Todo fluye de la iglesia. Es el
vértice de la colina, una loma histórica jalonada por calles en espiral que se
empinan hacia lo dominante. Es la referencia visual, el culmen en el horizonte,
el descuello de la silueta de Fuenteguinaldo, su atalaya.
El templo-fortaleza,
advocado a San Juan Bautista, es el origen y la meta de esta villa de señorío
de la Tierra de Ciudad Rodrigo, otrora ajustada a la Casa de Alba. Sus calles
se esparcen por la loma radial o perpendicular y concéntricamente a la iglesia. Se nos antoja
como si en otros tiempos el lugar que hoy ocupa hubiera sido solar en el que se
levantara la típica torre de vigilancia; tal vez un castillo o una fortaleza
dominada por el señor de turno, con protagonismo propio en avatares históricos,
en batallas teñidas de sangre o en guerras incruentas. Esa red de calles que
bajan y suben en espiral, todavía conservan la referencia de lo que pudo ser la
muralla de la fortaleza, definida en la actual configuración urbana por la
calle Redonda. Pero de aquello, que tal vez solo sea fruto de una imaginación
deslavazada, nada queda en apariencia.
Mozos de Peñaparda en Fuenteguinaldo. Foto: Fundación Joaquín Díaz |
Ahora nos ocupa la
vista la fortaleza de una iglesia levantada de nueva planta en el siglo XVI,
con seguridad sobre las ruinas de otra estructura arquitectónica. Un templo
berroqueño, gótico, con una espadaña desafiante, pero defensiva, mirando a
Portugal, enemigo durante tantos siglos, de donde procedía siempre el peligro.
Los portugueses ocuparon la villa en las guerras de Secesión y Sucesión y dejaron
su impronta en correrías, asaltos y saqueos, destruyendo de paso, como hicieron
en otros muchos puntos de la comarca –también los franceses, más tarde- los
papeles del archivo. El templo también sufrió las consecuencias, mitigadas por
las posteriores reformas que se emprendieron en diferentes épocas.
Pero no solo el
cerro es patrimonio de la iglesia. El poder civil, tantas veces confundido o de
la mano del eclesiástico, enfrentó su edificio con la cara sur del templo. Y ni
un ápice más bajo. A la misma altura, debieron pensar. Pero sin darle la
espalda, evitando soslayos innecesarios. Y se construyó cuando la bonanza
económica del Nuevo Mundo dejó de llegar a espuertas, también a Fuenteguinaldo,
que mandó muchos de sus hijos a hacer las Américas. Hablamos ya del siglo XVII.
Se levantó un edificio sobrio, pero abierto en su estructura con una balconada
y una calle porticada a la plaza, la mayor, la de los corrillos de vecinos y
también la de los toros, porque en este espacio se levanta un coso para lidiar
novillos en las vísperas de San Bartolomé.
Vista aérea de la configuración urbana de la villa guinaldesa |
Iglesia y
Ayuntamiento son los dos pilares arquitectónicos de la villa guinaldesa. Pero
no son las únicas referencias para el viajero. Los lugareños tienen aprecio a
su historia, demasiado legendaria en algunos de sus capítulos. Pero eso le da
cierto atractivo, una trabazón que no pasa desapercibida. Dicen que el topónimo
Fuenteguinaldo procede del Conde Grimaldo, cuyas andanzas fueron romanceadas, y
de una fuente en la que se curó una tal Teodisenda, madre de Teobaldo. Hablamos
del ocaso visigodo en España. Fuentes realmente tuvo muchas: 46 recoge el Libro
del Bastón en el término municipal en 1770, entre ellas la Fuente Santa con
esencia de aguas termales, sulfurosas.
Otros, y existen trabajos de investigación, buscan el origen del topónimo en algo más
tangible, amparado incluso por descripciones y dibujos de historiadores del
siglo XIX y XX. Estos apuntan que el topónimo procede de la existencia de un
castillo-palacio en lo que hoy es entramado urbano, entre las calles del
Palacio y San Sebastián. Fue construido en torno al siglo XIII y por allí debió
andar María de Molina, la tres veces reina, y otros principales caballeros de
la Edad Media. De esta fortaleza tomaría el nombre, según se arguye,
Fuenteguinaldo. Pero son cosas que al viajero poco importan, aunque siembren su
curiosidad.
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