jueves, 1 de enero de 2015

Apuntes sobre la fortificación de Ciudad Rodrigo (III)

Las obras emprendidas, sin embargo, no supusieron grandes mejoras. Y vemos cómo, por ejemplo, Esteban de Olalla, sargento general y gobernador de la plaza de Ciudad Rodrigo en 1703, ya con dos años de andadura del conflicto bélico por la sucesión al trono de la corona española, se lamenta del estado de las defensas mirobrigenses: “…cuán antiguas, derrotadas e irregulares son las murallas de esta ciudad, cuán para los vecinos de ella que pueden tener armas, pues no pasan de cuatrocientos, que sólo constan las dos compañías de infantería de su dotación de sesenta plazas con que no sólo no se puede defender ni cubrir las cinco leguas de tierra muy llana que dista de la plaza de Almeida, pero ni evitar el malogro de tanta hacienda como se van perdiendo…”[1]

Un año más tarde, con la declaración oficial de la guerra[2] a Portugal, la preocupación para la defensa de Ciudad Rodrigo se acentúa. Comienzan a llegar regimientos, batallones y compañías y es necesario su acomodo. Calles, casas de toda índole, mesones, ermitas, iglesias… todo vale para dar aposento a la soldadesca que se dispone a defender la ciudad de un potencial ataque de las tropas contrarias a la causa de Felipe V. De hecho, el 23 de septiembre de 1704 se produce una escaramuza de las tropas portuguesas que afrontan un conato de asedio con la intención de valorar la situación y las defensas de la plaza ante una potencial acometida, que se plasmaría dos años más tarde. Al año siguiente, un ejército formado por 35.000 hombres[3] y comandado por el rey don Pedro de Portugal y el propio archiduque Carlos amaga las defensas de Ciudad Rodrigo, como lo había hecho meses antes, para mostrar su fortaleza e intentar desmoralizar y conminar a las tropas asentadas en la plaza mirobrigense para que cediesen ante el inevitable empuje de las tropas aliadas.
Plano descriptivo del amago del sitio propuesto por las tropas portuguesas en 1704
Debió surtir efecto la amenaza, ya que al día siguiente de la primera intentona, el 24 de septiembre de 1704, el Consistorio tomo conocimiento de una carta del duque de Berwich[4] en la que pide se nombren maestros albañiles y carpinteros para ejecutar las órdenes dadas para la puesta en defensa Ciudad Rodrigo y realizar la “tasación de todas las casas continuas a esta ciudad que se han de demoler” para mejorar la resistencia de la plaza, algo en lo que, de nuevo, no convencía a los regidores mirobrigenses, que se dispusieron a celebrar una entrevista con el duque en el campo de Sahelices para plantearle los inconvenientes de afrontar esos trabajos. Una insistencia que se extendería hasta mediados de octubre, recordándole al regidor Manuel Osorio que persevere y “solicite todos los remedios y se le encargue que continúe en la pretensión de que no se arruinen las casas de los arrabales contiguos a las murallas; a lo menor en el interior que no se haga y finalice la fortificación que se intenta por la crecida falta que harán dichas casas por ser las mejores y están ocupadas algunas en cuarteles, y ser las más necesarias para el alojamiento”.[5]
Plano de Ciudad Rodrigo en 1704, antes de contar con el sistema abaluartado
La configuración de las defensas de Ciudad Rodrigo en 1704 la conocemos gracias a la cartografía que se incluye en el Atlas Massé[6], en donde se incluye un plano de Ciudad Rodrigo antes de acometer los trabajos para el retrincheramiento de la fortaleza que había entonces, mostrando las casas existentes junto al exterior de la muralla y que posteriormente serían derribadas. En esos momentos, Ciudad Rodrigo carecía de fortificación externa más allá de la cerca del arrabal de San Francisco, limitándose su defensa a la muralla medieval, por lo que acuciaban los trabajos para intentar ofrecer la mayor resistencia posible ante un potencial ataque de las tropas del archiduque Carlos, aspirante también a la Corona española.
La decisión de eliminar padrastros ante un eventual asedio hace que se inicie a finales de 1704 el derribo de las casas de varios barrios próximos a la muralla, caso de Las Tenerías y pese a las protestas del gremio de curtidores. También se destruyen las casas adosadas al interior de la muralla en aquellos puntos que se consideran más débiles en la defensa. En un plano, sin fecha[7], podemos observar que los trabajos de fortificación se centran en cuatro puntos, los que se consideran padrastros por la orogenia del terreno o la existencia de edificios notables que en un momento determinado pudieran ayudar al enemigo a poner en un aprieto la defensa de la plaza.
Plano del proyecto de obras para la fortificación de la plaza fuerte de Ciudad Rodrigo con la muralla del arrabal
Los trabajos de fortificación se van a centrar preferentemente en ofrecer una mayor resistencia y, de paso, intimidación al enemigo, en la franja de muralla que mira al norte y al oeste. Es decir, se busca defender el ataque procedente de los padrastros del Teso del Calvario y de su hermano mayor, el Teso de San Francisco. Para ello se hacen obras exteriores desde las inmediaciones de la puerta de Santa Cruz hasta la Catedral de Santa María, con distintas cortaduras para proteger los flancos.
En el interior de la muralla se realizan también trabajos de fortificación en varios puntos, retranqueando el adarve en la zona más vulnerable, a la izquierda de la puerta del Rey, para fortalecer la defensa frente al potencial ataque artillero desde el Teso de San Francisco. Además, estos trabajos para fortalecer la defensa de la plaza se ejecutan en otros tramos de la muralla real, lo que supone el derribo de las casas afectadas por el retranqueo. Las defensas interiores se concretan en la zona de la puerta de Santa Cruz, en donde estuvo la brecha de Santa Elena; a la derecha del torreón de la puerta Nueva, para intentar remediar el padrastro que suponía la existencia de la iglesia del Espíritu Santo y el Hospital de la Piedad, además de la proximidad del convento de los trinitarios; y en la zona este, enfrente de donde estuvo el primer convento de Santo Domingo y por donde abrió brecha parcial Enrique II, enclave defensivo que también miraba por la conservación de la cerca del arrabal, que en este punto se unía con la muralla real.
Grabado representando el cerco de la artillería portuguesa a Ciudad Rodrigo en 1706
Las acciones defensivas para fortalecer lo que se pretendía fuera una plaza de armas continuarían a lo largo de 1705 y se extenderían también a los primeros meses año siguiente, unos trabajos que sirvieron para ofrecer una mínima defensa, ya que se trataba de unos retrincheramientos realizados con tierra y paja que circundaban la muralla, simulando una estrada encubierta, como plasma la cartografía levantada por el ingeniero francés Constantin[8], natural de Burdeos, quien vivió los asedios y capitulaciones de la plaza, en un plano inmediatamente posterior a la recuperación de la plaza para la causa de Felipe V en octubre de 1707.
Esa cartografía reproduce la estrategia de ataque de las tropas comandadas por Antonio Luis de Sousa, marqués de las Minas, que sabía perfectamente las limitaciones de Ciudad Rodrigo en su defensa y fortificación[9], debilidades que también conocía el duque de Berwich[10]: “Esta villa no se la puede llamar plaza: no tiene defensas exteriores, ni foso, ni camino cubierto; una simple muralla le servía de recinto…”. Así las cosas, y ante la negativa de Antonio de Vega y Azevedo, gobernador de Ciudad Rodrigo, de rendir la plaza, las hostilidades se desatan y caen entre el 18 y 22 de mayo los principales conventos. El 24 y 25 de mayo se bombardea la ciudad con dos baterías situadas en el Teso de San Francisco y junto al convento de Santo Domingo. Llega la capitulación el 26 de mayo[11], después de un sitio que duró nueve días. Estuvo ocupada por el enemigo hasta el 4 de octubre de 1707, liberándose a las cuatro y media de la tarde: “Abrióse la brecha entre la puerta del Conde y la parroquia de Santo Tomé, que era junto a las casas de don Francisco de Jaque y Campofrío,”[12] concretamente donde hasta hacía unos pocos años había estado la alhóndiga, una de cuyas dependencias, la más alejada de la puerta del Conde, fue convertida a mediados del siglo XVII en cuartel de caballería. Sin embargo, el asalto se había concretado entre las puertas del Rey y la de Santa Cruz.
Plano de Ciudad Rodrigo de 1707, tras la recuperación de la ciudad tras el dominio portugués
“La ciudad, con la ocupación del enemigo y los dos sitios quedó tan destruida y arruinada que fueron demolidas más de 630 casas, unas por el fuego y bombardeo y otras por orden del rey para la fortificación y terraplén interior para el manejo de la artillería y para la estrada cubierta, fosos y explanada exteriores”.[13] En el libro de acuerdos de 1708, concretamente en la sesión de 14 de febrero, encontramos, ante la petición para alojar a las personas que habría que nombrar como capitanes de otras tantas compañías, que no procede, de momento, tal elección “por no hauer oportunidad para ellos mayormente con las ruinas y destrozos que an causado los golpes que a lleuado este pueblo en que an perecido muchísimas casas y aún de las que an quedado se ban desaziendo algunas para adelantar la fortificación”.
En efecto, nada más reconquistar Ciudad Rodrigo se aborda la fortificación de la ciudad para convertirla realmente en una plaza de armas. Hasta ahora todo había quedado en proyectos, más o menos utópicos o, en su caso, diezmados por el elevado costo cuando no por la oposición de las autoridades locales. Ahora se había hecho evidente, tras haber caído la plaza en manos enemigas, la imperiosa necesidad de fortificarla, de dotarla de una defensa moderna, capaz de resistir los asedios y de responder con garantías a las hostilidades de un ejército sitiador.
Será el ingeniero militar Pedro Borraz quien asuma la responsabilidad de modernizar la fortificación de Ciudad Rodrigo. Pese a ser nombrado gobernador de lo político y militar, “por sus muchas preocupaciones no podrá atender a las cosas políticas”[14], delegando interinamente en el regidor Antonio José Valdenebro para dedicarse por entero a las obras de defensa de la plaza mirobrigense.
Los trabajos para la fortificación de la plaza comienzan de inmediato. Hay una necesidad ineludible de modernizar las defensas y por eso lo primero que se emprende es el descabezamiento de las viejas murallas, rebajándolas para que no sean tan vulnerables a la artillería y, al mismo tiempo, acondicionándolas para que pueda ejercerse una defensa artillera con garantías. Para ello era necesario ampliar el adarve, lo que conllevaría la destrucción de las casas adosadas al interior de la muralla.


[1] AHMCR. Libro de acuerdos. Sesión del 8 de julio de 1703.
[2] Ibídem. Sesión del 7 de mayo de 1704: Se conoce el manifiesto del Rey para la publicación de las guerras: El Rey nuestro señor, Dios le guarde, en un decreto fechado y publicado de su real mano en Plasencia a treinta de abril próximo pasado de este año, se sirve decir: Habiéndose llegado ya a los últimos términos de rompimiento de la guerra contra el archiduque y el rey de Portugal, que apoyando con sus tropas las de nuestros enemigos y de la religión, e incluso intento del archiduque, y admitiendo su persona quiere invadir mis dominios, he tenido por conveniente hacer pública al mundo en el manifiesto de que va aquí copia firmada del marqués de Rivas, la razón y justicia de mi causa, por lo cual me ha sido preciso venir a la defensa de mis vasallos para librarles de los riesgos que los amenazan. Remitole al Consejo de Guerra para que enterado de su contenido lo haga notorio en esos reinos, ejecute la publicación de esa guerra y prevenga lo demás que en semejantes cosas se acostumbra…tres de mayo de mil setecientos y cuatro. Va firmado por Francisco Daza y dirigida al gobernador de Ciudad Rodrigo. Se incluye el manifiesto de Felipe V.
[3] Ibídem. Sesión del 13 de marzo de 1706: Por parte de esa ciudad de Ciudad Rodrigo se dio memorial al Rey nuestro señor pretendiendo se le relevase de la contribución del donativo general impuesto en tierras, casas y ganados en consideración a los trabajos que había experimentado con las invasiones de la guerra, falta de su vecindad, de frutos y ganados, epidemia que sobrevino, alojamiento de tropas y fidelidad con que acudieron los naturales a la defensa de esa plaza cuando el enemigo llegó a la vista de ella en el año pasado, con el aviso de enterarla con treinta y cinco mil hombres, y otros motivos que se alegan en el citado memorial… Se concede a Ciudad Rodrigo, villas y lugares de su partido que se hallen a ocho leguas de distancia de la raya de Portugal la exención del impuesto sobre dichas casas, ganados y tierras.
[4] James Francis Fitz-James Stuart, segundo duque de Berwich.
[5] AHMCR. Libro de acuerdos. Sesión del 15 de octubre de 1704.
[6] Conjunto de planos levantados por Massé, su hijo François y otros ingenieros militares entre 1694 y 1721. Una muestra de ellos la encontramos en BONET CORREA, A. Cartografía militar de plazas fuertes y ciudades española, siglos XVII-XIX. Madrid, 1991.
[7] Está incluido en la edición de Bonet Correa y todo parece indicar que fue levantado por el sieur Constantin, y formaría una tríada cartográfica de la situación de Ciudad Rodrigo antes de iniciarse los trabajos de fortificación, durante el desarrollo de las obras y el resultado que ofrecía la plaza de armas tras la recuperación de Ciudad Rodrigo para la causa de Felipe V en 1707.
[8] En la leyenda del plano del Atlas Massé encontramos que estos planos de Ciudad Rodrigo fueron realizados por el “señor Constantin, ingeniero ordinario del rey de Francia, que la hizo fortificar y estaba den­tro cuando fue hecho prisionero por los españoles, secundados por las tropas de Francia el 12 de octubre de 1707; era natural de Burdeos. Y el dicho Constantin había ayudado a la defensa cuando ella [Ciudad Rodrigo] fue atacada por los portugueses, secundados de las tropas inglesas y holandesas y fue uno de los numerosos prisioneros”. Por lo tanto, no pudo servir en las armadas de las dos coronas por sendas capitulaciones.
[9] AHMCR. Libro de acuerdos. Sesión del 21 de mayo de 1706. Un día después de montar las baterías y formalizar el asedio de Ciudad Rodrigo, el marqués de las Minas envía una carta al Consistorio invitándole a rendir la plaza: La grande estimación que tengo a la nobleza y pueblo de esa ciudad que unos y otros moradores han experimentado en todos tiempos que he mandado las armas de las provincias de la Beira, me ponen en la mayor obligación de declarar a esa muy noble y leal ciudad cuánto sentiré serme preciso arruinarla y quemarla si no hubiese de dar la obediencia como han hecho las ciudades de Trujillo, Coria y Plasencia y la muy noble villa de Cáceres, con las más de Extremadura dependientes de las nombradas, como también las importantes y numerables villas y lugares de toda Sierra de Gata, Moraleja, Ceclavín, Garrobilla y Brozas, pongo en la consideración de ustedes si será útil a esa ciudad o entregarse después de ser quemada y abrasada con los bombas y arruinada con las baterías, es cuanto mejor y más conveniente le será evitar las ruinas que forzosamente ha de experimentar la ciudad, que no tiene defensa, por lo que respecta la fortificación, ni gente con la que pudiere hacer si la fortificación, fuera capaz de resistir a un ejército como éste cuatro paisanos, que su ejército es más de labrar las tierras que de manejar las armas. Todos los daños que se hubiesen de seguir a los conventos de religiosos y religiosas y a toda la nobleza y pueblo de esa ciudad, no seré yo el que haya de dar cuenta a Dios de los sacrilegios, robos, violándose a las honradas mujeres que en un ejército compuesto de tantas naciones no le será fácil evitar los daños por más exactas que sean las órdenes de los generales, todo el alivio y comunidad de la nobleza y pueblo de esa ciudad estará presente para hacerle y conceder evitar de que se haga principiar las baterías de artillería y morteros, porque después de una y otra no admitirá plática alguna. Dios guarde a ustedes. Campo sobre Ciudad Rodrigo, veinte y uno de mayo de mil setecientos y seis. Marqués de las Minas. Muy noble ciudad y Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo.
Y oída y entendida por la ciudad dicha carta que estaba escrita en lengua portuguesa y se tradujo a la castellana, acordó se escriba y responsa a dicho marqués una carta del tenor siguiente: “Excmo. Sr. Lo mismo con que usted se sirve favorecer a esta ciudad en su carta de veinte y uno del corriente, la empeña a manifestar lo noble y leal de su proceder en ésta y en cuantas ocasiones de sacrificar en defensa de su rey y señor Felipe quinto las vidas, y en cuanto éstas duraren no se halla capaz de omitir cosa conducente a tan glorioso fin, pero sí dispuesta para complacer a usted en cuanto, sin detrimento de esta obligación, se ofreciese del particular obsequio de la Excma. persona de V. E., cuya vida guarde Dios muchos años. Ciudad Rodrigo. El Ayuntamiento”.
[10] FITZ-JAMES, James. Mémoires du maréchal de Berwick, écrits par lui-même; avec uue [sic] suite abrégée depuis...París, 1780. Pág. 322 : Le 20, ils investirent Ciudad-Rodrigo. Cette ville (on ne peut l’appeller place) n’avoit ni dehors, ni fossé, ni chemin couvert, ni flancs ; une simple muraille en faioit l’enceinte : toutefois, quoiqu’il n’y eût qu’un bataillon, & quelques milices, elle se défendit jusqu’au 26 au soir, & ne se rendit, que la brèche faite : elle obtint même une capitulation honorable…
[11] AHMCR. Libro de acuerdos. Sesión de 28 de mayo de 1706: El Sr. gobernador dijo a la ciudad que habiendo llegado la desgracia de ser preciso capitularse esta plaza con el ejército portugués que la puso el sitio el día dieciocho del corriente y se mantuvo hasta el día veinte y seis en que se hicieron las capitulaciones que eximió a la ciudad, a quien daba cuenta de ello con el justo sentimiento, y que en fuerza de ello sale mañana de esta plaza y deseara en cualquier parte que la ciudad tenga presente su afecto en el deseo de servirla. Y oído por la ciudad, se le dio las gracias a dicho Sr. gobernador de la expresión con que la favorece y mandó que dichas capitulaciones se copien en el libro. [No se hizo].
[12] HERNÁNDEZ VEGAS, Mateo. Ciudad Rodrigo. La Catedral y la ciudad. Ed. Gráficas Cervantes, Salamanca, 1982. Tomo II, pág. 227 y ss.
[13] Ibídem.
[14] AHMCR. Libro de acuerdos. Sesión del 8 de noviembre de 1707.

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