Estos días se cumplen 14 años de un hecho sorprendente ocurrido en la finca Cuéllar, en las inmediaciones de Gallegos de Argañán. Puede que se trate de uno de los fenómenos más importantes que se han documentado en España sobre la presencia de ovnis. Tuve la opornunidad, al día siguiente de producirse los hechos y una vez que nos informaron del suceso, de acercarme a la citada finca. Fui con mi compañero de fatigas de El Adelanto de Salamanca, el fotógrafo e informador gráfico José María Vicente, y coincidimos en el pueblo con Joaquín Pellicer -Chicho-, quien se animó a acompañarnos. Llegamos a Cuéllar y nos pusimos en contacto con Yuri Andreyev, un exmilitar ucraniano, teniente por más señas, con quien, a través del dueño de la finca, Luis González, habíamos quedado previamente. Todavía no había salido de su asombro: la noche anterior había observado algo inquietante, unas plataformas que iluminaron todo el terreno y que habían aterrizado en la finca, cerca de la vivienda que ocupaba y de las cuadras de los cerdos, animales que, por cierto, seguían asustados horas después de que ocurriese este fenómeno extraterrestre.
Después de hablar con el exmilitar, de contarnos lo sucedido, nos acercamos al lugar del supuesto aterrizaje. Decenas de huellas, todas iguales, realizadas en forma de cono y como si hubieran sido ejecutadas con fuerza hidráulica, se esparcían sobre el terreno. La mayor parte estaban equidistantes. Sin duda, no salíamos de nuestro asombro. No sabíamos qué objeto pudiera haberlas producido, porque teníamos clarísimo que su origen no era animal ni, evidentemente, humano.
Un guardia civil señala uno de los agujeros. Foto del libro de Iker Jiménez |
Después de hablar con Yuri y visitar el bar La Fuente, cuyo propietario, Domingo, también pudo ver las luminarias cuando fue alertado por el exmilitar ucraniano, y tras obtener el material gráfico que asentase la información periodística, al día siguiente apareció la noticia en la portada de El Adelanto. El revuelo que originó la información fue notorio, llegando a todo el territorio nacional. A los dos días apareció en el estudio de Foto Vicente el investigador y periodista Iker Jiménez intentando hacerse con el material gráfico para asentar una futura publicación. Al día siguiente, llamó la productora del programa Crónicas marcianas, presentado por el mediático Javier Sardá, para invitarnos a participar en el mismo, ya que, aunque el protagonista era Andreyev, preferían, para salvar las dificultades del idioma, que fuéramos nosotros.
Allí acudimos -finalmente solo salí yo en pantalla-. Fui entrevistado por Javier Sierra, otro de los referentes en la investigación de fenómenos extraños. Conté, lógicamente, lo que aprecié sobre el terreno y lo que me contaron los protagonistas directos. No voy a relatarlo, porque, para darle también mayor verosimilitud, prefiero que sea el citado Iker Jiménez quien lo cuente. Publicó el fenómeno en el libro Encuentros ovni. La historia de los ovnis en España, publicado por la editorial Edaf. Los hechos están referidos en el capítulo 38 de la publicación, que tituló Así viví el primer gran caso del milenio. Después de unas reflexiones iniciales, que también quiero recoger, nos cuenta al detalle el resultado de la investigación.
Allí acudimos -finalmente solo salí yo en pantalla-. Fui entrevistado por Javier Sierra, otro de los referentes en la investigación de fenómenos extraños. Conté, lógicamente, lo que aprecié sobre el terreno y lo que me contaron los protagonistas directos. No voy a relatarlo, porque, para darle también mayor verosimilitud, prefiero que sea el citado Iker Jiménez quien lo cuente. Publicó el fenómeno en el libro Encuentros ovni. La historia de los ovnis en España, publicado por la editorial Edaf. Los hechos están referidos en el capítulo 38 de la publicación, que tituló Así viví el primer gran caso del milenio. Después de unas reflexiones iniciales, que también quiero recoger, nos cuenta al detalle el resultado de la investigación.
Portada del libro donde se refieren los hechos |
Pese a quien pese,
la investigación continúa. Y este reportero prosigue su solitaria labor en las
carreteras. Sonrío de cuando en cuando al escuchar las críticas de muchos que
se creen «investigadores de verdad» y a los que sospecho que no les gusta nada
este periodista. Se amparan en un sentido extraño de la palabra «investigar» y
luego, a la hora de la verdad, nunca están donde hay que estar: donde ocurren
los hechos, en primera línea de fuego, horas después de personas como ustedes o
como yo hayan sido protagonistas de lo insólito.
Muchas veces, debo
confesarlo, me he sentido impotente al ver críticas que arreciaban sobre mi
forma de vivir y escribir. Los lobos solitarios no somos muy queridos en un
mundo cuadriculado y habituado a la agrupación. He tenido mil y un berrinches
—cada vez menos por mi paulatino abandono de todos los «círculos sociales» de
estos asuntos— y al final he acabado comprendiendo que la historia debe seguir
así. Unos buscando y aguantando las críticas. Otros haciendo de maestros
inmóviles y ególatras de materias en las que nadie puede enseñar nada. Y
ustedes no son tontos. Y son mi esperanza. Saben perfectamente cuándo alguien
se moja en el lugar de los hechos y quién pontifica desde el cómodo ordenador.
Quién salta como un resorte hacia un nuevo caso y quién se limita a criticar al
que lo hace. Me ha ocurrido una y mil veces.
¿Investigadores?
De diversas provincias se sienten molestos al descubrir que a un palmo de sus
narices ocurrieron hechos increíbles y que fue este humilde reportero quien
anduvo rodando por el lugar. Pero no es mi culpa. Unos perseguimos el misterio
y otros están preocupados en nombrar delegaciones, secretarios o, simplemente,
en ponerse a parir dando rienda suelta a los cotilleos a través de Internet.
Luego pasa lo que pasa.
En un pequeño
pueblo próximo a Ciudad Rodrigo (Salamanca) descendieron los ovnis. Más de
cuarenta. Dejaron huellas..., hubo testigos militares. En fin, no me encontré
por el camino con ninguno de esos aventajados «profesores del ovni». Ni falta
que hacía. Imagino que seguirían en sus guaridas y con los compadreos de
siempre. La experiencia, intensa y gratificante, fue de esas que a uno le
reconcilian con el misterio de los no identificados y arrojó el último
verdadero «expediente Ovni» que ahora publico en rigurosa primicia. Un
documento que durante casi un año había dormido pacientemente en mis archivos.
Así viví este último gran caso. Otra aventura que ya es parte de la historia...
ATERRIZAJE EN LA FRONTERA
Llego a la pedanía de Gallegos de
Argañán (Salamanca) cuarenta y ocho horas después de que «aquello» se haya
posado sobre el terreno. Hacía muchos años que no se producía un incidente así.
Precisamente en el momento en que arreciaban los comentarios y noticias jocosas
sobre el descenso de la casuística en el mundo, ocurre algo extraordinario en
la misma raya de Portugal. Algo que ha dejado aterrorizados a los testigos y
totalmente confundidos a los autores de la investigación oficial. Todos han presenciado
el complejo «teatro absurdo» del fenómeno ovni.
Javier Sierra muestra la portada de El Adelanto |
Cuando me planto
en la Comandancia de la Guardia Civil de Ciudad Rodrigo aún se respira asombro.
Nadie discute lo ocurrido. Hay infinidad de profundas marcas en el terreno que
no están hechas por animales ni maquinaria agrícola. Los cabos Gustavo R. y
Jorge P., superadas las tiranteces iniciales, me muestran el informe técnico de
la inspección ocular efectuada. Son las declaraciones de quienes han visto los
objetos y una ristra de documentos gráficos de los curiosos orificios. Una copia
del informe efectuado por la Unidad Orgánica de Policía Judicial ha sido
remitida a la Subdelegación de Gobierno y al jefe provincial.
En ese documento
se informa de la presencia de testigos fidedignos que afirman que sobre la
finca Cuéllar, de 480
hectáreas , unas luces se han posado en el suelo.
« LOS ANIMALES ESTABAN
ATERRORIZADOS»
Son las once menos cuarto de la
noche. Yuri Andreyev, treinta y cinco años, ex teniente de dos estrellas de las
Fuerzas Armadas de Ucrania, apaga el receptor de televisión. Los ladridos de
los perros resuenan afuera, en la inmensa oscuridad de la dehesa. Parecen nerviosos,
agresivos.
Al salir al
exterior comprueba cómo una fuente de luz aparece a unos trescientos metros
inundando todo de anómala claridad. Es algo parecido «a una niebla blanquecina
y apagada» que está muy cerca de unas lomas donde hay plantado cereal. En su
interior se distinguen, con un fulgor más fuerte, unas hileras de «lámparas»
que parecen pulsar en mitad de aquella especie de vapor.
Antes de tomar el
todoterreno para dirigirse al pueblo, situado a unos cinco kilómetros, observa
a su derecha cómo los cerdos encerrados se han apiñado en el centro del
cobertizo, «como si tuvieran miedo de algo». Inquieto, Andreyev monta en el
vehículo y ya desde el interior comprueba cómo hay tres inmensas plataformas
con luces a muy poca altura, casi tocando el suelo.
El motor arranca y
por el maltrecho y casi impracticable camino el ucraniano va colocándose en
paralelo a aquellas luminarias que nunca antes había visto.
En la extensión no
hay torres de alta tensión, ni maquinaria, ni instalaciones eléctricas de
ningún tipo. Ni siquiera otras carreteras donde pudiese circular alguien. Sin embargo,
unas cuarenta luces están allí, evolucionando bajo tres plataformas aún más grandes
y sin emitir ruido alguno. Es un silencio tan absoluto que Yuri, a mitad de
trayecto y a no más de veinte kilómetros por hora, nota subir por la columna
vertebral la sensación inequívoca del miedo.
Yuri Andreyev señala el punto del aterrizaje de los ovnis. Foto del libro de Iker Jiménez. |
Justo cuando se
encuentra a unos cuarenta metros de las luces observa como de cada una de ellas
surge una especie de cono o embudo reflectante que impacta directamente en el
terreno. El ex militar mete la directa y procura salir de allí devorado por los
nervios. En ese instante dos de esas luminarias ovaladas se adelantan al resto
y se le aproximan...
COMIENZA LA INVESTIGACIÓN
No estaba el horno para bollos en
la Comandancia. La parquedad en la investigación oficial era total. Uno de los
miembros de la Policía Judicial me enseña el informe realizado, donde se
adjuntan las declaraciones de los testigos y siete fotografías reveladas por el
fotógrafo Vicente, de Ciudad Rodrigo.
Los dos miembros
de la Unidad Orgánica no entran ni salen en valorar los hechos. Les parece un
caso más. «Nosotros solo nos personamos allí para hacer una inspección ocular y
dar fe de los testimonios.»
Por fortuna, lo
violento de la situación en aquel despacho de la casa cuartel se va diluyendo
poco a poco. Al final me confiesan que «no pensamos que esos orificios los
hayan podido hacer animales». La escueta información primaria se envía a la
Comandancia de Salamanca y al subdelegado de Gobierno.
Algunos curiosos
de Gallegos de Argañán han acudido a ver las marcas. El dueño de los terrenos,
Luis González, parece estar harto de lo ocurrido y de la expectación que se ha
levantado. Deseoso de no contribuir a mi investigación pone mil trabas al deseo
de ir a ver aquellos «agujeros misteriosos». Lo que él no sabe es que gracias a
diversas gestiones ya dispongo en mi poder de todas y cada una de las muestras
gráficas de lo que hallaron los miembros de Policía Judicial en su inspección
ocular ocho horas después del presunto aterrizaje.
A pesar de todo,
no cejo en el empeño de entrevistar a los protagonistas. Yuri Andreyev, por teléfono,
me parece un hombre asustado. No quiere hablar ni que vaya a ver las huellas.
Lo único que quiere es olvidarlo todo cuanto antes.
Cuando los ánimos
están más bajos por el silencio que envuelve el caso —y como suele ocurrir en
plena investigación cuando aparece la zozobra— recibo una llamada alentadora.
Es Francisco José Romero, guardia civil de la Comandancia de Segovia. Excelente
profesional a quien le ha inquietado sobremanera el suceso. Él es quien primero
me informó de la noticia la noche anterior. Ha hablado con el cabo Garrido, de
la Oficina Periférica de Comunicación de la Comandancia de Salamanca, y ha
conseguido la única y escueta documentación oficial al respecto.
Reproducción de las fotos de los agujeros en el citado libro |
Sus palabras me
hacen dar un respingo:
—Voy allí para
ayudarte.
Se reabre la
investigación. Con su inestimable ayuda podré entrevistar, tomar muestras,
observar cada una de las huellas y asistir en vivo a los interrogatorios.
Es media tarde
cuando nos plantamos en la finca Cuéllar. Abrimos la cancela y al final de un
camino tortuoso nos recibe Yuri Andreyev. Desconfiado, aparece con una pistola
para marcar a los cerdos. Mi compañero se baja del coche.
—Tranquilo, Yuri.
Soy de la Guardia Civil. Queremos que nos cuentes punto por punto todo lo que
viste.
CUARENTA LUCES, OCHENTA HUELLAS
«En aquel momento temí que se me
calara el motor. Ese era mi mayor miedo.» Andreyev, con su corpachón vestido
con el antiguo traje del Ejército ucraniano, no se ruborizaba al confesamos el
terror de aquella noche. Cuando se encontraba en paralelo a aquellas tres
plataformas, «dos casi juntas y la otra un poco más separada», comprobó atónito
como bajo ellas refulgían «unas cuarenta luces blancas, de ocho o diez metros
de diámetro y con forma de lámparas.» «Cada una de ellas iluminaba ‘‘hacia
abajo’’ un sector de tierra. Dos son las que parecen diferenciarse del resto
—justo cuando el Toyota Land Cruiser del ex militar pasa a su vera sueltan unos
destellos que llenan el interior de luz—. Como unas intermitencias. Toc,
toc..., me alumbraron las dos a la vez. Fue entonces cuando metí la marcha y
procuré salir de allí para llegar al pueblo y avisar...»
Caminamos junto al
testigo y llegamos a una explanada, el lugar exacto donde estaban todas
aquellas esferas blanquecinas. Hay que restregarse los ojos varias veces para
creerlo. Infinidad de perforaciones en el suelo duro aparecen aquí y allá sin
solución de continuidad. A veces casi juntas de dos en dos, en disposición
triangular, o en tres grandes círculos delimitados perfectamente agujero a
agujero. Las medimos cuidadosamente.
Es el hombre de la
Comandancia de Segovia quien me va explicando lo extraño:
—Esto no lo han
podido hacer animales. Algunas tienen una simetría perfecta. Además, la tierra
ha sido extraída a presión, uniformemente, guardando la proporción en todo el
círculo. Lo más curioso, sin duda, es que la tierra está compactada por dentro.
Perfectamente lisa, como si se hubiese introducido algún tipo de maquinaria.
—Además —interviene Yuri—, aquí no hay ningún animal. Los cerdos están
encerrados abajo y todo esto está perfectamente vallado. Nunca nadie ha visto
marcas como éstas.
Reproducción de la primera página del informe de la Guardia Civil publicado en el trabajo de Iker Jiménez |
El hombre de la
Guardia Civil mide las huellas. Hay dos series bien diferenciadas. Unas miden
unos quince centímetros de diámetro y veinte de profundidad y otras, que están
en la posición que ocupaba «la tercera plataforma», doblan el diámetro y se
internan en la tierra hasta alcanzar los cuarenta centímetros.
Según se destaca
en la información oficial no son madrigueras ni obra de animales. En todo caso
su factura sería producto de una acción puramente técnica y repetitiva. No hay
restos de quemaduras ni aplastamiento de los vegetales circundantes. No aparece
tampoco ningún insecto en los alrededores.
En algunas de las
marcas más grandes se observa cómo algo ha entrado haciendo un «efecto de
rosca» y dejando las marcas de un trépano que poco a poco va horadando y
dejando el mismo margen a cada giro. Hay tres líneas bien marcadas en el embudo
que forma la tierra compacta. En palabras de J. F. R., de la Comandancia de
Segovia, «es algo semejante a una pica metálica. Una zarpa de un material como
el acero que ha penetrado ejerciendo una enorme fuerza sobre el suelo y
actuando siempre del mismo modo en todas y cada una de las marcas.»
DOMINGO HERNÁNDEZY EL FRÍO DEL
MIEDO
Aquella noche, hacia las once y
diez, Andreyev se presenta en el bar La Fuente, a la entrada de Gallegos de
Argañán. Es el único sitio donde parece haber vida.
Domingo Hernández,
dueño del establecimiento, sale instintivamente de la barra. El ex teniente ucraniano
llega pálido, lleno de miedo. Como todas las personas del pueblo, el salmantino
tiene al ucraniano por persona íntegra y recta, «que lleva viviendo allí dos
años y que jamás ha dado un solo problema». Un hombre culto que comparte afición
por el mundo militar con Hernández, que trabajó muchos años en una base aérea
norteamericana.
—¡A mí me van a
decir lo que es un avión o un helicóptero! —exclama, mientras sobre el capó del
coche hace un dibujo de las «lámparas» que vio al regresar junto a Yuri a la
finca Cuéllar.
Domingo presta
declaración ante la Unidad Orgánica de Policía Judicial y no pone reparo alguno
a colaborar con la autoridad. Mantiene firme hasta el último detalle de lo que
pudo ver...
—Creí en Yuri nada
más verle. Me dijo, casi temblando, que aquellas luces eran «como un pueblo» de
grande. Hacía algo de frío afuera y a mí se me olvidó llevarme la chaqueta con
las prisas.
El hombre estaba
aterrorizado, pero aun así quería volver allí para que yo viese todo aquello.
Al llegar a la finca aún se podían ver varias luces, unas diez, sobre el
terreno. De verdad que aquello impresionaba. Tres estaban como un poco
adelantadas. Daba mucho respeto. Allí estaban las tres, pero faltaban las plataformas
grandes que Yuri había visto antes. Se movían de un lado a otro, en mitad de la
nada.
Un guardia civil mide uno de los agujeros |
—¿Escuchó algún
ruido? —le pregunta un miembro de la Guardia Civil.
—Nada. Absoluto
silencio. Eso era aún más extraño. Yo no sé qué podía ser aquello..., pero ahí
estaba. Al minuto, quizás al ver las luces del coche nuestro, las «lámparas» se
apagaron. No es que fuesen para arriba o para abajo..., sencillamente se apagaron
como cuando se desconecta un televisor. Visto y no visto. Le aseguro que si no
nos bajamos era por el frío que hacía... Pero, en fin, aquello, ya te digo,
daba mucho respeto. Era algo blanquecino, como ovalado, emitiendo luz al suelo.
La luz esa tocaba el mismo campo. Salimos de allí a toda prisa cuando todo
desapareció. Y de nuevo en el bar, algo más tranquilos, llamamos rápidamente a
la Guardia Civil. Siento no haberles podido llamar antes. Aquello de verdad que
era un misterio. Cuando se personaron a la mañana siguiente estos señores, todo
el terreno estaba sembrado de agujeros como nunca se habían visto...
«INOPLANETANIAN»
Tres máquinas gigantescas y unas
cuarenta luces de reducido tamaño habían estado evolucionando sobre terrenos de
la finca Cuéllar. Se habían aproximado emitiendo destellos sobre el vehículo de
un ex militar y posteriormente habían permanecido allí por lo menos durante veinte
minutos hasta que solo quedaron diez de ellas, que desaparecieron repentinamente
ante los testigos.
En los radares de
control del aeródromo militar de Matacán —a unos ciento tres kilómetros—, no
hay constancia de vuelos u operaciones especiales aquella noche.
—Las bombillas
—dice Yuri, elevando la mano a metro y medio del suelo— estaban a esta altura.
Así las vi yo y las vio Domingo después. Un poco más arriba estaba la hilera de
luces, una detrás de otra, envueltas como en una niebla más blanca. Yo no sé
qué ha sido esto... y por qué ha pasado aquí.
El miembro de la Comandancia
de Segovia, estudiando las huellas palmo a palmo, admite definitivamente que
eso solo puede estar realizado por un trépano oval «con un tope circular en su
base». Y concluye, casi en tono jocoso, asegurando: «A no ser que haya por aquí
animales con una sola pata capaz de ejercer fuerza de cientos de kilos de un
modo conciso y constante.» Es la conclusión compartida en la Comandancia de
Ciudad Rodrigo. Para todos, lo más importante es la fuerza ejercida en cada
huella para compactar perfectamente la tierra.
Cuando les
pregunto si creen en la posibilidad de fraude lo descartan por completo y al
instante:
—Creo que estas
personas no mienten —me responde uno de ellos—. No sabemos qué es lo que han
visto, pero lo han visto. Por otro lado, pienso firmemente que esto no lo ha
hecho nadie. Es una operación mecánica y te aseguro que no conozco nada que pueda
hacer agujeros de este tipo.
Yuri Andreyev
camina entre un sector de huellas que nadie había visto anteriormente, ni
siquiera él. Es el lugar donde se «posó» una de las plataformas, la que permanecía
más alejada, como escondida en una pequeña vaguada. Los orificios aquí son muy
grandes, con el efecto de rosca que antes señalábamos. Se inquieta, observando
el suelo perforado a cada paso.
—¿Qué ha hecho
esto? —me pregunta.
Obviamente no sé
responderle. Le muestro una foto en blanco y negro de un caso parecido donde
unas minas vizcaínas fueron escenario de algo similar, intentando hacerle comprender
que no es el único.
—¿Y tú qué piensas
que puede ser lo que habéis visto? —le digo aproximándole la grabadora mientras
el cielo se encapota y el aire zumba más fuerte...
—La verdad..., es
algo increíble. No sé qué pensar. De corazón te digo que yo creo que esto no
puede ser de aquí. Nunca lo había creído posible. Era como un pueblo de grande,
sin hacer ruido. Algo no lógico. En mi país lo dirían de una forma...
—¿Cómo lo
llamarían en Ucrania, Yuri?
El ex teniente
coge mi cuaderno y escribe con trazo firme una palabra. Después espera a que
los miembros de la Guardia Civil se adelanten unos pasos y la pronuncia:
—lnoplanetanian.
De fuera de este mundo.
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