La literatura española, pese a
que haya sido un género denostado en su proyección histórica por buena parte de
la crítica denominada culta, ha tenido en los pliegos de cordel y en los romances que los
nutrían una base evidente del acervo popular, un atractivo para la escenografía, representada, en muchas ocasiones, por los ciegos, un colectivo que tenía en
esas historias romanceadas un modo de sustento. El pliego de cordel no deja de
ser “una literatura barata en cuanto a su composición, brevedad y venta al
público; los temas, arrancando desde el romancero viejo, van adaptándose a los
gustos de la gente llana a lo largo del tiempo, decreciendo en su calidad
literaria hasta ocuparse en su tramo final, ya en el siglo XX, de sucesos
sangrientos y muertes de patíbulo en una de sus variedades y en la continuación,
muy modificada, de temas caballerescos y amorosos en otra”, se señala en la
introducción a este género en la Biblioteca Virtual de Andalucía.
Edición del romance impreso en el taller ilerdense de Crhistoval Escuder, que recoge la fecha de 1735 |
La
descripción señalada se amolda perfectamente al romance de Sebastiana del
Castillo, una mujer vengadora -para algunos, en el ejercicio de su libertad-, una asesina en serie que acabó en el patíbulo de
la Plaza Mayor de Ciudad Rodrigo en torno a 1735. Una historia, como tantas,
inverosímil, inventada para dar pabilo a un pueblo que se sorprendía y engatusaba con estos
espeluznantes sucesos y que, a la postre, servirían de fuente, de inspiración
para que, verbigracia, literatos de la talla de Camilo José Cela recreasen la
figura, esencia y proyección de Sebastiana del Castillo en uno de los
personajes señeros de la literatura castellana: Pascual Duarte.
Cela
era un gran aficionado a la literatura de pliegos de cordel. Lo deja claro en
su obra El gallego y su cuadrilla, en
cuyo prólogo, en el apunte dedicado a Sebastiana del Castillo, no elude las
semejanzas con su Pascual Duarte: “La joven Sebastiana, que murió de veinte
años no cumplidos, nació en Javalquinto, un pequeño pueblo de Sierra Morena, y
fue un típico Pascual Duarte, un ser hecho para atropellar y destrozar todo lo
que oliese a vivo”.
Fotografía tomada en 1922 en Ruidoms (Tarragona) por Marc Ribas Gimbernat |
Francisco
Pérez Abellán, en su tesis doctoral –Indagación
del asesino en serie en Pascual Duarte- señala que “cuando Cela llama
Pascual a Sebastiana del Castillo en El
gallego y su cuadrilla sabe lo que hace. Conoce a su personaje en lo más
profundo, tanto en altura como en extensión. Le define como nacido para
atropellar y destrozar, es decir que no es un juguete del destino, pasivo,
receptivo, sino una apisonadora, cruel enemigo de todo lo vivo. Sebastiana, ‘un típico Pascual Duarte’,
que vivía sola con sus padres porque sus hermanos estaban casados, decidió
marcharse con su novio, Juan González del Pino, que no era bien visto por la
familia...”
Seguimos
a Pérez Abellán en la glosa del famoso romance de Sebastiana del Castillo: “Los
padres, advertidos de esta intención, zurraron y encerraron a la chica en una
sala, donde la tuvieron un año. Hasta que Sebastiana decidió cortar por lo sano
y escribió una carta a su novio proponiéndole la fuga. Le ordenó que se
presentara en su encierro a determinada hora y fuertemente armado. Juan
González, loco de amor, sin saber donde se metía, obedeció el mandato en todos
sus términos y se presentó armado con dos pistolas, una escopeta y un cuchillo
de dos filos.
“Sebastiana
abrió la puerta, tomó las armas y se fue a la habitación de sus padres y los mató
de media docena de puñaladas a cada uno. La madre, mientras el padre expiraba, pidió
clemencia, pero la hija que no se andaba con chiquitas, le dio el mismo fin.
Ilustración del romance reflejando los hechos sucedidos en la plaza de Ciudad Rodrigo |
“Enloquecida
Sebastiana por el correr de la sangre –tal y como cuenta Cela-, y ante los ojos
del sorprendido novio, que estaba atenazado por el miedo, les sacó los corazones
a sus víctimas, los frió y se los comió, momento que eligió el novio para caer
desmayado.
“Sebastiana al
ver a su rescatador en el suelo, lo mató también, se vistió con su ropa, sacó un
caballo de la cuadra y se echó al monte, como el torero Tragabuches, uno de los
siete niños de Écija.
“Los dos
hermanos la persiguieron con denuedo y ojalá nunca lo hubieran hecho, porque Sebastiana,
les disparó desde una cueva donde estaba escondida con otros dos bandidos y los
echó a tierra. Los bandidos protestaron y ella les hizo correr la misma suerte
que a sus hermanos, matándolos también.
Portada de una de las reimpresiones del romance |
“Loca de su
propio crimen, Sebastiana cortó las cuatro cabezas y con ellas envueltas se fue
a Ciudad Rodrigo, en cuya plaza las colgó con un letrero en el que explicaba lo
que había hecho. La gente, espantada de semejante acto, dio cuenta al
corregidor que movilizó a sus guardias y emprendieron la caza de la joven a la
que capturaron de una pedrada que le pegaron en los pechos, pero no sin
llevarse por delante a dos de sus perseguidores y a otros seis guardias, con lo
que se le cuentan quince víctimas.
“Sebastiana,
que tenía una fuerza descomunal, fue encerrada con grilletes por todas partes y
a los tres días la juzgaron, la condenaron a muerte y la ajusticiaron”.
La última
parte del romance de Sebastiana del Castillo se centra en Ciudad Rodrigo.
Aparece el personaje del corregidor Pedro Jacinto –nombre también inventado- y
de varios anónimos regidores y alcaldes, algunos también pasto de la
sanguinaria trayectoria de esta mujer vengativa que finalmente pudo ser
encarcelada, previa ejecución pública en el patíbulo.
Si nos
atenemos a la fecha que se ofrece en una de las primeras ediciones del romance
de Sebastiana del Castillo –impreso en el taller de Cristhoval Escuder, en Lérida-,
desde 1735 y hasta bien entrado el siglo XX se sucedieron ediciones en pliegos
de cordel de este afamado suceso que sorprendió a generaciones de españoles.
Buena parte de las reimpresiones se hicieron en imprentas catalanas, en donde
cobró tal fama la sangrienta y truculenta venganza de Sebastiana que incluso
trocó en composición musical y el correspondiente baile hablado –combinación de
tres elementos: representación teatral, baile y música- que tuvo su escenario
en el Campo de Tarragona.
El Baile –‘ball’, en catalán- de Sebastiana mantiene básicamente la
estructura del romance castellano con las inevitables adaptaciones léxicas de
la lengua catalana. De esta danza, que se desarrolla en nueve escenas, se
conserva una copia escrita por Pablo Segura en Tarragona en el año 1878,
arreglada y versificada posteriormente por el historiador tarraconense Joan
Salvat y Bové[1].
Y, como
colofón a esta introducción, el texto del famoso romance de Sebastiana del
Castillo:
Para el mayor sentimiento,
no se ha visto, ni se ha oído,
en este presente tiempo,
a mis oyentes convido:
para admiración del orbe,
y para que sumergidos
les cause espanto y asombro,
pido que me den oídos.
También le pido a la Reina
de los cielos el auxilio,
para poder explicar
el valor más atrevido,
la atrocidad más enorme,
que en mujer jamás se ha visto,
y el poco temor de Dios,
y de sus justos juicios:
mas con su divina luz
doy a este caso principio.
En la gran Sierra Morena,
amparo de forajidos,
en un pequeño lugar,
que se llama Javalquinto
vivía Alonso Gutiérrez
con una hija y dos hijos,
en compañía de su esposa,
que eran dos amantes finos,
y por la paz y sosiego,
y por gusto que han tenido,
a los dos hijos casaron
con gran fiesta y regocijo.
Quedó sola con sus padres
Sebastiana del Castillo,
la mujer más desalmada
que de madres ha nacido.
De esta tal se enamoró
un mancebo granadino,
que estaba en aquel lugar
desde la edad de muy niño.
Dio en pasearle la calle
con fiestas y regocijos;
alcanzó el sí de la dama,
de sus padres no ha podido,
antes con mucho rigor
la castigan de continuo.
Enfurecida se enoja,
y hecha como un basilisco;
cuanto más la castigaban,
rompiéndose los vestidos,
tirándose de las trenzas,
más se enciende en su delirio.
Más de un año en una sala
encerrada la han tenido,
en donde sus dos hermanos
la dieron algún castigo.
Tuvo forma Sebastiana
de escribir un papelillo
que en breves renglones dice:
Dulcísimo dueño mío,
sabrás que he estado encerrada,
pasando dos mil martirios
de mi padre y mis hermanos
con dolores excesivos;
supuesto que eres mi amante,
y que eres hombre de bríos,
para esta noche a las doce
te espero bien prevenido;
y mira no me hagas falta,
porque te espero, bien mío.
No digo más, y con esto
ha cerrado el papelillo,
y a un muchacho se lo entrega,
el cual era su sobrino,
para que se lo llevase
a Juan González del Pino.
Tomó el papel el mancebo,
lo recibió agradecido,
por la vista lo repasa,
y así que lo hubo leído,
lágrimas del corazón
derramaba hilo a hilo.
Se fue al instante a su casa,
donde sus armas previno,
dos pistolas y una espada,
y un cuchillo de dos filos.
Oyó las diez, y las once,
dan las doce, y ha salido;
se fue a casa de su dama,
y ella que ya está en aviso,
abrió la puerta, y entró
sin ser de nadie sentido.
Ella encendió una bujía,
y de esta suerte le ha dicho:
Yo he de matar a mi padre
y a mi madre, ¡vive Cristo!,
que he de vengar mis injurias,
pues lo tienen merecido;
aunque sepa que al infierno
vaya a pagar mis delitos,
y me has de ayudar también;
y advierte lo que te dig ,
que si ayudarme no quieres,
contigo he de hacer lo mismo.
El mozo la vio arrestada
y con ánimo la dijo:
¿Habrá más que ejecutarlo?
Ea, vamos al provisto.
Fue donde estaban sus padres
con un ánimo atrevido,
le dio cuatro puñaladas,
que el corazón le ha partido
al padre; y luego a la madre
hizo con ella lo mismo,
porque con dos puñaladas
la dejó allí sin sentido;
habló sólo estas palabras,
y palpitando la dijo:
Hija de mi corazón,
¿en qué te hemos ofendido?
La dice: Señora madre,
esto es vengar mi castigo,
y con otra puñalada
concluyó a su vida el hilo.
Les sacó los corazones,
y en aceite los ha frito;
y de tan gran crueldad
cayó el mozo amortecido.
Le dice: muere también,
pues que tú la causa has sido.
Le ha dado de puñaladas,
y con ánimo atrevido
le quitó todas las armas,
y se puso su vestido,
y en un caballo del padre
montó y se puso en camino.
Y luego por la mañana
sus hermanos han venido
a la casa de sus padres,
y hallan dolor tan crecido.
Justicia piden al cielo,
acudieron los vecinos,
y los llantos fueron tantos,
los clamores y gemidos
que bastaban a ablandar
a las montañas y riscos.
No condenaron a nadie,
porque saben quién ha sido;
y con solemne aparato,
de todo el pueblo asistidos,
dispusieron los entierros:
Dios les haya dado auxilio.
Despachan requisitorias,
para saber si la han visto,
y a donde quiera la prendan,
que se ejecute el castigo.
Salieron los dos hermanos
por montes, valles, y riscos;
ella estaba en una cueva,
y con ella dos bandidos,
que también huyendo andaban
por otros graves delitos.
Vio pasar sus dos hermanos,
y ella les salió al camino,
y de dos carabinazos
los mató luego al proviso.
Con un cuchillo les corta
las cabezas, y se ha ido
donde están sus compañeros,
y se las lleva consigo.
Los compañeros la riñen,
y con ánimo atrevido,
cruel y desesperada,
con ellos hizo lo mismo.
Llevó las cuatro cabezas,
y se fue a Ciudad Rodrigo,
y en una esquina en la plaza
las puso con un escrito,
que de esta suerte decía:
A estos dos hermanos míos
di la muerte, por vengarme
de haberme dado castigo,
y a los otros dos maté
por saber que eran bandidos.
Ya está la venganza hecha,
ya mi gusto se ha cumplido,
si hay alguno que se oponga,
salga a campaña conmigo,
porque al rigor de este brazo
son pocos los de este siglo.
El señor Corregidor
dio aviso a sus ministros,
de que salgan a prenderla,
y acudieron infinitos.
A dos alcaldes mató,
y hasta cinco o seis ministros,
y con la espada en la mano
parecía un basilisco.
Nadie le para delante,
como a un toro embravecido.
Pidiendo favor al Rey,
acudieron los vecinos
cuantos hay en la ciudad;
y pienso que si no ha sido
por una fuerte pedrada
que tiraron de un postigo,
que la dieron en los pechos,
y en el suelo le han tendido;
entonces se le arrojaron
los agarrantes ministros
y el señor Corregidor,
que era don Pedro Jacinto,
mandó llevarla a la cárcel,
donde la cargan de grillos.
Le leyeron la sentencia
dentro de Ciudad Rodrigo,
y al tercer día la sacan
a que pague sus delitos.
Llegan al pie de la horca,
que suba arriba la dicen,
y cuando estuvo en lo alto
a todo el concurso dijo:
Padres, los que tenéis hijas,
no seáis como los míos,
no las estorbéis matrimonios,
que es sacramento divino
de nuestra madre la Iglesia,
dispuesto del Uno y Trino.
Mirad en lo que me veo,
y en qué trabajos me he visto;
pedidle a Dios me perdone,
y a todos perdón os pido.
Alzó los ojos al cielo,
y dijo: Jesús divino,
por la sangre virginal
que os vertieron los judíos;
por la cruel bofetada
de vuestro rostro divino;
y por toda la pasión
que padecisteis, Dios mío,
te pido que me perdones:
pequé Señor, mala he sido;
mas vuestra misericordia
es mayor que mis delitos.
Al verdugo le avisaron,
para que hiciera su oficio,
y al instante la arrojó,
y quedó el cadáver frío,
dando muestras de que fue
a gozar del cielo empíreo.
Esta es la vida y muerte
de Sebastiana del Castillo,
y de esta suerte acabó
de veinte años no cumplidos,
en este presente año
según lo dice el escrito,
que es de mil y setecientos
en este de treinta y cinco.
Dios le dé eterno descanso
en su santo paraíso,
y a nosotros nos dé gracia
por los siglos de los siglos.
[1] Al
respecto, puede consultarse el siguiente enlace del trabajo de la profesora
Elisa Arévalo Vilanova: http://www.tinet.cat/portal/sheet-show.do?id=69304&ch=9,
sobre la recuperación del Baile de
Sebastiana.
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