Como la mayoría de los proyectos
de fortificación levantados para poner en defensa a Ciudad Rodrigo, el de
Antonio de Gaver, incluidos los cuarteles, tampoco contó con el apoyo necesario
para su ejecución. Al menos, si nos atenemos a la cartografía que tres lustros
después levantó el ingeniero mirobrigense Juan Martín Zermeño,[1]
ya como responsable máximo del Cuerpo de Ingenieros de Su Majestad –ingeniero
director- y en un reconocimiento de las plazas de la Frontera de Castilla
realizado en el verano de 1766, vemos, por una parte, que propone una serie de
“obras provisionales” para mejorar el sistema defensivo de Ciudad Rodrigo,
aunque, con la misma fecha -14 de julio
de 1766- levanta otro plano con lo que considera necesario efectuar para poner
en perfecto estado de defensa la plaza de armas rodericense.
Proyecto para la fortificación de Ciudad Rodrigo realizado por el ingeniero militar mirobrigense Juan Martín Zermeño. AGS |
En el primero se establecen
obras perentorias, concretadas en nueve “medios reductos entre los dos recintos
que sirven para dar fuegos laterales”, catorce “traversas para impedir que si
el enemigo se apoderase de alguna obra corra las demás”, un foso corrido “que
se aplica a que sirva de camino cubierto a fin de evitar el crecido gasto que
ocasionarían las tierras si se ejecutase fuera de la contraescarpa con mayor
extensión” y una secuencia de redientes “para defender, flanquear y precaver
que por este medio se puedan los enemigos aproximar a la muralla” en la zona
comprendida entre la puerta de Santiago y las inmediaciones de la de La Colada.
Nada tiene que ver esta modesta
propuesta para defender Ciudad Rodrigo con el otro proyecto que levanta Juan
Martín Zermeño, que anula prácticamente el segundo recinto y propone unas
importantes obras para garantizar la defensa y una mayor resistencia de la
plaza de armas ante el eventual ataque enemigo. Zermeño planea construir distintos
baluartes: uno delante de la puerta de San Pelayo; otros dos en las puertas
Nueva y del Sol, ambos con caballeros al lado; un baluarte delante de la puerta
del Rey “que debe estar ocho pies más bajo que el muro de un ala, en donde, como
en los caballeros se colocan cuarteles para infantería”, según especifica en
los planos particulares que levantó ad hoc; además, el ingeniero mirobrigense
define otro baluarte inmediato a la puerta de La Colada y un rediente para
flanquear y defender las orillas del río.
Asimismo, Juan Martín Zermeño
propone tres plazas de armas retrincheradas que servirían para cubrir los
flancos y cortinas del recinto principal en la zona más débil, enfrentada al
padrastro del Teso de San Francisco, a las que acompaña de un revellín cubierto
con una contraescarpa, sin foso, para el mismo fin; y un foso y camino cubierto
que circuyen las obras que ha propuesto desde la puerta de La Colada hasta la de
Santiago. Por último, el ingeniero rodericense plantea la construcción de un fuerte
en la altura del Teso del Calvario, “que se debe efectuar después de concluida
la obra de la plaza para descubrir y defender las avenidas por aquella parte”,
con una comunicación subterránea con el recinto exterior.
Por último, y esto servía tanto
para las obras provisionales como para el proyecto general de defensa de la
plaza de Ciudad Rodrigo, Martín Zermeño tiene claro que hay que eliminar una
serie de edificios que, por su proximidad a la población, eran considerados
padrastros. Es el caso del convento de la Trinidad , de las casas que en ese momento están
delante de la puerta de La
Colada y que configuraban el barrio de Las Tenerías, y de las
cercas de las huertas de los conventos de San Francisco, Santo Domingo y Santa
Cruz. Además, como obra imprescindible, señala el ingeniero la necesidad de
repasar todos los parapetos y las banquetas de los dos recintos.
Plano de Ciudad Rodrigo, con el proyecto de fortificación propuesto por Juan Martín Zermeño en 1766. AGS |
Estas recomendaciones no fueron
tenidas en cuenta en este momento ni en las décadas posteriores -al igual que
había ocurrido con los proyectos anteriores-, especialmente las que afectaban
al estamento eclesiástico, puesto que su ejecución no sería efectiva hasta la
inmediatez del asedio napoleónico, como después veremos. No obstante, los
avances en la definición estructural del sistema defensivo de Ciudad Rodrigo
parten de la base de los distintos proyectos levantados en los dos primeros
tercios del siglo XVIII, como lo demuestran los sucesivos perfiles o secciones
de los recintos de la plaza de armas mirobrigense plasmados por diversos ingenieros
militares, caso de los referidos Juan Martín Zermeño[2]
o Gerónimo Canobes, por citar dos ejemplos, y posteriormente, ya más próximos a
la centuria decimonónica, con el perfil de la muralla real y del recinto
exterior que levanta el ingeniero extraordinario Juan Giraldo de Chaves[3]
con una propuesta para dotar de revestimiento al parapeto del recinto bajo.
El plano del perfil del sistema
defensivo de Giraldo de Chaves está firmado el 16 de marzo de 1797, en las
postrimerías del siglo XVIII. El corte que se representa parte del patio del
que entonces se conocía como casona de los Castro, hoy de Ávila y Tiedra -Montarco-, a la
izquierda del torreón de la puerta del Conde. El plano parte del perfil de la
contraescarpa de la muralla real, marca su terraplén, el parapeto revestido con
su banqueta y el frente de la muralla principal. El dibujo muestra en el adarve
la configuración del terreno, con la creación de una pendiente que primero se
eleva a corta distancia de la contraescarpa y después desciende hacia el parapeto,
sin duda para impedir el estancamiento de aguas y favorecer su evacuación.
Es en el recinto bajo o
contraescarpa de Giraldo de Chaves donde propone la necesidad de construir un
parapeto con su revestimiento y una pequeña banqueta corrida para favorecer el
disparo de la fusilería con suficientes garantías de protección. Hasta ahora,
salvo en algún punto concreto, sin duda los de mayor relevancia para la defensa
de la plaza, el recinto bajo era un cúmulo de tierras que desembocaba en un
declivio junto a la contraescarpa del foso. El ingeniero propone la
construcción del parapeto para aumentar la seguridad ante un posible ataque de
la infantería o caballería invadiendo el glacis, un terreno que también es
necesario perfeccionar en su declive en varios puntos para darle la necesaria
uniformidad.
El perfil de las defensas de
Ciudad Rodrigo se completa con el revestimiento exterior de la falsabraga,
definido ya en su mayor parte con piedra de sillería, con un foso de poca
profundidad y mayormente estrecho, y una contraescarpa exterior que se consideraba
débil en su construcción, además de hallarse “en mal estado la mayor parte.”
Perfil de la fortificación de Ciudad Rodrigo en el proyecto previsto por Juan Giraldo de Chaves en 1797. AGS |
Esta definición de la
fortificación mirobrigense vendría a ser, a la postre, la que tuvo que
enfrentarse al asedio de las tropas napoleónicas. Antes, en 1809, se levantó un
nuevo proyecto para intentar fortalecer la defensa de Ciudad Rodrigo: se
planteó, de nuevo, un hornabeque en el arrabal del Puente y, dentro del recinto
principal, dos cuarteles en La
Colada , un arsenal en las inmediaciones del postigo de San
Pelayo y diversas obras de consolidación en los parapetos del recinto exterior.
Se trataba, en todo caso, de intentar dar salida a una situación acuciante, por
la constante amenaza de invasión de las tropas enemigas, y que ya había puesto
de manifiesto el 19 de diciembre de 1808[4]
Ramón Blanco, gobernador de la plaza de Ciudad Rodrigo y presidente de la Junta de Armamento y
Defensa, al señalar las dificultades que estaban teniendo para ejecutar las
obras exteriores planteadas por el facultativo Nicolás Verdejo y los ingenieros
a la orden del comisionado del general Moore, el coronel Roche. Unas
dificultades basadas en la penuria económica, por la distracción de fondos para
cometidos más imperiosos, y también en la falta de personal. Aunque la Junta de Defensa insistió en
pedir caudales, lo que antes consiguió fue la autorización para emplear presos
con grillete en las obras de fortificación,[5]
siempre que fueran españoles, al tiempo que dejaban de ser menos gravosos en su
mantenimiento.
No obstante, los miembros de la Junta de Defensa insistieron
en la necesidad de que se enviasen fondos para continuar con las obras de
defensa, al tiempo que se reclama la presencia de militares de los cuerpos de
infantería y caballería. Así lo hace, por ejemplo, Vicente Ruiz Alvillos,
canónigo doctoral de la
Catedral y vocal de la Junta de Armamento y Defensa, quien en una carta[6]
fechada el primero de febrero de 1809 y dirigida al capitán general de
Extremadura, Gregorio de la
Cuesta , ante la progresiva amenaza de invasión del ejército
napoleónico, abunda, entre otras cosas, en la necesidad de que se envíen
caudales “para la continuación de las obras interiores y exteriores de la
fortificación y manutención de las tropas auxiliares.” Una situación que
también pondría de manifiesto el capitán general de Castilla la Vieja , Juan Miguel de Vives
i Feliu, ante la inexistencia de dinero y las exiguas tropas que defendían una
plaza de armas incapaz, en principio, de aguantar una embestida sería del
ejército francés, que ya avanzaba hacia Ciudad Rodrigo inexorablemente y que
había intimado al gobernador, Ramón Blanco, exigiéndole la rendición de la
plaza a varias leguas de distancia.
Los caudales –exponía De Vives- seguían siendo más
que necesarios para “las obras exteriores e interiores de fortificación que es
indispensable no sólo continuar, sino emprender, los gastos de la real
maestranza de artillería que cada día son mayores, el aumento de oficiales de
todas clases y los dispendios necesarios e inexcusables de un ejército,”[7]
unos gastos estimados en un millón de reales al mes sin contar con la llegada
de nuevas tropas, según exponía el capitán general en la citada carta fechada
el 10 de abril, quince días antes de fallecer[8]
en Ciudad Rodrigo.
[1] Juan Martín Zermeño había nacido
en Ciudad Rodrigo el 14 de junio de 1700, siendo bautizado pocos días después,
el 25 de junio, en la desaparecida iglesia de San Juan Bautista. La tradición
familiar había estado vinculada durante varias generaciones con el estamento
militar, sirviendo y defendiendo al rey con la
espada en la mano siempre que fue preciso. Por eso no es de extrañar que
Juan Martín Zermeño se inclinara, en cuanto se le presentó oportunidad, por
seguir los pasos de sus ancestros, pero con una llamativa precocidad, ya que
ingresó en el Cuerpo, en calidad de ingeniero voluntario, el 20 de abril de
1713, cuando tan sólo contaba con 13 años y el 10 de abril de 1716 entró a
servir de cadete en el regimiento de infantería de Almansa. Y así, a los 19
años ya tenía su primer grado militar, ayudante de ingeniero y subteniente de
infantería, y destino en la plaza fuerte de Melilla, en donde contraería
matrimonio, con Antonia García de Paredes Martín, de tan sólo 16 años, el 5 de
mayo de 1721. Después llegarían los ascensos. El grado de capitán lo alcanzó el
18 de julio de 1725, en virtud de una cédula real certificada en San Ildefonso
por Baltasar Patiño; el de teniente coronel le fue concedido el 31 de mayo de
1736, en otra cédula firmada en esta ocasión en Aranjuez, también avalado por
Patiño; el de coronel, le fue otorgado en El Pardo por medio de una resolución
regia el 27 de enero de 1740, refrendada por Casimiro de Istariz, mientras que
los cargos de brigadier de infantería y mariscal de campo fueron certificados
por Zenón de Somodevilla, en Aranjuez y San Lorenzo El Real, cédulas fechadas
el 6 de junio de 1744 y el 2 de noviembre de 1745, respectivamente. Un año más
tarde es nombrado ingeniero jefe del ejército en Italia y poco después, en
1749, ejerció de comandante general del Cuerpo de Ingenieros con carácter
interino, cargo que desempeñó hasta 1756, cuando ya había alcanzado en 1754 el
rango de teniente general. En 1758, en concreto el 4 de abril, Fernando VI
despacha una cédula real por la que confiere al teniente general Juan Martín Zermeño
el empleo de comandante general de la plaza de Orán, destino al que estuvo
ligado hasta 1765, un año antes de que fuera nombrado, esta vez con carácter
oficial, ingeniero general del Cuerpo de Ingenieros de Su Majestad, cargo que
ocuparía hasta su muerte, ocurrida en Barcelona, ciudad en la que tenía sus
casas en la calle de San Pedro Más Baja, el 17 de febrero de 1773.
[2] DE
LUIS CALABUIG, Ángel. De los
terrapleneros. En Ciudad Rodrigo.
Carnaval 2008. Salamanca, 2008. Pág. 329 y ss. Y R. DE LA FLOR , Fernando. El Fuerte de la Concepción y la
arquitectura militar en los siglos XVII y XVIII. Diputación de Salamanca,
1987. Pág. 93.
[3]
Estuvo trabajando en la
Frontera de Castilla durante 10 años, en el triángulo formado
por Ciudad Rodrigo, el Fuerte de la Concepción y San Felices de los Gallegos.
[4]
ARCHIVO HISTÓRICO NACIONAL. Estado, 34-F. Nº 364.
[5]
Ibídem. Nº 366.
[6]
Ibídem. Nº 369.
[7]
Ibídem. Nº 377.
[8] “En
Ciudad Rodrigo, 24 de Abril de 1809, habiendo recibido los santos sacramentos,
falleció el Excmo. Sr. D. Juan Miguel de Vives Feliu Pratt y S. Martí, Teniente General de los Reales Exércitos i
Reino de Castilla la Vieja ,
marido de la Excma. Dña.
María Antonia de Carvajal. Fue su cuerpo sepultado al día siguiente en esta
Santa Iglesia, en la Capilla
de Nuestra Señora del Pilar. Pagó los derechos el Sr. D. Juan Bautista, Edecán
del expresado Excmo. y por verdad lo firmo Carlos Claudio Nuñez”.
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