Eran las diez de
la mañana del domingo, 3 de mayo de 1925, fiesta patronal de la Santa Cruz en
Sahelices el Chico. Como era costumbre, todo el pueblo quería participar en los
actos programados, ceñidos en principio al apartado religioso: misa y procesión.
Otras muchas personas de las localidades cercanas, con vínculos con el pueblo
en su mayoría, se sumaron a la fiesta. La cita inicial tendría como escenario
la iglesia parroquial, advocada a San Benito, recordatorio del vínculo que la
unió en principio con el convento benedictino de Santa Águeda, de Ciudad
Rodrigo, pasando después de su desaparición, en 1450, al de San Vicente, en
Salamanca.
Iglesia de San Benito. Foto de Street View |
La solemne misa comenzó a las diez
de la mañana. La oficiaba el párroco y ecónomo de Sahelices el Chico, Pedro
Manuel Corral. El templo estaba a rebosar, atestado hasta el mismo coro. A
media misa, en torno a las diez y media de la mañana, se oyó crujir el
maderamen del coro. Le siguió un ruido espantoso, derivado del derrumbe. Gritos
y lamentos. El coro, que soportaba a decenas de fieles, cayó encima de las
cabezas de otro sinnúmero de devotos o no que asistían a la ceremonia
religiosa.
Desde el primer momento se constató
el volumen de la tragedia: decenas de personas estaban semisepultadas entre los
restos del coro, mientras que quienes pudieron hacerlo, salieron despavoridos
de la iglesia, consternados por lo que habían padecido y estaba sucediendo.
Había heridos de suma gravedad, con lesiones que, como en el caso de dos
personas, les depararon una muerte inmediata. En total, según reflejó la prensa
provincial y nacional –la noticia tuvo eco también allende nuestras fronteras-,
más de sesenta personas resultaron contusionadas.
Los muertos fueron José Calvo
Sánchez, de 62 años de edad, natural y vecino de Sahelices el Chico y consorte
de Ana Sánchez Martín; y José Hernández Sánchez, de 70 años de edad, natural y
vecino de Villares de Yeltes, y viudo de María Calzada. Según la partida de
defunción firmada por Pedro Manuel Corral, ambos murieron como consecuencia del
“traumatismo producido por el hundimiento del coro de la iglesia parroquial
durante la misa del día tres”.
El párroco resaltó en el apunte de la partida de defunción el motivo de la muerte de los dos fallecidos |
Entre los heridos graves se
encontraban Eusebio Castaño Sánchez, montaraz de Capilla; Ángela Pacheco
Sánchez y Casildo Cenizo Sánchez. Además, hubo otros 10 heridos menos graves y
numerosos contusos.
Recorte de la noticia en La Montaña de Cáceres |
Conocido el accidente, se constituyó
en Sahelices el Chico el juzgado de instrucción de Ciudad Rodrigo, compuesto
por el juez Víctor Serranos Trigueros, el secretario judicial Domingo Martín
Custodio y el alguacil, Alberto Moreno, quienes instruyeron las
correspondientes diligencias para averiguar las causas del suceso. Por otro
lado, se ordenó la práctica de la autopsia a los dos fallecidos. “Ha sido
verdaderamente milagroso no fuera mucho mayor la catástrofe, pues se hundió en
absoluto todo el coro”, señalaba el redactor de La Montaña, periódico de Cáceres. Lógicamente, “el pueblo está
consternadísimo y se suspendieron todos los festejos, que como fiesta principal
estaban preparados, en señal de duelo”, relataba el citado diario extremeño. Al día
siguiente, durante el entierro de los dos finados, las muestras de condolencia
fueron sobrecogedoras, asistiendo un numeroso público a las honras fúnebres.
El Obispado de Ciudad Rodrigo,
sensible con el suceso, aportó una cantidad de dinero para la reconstrucción
del coro. Fueron 909,60 pesetas las que se destinaron a este fin. El coro sería
reconstruido ese mismo año con la subvención episcopal y la aportación de la
feligresía. En el libro de fábrica de la iglesia parroquial de San Benito hay
una serie de apuntes contables al respecto, caso del importe de las dos
facturas del maderamen para la reconstrucción del coro -542,23 y 88,50 pesetas-
o de las puertas que necesitaron repararse –otras 88 pesetas-; asimismo, al
carpintero, por su trabajo, se le desembolsaron 430 pesetas, mientras que los
albañiles contratados para el mismo fin se le entregaron otras 200 pesetas. Fue
necesaria la sustitución de 1.500 tejas, que costaron 88 pesetas. Además, el
párroco ofreció un pequeño “convite para los que trajeron la madera y las
tejas”, que costó ocho pesetas.
La prensa internacional se hizo eco del trágico suceso |
Como anécdota, según comentarios que todavía se mantienen y propalan sobre aquel suceso, uno de los fallecidos, José Calvo Sánchez,
siempre se había mostrado ufano de sus costumbres: “A mí no se me cae la
iglesia encima”, enfatizaba reiteradamente mostrando su disoluto compromiso
como feligrés. Pues ya ven...
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