Fue el de 1916
un Carnaval tardío. Se celebró entre el 5 y el 7 de marzo, pero desde mediados
de enero ya había movimientos para la organización del antruejo. Así, por
ejemplo, buscando el favor del Consistorio, los labradores Miguel Castaño y
Julián Paniagua, junto al industrial carnicero Manuel Hernández, el 21 de enero
escriben una carta al Ayuntamiento en la que ofrecen dar las tres corridas de
los encierros al precio de 750 pesetas cada una de ellas, compuesta por “diez
novillos de tres a cuatro años, cerriles, en inmejorables condiciones de lidia”[1]. Sin
embargo, la comisión de festejos ya tenía otros planes y el 8 de febrero sella
el acuerdo con el afamado ganadero salmantino Alicio Cobaleda Marcos, vecino de
El Cubo de Don Sancho y con residencia en la dehesa de Rollanejo, para dar las
tres corridas. No era cuestión de precios, porque se adjudicó en la misma
cantidad que la oferta presentada por los citados labradores y el industrial
mirobrigenses: 75 pesetas cada toro, es decir, 750 pesetas la corrida, sino de
darle un mayor prestigio a la procedencia del ganado en una fiesta que cada año
iba cobrando más notoriedad y mayor atractivo para el forastero, un
“acontecimiento [que] ha producido gran animación entre los muchos aficionados
de dentro y fuera de la localidad”, reflejaba La Iberia en su número del 12 de febrero.
Alicio Cobaleda Marcos, de Rollanejo |
Además, este semanario local
mirobrigense avanza que la decisión municipal de contratar dichas reses había
movido el ánimo del “afamado novillero Felipe Fernández, Pasieguito, de Santander, que tantos aplausos ha conquistado en las
principales plazas de España”, para “darse a conocer en este rincón de
Castilla” a la vista de que el ganado “era de raza”. Y así, a través de su
apoderado, se ofreció al Ayuntamiento para lidiar, junto a su cuadrilla, las
tres corridas del inmediato Carnaval, “atraído más por la afición que por el
lucro que la contrata pudiera producirle”, matiza el redactor de La Iberia.
El
contrato con El Pasieguito había quedado rubricado el 11 de febrero, con una
cuadrilla que estaría integrada inicialmente por Antonio Camacho, Fernando
Benito Abeño y Fernando Martín Guerrero, uniéndose a ellos el ya considerado
subalterno local, aunque natural de Valencia, Pelegrín Pertusa, El Pintao, “que con tantas simpatías
cuenta entre nosotros”.
La liturgia precarnavalesca continúa
con la adjudicación del cierre de la plaza y la colocación de alares, además de
la tradicional subasta de los tablados. Y llega el primer día. El Domingo de
Carnaval, 5 de marzo, sobre las ocho y media de la mañana se verifica el
encierro. En verso lo cuenta el corresponsal destacado por diario El Salmantino para esta jornada:
“Animación,
alegría,
preciosísimas
muchachas,
pueblerinos
remudados
con
sus domingueras galas;
repleta
de alegre gente
hoy
se encuentra la muralla
que
a la Miróbriga un día
defendióla
en cien batallas.
Muy
cerca de cien jinetes
a
nuestra vista se hallan
que
a modo de gladiadores
esgrimen
picas y lanzas.
Escúchanse
los cencerros,
silbidos,
voces cercanas,
el
galopar de los potros
y el
sonar de la campana
que
anuncia con reloj suelto
de
los toros la llegada”.
Uno de los novillos se desmanda al entrar en el casco urbano, retrocediendo
por el Arrabal de San Francisco, lo que genera la acostumbrada diversión, tanto
para los corredores como para el público. Al final, tras varios intentos vanos,
se consigue encerrar al novillo tras ser amaromado.
Cumplido el ritual inicial, a las 11
de la mañana comienza la corrida de prueba en la que “son capeados,
banderilleados y vueltos locos a garrotazos cuatro novillos que dieron el juego
apetecido y los coscorrones no apetecidos”, señala J. de la E.[2] en su
reseña para el citado diario provincial. El desencierro matinal de estos
moruchos se desarrolló sin problemas, lamentando solo un “arañazo en muy fea
parte a un mozuelo que se interpuso” en el camino de las reses.
A las tres de la tarde, al son del
pasodoble que interpreta la banda municipal dirigida por el maestro Mariano
Santamaría, está todo dispuesto para el inicio de la corrida vespertina, presidida
por Anacleto Sánchez-Villares, primer teniente de alcalde y que se convertiría
poco tiempo después en alcalde de Ciudad Rodrigo. Iba vestido con traje charro
y estaba acompañado en la presidencia por el ganadero Alicio Cobaleda y el gobernador
militar de la plaza, Francisco Hernández Espinosa.
El redactor de El Salmantino describe el bullicio expectante que observaba desde
su puesto en la galería de la Casa Consistorial: “En el redondel, gran número
de paseantes, algunas parejas de bailadores y los consabidos muñecos de trapo y
paja; los tendidos abarrotados de gente y en los balcones ofrecían encantador
aspecto las simpáticas señoritas mirobrigenses y elemento forastero, luciendo
algunas de aquellas elegantísimos pañuelos de Manila, y en tanto que la corrida
tiene lugar, los célebres Becuadros, capitaneados por el popular Trejo, recorre
las calles de la ciudad divirtiendo a los pocos vecinos que se han quedado en
casa con los originalísimos y saladísimos cuplés alusivos a los últimos
acontecimientos mirobrigenses”.
Cesa la música y todo está dispuesto
para que se inicie la corrida. El presidente arroja la llave al vaquero que
hacía las veces de alguacilillo mientras que Antonio Aldehuelo “lanza al aire
las vibrantes notas de su cornetín”. Se despeja el ruedo y sobre él solo
permanece la cuadrilla contratada. Se abren las puertas del chiquero para dar
salida al primer novillo de la tarde: “Uno, dos, tres... y hasta seis toros
desfilan por la plaza improvisada. Todos son bravos y lo que es aún mejor, nobles,
como pertenecientes a una ganadería de cartel y que, por lo tanto, no sirve
pajarracos que saben hasta latín, sino novillos sin chaquetear para que puedan
lucirse los aspirantes a matadores de alternativa”. La lidia discurrió sin
problemas, con lo de siempre: “a la vez un peón recorta, un banderillero pone
un par de frente, tres pasan de maleta o hacen como que pasan... No habiendo
ninguna desgracia que lamentar. Nos hemos divertido y todos contentos”, refleja
en su crónica el corresponsal de El Salmantino.
No obstante, en las páginas de El
Adelanto se destaca la actuación de los “fenómenos” Antonio Núñez, Chato; Pelegrín Pertusa, Pintao; Vicente Cebada, Camisero; y Antonio Camacho.
Anuncio promoviendo la venta de existencias de caretas y disfraces para el Carnaval de 1916 |
En el desencierro uno de los
novillos se emplazó y, tras varios intentos infructuosos, tuvo que ser
encerrado en el toril. A las cuatro de la mañana, el novillo “salía
perfectamente escoltado por los serenos y guardias municipales”, mientras que
“los poquitos transeúntes que aquella hora iban por la calles, se divirtieron
un rato citando al bicho en la Rúa del Sol y ‘exaltando’ a sus guardianes los
del orden”, explica Juan H. Arroyo en las páginas del diario El Salmantino del 7 de marzo.
Si costumbre es trasnochar en
Carnaval, no menos lo era también por aquel entonces madrugar para ir a
presenciar el encierro: “A las cinco, los puestos ambulantes de buñuelos y
perronillas se encontraban rodeados de gran número de madrugadores, en
expectación del encierro que tuvo lugar a las ocho y media”, relataba el citado Arroyo. Un encierro “sin nada digno
de notarse”, por lo que el redactor de El
Salmantino, al igual que hizo el de El
Adelanto, prefieren emplear solo algunas líneas en el desarrollo de los
festejos taurinos en la plaza: “A las once dio principio la corrida llamada prueba,
toreándose cuatro bichejos de buena, sí, pero poca sangre”, una apreciación
que, en parte, también comparte el corresponsal de El Adelanto: el ganado, “bravísimo, evitando muchas desgracias por
su poco poder”, pero no elude dar la “enhorabuena al inteligente ganadero que
logrará hacerse cartel en toda España”.
Arroyo se mete algo más en harina al
apuntar que los astados estaban “algo cansados, todo lo cual hizo que no
resistieran mucho el juego de los capotes, no registrándose incidente alguno
lamentable, más que la cogida del Pintado[3], que
resultó con una herida en el costado derecho, siendo diagnosticada por el
facultativo señor [Ángel] Mirat [y Villar], de pronóstico reservado”.
El Pintao fue atendido en primera instancia en el parque de Bomberos de
la calle Madrid, donde se hallaba instalado, como era costumbre, el servicio
sanitario “a expensas y cargo de la benemérita institución”. Como consecuencia
de las complicaciones de la cornada que le había propinado un manso en la
mañana del Lunes de Carnaval, Pelegrín Pertusa acabaría falleciendo en
septiembre de este mismo año, afectado, según la partida de defunción, por una
pulmonía.
La fiesta, no podía ser de otra manera, continuó este segundo día del
antruejo de 1916 con la corrida vespertina que comenzó a las tres de la tarde.
“Las bestias –se relata en El Salmantino-,
más descamadas, se prestan más al juego y los ‘toreros’ pudieron mejor lucir
sus arrestos”. Y lo cuenta Juan H. Arroyo en un ripio que remata su crónica en
este diario salmantino de la tarde:
“Sale un toro y al punto
tres mil maletas,
los vuelven tarambana
con sus muletas,
sus banderillas,
sus capas y garrotes
y hasta con sillas.”
El desencierro, como solía ser habitual, se desarrolló sin más incidencia
que la salida al campo de los novillos, seguidos por una multitud deseosa, como
siempre, de extender la fiesta hasta avanzada la tarde y a la espera del
madrugón del último día del Carnaval. Sin embargo, muchos llegaron tarde al
encierro: “Esta mañana, y antes de que el pueblo aficionado se diera cuenta,
fueron encerrados los toros a las siete y media, cosa que originó algunas
protestas que no pasaron de unas voces en la plaza”, señala el corresponsal de El Salmantino.
En la prueba se torearon cuatro novillos que siguieron la línea marcada por
sus hermanos en las jornadas precedentes y que “ponen muy alto el sello del
señor Cobaleda”. En el desencierro, “uno de los toros se echa por las calles de
la ciudad y entretiene a los mirobrigenses con sus acometidas a los
improvisados ‘toreadores’, no habiendo que lamentar más que alguno que otro
revolcón sin importancia de ningún genero”, señala J. de la E. en su crónica
diaria.
La corrida de la tarde comenzó a la hora acostumbrada y con “el lleno y
entusiasmo de las tardes anteriores”, bajo la presidencia del edil Antonio
Martín Moro, quien estuvo acompañado por el comandante y jefe del destacamento
de Infantería, además del capitán de la Guardia Civil y otras personalidades de
la localidad, caso de Mateo Cornejo, director de La Iberia; el ganadero Alicio Cobaleda y otros representantes de
los medios de comunicación. Todos ellos fueron obsequiados con “almendras
saladas y vino rioja que los concejales costearon de su bolsillo particular”.
El destacado en Ciudad Rodrigo de El
Salmantino refiere que el ganado fue “bravo y noble”, permitiendo “toca
clase de monerías que los ‘diestros’ han querido ejecutar”, destacando la brega
notable del vallisoletano Alfredo Moro, Morito,
todavía un “mozalbete y que por lo que esta tarde le hemos visto ejecutar, le
auguramos un buen puesto entre los coletudos”. Morito fue ayudado eficazmente
por Antonio Simón, Heredia. Con esto,
acabó la corrida y se dio rienda suelta al desencierro.
Por lo que respecta a representaciones teatrales y bailes, en la tarde
del domingo el Teatro Nuevo acogió la puesta en escena de la obra El orgullo de Albacete, mientras que en
el Casino se preparaba el tradicional baile de sociedad, con “una concurrencia
tan distinguida como numerosa” en donde “preciosos y artísticos disfraces
hacían resaltar la hermosura de las encantadoras muchachas de esta ilustre
ciudad”. Y se refiere a ellas en un casi interminable lista: Carlota y Pilar
Muñoz, Guadalupe Cascón, Ángela Valls, Remedios Corral, Caridad Rubio, Nieves
Sánchez-Terán, María Sánchez-Villares, Anita Montero, Guadalupe Fonseca, Sofía
Cornejo, Valentina Martín, Felisa y Sofía Camisón, Carmen Vázquez de Parga,
Aurora y Gloria Huertos, Lucía e Isabel Hernández, Teresa Méndez, Esperanza
Briega, Rosario y Esperanza Hernández, Pipita, Lola y Pura Martos, Trinidad y
Marceliana Guitián, Avelina Méndez, María González Amador, Nestora Moro,
Adelaida Soler, Lucila Ortega, Amalia Lemus, Consuelo Cid, Lourdes Aquino,
Filomena y Rosario Juárez, Rosalina Carvajal, Teresa Ballesteros, María Gómez,
Pura Pantoja, Ángela Plaza, Gloria Robles, Esperanza Valls...
Si animado estuvo el baile del Casino durante la primera jornada
carnavalesca, no menos ocurrió en el salón de Las Dos Columnas: “Lindísimas
mirobrigenses lucían el traje de la tierra y el clásico mantón de Manila”,
señala El Salmantino, diario provincial
que reflejó al día siguiente lo sucedido durante el Lunes de Carnaval,
comenzando su crónica por el baile infantil que se celebró en el Casino
Mirobrigense: “Llenaban el salón lindísimas criaturas tan elegantemente
ataviadas y con tanto gusto disfrazados, que confesamos no haber visto cosa
semejante”. No obstante, el corresponsal se muestra pacato con la proyección
que supone inculcar a los pequeños estas aficiones festivas, condenando esos
espectáculos en los que “se hace desempeñar a las pequeñas criaturas
molestísimo papel, y se les inculcan aficiones que pueden ser un día de fatales
consecuencias; lo cual los padres, dejándose llevar de su profundo amor y no
parándose a reflexionar sobre la responsabilidad que contraen ante Dios y la
sociedad llevan a cabo, aunque luego les pese”.
Portada del drama La Garra, con la fotografía del autor |
Sin haber concluido el baile en el Casino, comenzó en el Teatro Nuevo la
representación de El gran galeote,
mientras que en el resto de salones se celebraban con gran asistencia de público
los tradicionales bailes que despidieron el Carnaval de 1916, aunque todavía
quedaba el epílogo del Domingo de Piñata, para cuya celebración los empresarios
del Teatro Nuevo habían organizado un baile que no era del agrado del corresponsal
de El Salmantino, quien no tiene
pudor alguno al conminar a los mirobrigenses a que boicoteen la iniciativa:
“Hacemos presente nuestra protesta y hacemos un llamamiento a los mirobrigenses
para que impongan a la empresa el correctivo de que se haría digna si llegare a
llevar a cabo sus propósitos”. Y recuerda J. de la E. que “hace años que el
baile de Piñata fue obligado a suspenderse porque los sentimientos del pueblo
lo rechazaba, y hoy, al intentarse llevarlo a cabo se ofende a aquellos y debe
protestarse, haciéndoles cerrar sus puertas”. Pero es que, además, el citado
corresponsal tampoco está de acuerdo con que la empresa del teatro ponga en
escena La garra[4]
durante la Cuaresma, ya que “es una obra que está condenada y la cual no debe
verse por ningún mirobrigense, toda vez que el catolicismo reina en el corazón
de todos. Es, además, una obra –continúa con su diatriba el corresponsal- en la
que se predica el divorcio, y ninguna mujer que se tenga en algo debe tolerar
que sus maridos e hijos la contemplen. Y es, en fin, una obra en que se hace
desempeñar ridículo papel a los abogados al dejarse convencer de los soflemas
de un quidan [sic]”. Y, rematando su atrevimiento censor, afirma que La garra “no debe ser representada y si
el atrevimiento de la empresa llegara hasta ahí, el público mirobrigense debe
protestarla ruidosamente por herir los sentimientos nobles del pueblo”.
Por de pronto, no solo se celebró el baile de piñata en el Teatro Nuevo,
sino que los mirobrigenses disfrutaron de él en otros salones, como el de Las
Dos Columnas, que tuvo “una selecta concurrencia”, afirma el corresponsal de El Adelanto. En el salón, “elegantemente
adornado”, se pudieron ver a las “bellas señoritas” Victoriana y Purita
Pantoja, Agustina Pacheco, M. de Miguel, Alejandra y Juanita González, Carmen
Huertas, Alejandra Calzada, Josefa Luis, Luisa, Asunción y Cristeta Honorato,
Teresa Estévez, Concha González, María Peña, Úrsula Santiago, Petra Hernández,
Clara Ramos, Calixta Sánchez, Calixta Mateos, Rosa Peláez, Francisca Rubio,
Rosa Alaejos, Escolástica Santos, Amparo Miguel, Isaura del Molino...
El baile del Teatro Nuevo contó con máscaras y regalos, registrando
también una gran asistencia de público que disfrutó, en los intermedios, de la
exhibición de “películas cinematográficas”.
[1]
AHMCR. Caja 301. Festejos de Carnaval: 1913-1945.
[2] Se
trata de la abreviatura del seudónimo utilizado por la persona que cubría la
información de Ciudad Rodrigo y que se corresponde con Juan de la Encina.
[3] Cfr. MUÑOZ GARZÓN, Juan Tomás, “Pelegrín Pertusa, el
Pintao en Ciudad Rodrigo”, Carnaval del
Toro 2011, pp. 251 y ss.
[4] La garra es una obra del escritor
compostelano Manuel Linares Rivas, político y dramaturgo español, que salió a
la luz en 1914 y en la que sale a relucir el tema del divorcio. En la obra se
aboga, según los ideales del Regeneracionismo, por la adopción de unas leyes
foráneas, encarnadas por Antonio, divorciado en Estados Unidos, para la libre
expresión de los sentimientos.
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