El 6 de junio de
1927 El Eco del Águeda publica su
último número, el 132. Su desaparición, lejos del agotamiento que supone el
compromiso de la edición de la prensa periódica, se asienta en todo lo
contrario, en la proyección de una revista ilustrada siguiendo el modelo y la
pauta del número extraordinario que publicó con motivo del Carnaval de aquel año. Su
director, Jacinto Sánchez Vasconcellos, y el equipo redactor, en el que figuraba el propio alcalde de Ciudad Rodrigo, José Manuel Sánchez-Arjona de Velasco –firma
con varios seudónimos, el más conocido Katte-,
integrado además por Amable García, José Manuel San Galo y Jesús Sánchez Terán,
argumentan los motivos para cesar la publicación del citado semanario local en
un artículo insertado en la segunda página del postrero número: “En resumen,
vamos a dejar de ser semanario informativo para inaugurar un nuevo aspecto del
periodismo en esta ciudad: la revista literaria ilustrada”.
El equipo de redacción lo tiene
meridianamente claro: “La razón que hemos tomado obedece, entre otras razones,
al convencimiento que tenemos de que la labor informativa de los semanarios
resulta extemporánea y anacrónica, habida cuenta de la difusión enorme que la
prensa diaria salmantina tiene entre nosotros, la cual en sus columnas refleja
a diario toda la actualidad mirobrigense gracias a sus activos corresponsales.
Bajo el aspecto informativo resulta, pues, inútil el semanario. Políticamente
no es útil tampoco, pues sobre no haber política... nosotros jamás serviríamos
de banderines en ese sentido”.
Firmas de la redacción de El Eco del Águeda |
Política, lógicamente, no había en
el sentido lato del vocablo. Seguía la dictadura de Primo de Rivera con su
Unión Patriótica –“partido apolítico”- y el ‘avance’ que supuso la creación de
un directorio civil en 1925 en el que, como su propio nombre indicaba, era un
gobierno en el que se había dado paso a los civiles, pero manteniendo los
puestos claves en manos de militares.
Era evidente que la prensa estaba
controlada, como casi siempre lo había estado, ya que la única libertad de
imprenta real se había asentado, casi exclusivamente y a finales del siglo XIX,
tras la promulgación de la denominada Ley Gullón[1] en
1883, que fue cercenada de forma paulatina hasta su derogación en 1966. Su
espíritu se había mantenido durante décadas, pero la realidad era otra: el
control y el servilismo informativo, aunque al principio de su promulgación era
también palmaria la edición de efímeros periódicos en defensa de un ideario
político, representado en los distintos candidatos en unas campañas despiadadas
ceñidas al periodo electoral.
Último número del semanario El Eco del Águeda |
El
Eco del Águeda, al contrario que su colega local Miróbriga, defensor a ultranza de los postulados religiosos,
paladín de la denuncia constante sobre la vulneración y profanación de los
preceptos divinos y adepto al régimen dictatorial primorriverista, y tal vez
asentado en la formación y juventud de su equipo de redacción, había generado
ilusión entre los lectores mirobrigenses durante los más de tres años de su presencia
pública, sin duda por el tratamiento informativo que ofrecía, ajeno siempre al
debate político y centrándose exclusivamente en el fomento de una conciencia
reivindicativa, sí, pero guardando las formas con un afán de potenciar Ciudad
Rodrigo, de encarar de una vez un futuro más halagüeño, que pareció siempre
quimérico. Unos planteamientos que habían sido su filosofía editorial y que
habían conseguido calar entre sus seguidores. Por eso, El Eco del Águeda necesitaba explicar y justificar su desaparición,
que no era otra cosa que buscar un resurgimiento periodístico, regenerarse para
afrontar lo que consideraban lo más idóneo para sus intereses y, especialmente,
para el público y los lectores mirobrigenses. Y entienden que su misión, lejos
de la labor informativa que asume la prensa diaria, quedaría reducida al “único
aspecto útil del periódico semanal, a la difusión de la cultura, a la
propaganda de nuestras bellezas artísticas, a la defensa de los intereses
locales, en fin. Y esos ideales creemos servirlos mejor que ahora empleando
nuestro esfuerzo en una revista gráfica en la que irán hermanados el comentario
y la literatura, la iniciativa y el estudio histórico, la propaganda artística
y la información gráfica...” Y ponen el ejemplo del número extraordinario de
Carnaval para ilustrar sus comentarios: “Eso, con más amplitud, queremos que
sea nuestra futura revista que llevará por título Ayer y Hoy. Revista literaria, gráfica, histórica y artística.
Jacinto Sánchez Vasconcellos |
Quedaría en un proyecto. Ayer y Hoy no vería la luz, pero sus
ideales, en buena parte, sirvieron para crear un nuevo semanario mirobrigense,
nutrido de ilustraciones, sin duda uno de los referentes señeros de la prensa
periódica de Ciudad Rodrigo. El 16 de octubre de 1927, cuatro meses después de
que cesara la publicación de El Eco del
Águeda, sale a la luz pública Tierra
Charra como “segunda época de El Eco
del Águeda” –así figura en la cabecera-, también bajo la dirección de
Jacinto Sánchez Vasconcellos y conservando el equipo redactor al que se
incorporarían nuevos elementos, y todo con el único fin de “servir desinteresada
y notablemente a Miróbriga y de poner en la defensa de sus problemas vitales,
de su desarrollo y de su prestigio todos los esfuerzos de que son capaces los
hombres de buena voluntad”, se significaba en el saludo al lector inserto en el
primer número, en donde, además, no se ocultaban “los sacrificios y trabajos
que supone la creación de un órgano de la prensa moderna y, más aún, en una
ciudad de una densidad de población de la nuestra, donde el desinterés
económico y la renuncia de toda aspiración personal han de ir por delante; pero
aunque esto nos escuda contra toda suspicacia, queremos que quede afirmado de
la manera más clara que ni la política, ni la bandería, ni nada que no
signifique interés por Ciudad Rodrigo y su amor a sus glorias, a su paz y a su
engrandecimiento, fructificará nunca en Tierra
Charra”[2].
Primer número del semanario Tierra Charra |
La línea editorial
emprendida por Tierra Charra se
aprecia en el despliegue de páginas en cada número, pero especialmente
significativo resulta el especial confeccionado con motivo del Carnaval de
1928: nada menos que 22 páginas, aunque los lectores tuvieron que esperar tres
días más de lo habitual, hasta el 29 de febrero, para poder apreciar el
encomiable trabajo realizado por el equipo de redacción sobre el desarrollo del
antruejo, superando con creces el esfuerzo que también realizó el colega Miróbriga, dedicando varias páginas y
una densa información al pecaminoso antruejo, tal vez espoleado por la acogida
y el rédito de lectores que desde su aparición había cosechado la tirada de Tierra Charra.
[1] Pío
Gullón Iglesias (Astorga, 1835 - † Madrid, 22 de diciembre de 1917). Abogado,
periodista y político español, fue ministro de Gobernación durante el reinado
de Alfonso XII y ministro de Estado durante la regencia de María Cristina de
Habsburgo-Lorena y durante el reinado de Alfonso XIII. Como ministro de la
Gobernación firmó el 26 de julio de 1883 la Ley de Policía de Imprenta.
[2] Tierra Charra continuaría publicándose
hasta el 28 de diciembre de 1930, cuando fue imposible mantener el esfuerzo
editorial alcanzado: “Para ello –decía en la despedida- sacrificamos nuestro
tiempo y nuestro dinero; consagramos a este ideal nuestras modestas plumas,
defendiendo la justicia, facilitando el desarrollo de las indudables energías
del pueblo, cercenando los brotes de embozados ataques dirigidos a quien supo
encarnar el papel resurgidor de Ciudad Rodrigo. Nos honramos colaborando en la
más grande obra de progreso que experimentó la ciudad: la gestión insuperable
del gran alcalde Arjona. Llevamos a cabo iniciativas mil de índole diversa:
beneficencia, fiestas religiosas, campañas de urbanización y cultura. Para
ello, repetimos, sacrificamos nuestro tiempo y nuestro dinero. Pero... la vida,
esta pícara vida de indeclinables deberes particulares, truncó la entusiasta coalición
de voluntades. Y un día se llevó a otras tierras a un compañero, y otro día
obligó a otros a privarnos de su ayuda... Y lo que antes era un trabajo
llevadero y grato, llego a ser, para los pocos que quedábamos, un agobio cada
vez mayor que se compaginaba mal con las ocupaciones particulares de cada día.
El esfuerzo se duplicó, pero fue insuficiente para sostener, en el esplendor
alcanzado por todos, nuestro querido semanario”.
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