La cultura, en
su amplia concepción, no ha dejado de ser un arma arrojadiza en el campo de la
política, en la cercana y en la que se antoja pretérita. Ha sido también fuente
de preocupación para representantes públicos que ven en ella una especie de
peligro por cuanto supone la formación del ‘populacho’, con todo lo que ello
apareja. El acervo cultural no deja de ser un estorbo para quienes,
apoltronados en sus cargos, prefieren contar con un pueblo básico en sus
nociones formativas y cognitivas, casi sumido en el analfabetismo histórico,
para eludir responsabilidades y evitar dar explicaciones a unos súbditos que
solo interesan cuando pueden tener el ejercicio del sufragio electoral. No
obstante, también ha habido dirigentes, cargos públicos, que han preferido
emplear tiempo y esfuerzo para dotar al pueblo de los instrumentos necesarios
que les permitiesen acceder a unos conocimientos suficientes para ejercer el
libre pensamiento y recurrir a la crítica como respuesta a los abusos que
parten del poder establecido. Y no cabe duda de que los libros -la lectura por
extensión- son la fuente necesaria para cultivar la formación, para acceder a
la libertad, porque, como explicaba Don Quijote, “la libertad, Sancho, es uno
de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos...”
Ignoro cuál fue la primera
biblioteca pública que pudieron utilizar los mirobrigenses. Cierto es que las
había vinculadas a diversos colectivos –asociaciones y sociedades- que contaban
con sede social, caso del Casino Mirobrigense, entidad que disfrutó de una
nutrida biblioteca desde mediados del siglo XIX; o la biblioteca del Círculo de
la Amistad, sociedad posterior en el tiempo cronológico –hablamos ya de 1905-,
sin menoscabo de las que tuvieron y tienen los centros de formación educativa,
caso del seminario o del instituto local de enseñanza secundaria en sus
diferentes sedes. Igualmente, además de las particulares –selectas y nutridas
bibliotecas vinculadas a linajudas familias-, en donde incluiremos las
bibliotecas conventuales y eclesiásticas de diversa índole, el propio
Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo se preocupó por contar con una biblioteca
pública en la misma Casa Consistorial -compartiendo espacio con el archivo; en
1897 era bibliotecario y archivero municipal Carlos Coletty Sanz, a la sazón administrador
interino de consumos- de libre acceso, aunque con horarios muy estancos y constreñidos
que originaron algunas discusiones en el seno de la corporación.
Conocemos también que en el edificio
municipal de las Carnicerías Viejas, ubicado en la Plaza Mayor –lo que hoy
viene a ser un establecimiento de hostelería y venta de productos cárnicos- se
habilitó en 1902 un espacio para la biblioteca creada por la Sociedad Obrera de
Construcciones Mirobrigenses con fondos donados por diversos colectivos y
entidades fruto de las gestiones realizadas por el diputado nacional Antonio
Palacios de la Puente, elegido por el distrito de Ciudad Rodrigo. En este mismo
inmueble, ya a finales de 1926, se establece una biblioteca popular a cuyo
frente estaría Amós Belmonte, quien fue concejal mirobrigense y jefe del cuerpo
de bibliotecarios y archiveros y que se ofreció desinteresadamente para ejercer
dicha función. Lo refleja el semanario Miróbriga
en su número del 10 de octubre de 1926: “Allí –en el centro de cultura situado
en el edificio que el ayuntamiento posee en la Plaza Mayor, llamado Carnicerías
Viejas- hemos podido admirar la labor del señor Belmonte, ayudado del joven e
inteligente don Antonio Blando, quienes en pocas horas habían instalado los
libros de la incipiente biblioteca popular”.
Se trataba de una plausible
iniciativa que sirvió al redactor del citado hebdomadario católico para
felicitar a “todo Ciudad Rodrigo por la esperanza de que, con la ayuda de
todos, pronto hemos de ver el edificio de las antiguas carnicerías convertido
en una magnifica biblioteca, donde todas las clases sociales de Ciudad Rodrigo,
ya que todos lo necesitan, se aficionen a cultivar sus inteligencias con el
estudio, en lugar de perder el tiempo en bares y tabernas, cuya frecuentación
excesiva es una deshonra de los pueblos que quieren pasar por cultos”. Después
de los reproches por la asiduidad que tenían los mirobrigenses por las
libaciones que obtenían en esos centros de perdición a ojos del poder
eclesiástico, Miróbriga deja claro
que para mantener la incipiente biblioteca pública o popular habrá que recurrir
a la “cooperación de todos, primero para aumentar el caudal de libros y,
segundo, para mejorar las condiciones de la biblioteca que ocupa un solar
inmejorable, pero que necesita adaptarse, llegando hasta darle luz cenital y la
precisa calefacción en invierno, como es de rigor en estos establecimientos”.
Pintura de la Plaza Mayor en 1925, recreada por José Antonio del Castillo |
Una década antes, en concreto en
1914, se contaba también con otra biblioteca popular instalada en dependencias
municipales de la Casa Consistorial, contando con Lorenza Lozano como
inspectora encargada del servicio bibliotecario. Por esa época también
–hablamos de mayo de 1916-, atendiendo a la preocupación de las instancias
públicas por ofrecer servicios que dignificasen a vida de los presidiarios,
Faustino Ayuso, jefe de la prisión preventiva del partido de Ciudad Rodrigo,
tiene la “buena idea” –es el calificativo que le dio La Iberia- “de seguir los derroteros marcados por la moderna
ciencia penitenciaria, fundando una biblioteca para los reclusos donde estos
encuentre, a más de la lectura instructiva y de sana moral, solaz
entretenimiento que les libre de la ociosidad y enervamiento que produce la
vida sedentaria que necesariamente han de arrastrar los recluidos en las
prisiones donde el escaso número de estos y la corta estancia en ellas no
pueden establecerse talleres”. Ayuso había recurrido a la prensa para difundir
su idea y, por extensión, hacer “un llamamiento a las personas caritativas que
tengan libros, revistas o folletos de lectura utilizable en esas casas y no los
necesiten, se sirvan remitirlos a la jefatura de dicha prisión donde, al
catalogarlas, se entregará al donante recibo y las gracias”. Poco tiempo
después, fruto de la respuesta ciudadana, la biblioteca de la prisión ya
superaba los mil volúmenes, aunque la mayor parte eran revistas y periódicos.
Casi simultáneamente, surge también
otra iniciativa para que la congregación de la Juventud Mariana cuente con su
biblioteca particular, lógicamente nutrida con ejemplares propios del
adoctrinamiento vinculante.
Plaza de San Salvador, con una de las librerías de piedra a la derecha. Foto Pazos |
Dos lustros después, ya con José Manuel Sánchez-Arjona y de Velasco en la
alcaldía mirobrigense, surge una iniciativa para acercar libros al público; no
era una biblioteca circulante, pero en algo se asemejaba. Se eligieron dos
sitios públicos referenciales: uno ubicado en el recinto amurallado, en
concreto la plaza isabelina de San Salvador; y el otro extramuros, en el parque
de La Florida del Campo, ambos junto a sendas fuentes públicas. Se encargan y
construyen varios estantes de piedra –si los recuerdan, durante bastante tiempo
se vieron en la zona vallada del Registro, en esa especie de jardín con
arbolado; desconozco dónde han ido a parar- y otros metálicos para depositar
los libros que se ponían a disposición del público. A finales de abril de 1927
se procedió a la inauguración de la biblioteca de La Florida: “El alcalde
–señala El Eco del Águeda- dando una
prueba más de su amor por Ciudad Rodrigo, regaló con este fin un bonito mueble
de hierro repujado y azulejos para que sirva de estantería; alrededor de él se
han colocado unos bancos que, según nos informan, son provisionales”.
Refiere el citado semanario que “ni la instalación de esta biblioteca ni
el sitio escogido para ella podían ser más a propósito: lleno de sombras que
dan hermosos árboles y apartado del bullicio de los paseos centrales, es un
rincón encantador para los aficionados a la lectura. Los volúmenes donados por
el mismo señor alcalde, como primera remesa, están escogidos cuidadosamente y
no solo se ha tenido en cuenta para ello la firma de sus autores, sino también
la moralidad de los mismos... Cuando hace unos días visitamos esa biblioteca,
vimos numerosos lectores de todas clases y edades gustando del placer de la
lectura con verdadero recogimiento”.
Más adelante, tres décadas después y tras sucesivas gestiones, el
gobierno del general Franco autorizó la creación de una biblioteca pública
municipal, la última que se ha conocido en el ala derecha de la Casa
Consistorial hasta que sus fondos fueron trasladados a mediados de los años
ochenta del pasado siglo a la Casa municipal de Cultura.
María Montáñez interviene durante la inauguración de la biblioteca municipal |
El acto inaugural de esta nueva dotación municipal se celebró a finales
del mes de junio de 1957. El Boletín de
la Dirección General de Archivos y Bibliotecas del 30 de junio del referido
año, ofrece una crónica de la inauguración con la que cerramos este esbozo de
la reciente historia bibliotecaria de Ciudad Rodrigo: “La inauguración de la
Biblioteca Municipal de Ciudad Rodrigo estuvo presidida por nuestro director
general, don José Antonio García-Noblejas, a quien acompañaban el secretario
del gabinete técnico, don Gratiniano Nieto; el inspector regional de
bibliotecas de aquella zona, don César Real de la Riva; la señorita María
Montáñez, directora del Centro Coordinador de Bibliotecas de Salamanca; alcalde
de Ciudad Rodrigo, señor Martín Báez; juez de Instrucción; director del
Instituto de Enseñanza Media; comisario de policía; capitán de la Guardia
Civil, y otras autoridades.
“La nueva biblioteca se halla instalada, con montaje adecuado, en el
Ayuntamiento. En primer lugar, hizo uso de la palabra el señor Real de la Riva,
quien, tras aludir al rico pasado histórico de la ciudad, resaltó la
importancia de los nuevos servicios bibliotecarios y exhortó a las autoridades
locales a que cooperen en esta tarea cultural. Seguidamente, nuestra querida
compañera, María Montáñez, directora del Centro Coordinador Provincial, señaló
el valor cultural de las bibliotecas y manifestó que estaba enteramente a disposición
de cuantos le demandasen información y ayuda. A continuación habló el alcalde
de Ciudad-Rodrigo, quien agradeció, en primer lugar, la presencia de las
personalidades que honraban el acto, y expuso luego las circunstancias actuales
de la biblioteca, los deseos de superación que movían a la corporación
municipal y la seguridad de que en breve tiempo se verían colmados estos deseos
de prosperidad para la misma. Finalmente, el director general de Archivos y
Bibliotecas, expuso, en elocuentes frases, la finalidad de las bibliotecas en
los pueblos y ciudades de España, que es la de atraer hacia ellas, después de
dotarlas de material necesario, a las clases trabajadora y media, que no puede
hacer dispendios en libros para deleitarse instruyéndose, y para los niños de
las escuelas. «Estos fines—dijo el señor García-Noblejas—son los que habrá de
tener muy presentes la corporación mirobrigense si quiere que esta biblioteca
cumpla el fin a que está principalmente dedicada.» Animó al ayuntamiento a
sacrificarse para dotar a esta biblioteca de las obras modernas que atraigan al
lector, de revistas y periódicos que sean de su gusto para, de este modo,
conseguir que la afluencia de lectores sea mayor cada día.
“Todos los oradores fueron muy aplaudidos por el numeroso público que
concurrió a la inauguración”.
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