A finales de
julio de 1914 había estallado la Gran Guerra. España decidió quedarse al
margen. Ya tenía demasiado. Era un país económicamente atrasado, que se había
quedado sin colonias, aislado en el arco internacional, moralmente destrozado y
con gobiernos que mantenían hasta la extenuación una crisis política sin visos
de solución; además, había surgido el problema de Marruecos. Un tótum
revolútum, un pandemonio que derivó en una crisis obrera que abanderó la huelga
como medida reivindicativa. Y Ciudad Rodrigo, abocada a una crisis generacional
en los últimos tiempos, se identificaba palmariamente con ese revoltijo, con
esa crítica situación social y económica. Sin recursos, sin trabajo, la clase
obrera mirobrigense buscó salidas a su situación, llegando al extremo, vista la
idiosincrasia de los habitantes de la ciudad del Águeda, de barajar que se
solicitase al Ayuntamiento rodericense la suspensión de los festejos carnavalescos
de 1915 y “el empleo de su importe en trabajo para los proletarios”, anunciaba Avante en un suelto del 23 de febrero.
Portada del semanario AC criticando el Carnaval |
Este comentario, puesto que no pasó
de ser una idea sopesada por los obreros mirobrigenses sin encauzar hacia el
Consistorio, fue el detonante para que un tal J. de B. –seudónimos, acrónimos,
abreviaturas, iniciales... eran una constante en la firma de artículos en
prensa en estas décadas y anteriores- arremetiera contra la celebración del Carnaval
de Ciudad Rodrigo con un artículo insertado en la portada del día 11 de febrero
de 1915 en el semanario local AC[1]
titulado Cartas a un obrero. Con una
postura rayana en la abyección, el articulista anima a la clase obrera a que
persevere en esa idea, pese a que “se celebrarán las capeas este año, pero
habéis sido vosotros, como no podía ser menos, los encargados de dar el primer
testarazo a esa vieja fiesta que tanto agradaba a nuestros padres y que a
nosotros nos molesta tanto, a esa ridícula parodia de las trágicas y bárbaras
corridas de toros, que debe desaparecer de la lista de nuestras fiestas y desaparecerá”.
Y continúa afirmando, dirigiéndose al obrero, que “no eres tú y los tuyos el
antiguo pueblo de ‘pan y toros’. Colocados hoy en un plano más digno, pedís pan
sin toros, o mejor dicho, pedís ‘trabajo’ que es como pedir justicia”.
J. de B. continúa con su diatriba
antitaurina y anticarnavalesca aventurando que “se dirá que en Ciudad Rodrigo
la única fiesta típica que queda es la de las capeas, y los de Carnaval los
únicos días del año en que el pueblo se expansiona. Respecto al tipicismo de la
fiesta, afírmate en la idea, compañero trabajador, que el pan de tus hijos, su
presente y su porvenir, son más sagrados que todas las tradiciones que pueden
simbolizarse por una cabeza de toro. Además –continúa- los carnavales de Ciudad
Rodrigo, perdido todo lo que tenían de eminentemente popular, aquella expresión
de alegría sencilla y de ingenuidad primitiva, que podía hasta cierto punto
justificar su barbarie, han degenerado hasta convertirse en chabacanería,
bellaquería y aburrimiento”. Y remata afirmando que “suele decirse que estas
capeas no son, después de todo, tan bárbaras como las ‘corridas formales’ y que
en ellas ‘no ocurren nunca desgracias’. Y porque las corridas aquellas sean las
más bárbaras, ¿nos hemos de contentar nosotros con ser un poco menos bárbaros?
¿No nos sería más ventajoso salir ‘por completo’ de la barbarie? ¿Y no es
bastante desgracia que un pueblo (por el solo hecho de ser Domingo de Quincuagésima[2]) se
emborrache y blasfeme y se haga la ilusión que se divierte gastando en tonto
las dos pesetas en calderilla de su Ayuntamiento?”.
Casi con simultaneidad a la
publicación de este artículo, en este y en otros de los semanarios vigentes en
este momento, se daba cuenta de la procedencia de los novillos que se correrían
durante las carnestolendas de 1915, desarrolladas entre el 14 y el 16 de
febrero. AC insertaba en sus páginas,
en el número del 28 de enero[3], que
la comisión municipal de Festejos había contratado las corridas de Carnaval a
los ganaderos Ignacio Gómez, de la dehesa de San Román; Julián Paniagua, de la
de El Valle; y Miguel Castaño, de la finca Villoria, respectivamente para el
domingo, lunes y martes del antruejo.
Fotografía publicada en la revista La Lidia (14/02/1916) |
Los trámites previos siguen el
calendario habitual. Una semana antes de iniciarse el Carnaval, en concreto el
7 de febrero, domingo, el Ayuntamiento adjudica el cierre de la plaza y la
colocación de los alares habituales al carpintero local José Moraleja Hernández,
quien recibirá 150 pesetas por este cometido. Y, en otro orden, a la vista de
la conflagración mundial y con el fin de disuadir cualquier chanza sobre la
guerra y los participantes en ella, el Boletín
Oficial de la Provincia inserta una circular en el número del 10 de febrero
en la que se hace presente que durante las fiestas de Carnaval quedan
prohibidos “con el mayor rigor los disfraces o comparsas alusivas a naciones
beligerantes”, advirtiendo al alcalde del “cumplimiento de lo ordenado”.
Y llegó el Carnaval: “El tiempo que
deslució las típicas fiestas de San Blas y Santa Águeda, quiso también
estropear a los mirobrigenses sus famosos encierros y corridas”, pero “contra
esta arrolladora alegría no hay temporal, por duro que sea; y así, entre
torrencial lluvia, llegaron los cornúpetos del primer día; se corrieron y se
desencerraron, y con un frío capaz de helar a un esquimal, se encerraron,
corrieron y se soltaron el segundo. Todo ello unido, mezclado y seguido de
bailes, teatros, comparsas y mascaradas”, se señala en la crónica resumen del
antruejo de 1915 en el semanario Avante
para los dos primeros días de un Carnaval pasado por agua, porque “el último
día ¡el delirio! El sol lanzó sus ardientes rayos, rasgó las nubes, hizo
desaparecer los rigores invernales y la multitud, ávida de luz, de calor, se
lanzó en masa a la calle, con la alegría retratada en el semblante, dispuesta a
recordar los mejores tiempos del tradicional carnaval mirobrigense, de aquel
–según los viejos- que solo reconocía igual en los famosos de Venecia y Niza”,
arroga el redactor de Avante.
Se inició el capítulo taurino con la
corrida que presentó el ganadero Ignacio Gómez. Más madrugador el encierro que
de costumbre –“se adelantó un poco de la hora señalada”, señalaba La Iberia-, provocó el enfado del
público, que se conjuró para “vengarse en la del día siguiente”, una apuesta en
caliente que se difuminó de inmediato cuando comprobó que el ganadero “presentó
un ganado de primera en cantidad y calidad”, explica el citado semanario
mirobrigense y que coincide con Avante
en la calificación de los astados: “bravos, nobles y poderosos fueron los novillos
de don Ignacio Gómez”, que facilitaron que el encierro se hiciera “sin
dificultad alguna y su lidia dio origen a numerosos incidentes, cómicos unos y
semitrágicos otros”, ya que “multitud de aficionados al arte rodaron por el
suelo, y unos en sus ropas y algunos en sus carnes lucieron las señales de su
valor”.
Discrepan los redactores de ambos
semanarios mirobrigenses –el de AC
hace una crónica telegráfica[4]- al
valorar los novillos del Lunes de Carnaval. Para La Iberia resultaron “como sus hermanos, siendo justamente
aplaudido su dueño, Julián Paniagua”, mientras que Avante señala que “hubo ya menos igualdad: al lado de novillos bravos,
hubo bueyes dignos de una carreta”. Con este bagaje, “los incidentes fueron
menos numerosos y los encierros y corridas transcurrieron sin novedad alguna”,
aclara Avante.
En los tres semanarios locales que
se editaban por estas fechas se resalta la participación en el coso
mirobrigense del diestro Saleri II[5] y el
novillero Posadero[6]. Del torero refiere Avante que, “acordándose de que en esta
ciudad recibió una de las primeras ovaciones por su arte y valor, apareció en
el redondel y realizó verdaderas filigranas con los novillos, que se premiaron
con ovaciones estruendosas y con numerosa colecta cuando ayudó a sus humildes
compañeros a pedir al público”.
Terminó el Carnaval de 1915 con el
encierro del ganadero Miguel Castaño, de Villoria. Había expectación, ayudada
por el cambio de la meteorología –“hormigueaba la gente en la muralla, los
fosos, el glacis; el sol pugnaba por romper la espesa niebla que rodeaba la
ciudad...”, señala Avante-. “De
pronto, una avalancha penetra por la plaza, rodeando a toros, caballos y
cabestros: inopinadamente se había echado encima el encierro después de un
conato de escape, en el cual uno de los toros consiguió romper la valla y huir
a Villoria”. Los toros, según La Iberia,
dieron juego, pero la corrida “no fue tan igual como las anteriores por ser de
distintas procedencias, pero desempeñaron su papel”.
Gabriel Hernández Posadero |
Con un día apacible, el remate del
Carnaval contó en la plaza con un “lleno rebosante en la prueba y en la
corrida”; con unos novillos “bravos, un tanto tardos y alguno un sí es no es
marrajo”, apunta Avante. En la lidia
se contó con la dirección de Saleri II, “que hizo cambiar el carácter de
novillada desordenada por simicorrida seria. Mucha luz, mucha alegría,
aplausos, música, alguna que otra merluza alegre: tal fue la fiesta taurina del
martes, que supo a gloria a los farinatos castizos”.
La
Iberia resume los festejos taurinos: “Peripecias, la mar de ellas, pero
afortunadamente sin graves consecuencias; mucha ocupación para las costureras
en la indumentaria y en las capas, además de alguno que otro chichón, piteras y
otras menudencias que no impidieron a sus tenedores continuar la lidia”. Asimismo,
señala este semanario mirobrigense que “la afición ha estado dignamente
representada por el decano Pelegrín Pertusa, Pintao; [Federico Manjón] El Sastre, El Muerte y [Indalecio Soto]
Sotillo”, junto a “otros muchos que sería prolijo enumerar, todos muy
trabajadores y ejecutando suertes que parecía imposible, dadas las condiciones
en que tienen lugar estas novilladas”. Pero para el redactor de La Iberia llamó poderosamente la
atención la presencia, desde el Domingo de Carnaval, de “un torerito, muy
apañado y que se metía de verdad, sin baile, carreras, ni barullo; se plantaba
cuadrado, como un veterano y daba unas navarras que entusiasmaban, recogiendo
al novillo con mucho arte y marcándole la salida con sujeción a lo dispuesto en
los textos legales”. Después de seguir con las alabanzas y augurarle, si
continuaba en esa línea, su consagración en el toreo, el redactor del semanario
mirobrigense desvela el nombre del flamante novillero: Domingo Gómez, Dominguín. “Siga Dominguín por ese
camino y muy pronto se disputarán su conquista los empresarios de las
principales plazas de toros”, vaticina La
Iberia.
En este periódico también se comenta
que algunos maletillas “dieron con sus huesos en la perrera so pretexto de que
no figuraban en la cuadrilla contratada”, una acción que critica el redactor,
calificándola de absurda, “puesto que muchos no contratados torearon los tres
días sin que se les molestaran lo más mínimo y la ley es igual para todos”,
derivando la responsabilidad al alcalde –Ángel Mirat y Villar-, porque “tenemos
un alcalde que no debía serlo, de ahí el que se hagan esas cosas y otras parecidas”,
una aparente salida de tono asentada en el enfrentamiento que por estas fechas
marcaba la relación entre La Iberia y
la Alcaldía.
En el apartado de lesionados, en el
parque de Bomberos, situado en la calle Madrid en un local que fue cedido en
1900 por el Gobierno Militar de la Provincia y de la plaza de Ciudad Rodrigo,
fueron asistidos por “el personal de su ambulancia sanitaria” Julio Alardier,
Miguel Panarro, Antonio Núñez, Anselmo Montoya, Hilario Peña, Eusebio Montero,
Francisco Moro y Fernando Martín.
Por lo que respecta al complemento
festivo alternativo carnaval taurino, las sesiones del Teatro Nuevo captaron la
atención del público, ya que la sala “se vio literalmente invadida” para
presenciar la sucesión de zarzuelas y comedias musicales programadas: el primer
día se representaron Molinos de viento,
El maldito dinero y La buena ‘sombra’; el segundo La noche de Reyes, El diablo con faldas y La reina
mora, cerrándose el ciclo con la puesta en escena de Los campesinos, El leñador
y El cuento del dragón.
Los distintos salones sociales
–Círculo Mercantil, Casino Mirobrigense, La Unión, y la Sociedad Recreativa-
fueron el centro de reunión de los mirobrigenses, asistiendo en masa a los
bailes organizados, aunque las máscaras apenas se hicieron notar, salvo las
infantiles, según refiere AC. Además
de esos bailes de sociedad, el resto de salones abiertos al público en general
–El Paraíso, Bomberos y Teatro Nuevo- completaron la oferta de aquel Carnaval
de 1915, en el que, para Avante, hubo
“mucho humor, numerosas, originales y ricas máscaras, y, sobre todo, alegría,
mucha alegría, sin que se viera turbada por el más pequeño incidente; y así el
domingo, así el lunes, y así el martes, hasta las altas horas de la madrugada
del miércoles, en que el cansancio, y el anuncio de la labor cuotidiana,
interrumpida durante los tres días, llamó fuertemente a todos. Y hasta el año
que viene, que Dios quiera que se repita, siempre que sea en condiciones
favorables para nuestro querido pueblo”. Sin embargo, para la redacción de AC el Carnaval estuvo “un poco soso,
cosa que se acaba y después... los mismo que el año pasao, las mujeres respectivas al siguiente día, monosilábicas, con
un ceño imponente, capaz de asustar al marido más tranquilo de la creación.
Pero, en fin, esto también pasa fugazmente... como los carnavales”.
[1] AC. Semanario dedicado a la defensa de los
intereses de esta ciudad y su partido. El primer número se publicó el 5 de
marzo de 1914 y, al menos, se publicó hasta finales de agosto de 1915. Se editaba
en casa e hijos de Cuadrado.
[2] Se llama quincuagésima al
domingo anterior al Miércoles de Ceniza, que marca el inicio del
período de Cuaresma en
la religión cristiana. Su nombre proviene de que
se celebra 50 días antes de la Pascua de Resurrección.
[3] El
día 30 daban cuenta también de la noticia los semanarios mirobrigenses La Iberia y Avante, mientras que el diario provincial El Adelanto la refería en la edición del 3 de febrero. No obstante,
Avante señala, en el número del 6 de
febrero, la procedencia inicial de las reses de las dehesas de San Román y El
Valle: “Hemos oído hacer grandes elogios de ellas [las corridas del Carnaval] y
en especial las que se lidiarán el 1º y 2º día adquiridas de la acreditada vaca
de doña María Terrero, y compuesta de 14 cuatreños y 6 utreros, todos ellos,
según personas que los han visto, de hermosa lámina y finos de tipo que fácilmente
se confunden con los verdaderos toros de casta. Si a esto unimos la virginidad
de lidia que tienen, de esperar es presenciemos faenas para satisfacción de la
afición”.
[4] “Las
corridas, buenas carreras, achuchones, la invitación al sastre, el domingo; no
hubo maleta que no llevase su coscorrón y su descosido. Los morlacos haciendo
lo suyo, más bravos los del domingo y menos los del martes. El lunes dos
mascaritas toreando por lo fino, con fe y valentía. ¿Quién serían? Pases,
revoleras, faroles, pases como Dios manda. El martes Saleri II y Posadero
torean a los moruchos: gran entrada. Esto ha tenido aires de corrida formal.
Ahí tenéis a los dos mascaritas.”
[5]
Julián Sáiz (o Sáinz) Martínez, Saleri II
(Romanones –Guadalajara-, 19 de junio de 1892; Madrid, 7 de octubre de 1958). Tomó
la alternativa en Madrid el 13 de septiembre de 1914 y parece que realizó su
último `paseíllo’ el 25 de agosto de 1935 en Almagro.
[6]
Gabriel Hernández y García, Posadero.
Nació el 18 de marzo de 1894 en Riopar,
un pueblo de la provincia de Al bacete en el partido judicial de Alcaraz. Su
apodo se debe a que fue amigo y compañero de
Julián Sáiz (Saleri II ) en sus comienzos, diestro que en un principio era conocido por el sobrenombre
de Posadero. Debutó en Madrid el 10 de
julio de 1915.
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