Ya hemos visto que los festejos taurinos vinculados al Carnaval o a cualquier otra celebración ha sido práctica habitual en nuestra particular historia. Y que los distintos acontecimientos, incluidos episodios bélicos, no fue óbice para mantener dichas celebraciones taurinas, incluso al socaire de la Guerra de la Independencia, como ya se ha apuntado en otro post. Era una práctica que, pese a la escasez de
recursos, continuaría en los años siguientes. Estamos al final de la Guerra Peninsular.
Estampa de un encierro de la revista La Lidia |
Al menos así lo hace suponer la
exposición que hicieron el 26 de febrero de 1820 los regidores Leonardo Pascua
y José Lemus en defensa de los intereses del ganadero Tomás Blanco, de La Moral de Castro, y otros de la tierra de Ledesma, quienes
este año y en los demás después de la
guerra fueron los que han facilitado
las corridas de novillos que se festejan en Carnabal, de cuyos encierros
solo sacaban graves perjuicios en sus
ganados, pues apenas hay año que no se les desgracie alguna res. Dichos
ganaderos habían sido denunciados en reiteradas ocasiones, con poco fundamento, por utilizar como abrevadero del ganado la
charca de un baldío de la
Tierra de Ciudad Rodrigo que el concejo tenía arrendada.
Consideraban que no estaban justificadas esas denuncias, que había cierta
persecución por parte de los cabreros arrendatarios de la finca, puesto que con poca mansión que hagan dichos ganados en
la ocasión de bever los denuncian. Buscaban la intercesión del consistorio
para que cesasen esas denuncias por los servicios que habían dado y seguían
ofreciendo, al menos hasta este año, para que los mirobrigenses y forasteros
disfrutasen de sus ancestrales festejos de novillos en tiempos de
carnestolendas, sin que, como era costumbre, supusiera gasto alguno a las arcas
municipales e, incluso, como expusieron los citados regidores, sufriendo la
inutilidad de algunas reses que participaron en los encierros y capeas
carnavalescas.
No se toma una resolución al respecto. Hay que
recabar más información y el regimiento pospone su decisión para una próxima
sesión plenaria. Se celebra el 4 de marzo y se concreta en el acuerdo para que
cesen las denuncias propuestas contra Tomás Blanco y queden en el estado en que se hallan, pagando costas.
En los libros de acuerdos ceñidos a ese
periodo, que prácticamente coincide con el sexenio absolutista del
reincorporado Fernando VII, son exiguas las referencias a la organización o
desarrollo de los festejos taurinos vinculados o no al periodo carnavalesco.
Encontramos que el 31 de enero de 1816, por ejemplo, la junta municipal ordena
a su procurador que se oponga a la demanda establecida por Francisco Marcos,
arrendatario de la dehesa de Martihernando, que reclamaba el pago de un novillo y una erala que se desgraciaron de resultas de
haverse introducido en esta plaza para correrse. No se indica si el festejo
era reciente, tal vez sobrevenido, o, por el contrario, la demanda venía del
anterior Carnaval, el de 1815, que se había celebrado del 5 al 7 de febrero y
del que, como el del año precedente, no se han localizado noticias concretas.
En 1816 era patente la escasez de madera para
afrontar los numerosos y necesarios reparos, tanto en la fortificación y
edificios públicos como en inmuebles de propiedad privada. Eran consecuencias
de la guerra, de los asedios y del abasto que habían traído consigo para el
mantenimiento de las tropas y la intendencia de los ejércitos. Por su exigüidad,
había un exhaustivo control por parte de los delegados de la autoridad para la
corta y acarreo de madera, fuera para el fin que fuera. Se habían establecido boletas,
único documento válido para trajinar, en este caso, con la madera. En la sesión
del 28 de marzo el regimiento tuvo conocimiento de que Juan Hernández,
carpintero municipal, había introducido en Ciudad Rodrigo doce pies de pino para el cierro de la plaza, autorizando, de
momento, su registro en el taller, pero resolviendo la suspensión de la conducción de maderas hasta que otra cosa se determine.
Por otro lado y como era costumbre, el consistorio
disponía de uno de los balcones de la cárcel para seguir los festejos de
novillos durante el antruejo. Pero en ocasiones, cuando quería ocupar sus
asientos, se encontraban con que otras autoridades se les habían adelantado y,
para evitar problemas desagradables, se recuerda a los porteros que velen por
sus intereses, que cuiden y no permitan
que el valcón de la cárcel se ocupe por nadie hasta que se haya colocado el Ayuntamiento
en las próximas funciones de Carnabal, según el acuerdo adoptado en la
sesión del 5 de febrero de 1817, unos días antes de que llegasen las
carnestolendas, que comenzarían el día 16.
Proclamación de la constitución en Cádiz, en 1812 |
Las reses para las corridas de novillos serían
aportadas, como en años anteriores –también en carnavales posteriores-, por
Tomás Blanco y otros ganaderos de la jurisdicción de Ledesma. Su traslado
requería tiempo y dinero, por ejemplo el necesario para el alojamiento de los
vaqueros y encerradores que cuidaban del ganado, cometido que recaía en el
personero del común. En este momento, el 13 de febrero de 1817, el personero
tenía alojado en su casa a un militar, una vivienda pequeña, según refiere, y
para poder aposentar a los vaqueros y encerradores en las próximas funciones de novillos a lo menos durante el tiempo de
ellas inmediato, necesitaba que se mudase el inquilino a otra vivienda. Se
le había adjudicado una dentro del recinto amurallado, pero no eran de su
satisfacción a pretesto de no ser buenas
las casas que se le habían señalado, por lo que el regimiento se ve
obligado a extender otra boleta que franquee el paso del arrendatario a una
vivienda en el Arrabal de San Francisco como solución previa para el alojamiento
de los encerradores.
A mediados de enero de 1818 el Ayuntamiento
previene la necesidad de que se renueven varias puertas de la plaza y del toril
cara al venidero Carnaval, por encontrarse defectuosas o quebradas,
comisionando para ello a los regidores encargados de la gestión y explotación
de los pinares de la Tierra
de Ciudad Rodrigo con el fin de que franqueen la madera necesaria.
Llega el año 1820, que supondría el fin del
sexenio absolutista y el comienzo del convulso trienio liberal en el que volvió
a cobrar un especial protagonismo Ciudad Rodrigo, plaza que fue entregada a los
realistas en octubre de 1823. El teniente coronel Rafael del Riego abanderó el
pronunciamiento militar del 1 de enero en la localidad sevillana de Las Cabezas
de San Juan. Fue un levantamiento tímido, sin un éxito inicial claro, lo que no
fue óbice para que se restaurase la vigencia de la Constitución de Cádiz
de 1812 y el restablecimiento de las autoridades constitucionales. El apoyo fue
aumentando hasta conseguir que el 8 de marzo Fernando VII acatase y jurase la
carta magna, lo que supuso un total júbilo para los liberales
constitucionalistas y el abatimiento de los absolutistas y realistas, con una
incidencia significativa en Ciudad Rodrigo, especialmente para el estamento
eclesiástico, esquilmado en sus bienes[1]
y privilegios.
Del 13 al 15 de febrero, no obstante, obviando
una vez más lo que estaba sucediendo en el resto de España, los mirobrigenses
celebraron las corridas de novillos que, como se ha dicho, fueron facilitadas
por Tomás Blanco y otros ganaderos del partido de Ledesma. No sería la única
ocasión que en 1820 se recurriera al capítulo taurino. Tras conocerse que el
rey había jurado la constitución, el pueblo mirobrigense se abandonó a las más sinceras demostraciones de júbilo que se
prolongaron por mucho tiempo. El 13 de abril se destinó para descubrir la lápida de mármol
blanco con orlas y letras de oro, que se había fijado en la plaza, y con
tan plausible ocasión hubo bayle público,
novillos, salvas repetidas de artillería de la plaza, repiques, etc. El 16 se
juró la constitución en las parroquias, predicando todos los curas y el
canónigo lectoral en muy buen sentido[2].
Como siempre, el elemento taurino parece
esencial en Ciudad Rodrigo en cualquier celebración que se precie, como la de
enarbolar la bandera de la libertad constitucional al socaire del
descubrimiento de la placa que homenajeaba a la carta magna renombrando al
mayor y más relevante de sus espacios públicos como Plaza de la Constitución , que
inmediatamente acogería una corrida de novillos.
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