«Hoy se
destruye por el gusto de destruir, porque se pretende romper todo el lazo de unión entre
lo presente y lo pasado; antes era el
extranjero quien incendiaba destruía, talaba y arruinaba, a
costa de la sangre de nuestros padres; lo que no había ocurrido nunca
hasta ahora en Ciudad Rodrigo es que los mirobrigenses se gozaran en sus
propias ruinas; lo que estaba reservado, a estos nuestros tiempos de ignorancia y de egoísmo,
era derribar lo que habían respetado
los enemigos de la patria, y encima
burlarse de los que aman las glorias de
su pueblo; que el enemigo, en una guerra de exterminio, lanzase satánica carcajada cada vez que una bomba volaba un edificio, bárbaro era, pero era
lógico y natural; lo que es inaudito,
lo que es incomprensible, lo que causa
indignación y vergüenza, es que un pueblo consienta impasible que se
ultrajen y pisoteen sus más nobles
sentimientos, dejando que sea rota y hollada su bandera, sus armas, las armas y la bandera de sus antepasados, y
que encima los inspiradores y aconsejadores
y responsables de la hazaña... se rían de la gracia; lo mismo, lo mismo que
harían de seguro los franceses cuando
desde el teso de San Francisco, vieron
derrumbarse un lienzo del muro o sintieron desplomarse una calle
entera».
«La Iberia» (6 de
diciembre de 1903)
El
28 de noviembre de 1903 una de las columnas que simbolizan el escudo de la
ciudad era derribada. Fue un sábado negro para la historia mirobrigense. A
pesar
de las protestas de algunas personas y de la publicación de artículos contrarios a tan
vergonzoso hecho, el lunes y días
siguientes continúa el desmantelamiento
de las Tres Columnas en la Plaza Mayor. Allí habían permanecido 346 años.
Fotografía de Pazos en la que se aprecia el emplazamiento de las Tres Columnas |
El 14 de
noviembre de 1903, en sesión municipal bajo la presidencia de Luis Taravilla se acuerda
que, para dejar la entrada libre en su
parte principal del edificio destinado
a escuelas y oficinas (iglesia de San
Juan), se trasladen las columnas a «otro sitio que será designado por la comisión correspondiente».
Esta comisión, formada por varios concejales, cuenta con la ayuda técnica del arquitecto Joaquín de Vargas,
encargado por el ayuntamiento para
construir el ala derecha de la Casa
Consistorial, y la del maestro de obra Moríñigo.
El Sr. Martínez, miembro de la corporación municipal, propone en la sesión del 28 de noviembre que sean trasladadas a la plazuela de Amayuelas.
Vista de la Casa Consistorial y las Tres Columnas Foto Pazos |
La prensa local, concretamente el
semanario «La Iberia», a raíz de dicha proposición, ironiza sobre el
asunto: «En caso de decidirse los señores a
conservar las ya enojosas columnas,
no me parece bien que las pongan en el sitio más visible y decoroso de la
ciudad, como quieren cuatro tontos,
amigos de leyendas que a nada conducen,
sino que deben trasladarse a un rincón, por ejemplo, a la Plaza de Amayuelas, junto a la casa-habitación de
Faustino, o por allí cerca; y de ese modo, con poquitín de obra que se haga,
aunque sea de ladrillos o de tabla, entre columna y columna, y un agujero en el
centro de la piedra, que les sirva de basamento, podrán servirnos para algo
útil y práctico: columnas mingitorias».
Ante
la avalancha de comentarios en la prensa local por el derribo de las Tres Columnas,
un edil, sin duda muy adelantado a su época, afirmó públicamente que él no era
«amigo, digo, yo no soy partidario de conservar leyendas que a nada conducen».
¿Para qué mantener unas piedras y unas inscripciones de esa significación?
Otra instantánea de Pazos de final del siglo XIX o principios del XX |
Otro
concejal, el Sr. Guitián, al haberse denunciado la forma de llevar a cabo el
derribo, mediante unas cuerdas que se ataron al fuste de cada columna, y los daños
que se habían producido tanto en los tambores como en algún capitel, aclaró en
una sesión municipal que «a mi juicio no se escalabrarán, puesto que son
piedras en tosco que no tienen inconveniente en tirarse y pueden reponerse»,
obviando la innecesidad de la instalación de un andamio, que, además, no se
dispone de «palos largos» para confeccionarlo y que el capitel de las columnas
no tiene nada de tradicional, ni de histórico, y que las piedras que la forman
pueden «ser sustituidas por otras cualesquiera, sin detrimento histórico». Asimismo,
concluyó otro concejal, el Sr. Carbajal, un andamio costaría mucho al ayuntamiento,
pero que quizá pudieran bajarse las piedras con polea.
Fue
humillante la importancia que se le dio a las Tres Columnas. La historia mirobrigense
se enriqueció con esa acción de un tinte negro: el emblema de la ciudad,
conocido como tal desde el siglo XII, era vilipendiado por la población
mirobrigense, por sus representantes. Las columnas fueron retiradas de la plaza y permanecieron
olvidadas, relegadas en un rincón de Ciudad Rodrigo; abatidas injustamente por
el inquino proceder de los munícipes de turno. «Aquel escudo en que campeaban
tres columnas estaba en blanco. Dudé si mis ojos me engañaban; pero no, no se
habían partido las fortísimas columnas, habían caído en pedazos y allí estaban
en informe montón a los pies del blanco escudo sus rotos fustes, sus golpeados
capiteles, sus bases maltrechas», reflexionaba un indignado en la prensa local.
Reproducción de la iniciativa de La Iberia para recolocar las Tres Columnas |
La
polémica crece. No es ya el consumado derribo de las columnas. Ahora se trata
de reconstruirlas, de darle nueva ubicación. El semanario «La Iberia» convoca
un concurso de ideas para el emplazamiento de las «Tres Columnas, armas de la
ciudad». Con una participación relativamente escasa, el 24 de abril de 1904 se
hace público el resultado del concurso, que quedó de la siguiente forma: ubicación en la Plaza
Mayor, 291 votos; en la Puerta del Conde, 74; en el centro del paseo de La Glorieta, 47; en el Campo de Toledo, 13; en la plazuela de San Salvador (Isabelina), 8; en el estanque de La
Florida, cegándolo previamente, 4; en la plazuela de Amayuelas, 2; en el Campo del Frío, 1; en la puerta principal de La Florida, 1; en la plazuela del Gobierno Militar, 1; y en el Campo
del Barro, 1 voto.
Estaba
claro, de acuerdo con el resultado de la consulta, que el lugar que ocupaban
desde 1557 era el más propicio. Las Columnas, sin embargo, estaban tendidas,
dislocadas y abandonadas entre la vegetación creciente, primero de la salida de la Puerta
del Conde, en El Registro, y más tarde junto a la entrada principal de las
escuelas graduadas de San Francisco.
Fotografía de Pazos en la que se aprecian las Tres Columnas en el Campo de Toledo |
Manuel
Gómez-Moreno, en su Catálogo monumental de Salamanca, describe cómo encontró a
las columnas mirobrigenses, detallando sus características más acusadas. «Bien
se echa de ver que la colocación del monumento fue poco esmerada: por zócalo
hay una moldura en talón, de amplio desarrollo, que sería cornisa; luego una
estilobata de 0,95 m
de anchura, sirve de asiento en ángulo a las tres columnas, cuyo alto es de 7,50 m , compuesta de
tambores mal asentados; sus basas desarrollan 1,10 m de diámetro, por 0,45
de altura, carecen de plinto y constan de dos boceles casi iguales, una
brevísima escocia interpuesta y nacela encima, que sirve de himoscapo a la
columna. Los capiteles, muy estropeados, son jónicos, de mezquinas volutas y
ábaco rectilíneo. El entablamento solo tiene de antiguo su arquitrabe», estando
en el friso las inscripciones de que consta.
La
esbeltez de las columnas, sus inscripciones, su historia quedan raídas por el
paso del tiempo. La población, incluso la misma prensa mirobrigense, olvidan su
heráldica, su nobleza y significado; son 19 años en blanco, sin identidad
propia a pesar de que el emblema continúa empleándose oficialmente. Hasta 1922
no se retoma la erección de las Tres Columnas. El alcalde de entonces, el
doctor Abelardo Lorenzo Briega, asume personalmente el tema y se propone darle
preferencia.
Las Tres Columnas, en su nueva ubicación en 1923 |
En
una entrevista publicada por el semanario «Miróbriga» el 8 de abril de 1922,
el referido alcalde, a la pregunta que le formula el director del
periódico, José Esteban Rodríguez, referente a la nueva colocación de las Tres
Columnas, responde que para él «será un honor muy grande y una inmensa
satisfacción colocarlas nuevamente, para lo cual sólo espero el cumplimiento de
algunos trámites, confiando en que pronto, muy pronto, volverán a lucir las
piedras seculares, gloria y honor de esta ciudad, en el lugar que tan dignamente
ocuparon y del cual no debieron nunca
retirarse». Sin embargo, la Plaza Mayor no volvería a albergar las columnas
monumentales.
Con
la insatisfacción de la mayoría de los mirobrigenses, «y en nada exageramos si
decimos que son muy pocos, contadísimos, acaso no pasen del número de
concejales, los que lo encuentran bien», la corporación municipal acuerda que
las Tres Columnas se coloquen en el Campo de Toledo, junto a la Cañería Grande
y el desaparecido Árbol Gordo.
Salvador
Sánchez Terán, colaborador del semanario «Miróbriga», publica un artículo en
el que da su opinión sobre el lugar que considera más idóneo para la ubicación
de las columnas: «Sobre ese lienzo glorioso de la muralla, sobre la brecha que
pechos mirobrigenses un día defendieran, se debe alzar altivo, recortándose su
silueta en el azul del cielo, como una enérgica afirmación de nuestra
personalidad, el blasón de Miróbriga, retador, frente a las trincheras
enemigas, pero mirando amoroso las cicatrices de la Catedral, mutilada por las
heridas que en la lucha recibieran».
Labores de desmontaje de Las Tres Columnas |
A
finales de noviembre de 1922 comienzan a erigirse las Tres Columnas en el Campo
de Toledo. Exactamente han pasado 19 años desde su polémico derribo. Ahora, con
el dinero obtenido de la venta de las medallas conmemorativas del sitio,
acontecimiento celebrado en 1910, son sufragadas las obras. El 16 de diciembre
se ha concluido el pedestal. Se acomete la recomposición de los fustes. De los
siete tambores que formaban cada uno de ellos se suprime uno en cada columna.
Ignoro la razón. El hecho es que una vez acabada la obra, a principios de 1923,
se advierte una considerable disminución de la altura del monumento. Pierde
esbeltez, presencia. Ha sido mutilado. Ahora esas tres piedras, esos tambores
milenarios, tras haber permanecido más de 70 años arrinconadas en la entrada principal d las antiguas escuelas
graduadas de San Francisco, después de haber sido utilizadas por el taller de cantería de la
primera escuela taller que se desarrolló en Ciudad Rodrigo –La Concha- como
base para sus prácticas laborales, fueron a parar, se presupone, a alguna escombrera. El remate
de un despropósito iniciado casi un siglo antes.
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