco rato, y a pesar
de dos o tres revolcones sufridos, ensayó y ejecutó las más arriesgadas suertes
del toreo con una destreza y serenidad admirables. El público le aplaudió con
entusiasmo y nuestra celosa primera autoridad prohibió al novillero que tomara
parte en la brega de las reses grandes, prohibición que el público elogió con
verdadero placer”. Pero la razón de que no saltase a la arena fue otra; nos lo
cuenta el corresponsal de El Adelanto:
“Un rasgo generoso y digno de que sea conocido fue el que hizo el montaraz de
Valdecarros [Ángel Rodríguez] con un joven aficionado, de 16 años, al que dio
25 pesetas con la obligación de que no bajara al redondel”.
El cronista destacó también la presencia en el coso del quinto toro de la
tarde, un morlaco de “seis años de hermosa lámina, de gran poder y bravura”,
que “vino a llenar de pánico y fundados temores al público, pues en los
primeros momentos alcanzó a un diestro, afortunadamente sin más consecuencias
que las de dejarle al descubierto casi toda la espalda, pero a seguida y cuando
el aventajado y simpático diestro Plácido N. trató de ponerle un par de
banderillas al quiebro le alcanzó, infiriéndole una cornada de unos 13 centímetros de longitud,
de abajo a arriba, en la parte superior anterior del muslo y que no le interesó
milagrosamente la arteria femoral. El herido fue llevado inmediatamente al
Hospital [de la Pasión], donde se le hizo la primera cura por el médico municipal
don Ángel Mirat”. En realidad se trataba del subalterno Plácido Palomino, quien
no tuvo ningún problema para recuperarse de la cornada y seguir bregando por
los ruedos de toda España.
También tuvo que ser atendido en el Hospital de la Pasión el joven
novillero salmantino Fernando Martín, el
Latas[11], un percance del que se
recuperaría rápidamente.
El otro Carnaval, el de la fiesta y los bailes, siguió la pauta de años
anteriores, con protagonismo de los locales y salones que hasta pasadas las dos
de la mañana estaban embebidos con la música, muy frecuentados por la sociedad
mirobrigense y por forasteros, como se reseñaba en la prensa periódico local y
provincial.
Por último, la organización y desarrollo de los concursos de máscaras y
carrozas culminó con la concesión de los premios establecidos, “consistentes en
ricos juguetes y dulces para las mejores máscaras” para los “cuatro niños y
niñas que se presentaron” el Domingo de Carnaval; y el último día fue premiada
con 40 pesetas la carroza “en que se exhibió la Murga de los Becuadros,
representando la Conferencia de Algeciras presidida por el popular Trejo”,
señalaba el cronista de El Pueblo.
[1] Cfr.
MUÑOZ GARZÓN, Juan Tomás. Toros en Ciudad
Rodrigo. La plaza del Hospicio, 1871-1928.
[2]
Clemente de Velasco y Sánchez-Arjona fue alcalde de Ciudad Rodrigo entre el 1
de enero de 1906 y el 31 de diciembre de 1909. Nació en Ciudad Rodrigo el 26 de
marzo de 1860 y murió en Madrid el 11 de febrero de 1941. Contrajo matrimonio
el 29 de marzo de 1891 en Sevilla con María Dolores Sánchez-Arjona y
Sánchez-Arjona. Tuvo tres hijos: José Ignacio, Fernando y Manuela.
[3] No
obstante, la afición taurina se sigue manteniendo con las celebraciones
tradicionales, como recoge el semanario La
Iberia a principios de año: “El lunes próximo, con motivo de la fiesta de
Santa Águeda, se celebrará una corrida de novillos en el Arrabal del Puente. El
mismo día la cofradía de Santa Águeda celebrará en la iglesia de San Isidoro
una fiesta religiosa en honor de su titular, en la que predicará el joven presbítero
don Ángel Posadas. En la tarde, los hermanos
tendrán un baile en el Campo del Trigo, y siguiendo la tradicional costumbre,
se reunirán en la noche en fraternal banquete”.
[4]
Ocuparía más tarde la Alcaldía de Ciudad Rodrigo, en concreto desde el 1 de
enero de 1910 al 31 de diciembre de 1911.
[5] MUÑOZ
GARZÓN, Juan Tomás. 1903-1922. Un periodo
vergonzoso para la historia mirobrigense. En Ciudad Rodrigo, Carnaval 87. Excmo. Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo,
1987. Pág. 136-138.
[6] NIETO
GONZÁLEZ, José Ramón y PALIZA MONDUATE, Mª Teresa, Estudio de la obra
de Joaquín Vargas y Aguirre en Ciudad Rodrigo, Revista NORBA-ARTE [ISSN:
0213-2214], vol 8, pp 207-229.
[7]
Abelardo Lorenzo Briega había sido alcalde de Ciudad Rodrigo entre el 1 de
enero de 1904 y el 31 de diciembre de 1905. Posteriormente repetiría en el
cargo, entre el 1 de abril de 1922 y el 30 de septiembre de 1923.
[8] La
subasta quedó definida el 27 de febrero, como queda reflejado en un documento
del Archivo Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo. La relación de
adjudicatarios fue la siguiente: los cuatro primeros tablados quedaron libres,
es decir, para uso del Ayuntamiento, entre otros para la “tropa” y los “servicios
de plaza”, en donde se encontraba el de carpintería. El resto quedó adjudicado
a Macrina Prat, Aureliano de San Pablo, Pedro García, Obdulia Rivas, Dimas
González, Ángel Sánchez Rodríguez, Julián Moraleja (3), Ildefonso Zamarreño
(3), Magdalena Martín, José Cervera, Enrique Hernández, Ramos Sendín, Francisco
Lima, Jacinto Hernández, Remigio Rodríguez, Antonio Hernández, Jacinto Sánchez,
Ángel Moraleja, Félix Trinchet, Juan Antonio de Aller, José Roncero, Salvador
Garduño, Gerardo González, Rafael de Aller, Sebastián Moro, Isabel Alonso,
Santiago Sánchez, Estanislao Canillas, Julián Calzada, Agustín Sánchez (2),
Antonio Sierra y Juan Moríñigo.
[9] Cfr.
La Iberia: semanario independiente. Año IV, número 146 - 1906 febrero 3. En la
portada se inserta un reflexivo artículo, titulado Sotto vocce, en el que no solo critica buena parte de las innovaciones
que el Carnaval sufre en esta edición, sino que incluso muestra una postura
contraria a la celebración de estos festejos taurinos: “Hasta hoy no ha habido
Concejo que mirando más por la cultura del pueblo, que por esas diversiones
precursoras de desgraciados accidentes, se haya atrevido si no a suprimir, a
restar por lo menos esas luchas bárbaras entre la ineptitud de los
carnavalescos diestros y la pujanza de las reses...”
[10]
Ibídem.
[11]
Fernando Martín Guerrero, el Latas.
Torero salmantino.
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