“Dicen que esto
se va y yo creo firmemente que no desaparecerán nuestras fiestas mientras
circule la sangre por las venas de un solo mirobrigense”. La frase fue escrita
por el presbítero Romualdo Sánchez Iglesias, corresponsal mirobrigense de La Gaceta Regional de Salamanca[1], que
firmaba con el seudónimo de Marisiva. Tenía razón este sacerdote en sus
vaticinios, aunque otros auguraran su desaparición. Había pasado antes y los
planteamientos se repetían ahora, en 1922. Y se hacía después de que hubiesen
transcurrido las carnestolendas.
Capea de un Carnaval de los años veinte |
Bajo el apodo de Colombina, un colaborador de La Iberia rezuma pesimismo por los cuatro costados: “Nuestro
clásico y nombrado Carnaval ha entrado en plena decadencia, se ha acentuado en
su agonía, reduciéndose únicamente a las salvajes capeas, acompañadas de sus
incultas y groseras consecuencias”. Y no se queda ahí en su diatriba: “Esta
caterva inconsciente de gentes que ríen y gozan ante unas fiestas típicas españolas,
fiestas de sangre y de amargo dolor, no concibe sin ellas diversión, ni
alegría; no comprenden sin cubrirse de adefesios, porque apenas hay verdaderas
máscaras, las bromas correctas de un día de Carnaval. Sin embargo, el pueblo se
divierte y se expansiona ante los restos de lo que nos queda, como desgraciado
pelele que duerme todo un año para vivir como mamarrachos durante tres días”.
¡Ahí queda eso! Sin tapujos, sin barnices. La cruda realidad: “La animación ha
decaído sin duda por vernos privados de lo que más embelleció el pasado: sin
teatro, sin comparsas, sin la imprescindible murga de Trejo, sin carrozas, sin
máscaras, hasta sin libertad de acción, los forasteros se han retraído y has
deslucido nuestro Carnaval”.
Recorte de La Iberia (4/3/1922) |
No se sabe quién era ni dónde vivía este anónimo colaborador refugiado en
el anonimato, pero la invectiva que lanza es detractora para los valores carnavalescos
de que tanto presumen los mirobrigenses y, además, siembra dudas con
afirmaciones categóricas un tanto indiscriminadas. Porque había teatro desde
1900 –el Principal fue pasto de las llamas en 1914- y se utilizó ese año;
comparsas también desfilaron por el coso mirobrigense y se dejaron ver
carrozas, como la de José María Ortiz, amén de que Triguito y compañía habían
empezado a hacer de las suyas –como refleja Marisiva en la crónica publicada
por La Gaceta el 1 de marzo-, aunque,
eso sí, hay dudas de que salieran Trejo y Los Becuadros[2]; pero
si seguimos los versos de Fernando Canillas[3] en la
despedida del último número de La Iberia,
de 25 de marzo de 1922, podríamos llegar a la conclusión de que Colombina y
Canillas utilizan los mismos argumentos y podría aventurarse que tal vez los
comentarios y los versos hubieran salido de la misma pluma a tenor de la
pavorosa descripción que hace de Ciudad Rodrigo:
...Hoy está Ciudad Rodrigo
como
un villorio, está muerto.
La
industria paralizada,
está lo mismo
el comercio.
Cuatro tabernas, sin
gentes;
los cafés ídem de lienzo,
casi siempre sin tabaco.
Sin trabajo está el obrero,
se quejan los labradores,
se lamenta el barrendero.
El concejo está empeñado,
en las timbas no hay jaleo.
...Pero hoy ya de milagro
vivimos en este pueblo.
Pues se llevaron la audiencia,
la guarnición, el gobierno;
cuanto tenía importancia
lo que había de provecho,
no quedando ya en Miróbriga
más que los dulces recuerdos
de un pasado venturoso.
Y un cuartel, sin tropa, nuevo.
Se ha cerrado La Panera,
se destruyó el teatro viejo.
No hay baile en la Sociedad.
El teatro tiene veto.
En Carnaval ya no hay murga;
hasta triste está Trejo.
Hoy, en fin, ya se despide;
hoy un adiós lastimero
al público La Iberia,
este semanario viejo...
No todo podía ser negativo: “Por
fin... tenemos toros. Sí, señores. Tendremos toros en las próximas fiestas de
Carnaval. Nunca lo pusimos en duda, a pesar del pesimismo que reinaba entre los
aficionados a la fiesta taurina. Siempre creímos y llegamos a asegurar que la
comisión de Festejos del ilustre ayuntamiento coronaría con éxito sus gestiones
para proporcionar al pueblo tres días de toros”, aplaudía Triguito en La Gaceta del 15 de febrero.
Y si hay toros, la fiesta está asegurada.
El Carnaval de 1922 cayó a finales de febrero. Los preparativos para su
organización, como es habitual, se iniciaron semanas antes. Lo fundamental era
firmar los contratos de las corridas; lo demás viene por inercia. Pero habían
surgido dificultades, encarnadas en la figura del propio alcalde. Jesús García
Romero, avezado en materias taurinas –fue empresario de la plaza de toros del
Hospicio-, no tenía buenas relaciones con algún sector ganadero ni con la
prensa. A la hora de buscar colaboración para las corridas de Carnaval,
chocaron intereses. Que si el alcalde busca únicamente conseguir apoyos para su
reelección; que si los novillos están por las nubes y el ayuntamiento no tiene
posibles. Era vox pópuli: “¿De las corridas qué? De las corridas ná”, vaticinaba un elector anónimo en La Iberia
el 28 de enero. “Solo sabemos que si usted se marcha de la alcaldía, las habrá
y hasta más baratas que las de otros años”, cincelaba el susodicho elector.
“Pero resultará que no tendremos toros este Carnaval, pues el señor García no
puede hacer tal sacrificio y menos cuando piensa seguir, pues según noticias se
reelige ahora que desgraciadamente chapuzará...”
Aparcando el problema político y
electoral, zanjando las tensas relaciones de la dirección y redacción de La Iberia con el alcalde[4], lo
cierto es que el propio Jesús García Romero, imaginamos que espoleado por la
información y la opinión pública, se implica directamente en la contratación de
las corridas de Carnaval para evitar que siguiera minándose su popularidad ante
un hipotético fracaso de las gestiones. Junto a los concejales de la comisión
de Fomento, encargada de llevar a cabo la contratación de las corridas,
consigue cerrar un acuerdo el 8 de febrero[5] con
los ganaderos Miguel Castaño Muñoz, de Sancti Spíritus, y Juan Antonio Paniagua
Ramos, de El Bodón, quienes se comprometen a proporcionar las tres corridas de
novillos por un montante total de 3.500 pesetas, cien duros más de lo que había
estimado inicialmente el consistorio, lo que motivó una pregunta plenaria para
saber si había suficiente consignación presupuestaria. Y la había, según
respondió con rotundidad el alcalde.
Sin embargo, algo debió pasar para que se rompiese el contrato con los
citados ganaderos, obligando al ayuntamiento a buscar novillos con indisimulada
premura. Ahí estaba, ojo avizor, Jincapoco para sacar del atolladero al alcalde
y a sus concejales: “El ganadero que se ha comprometido a dar las tres corridas
de Carnaval es el conocido excarnicero don Manuel Hernández, alias Jincapoco”,
informaba Triguito a los lectores de La
Gaceta a mediados de febrero. Además, “tenemos buenas referencias de la
escrupulosa selección que ha hecho del ganado el señor Jinca y casi nos
atrevemos a asegurar que serán unas corridas de postín”. De paso, se da también
a conocer la nómina de novilleros que actuarán en el coso de Ciudad Rodrigo en
el inminente antruejo: El Latas, Gordito, El Chato y Tomás Vicente, entre
otros, todos ellos conocidos de la afición mirobrigense.
[1] “El
20 de agosto de 1920 sale su primer número, el cual será vespertino y tendrá
una tirada de 3.000 ejemplares al precio de 10 céntimos de peseta. El primer
edificio donde comenzó a imprimirse La Gaceta fue la Iglesia de San Isidoro,
hasta el traslado a un local situado en el número 4 de la calle Padilleros, en
1923. La Gaceta, en el momento de su formación, era dirigida por Buenaventura
Benito y editada por Editorial Castellana, S.A. Sus principales impulsores eran
José María Gil-Robles, José Cimas Leal (director durante el primer bienio de la
II República) y especialmente Matías Blanco Cobaleda, propietario con la mayor
parte de las 150.000 pesetas en acciones”. Reseña de La Gaceta Regional de
Salamanca, http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=La_Gaceta_Regional_de_Salamanca&oldid=73356704
[consultado por última vez el 23 de septiembre de 2014]. La cita corresponde a
la edición del 1 de marzo.
[2] FIZ
PLAZA, Joaquín, Coord.: Canciones para
Carnaval. Ciudad Rodrigo 1890-1936, Salamanca, 2009, pp. 249 y ss.
[3] Fernando
Canillas Sánchez, comerciante y alcalde de La Alamedilla de 1912 a 1915.
[4] La Iberia, núm. 950, de 16 de julio de
1921: “Consiguió García Romero ser el alcalde primero. Ya consiguió el oloroso
ocupar la poltrona presidencial, trabajiyo
le ha costado, pero al fin consiguió su propósito. Como nosotros no combatimos
por sistema, observaremos una actitud espectante y créanos, D. García, que si
lo merece aplaudiremos su gestión, estando él más obligado que otro a que sea
lo mejor posible por los deseos que demostró en más de una ocasión en empuñar
la primera vara. Al tiempo que le aconsejamos imparcialidad en todos sus actos,
le ofrecemos un cajoncito para que ponga los pies y esté a gusto en su sillón”.
[5]
AHMCR. Caja 301. Ibídem. “En Ciudad Rodrigo, a ocho de febrero de mil
novecientos veintidós, los que suscriben, individuos de la comisión de Fomento
del ilustre Ayuntamiento, y don Miguel Castaño Muñoz, vecino de Sancti
Spíritus, y don Juan Antonio Paniagua Ramos, del Bodón, reunidos en esta casa
consistorial al objeto de formalizar esta escritura de contrato para
proporcionar los dos últimos señores las tres corridas de novillos del próximo
Carnaval, se hace con sujeción a las condiciones siguientes:
1ª.- Es
obligación de los dueños del ganado el encerrar este por su cuenta en la Plaza
Mayor.
2ª.- Si
algún novillo se inutilizara después de entrar en el alar, se tasarán los
perjuicios por el perito que nombre el Ayuntamiento y su importe lo abonará
este último, quedando a beneficio de dicha entidad la res inutilizada en
absoluto, y en caso contrario abonará al ganadero el importe de la tasación de
la inutilidad relativa, cuya inutilidad en uno u otro caso precisará el veedor
municipal como único perito cuando salga del alar el ganado una vez terminados
los desencierros, cuya operación presenciarán si lo desean los ganaderos para
en aquellos actos hacer las observaciones que estimen oportunas a los efectos
relacionados, y si el referido veedor no hubiera podido en dichos desencierros
presenciar con absoluta seguridad los defectos del ganado, se concederán a los
ganaderos solamente cuarenta y ocho horas siguientes a aquellos para que puedan
reclamar indemnización por los accidentes sufridos y justificar que provienen
estos de la corrida, encierro o desencierro.
3ª.- La
hora del encierro será de ocho de la mañana en adelante y los ganaderos
contratantes se obligan a intentarlo tres veces por lo menos, y en caso de no
poder verificarlo quedarán relevados de toda responsabilidad, sin poder la una
y otra parte exigirla. El Ayuntamiento procurará por medio de sus agentes
impedir que con intención se espante por el público el ganado.
4ª.- El
precio de las tres corridas será el de tres mil quinientas pesetas,
componiéndose cada una de diez novillos que no estén castrados, mayores de tres
años y que no hayan sido lidiados ni trabajados; pero si conducidos los diez se
encerraran solamente ocho, se considerará corrida completa y se abonará por
ella la tercera parte de aquella cantidad y si faltaran menos, por cada novillo
la que en prorrateo corresponda del valor de la corrida y en ningún caso se
abonará la que es oportuna en cada novillo si resultase manso.
5ª.- Los
contratistas ganaderos quedan responsables ante el Ayuntamiento en el caso de
no cumplir lo estipulado y sujetos a la multa que se les imponga que no podrá
exceder del importe de la corrida.
6ª. – El
alar de la Puerta del Conde llegará hasta el camino que conduce a La Caridad.
7ª.- El
pago de las corridas se hará por el depositario de la Corporación en la misma semana
que se celebren.
Al
cumplimiento de este contrato se obligan de la manera más solemne las partes
contratantes, figurando como adscrito a dicha comisión de Fomento el señor
alcalde y todos firmas en el lugar y fecha antes indicado. Jesús García Romero,
Miguel Castaño, Juan Antonio Paniagua, Faustino de San José, Juan María Ricardo
Martínez".
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