Hay casos o
sucesos que por su notoriedad, aunque ocurran en un lugar remoto, acaban
cobrando un protagonismo inesperado. Ocurre ahora, en estos tiempos del imperio
de las telecomunicaciones; pero también sucedía cuando el conocimiento de las
noticias iba poco más allá de las hablillas o, y ya era algo extraordinario,
saltaba a las letras de imprenta a través de las incipientes agencias de
noticias, surgidas con la expansión del capitalismo a mediados del siglo XIX.
Parecería extraño que un suceso ocurrido en una villa de la Tierra de Ciudad
Rodrigo fuera la comidilla de media España y posiblemente saltara allende
nuestras fronteras si no se contase con un foco que propalase la noticia en
busca de unos destinatarios ávidos, entonces y también ahora, por acercarse a
la prensa periódica y ver qué pasaba en su derredor.
El germen noticiario fue uno de los
periódicos desconocidos en nuestra localidad. Tal vez, a falta de profundizar
en la materia, después del Semanario
patriótico de Ciudad Rodrigo que se editó en esta población en las vísperas
del asedio napoleónico de 1810, sería El
Eco de Ciudad Rodrigo una de las primigenias muestras de la prensa periódica
en la localidad mirobrigense, el cauce de información para los lectores rodericenses,
aquellos que realmente pudieran destinar unas monedas para su adquisición y
también de los que tuvieran cierto grado de formación cultural para acceder a
su lectura.
Dibujo de un fenómeo |
De El Eco de Ciudad Rodrigo y de otros periódicos coetáneos ya
escribiremos algún día, sobre todo para exponer la persecución que sufrió su
editor, Federico Verdi y Marzoa –fue promotor de otros semanarios igualmente
perseguidos por su línea editorial crítica-, llegando los poderes establecidos
a tal grado de censura que derivó en la quema oficial de decenas de ejemplares,
una nimiedad considerando las cuantiosas multas económicas o penas de cárcel
que se dictaminaron para intentar acallar las voces disonantes con el régimen
político, en general, o las críticas sobre la gestión local.
En El Eco de Ciudad Rodrigo salió la información que sirvió de eslabón
para que otros medios provinciales y nacionales hicieran un hueco en sus
columnas para contar el suceso acaecido en La Encina, la villa de la Tierra de
Ciudad Rodrigo que saltó al candelero nacional por el parto de un fenómeno, una
malformación congénita que llamó poderosamente la atención de numerosos medios
de comunicación.
No debió de ser demasiado fino el redactor de El Eco –no he tenido oportunidad de contrastar la información porque
no se ha localizado el ejemplar en cuestión- ya que el trato que dio a la
noticia, pese al respeto general que se mostraba a la línea editorial del
semanario mirobrigense, careció del rigor necesario, ofreciendo datos –repito
que no deja de ser una suposición derivada de las informaciones de otros medios
que se basan en el citado hebdomadario rodericense- que determinó juicios
baladíes y una ironía que, pese a ser tónica de la prensa de aquel entonces, no
dejaba de ser hiriente para los afectados.
Mujer gestante para un parto múltiple |
José Plaza Plaza, viudo de Ángeles Molinero, de oficio labrador y vecino
de La Encina, contrajo de nuevo matrimonio el 30 de abril de 1849 con Maximina
Esteban Sánchez, joven de 24 años y natural de La Herguijuela de Ciudad
Rodrigo; había nacido el 27 de mayo de 1827. Fijaron su residencia en La
Encina, villa en la que empezaron a concebir hijos: primero fue Victoria,
nacida el 25 de abril de 1850; seguirían Estefanía (20 de febrero de 1852),
Pablo (13 de octubre de 1854) y Celestina (19 de mayo de 1857). Aunque la prole
siguió aumentando con Josefa (23 de julio de 1860), Leopoldo (23 de julio de
1862), Leocadia /27 de octubre de 1863), Heraclio (13 de agosto de 1865),
Pociano (9 de marzo de 1867), Amador (28 de junio de 1868) y Ramona Benita (30
de marzo de 1871) –ignoro si hubo algún aborto o neonatos fallecidos-. Once
hijos en total, además de Andrés y del fenómeno que nacieron en un parto
múltiple el 11 de julio de 1859, suceso que saltó a los medios de comunicación
con sumo detalle.
Sobre las dos de la tarde Maximina dio a luz a un niño que se bautizó con
el nombre de Andrés. Lo explica Pedro Galache y López, ecónomo de la iglesia
parroquial Nuestra Señora de la Asunción de La Encina, en la correspondiente
partida de bautismo. Andrés fallecería al día siguiente.
En el mismo parto, poco después de ver la luz Andrés, se produjo el
suceso que se propaló por media España: Después
de el gemelo Andrés nació un fenómeno con dos cabezas perfectas, unidos desde
los hombros por los costados, de suerte que formaban un solo cuerpo con cuatro
brazos, dos de ellos en su natural posición y los otros dos pegados a la
espalda... Vivió algunos momentos y se le administró el agua de necesidad por
el facultativo don Manuel Gurrea, señalaba el párroco de La Encina.
Partida de bautismo en la que se refleja el suceso |
El suceso fue recogido, como se ha avanzado, en El Eco de Ciudad Rodrigo que sirvió como altavoz de la noticia al
resto de España. Tuvo algún desliz, como informar que la parturienta era
sexagenaria, cuando realmente contaba tan solo con 32 años. El dato sirvió de
escarnio en los medios de comunicación, ironizando con que, después del
llamativo parto, siguió “tan valiente”. Y podemos considerar que ese trataba de
una machota –también, por supuesto, su marido- porque al año siguiente paría a
Josefa y siguió concibiendo durante otra década para sacar al mundo a otros
seis hijos.
Pero volvamos al fenómeno. El facultativo, Manuel Gurrea, vista la
notoriedad del caso, se explayó en la prensa local, provincial y nacional. Así,
por ejemplo, el Diario de Córdoba, en
su edición del 4 de agosto, da numerosos detalles del fenomenal suceso,
ampliando la información que el ecónomo plasmó en el libro parroquial. En aras
a la información, también a la curiosidad, quiero insertar textualmente la
información publicada en el referido periódico: Con referencia al facultativo que asistió al parto de la anciana de La
Encina, cerca de Ciudad Rodrigo, se dan las siguientes noticias acerca de aquel
fenómeno. La mujer dio a luz un hermoso niño –Andrés-, que no ofrecía de notable otra cosa que el salir al mundo escondido
dentro de una bolsa o zurrón que hubo de abrir para sacarle de ella. Este niño,
que después murió, recibió el agua del bautismo.
Noticia del suceso en prensa |
No obstante este nacimiento, el
parto continuó. Presentóse, pues, otra criatura, que venía de pies, como
vulgarmente se dice, y cuyo alumbramiento ofrecía alguna dificultad; tanto, que
fueron necesarios los auxilios del facultativo que asistía al parto. Pero al
fin terminó este con toda felicidad, dando al mundo la doliente madre dos cuerpos
superiores, completos, de figura humana, unidos por los costados sobre un solo
cuerpo inferior, cuyo conjunto presentaba el siguiente cuadro: Rodeábanse el
cuerpo recíprocamente estas figuras superiores con el brazo respectivo al
costado por que estaban unidas, viniendo a parar las manos de los dos brazos
restantes a la entrepierna del único cuerpo inferior, donde no había señal
alguna de partes genitales; y solo sí, hacia la rabadilla, se observaba una
señal que parecía semejarse a la parte genital de la mujer. E inmediatamente
por cima, otra que podría confundirse con la del hombre.
Este fenómeno alentó algunos
momentos, y aun creemos que recibió el agua de socorro. Mas después fue
enterrado, medida que deploramos, porque creemos que era digno de conservarse.
A los pocos días la madre estaba
restablecida, y se había ya entregado a sus ordinarias ocupaciones.
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