La plaza del poeta Cristóbal de Castillejo era uno de esos
‘campos’ abiertos en el espacio urbano mirobrigense, un espacio de respiro, en
donde la amalgama de edificios típicos de las calles angostas de un casco
urbano medieval se apartaba para dejar ciertos espacios semiconstruidos que
habitualmente tenían en su denominación ciertas señas de identidad. La
historiografía local es también parca en la definición urbana de Ciudad
Rodrigo. Pocas referencias encontramos sobre estos espacios urbanos, tal vez la
más clara y también la más recurrente sea el Libro de registro y reconocimiento, nombre por el que se conoce al
catastro del marqués de Ensenada. Aquí, entre otros ‘campos’, se nos apuntan
los del Trigo y de San Pedro, dos nomenclaturas que obedecen a una función
económica y a una referencia espacial.
En el Campo del
Trigo, hoy plaza de Cristóbal de Castillejo, está una de las ubicaciones que a
lo largo de la historia tuvo la Casa del Peso, seguramente de la harina. Era
costumbre, y así lo recogen las ordenanzas municipales de Ciudad Rodrigo del
siglo XVI, que en el lugar donde se desarrollaba una determinada actividad
económica debía haber un control para garantizar, aparte de la idoneidad del
producto, su peso, para evitar sisas y otras picardías. El Consistorio tenía
encomendadas estas funciones a ciertas personas de confianza, los consumeros, a
su vez escrutados por los regidores y ediles nombrados al efecto. Para
facilitar la labor, el Ayuntamiento disponía de una serie de pesas y medidas
que debían estar siempre a punto, en el mismo lugar en donde se necesitaban. De
ahí que, aparte de las alhóndigas o almacenes para el grano, existieran una
vivienda ad hoc, en donde moraba el consumero o fiel junto con su juego de
pesas y medidas. Era, por ejemplo, la Casa del Peso de la Harina, uno de cuyos
ejemplos lo podemos todavía observar en el Campo del Trigo en la vivienda
situada al levante, haciendo esquina enfrentada a la iglesia de San Pedro. Una
leyenda en el dintel de la puerta así nos lo aclara.
Vista del ábside románico de la iglesia de San Pedro-San Isidoro |
El Campo del
Trigo es uno de los espacios más cálidos del conjunto urbano mirobrigense. Tal
vez lo sea por la calidad arquitectónica de sus edificios, una constante
referencia del paisaje urbano. Aquí nos encontramos enfrentados a dos tesoros
de la arquitectura rodericense, como son la citada iglesia de San Pedro-San
Isidoro y el antiguo convento de las Franciscas Descalzas. Pero también hay
otros edificios singulares, como la Casa de los Vázquez, que abre este espacio
urbano desde la calle de San Juan, o la casa de vecindad construida por Carlos
Domínguez Sánchez-Bordona.
Pero, sin duda,
una de las referencias más importantes del Campo del Trigo ha sido el
descubrimiento del Ídolo de Ciudad
Rodrigo, hallazgo que se produjo a mediados de los años 20 del pasado siglo
cuando el Ayuntamiento realizaba las obras de alcantarillado para los campos
del Trigo y del Pozo. Desde 1964 el Museo Arqueológico Nacional lo exhibe entre
sus tesoros, una pieza excepcional para los mirobrigenses al tratarse del documento
arqueológico más importante descubierto hasta ahora en el casco histórico de la
localidad. Así lo pone de manifiesto el catedrático José Ignacio Martín Benito
en un estudio sobre la Prehistoria en la Tierra de Ciudad Rodrigo.
La pieza, tras ser descubierta, pasó de inmediato a ser propiedad
del canónigo Serafín Tella Gallego (Robleda, 1880; Ciudad Rodrigo, 1948), un
investigador autodidacta que consiguió hacerse con miles de piezas
arqueológicas en la comarca de Ciudad Rodrigo, muchas de ellas perdidas, aunque
otras afortunadamente están localizadas en colecciones y museos.
El Ídolo de Ciudad Rodrigo es un canto
rodado de grauvaca negra, de 40 x 20 x 10 centímetros. En la piedra está
representado un personaje de manera muy esquemática y desproporcionada, con
aspecto rechoncho, configuración bastante frecuente en ídolos similares de la
Edad del Bronce localizados en la misma comarca mirobrigense o en tierras de
Extremadura y Portugal.
Utilizando la
técnica del piqueteado, en el dibujo se aprecia un rostro definido por los
ojos, la nariz y la boca. Sobre la cabeza aparece una especie de casco o cofia,
configurado por tres arcos paralelos y segmentados por una retícula radial. El
cuerpo está formado por un círculo y otras dos curvas concéntricas. Las
extremidades, como puede verse, están muy esquematizadas.
Ídolo de Ciudad Rodrigo |
La pieza, dejada unos años en depósito,
mientras duró, en el Museo Regional creado en el castillo antes de ser Parador,
fue vendida, en unas 20.000 pesetas, por la hermana de Serafín Tella en 1964 al
Museo Arqueológico Nacional.
Por lo que
respecta a los inmuebles que definen este espacio urbano, hay que partir del
elemento arquitectónico sin duda de mayor relieve, también histórico, que se
encuentra en esta plaza y que su referencia norte marca otro espacio de gran
interés, como es la continuación de la calle Gigantes, en lo que antes se
denominó plazuela de San Pedro, precisamente por el protagonismo de esta
iglesia.
El templo de San
Pedro es en sí una de las referencias arquitectónicas más importantes de Ciudad
Rodrigo. “Salvo la catedral –dice el profesor José Ramón Nieto-, no existe en
la ciudad ningún edificio que compendie tan bien los períodos de esplendor de
la misma; el templo resume magistralmente lo que se construía en los siglos
XII, XVI y XVIII, las tres centurias que configuraron el burgo”.
San Pedro, según
la mayoría de las apreciaciones de los historiadores, entre ellas la del citado investigador mirobrigense, se afirmanque “desde luego, juzgando por el ábside del Evangelio, la
fundación de este templo tuvo que correr pareja con la repoblación de la
ciudad”. El conglomerado de etapas constructivas ha fraguado “una iglesia de
tres naves con sus respectivas cabeceras, más un pórtico al mediodía y otro al
norte, muy anodino, donde también se encuentran sacristía y otras dependencias.
Asimismo los materiales son bien significativos de las distintas campañas
constructivas: ladrillo en la capilla absidal del septentrión, piedra de
sillería en las obras de los filos XVI y XVIII y mampuesto en el resto”.
La parte de menor
altura del templo, “más una fila de arquillos semicirculares también de ladrillo
y un alero de modillones sobre el muro norte, constituían los restos medievales
de esta iglesia, pero en la reciente intervención que se ha llevado a cabo han
aparecido otros de no poco interés; me refiero al arco semicircular, enmarcado
por una estructura cuadrada que en la parte central se prolonga en una especie
de hornacina, todo de ladrillo, sito en el hastial de poniente, lo que, a mi
juicio, viene a confirmar que la longitud actual de la iglesia -28 metros- ha
permanecido invariable desde su construcción en el último cuarto del siglo XII,
al que pertenecen todas las partes analizadas”, sugiere José Ramón Nieto. Estos
elementos, de alguna manera, se corresponderían también con la traza y motivos
arquitectónicos de la iglesia de San Andrés, extramuros.
Las necesidades
de la feligresía, junto con el mecenazgo de algunas familias, hacen que el
templo de San Pedro vaya sumando elementos y sufra modificaciones estructurales.
“El templo primitivo fue alterado – apunta Nieto- en el siglo XVI, en particular
en la capilla mayor y en la de la epístola. El promotor de la primera fue
Francisco Vázquez, apodado el Rico y
el Indiano, parroquiano de esta
iglesia, pues sus casas principales están muy próximas a ella, y que no son
otras que las ocupadas por el actual edificio de Correos y Telégrafos. Que este
promotor fue hombre adinerado ya lo dice expresamente uno de sus apodos, como
también otra serie de hechos, tales como la propiedad de esas viviendas y otras
o la cesión de terrenos para la construcción de del convento de Sancti
Spiritus. Como tantos otros hombres adinerados, reconstruyó en 1546 esa capilla
mayor entre otros motivos para que sirviera de enterramiento familiar. La tumba
de su padre, alrededor del escudo, idéntico al de la casa de los Vázquez, dice:
‘ESTA SEPVLTURA ES DE PEDRO VAZQUEZ Y DE SVS MVGERES ANA PEREZ Y CATALINA
ARIAS. FALLESCIO A XXX DE ENERO DE MDXIX AÑOS’. Enfrente está la de Francisco
Vázquez y su mujer Francisca de Aldana, que hizieron
esta capilla; como la otra, tiene en el centro el escudo del patrimonio.”
Vista de la iglesia de San Pedro-San Isidoro desde el Campo del Pozo en una retrospectiva de Agustín Pazos |
A la segunda
mitad del siglo XVI pertenece la puerta meridional, “resuelta con arco de medio
punto entre semicolumnas y medallones que efigian a San Pedro y San Pablo. Todavía
a este templo le llegó la fiebre constructiva extendida por la ciudad en la
segunda mitad del siglo XVIII, pues delante de la puerta dicha se erigió un
pórtico de sillería, rematado con una pequeña espadaña con frontón
semicircular, que rasga una puerta con arco de medio punto entre columnas
toscanas que sostienen un entablamento sobre el que va un frontón curvo partido
que acoge un óculo. Posiblemente sea obra de Moiños. Todo el conjunto ha sido
restaurado por el arquitecto José Luis Garzón en 1994”, señala el citado
historiador mirobrigense.
El templo de San
Pedro había sufrido las consecuencias de las guerras de Sucesión y de la
Independencia. En esta última, tal y como recogen las crónicas, el templo quedó
inutilizado para el culto, como ocurrió con otros edificios religiosos: “Las
Franciscanas Descalzas tuvieron que abandonar su convento convertido en cuartel
de artillería y trasladarse a una casa particular; en la Iglesia de San Pedro
los ocupantes hicieron hornos para fabricar el pan, y el templo de San Isidoro
tras el bombardeo quedó inservible. Ambas parroquias trasladaron sus cultos a
la Iglesia del Hospital de la Pasión”, señala Agustín Herrero Durán en una
historia seriada sobre las parroquias de Ciudad Rodrigo.
“En el mes de
enero de 1816 la parroquia de San Pedro inició la reconstrucción y demolición
de los hornos de pan con las limosnas de los feligreses en dinero, portes y
mano de obra. El 6 de mayo estaban terminadas las obras –indica el citado
investigador- y ese día celebró la Eucaristía en unión con la feligresía de San
Isidoro, que compartirá con ella el templo hasta 1836. Durante ese tiempo los
ingresos de San Isidoro se destinaron a pagar un subsidio a San Pedro, abonarle
50 reales al mes por la oblata y evitar la ruina total de su iglesia propia,
cerrando ventanas, reparando agujeros, que comunicaban con la muralla y
recorriendo el tejado”.
Señala Agustín
Herrero que los terribles daños causados por la guerra en los templos de San
Isidoro y San Juan, la desamortización, la desaparición de los Hospitalarios de
San Juan y la conveniencia pastoral llevaron a la reorganización parroquial de
1842. Por ella quedaban intramuros únicamente las parroquias de la Catedral y
de San Isidoro. Esta última formada con la unificación de las de San Pedro, San
Juan y San Isidoro. El templo de la nueva parroquia sería el de San Pedro. El 1
de Octubre de 1842 comenzó dicho arreglo parroquial. La parroquia de San Pedro
dejó de estar bajo el patrocino del apóstol y pasó a llamarse parroquia de San
Isidoro.”
“En la nueva
parroquia del santo hispalense se concentraron los bienes y cofradías
existentes en las otras dos. De la parroquia de San Juan pasó el hermoso
retablo churrigueresco del altar mayor, que se colocó el año 1846 en el ábside
de la capilla central. Allí permaneció hasta las obras de renovación de 1940,
en que fue cedido a la Iglesia de Cabrillas, donde se halla actualmente”,
recuerda el investigador guinaldés. “Vino también de la misma parroquia un
cáliz de plata fabricado en 1582”.
Con
la ejecución del Concordato, en 1851 se firmaba la desaparición de facto de la
Diócesis de Ciudad Rodrigo, así como algunas parroquias, extremos que no fueron
reconocidos como tales por la Santa Sede. “Con el fin de dar cumplimiento a los
acuerdos del concordato sobre supresión de algunas parroquias –explica Agustín
Herrero Durán-, y catalogación de las permanentes en las tres categorías de
‘entrada’, ‘ascenso’ y ‘término’, según exigencia de los presupuestos estatales,
el 30 de septiembre de 1894 publicó el prelado José Tomás de Mazarrasa un
decreto declarando suprimidas una serie de parroquias, entre las cuales estaban
las de San Isidoro y San Blas de la Caridad, unida esta última a la de
Pedrotoro con categoría de ‘entrada’. Referente a San Isidoro, decía el decreto:
Declaramos suprimida la parroquia de San
Isidoro y sus agregadas de San Juan Bautista y San Pedro apóstol y las unimos
per modum unius a la del Sagrario de la
Catedral; sin embargo para el mayor servicio de los feligreses la iglesia de
San Isidoro se conservará con el carácter de ayuda a la del Sagrario de la
Catedral a cargo especial de un coadjutor”.
“El
año 1930 Ramón Morales, nombrado cura de San Isidoro, solicitó la ayuda de los
fieles para la renovación y adecentamiento del templo y se hicieron bancos, se
fundieron campanas y se instaló la electricidad con donativos de toda clase. Seis
años después, en 1938, se emprendió la restauración de la iglesia parroquial,
siempre con el único soporte de los feligreses: en la sacristía lucimiento de
las paredes interiores y piso de tarima, en el templo cubierta nueva, limpieza
de paredes, columnas y bóvedas sacando a luz la cantería y cubriendo de yeso la
mampostería, y en el exterior, arreglo del atrio. Durante las obras se
trasladaron los cultos a la capilla, del que fuera convento de Franciscanas
Descalzas, frente a la parroquia”, señala el citado historiador.
Como resumen, cabe
señalar que en la iglesia de San Pedro se pueden admirar las manifestaciones
fundamentales de la arquitectura religiosa: el mudéjar del ábside de la nave y la
supraportada del septentrión, el románico de la portada de dicha nave, el
gótico del presbiterio y capilla de la epístola, el renacentista de la portada
del mediodía, el herreriano de la capilla oeste de la nave sur y el neoclásico
de la fachada meridional.
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