viernes, 8 de mayo de 2015

Crisis social, económica y críticas al Carnaval de 1918

“¿Quién dice que hay penas, que el hambre y la miseria imperan? Sin duda algún chiflado, algún egoísta, o uno de esos seres fúnebres que todo lo ven negro y quieren amargar la existencia al género humano. Por aquí, no conocemos esas señoras y sobre todo que se joroben, que bien nos hacen la pascua durante todo el año para que vayamos a mimarlas y atenderlas en los únicos tres días del año en que la diversión es permitida sin ofensa ni escándalo a nadie. ¡¡Que viva el Carnaval!!”[1].

Autorretrato de Juan de Nogales
            Simplemente era el paréntesis acostumbrado. La realidad era otra: el hambre y la miseria, trasunto de la falta de trabajo, realmente campaban en Ciudad Rodrigo en ese año. También, como hemos visto, en los anteriores; y la proyección hacia el futuro no era, ni mucho menos, halagüeña. España, en general, después de un estado de bonanza por el aumento de las exportaciones hacia los países beligerantes, entró en 1917 en una profunda recesión interna: las exportaciones venían generando escasez de alimento y los precios se dispararon muy por encima de los salarios. La especulación con los alimentos, sobre todo cereales, con evidentes tentáculos en Ciudad Rodrigo, generó una crisis social que trocó en conflicto y en la intervención municipal para intentar atajar la salida masiva de trigo. Juan de Nogales-Delicado Arias[2], alcalde de Ciudad Rodrigo por designación, casi imposición, de sus compañeros de Corporación, cogió el toro por los cuernos y, pese a las maniobras del Gobierno Civil y de la propia bancada consistorial, ordenó la incautación de todo el cereal, su derivación a la fábrica de harinas y a los molineros locales para abastecer a la población. Chocó con toda la oligarquía local, con los terratenientes que vivían del cacicato, poderosos e influyentes. Nogales-Delicado, a la vista de la oposición externa e interna, intentó dimitir en varias ocasiones, aunque el pueblo le mostraba reiteradamente su apoyo: “La Sociedad Obrera Mirobrigense salió de su domicilio en manifestación pacífica visitando al Ayuntamiento una comisión, la que hizo presente al señor alcalde su agradecimiento por el interés que demuestran en mejorar la aflictiva situación de la clase obrera, la que en todo tiempo y lugar estarán al lado de sus dignos representantes...”, refería La Iberia el 26 de enero.
            Pero ese apoyo de la Corporación que señala el redactor del semanario local, trocó poco después, tras verificarse las medidas para incautar el cereal, en una oposición casi total de los ediles que le habían aupado a la Alcaldía que determinó la presentación de su dimisión irrenunciable, fechada en Lisboa –su residencia ocasional- el 28 de mayo de 1918, cinco meses después de su elección.
            La situación municipal volvió a la ‘normalidad’ con la elección de José Pérez Solórzano como nuevo alcalde, tomando posesión de su cargo tres meses después de la dimisión de Nogales-Delicado. El hambre y la miseria, además de la falta de trabajo, continuaban. Incluso, la situación empeoró con la virulencia desencadenada por la llamada gripe española[3], que en Ciudad Rodrigo supuso la muerte de 119 personas en 1918[4].
            Antes, en las vísperas del Carnaval de 1918, había vuelto a la palestra municipal la propuesta de suprimir las corridas de novillos. Hubo incluso, además del debate, la necesidad de llegar a una votación, en la que mostraron su deseo de que no hubiera novilladas los ediles Ángel Rodríguez, José Pérez y Emeterio Pacheco. Número insuficiente para el éxito de la iniciativa, por lo que se siguió con los preparativos del antruejo: “Ya se solucionó el conflicto: tendremos toros. El reloj municipal tañerá a rebato durante tres días consecutivos; el vecindario gritará hasta enronquecer viendo asomar los astados animales por la huerta del Piejo y contemplando su vertiginosa carrera por las calles de la ciudad, hasta penetrar en avalancha por las puertas de la plaza. En aquellos días, no hará falta comer: para que así sea, se arrojará un mendrugo en los días anteriores”, reflexionaba un tal X en las páginas de Avante el 19 de enero.
José Cascón Martínez, exalcalde mirobrigense
La decisión municipal, no obstante, creó sarpullidos en algunos sectores, llegando incluso a criticar en prensa la apuesta por mantener las corridas, caso, por ejemplo, del que también fuera alcalde de Ciudad Rodrigo, el ingeniero agrónomo José Cascón Martínez, quien días después de la resolución municipal sobre el antruejo publica el 26 de enero un artículo crítico en el semanario Avante, titulado El Carnaval y los novillos: “Si se tiene en cuenta la espantosa hecatombe que sufre el mundo entero, el pavoroso problema de alimentación que está iniciándose no más en nuestro país, las nada envidiables condiciones de nuestro pueblo y el desequilibrio económico del Ayuntamiento –argumenta Cascón-, hay que convenir en que el voto de los concejales acordando que haya novillos, el motivo menos impuro que puede haberlo inspirado, es el de la inconsciencia. Desgraciadamente, como en casi todas las acciones humanas, andan envueltos intereses particulares y de sobra sabemos y estamos viéndolo a cada momento, que si las ideas transigen, los intereses jamás, siendo debido a ello las ofensas que a diario sufre la diosa Themis”, la del buen consejo.
Matías García Miguel, Azabeño
            El exalcalde mirobrigense llega a plantear, a pedir la intervención de instancias superiores, provinciales o nacionales, si no lo hace la propia autoridad local, el alcalde, al considerar que se incurre en “uno de esos casos, y son también circunstancias únicas, en que cabe la suspensión del acuerdo por la autoridad local y la prohibición, fundada en razones legales, por la autoridad de la provincia”. Y argumenta que “el dinero que habría de invertirse en esta fiesta inculta, empléese en dar trabajo para mejorar las condiciones higiénicas y económicas del municipio, con lo que se conseguiría un triple fin a cual mejor: suprimir la fiesta, dar trabajo y realizar alguna de las muchas reformas cuya necesidad es inaplazable”. Y remata afirmando: “habrá o no habrá novillos, que ello es asunto a resolver por el pueblo, pero como nuestro convencimiento de la inconveniencia e inoportunidad de que los haya es grande, sin la menor sombra de duda unimos a nuestra protesta a los que dentro y fuera del Ayuntamiento opinen de la misma manera”.
            Habría novillos. El pueblo, a través de sus impuestos representantes, decidió que el Carnaval no deja de ser una vía de escape, un disfraz de la sombría realidad que se estaba viviendo, un paréntesis que llena de alegría unas jornadas, tan solo tres, en la que la diversión impera a sus anchas y se distraen otras necesidades, sin duda, más perentorias. Si José Cascón fue directo y crítico con la decisión municipal, el cura-poeta Matías García Miguel, Azabeño, siguiendo con las críticas por la celebración del antruejo, describió en verso el Carnaval que se avecinaba, el de 1918, el que él intuía y despreciaba, y lo hizo en las páginas de La Iberia, en el número del 2 de febrero:

El Carnaval de 1918...


Es el de la carestía
el tema de actualidad,
el de la extrema miseria,
el del hambre general,
 e igual en prosa que en verso
lo debemos abordar.

¿Quién se podrá divertir
este año en Carnaval
si para aplacar el hambre
no hay un pedazo de pan?

Riendo cínicamente
el comercio en general
sigue vendiendo a los precios
que más provecho le dan,
hasta que el sufrido pueblo
acabó de reventar
y se agrupan las mujeres
y amenazadoras van
lo mismo en la humilde aldea
que en la espléndida ciudad
e, increpando a los ‘chacales’
que no dejan de tragar,
asaltan las madrigueras
donde escondidos están,
y entonces la fuerza armada
les fusila sin piedad...

¿Quién se podrá divertir
este año en Carnaval
si la danza de la panza
sale según el refrán?

Desde el ilustre prelado
en sencilla pastoral
hasta el mismo ‘socialista’
con rara unanimidad,
toda la prensa de España
acaba de proclamar
que es un caso de demencia
este año el Carnaval.

¿Querrán entenderlo así
las gentes de la ciudad,
de la villa y de la aldea
que famélicas están,
o irán como de costumbre
a la plaza a torear?

¿Gritarán las multitudes
con rumor de tempestad
satisfechas de aguardiente
y casi ayunas de pan,
con dirección a la plaza
viendo el encierro pasar?

¿Habrá quién cubra su rostro
con ridículo antifaz,
diciendo -¿No me conoces?
Yo soy un tipo ideal
y los dos en compañía
podíamos disfrutar
estos días de las breves
dichas que no volverán.

¿Habrá quién pase este año
tres días sin trabajar
y tres noches sin dormir
en honor al Carnaval?

Hoy podemos repetir
con más profunda verdad
que dijo el insigne ‘Fígaro’
en su artículo genial,
al ver el desquiciamiento
que reina en la sociedad:
-Los hombres todos son máscaras;
todo el año es Carnaval...

¿Cuándo bajará a este mundo
una infinita piedad
que los lobos en corderos
llegue un día a transformar?
¿Cuándo seremos benignos
los fieros hijos de Adán?
¿Cuándo acabará la guerra?
¿Cuándo empezará la paz?
¿Cuándo dejará de ser
esta vida un carnaval?




[1] Avante, número del 16 de febrero de 1918.
[2] Juan de Nogales-Delicado Arias (1884-1929). Un personaje entrañable, bohemio, polémico, polifacético… hijo del escritor e historiador Dionisio de Nogales-Delicado y Rendón y de Concepción Arias y Pérez-Dávila. Llegó a ser alcalde de Ciudad Rodrigo, presentando su dimisión en una carta fechada en Lisboa en mayo de 1918: “Al ilustre Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo. El que suscribe, alcalde constitucional de esa ciudad y con residencia accidental en Lisboa, atentamente saluda a esa ilustre Corporación y le manifiesta que, en vista de las discrepancia que en cuestiones fundamentales para Ciudad Rodrigo han surgido entre parte de ella y el que hasta ahora ha tenido el honor de presidirla desde el 1º de enero de este año, he resuelto presentar y presento, por medio de esta comunicación, mi dimisión de alcalde de esa ciudad con carácter de irrevocable. Dios guarde a V. S. muchos años. Lisboa, 28 de mayo de 1918. Juan de Nogales”.
[3] Adoptó este nombre debido a que la pandemia recibió una mayor atención de la prensa en España que en el resto del mundo, ya que España no se vio involucrada en la guerra y por tanto no censuró la información sobre la enfermedad. En España hubo cerca de ocho millones de personas infectadas en mayo de 1918 y alrededor de 300.000 fallecimientos (aunque las cifras oficiales redujeron las víctimas a «sólo» 147.114).
[4] PÉREZ RODRÍGUEZ, Enrique, La población de Ciudad Rodrigo durante el período 1871-1970, recurso electrónico www.ciudadrodrigo.net/población/población.htm [consulta realizada el 28 de abril de 2014]: “No podemos pasar por alto la gran epidemia de gripe de 1918, que, como el resto de España, sufrió Ciudad Rodrigo. En el cuadro correspondiente a este año puede advertirse que además de las 119 defunciones por gripe hubo un gran aumento de la tuberculosis con 18 casos y el cáncer con 9, siendo precisamente este el primer año en que hemos visto un cáncer de mama”.

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