La evolución urbana de Ciudad Rodrigo ha estado siempre vinculada
a la fortificación. La reedificación de la muralla en tiempos de Fernando II,
construida con tongadas de calicanto, supuso un elemento de protección para los
vecinos, especialmente los de intramuros, aunque los que prefirieron o no
tuvieron medios económicos para hacerlo intentaron, en principio, acercarse lo
más posible a los muros y, posteriormente, con la asistencia del concejo,
proteger sus viviendas y garantizar en la medida de lo posible su seguridad con
la construcción de la cerca del arrabal, que partía del exterior de de la
puerta del Sol, alcanzaba el desaparecido convento de Santo Domingo para trazar
una configuración que volvía desde la calle de Los Caños hasta la inmediatez de
la extinta puerta del Rey, después de superado las huertas de San Albín, lo que
viene a ser hoy el Campo de Toledo.
Según el
historiador local Antonio Sánchez Cabañas, el rey Fernando II mandó juntar
materiales y dar principio al edifiçio de la çerca que oy la ciñe. No fue
menester abrir zanjas, porque toda ella está fundada sobre peña. Tiene de
circuyto dos mil y ochoçientos passos de a tres pies. Su obra y fábrica es de
tapiería argamasada de cal y guijarro. Tiene de alto diez tapias y de gruesso cassi
8 pies .
Fue después esta muralla levantada otras dos tapias, la qual obra quieren
atribuir los ignorantes a Juan de Cabrera, por deçir que la levantó con los
cuernos de oro de la cabeza que dizen que halló con un cabrito de oro en
Sesmiro, pueblo de la jurisdicción desta çiudad, lo qual es patraña de viejos.
Plano del proyecto de fortificación de Ciudad Rodrigo de 1667, en el que se aprecian algunos edificios adosados a la muralla, caso de la alhóndiga, el peso de la harina o el matadero |
La ubicación de
casas particulares y edificios públicos adosados o próximos al exterior de la
muralla medieval fue una constante en tiempos de paz, aunque los asedios a que
fue sometida la plaza de Ciudad Rodrigo en distintas épocas derivó en la destrucción
total de esas edificaciones anejas, bien por el propio interés en la defensa o,
preferentemente, por las acciones bélicas de los asedios.
Era, pues,
frecuente que la muralla sirviese de apoyo, tanto por su parte interior como
por la exterior, para que un buen número de edificios se adosasen a ella.
Incluso, en periodos de tranquilidad, los propietarios solicitaban permiso al
Consistorio para abrir ventanas, como se recoge en distintos documentos que
conserva el Archivo Histórico Municipal de Ciudad Rodrigo referidos al periodo
entre 1609 y 1640, una época pacífica en la que conocidos y relevantes
personajes de Ciudad Rodrigo consiguieron abrir vanos en la muralla,
especialmente en la parte en donde se ubicaba el matadero (entre las puertas de
San Vicente y de La Colada); en la proximidad de la Catedral, bien en la plaza
del Rey (hoy de Herrasti) o bien en la Rinconada de Santa Anta, junto a la
conocida como casa del campanero; en los muros del antiguo convento de las
Descalzas (plaza del Conde) o en la parte del Hospital de la Pasión también se
abrieron ventanas, siempre con el consentimiento de la Ciudad y con el
compromiso de tapiarlas en caso de que fuese necesario por cuestiones
sobrevenidas de seguridad.
Las razones que
se esgrimen para abrir esos vanos venían justificadas por motivos de salud,
para que entrase el aire y obtener luz solar, según se desprende de las exposiciones
que realizaron algunos solicitantes. Así, en 1606 “Alonso Pérez Pacheco,
regidor, dijo y propuso en el dicho comentario cómo Antonio Hernández, vecino
de esta ciudad y regidor que fue de ella, en una de sus casas que tiene y va
edificando a San Vicente, que está junto a la cerca y muros de esta ciudad,
tiene necesidad para dar luz a la dicha, que la ciudad le haga merced siendo
servida de darle licencia para que en la dicha cerca y muro pueda abrir una
ventana a su costa, poniéndole una reja en la forma que pareciere a los
caballeros regidores, a quien se sometiere y que hará el que le da y cuando que
la ciudad le ordenase (…) La ciudad, habiendo visto la proposición, dijo que
daba y dio licencia al dicho Antonio Hernández para que pudiese abrir una
ventana en la cerca y muro de esta ciudad en la parte donde tiene edificada la
dicha casa…”; o el 13 de enero de 1609 el concejo da licencia a Juan Fernández
de Caraveo para abrir otra ventana en la cerca que cae sobre el matadero con
obligación de volverla a cerrar cuando la ciudad lo ordenase: “Don Juan Fernández
de Carabeo, vecino de esta ciudad, digo que en las casas en que vivo de mi mayorazgo
que están al postigo de San Vicente de esta ciudad, están conjuntamente a la cerca
de ella, y tengo necesidad para el darle luz y adornarlas, pide abrir una
ventana en la dicha cerca en parte alta y donde no hace daño. Y por tanto a S.
Sª. pido y suplico me mande de dar licencia…”
Pero no siempre
se actuaba sin reparos por parte del Consistorio, o al menos de alguno de sus
regidores. Así en la sesión del 25 de junio de 1633 un regidor apostilla que el
concejo no es quien para conceder licencia para abrir ventanas en la cerca, lo
que genera un enfrentamiento sobre la autoridad y, especialmente, sobre dos
conceptos de ver el asunto: por un lado, el militar aboga por la seguridad,
mientras que los otros regidores miran por el bien público y la salud general.
Lo vemos en el acuerdo adoptado: “El señor don Félix Nieto de Silva pidió a la
Ciudad licencia para que el señor don Francisco de Silva pueda abrir una
ventana en la muralla en las casas que tiene al Rincón de Santa Ana de la
iglesia catedral de esta ciudad para vista y salud como se han dado otras
licencias. Y luego el señor don Luis del Águila, alférez mayor, dijo que no
había lugar por ser como son las murallas, puertas y fortalezas de Su Majestad,
y haber alcalde de ellas y no poder abrirse en las dichas murallas ventanas
ningunas, por lo que es su parecer que no se dé la dicha licencia y cómo así lo
contradice pide por testimonio. Y todos los demás caballeros se conformaron en
que pueda abrir la dicha ventana y para ello la Ciudad le da licencia al dicho
don Francisco de Silva, aunque primero y ante todas cosas, haga escritura de
volverla a tapar a su costa cada y cuando se le pida y que la dicha licencia se
extienda por el tiempo que fuere la voluntad de la Ciudad y no más, por ser
como es muy saludable al pueblo el que se abran ventanas sobre la fortaleza
para que entre el aire a la ciudad y poder dar estas licencias la Ciudad
conforme a las leyes del reino”.
Se aprecia, pues, que las murallas
fueron un elemento integrador en la configuración urbana, llegando al extremo
de horadarla en virtud de las necesidades de los vecinos, aunque siempre con la
autorización de la Ciudad, del gobernador-corregidor y de los regidores que la
integraban. Y resulta factible estimar que las casas adosadas al interior de la
muralla fueran socavando la estructura defensiva en virtud de sus necesidades e
iniciativas para ganar espacio al tiempo que favorecían la entrada de luz y
saneaban el edificio.
La zona objeto de
este estudio lógicamente también estaría afectada por esta práctica que, aunque
sólo la encontramos documentada a partir del siglo XVII, es factible que se
utilizara comúnmente, siempre que las circunstancias y la política geoestratégica
lo permitieran y fuera concedido por el poder local.
El enclave que
nos ocupa era uno de esos ‘campos’ abiertos en el espacio urbano mirobrigense,
un espacio de respiro, en donde la amalgama de edificios típicos de las calles
angostas de un casco urbano medieval se apartaba para dejar ciertos espacios semiconstruidos
que habitualmente tenían en su denominación ciertas señas de identidad. La
historiografía local es parca en la definición urbana de Ciudad Rodrigo. Pocas
referencias encontramos sobre estos espacios urbanos, tal vez la más clara y
también la más recurrente sea el Libro de
registro y reconocimiento, nombre por el que se conoce al catastro del
marqués de Ensenada. Aquí, entre otros ‘campos’, se nos apunta el del Pozo –en
algunos documentos se menciona el Campo del Pozo Guerrero-, inmediato al del
Trigo y al de San Pedro y que viene también definido por la antigua calle
Calduebla (Calle de Huebra), hoy de Enrique Zarandieta.
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