jueves, 30 de abril de 2015

Aterrizaje de ovnis en Gallegos de Argañán

Estos días se cumplen 14 años de un hecho sorprendente ocurrido en la finca Cuéllar, en las inmediaciones de Gallegos de Argañán. Puede que se trate de uno de los fenómenos más importantes que se han documentado en España sobre la presencia de ovnis. Tuve la opornunidad, al día siguiente de producirse los hechos y una vez que nos informaron del suceso, de acercarme a la citada finca. Fui con mi compañero de fatigas de El Adelanto de Salamanca, el fotógrafo e informador gráfico José María Vicente, y coincidimos en el pueblo con Joaquín Pellicer -Chicho-, quien se animó a acompañarnos. Llegamos a Cuéllar y nos pusimos en contacto con Yuri Andreyev, un exmilitar ucraniano, teniente por más señas, con quien, a través del dueño de la finca, Luis González, habíamos quedado previamente. Todavía no había salido de su asombro: la noche anterior había observado algo inquietante, unas plataformas que iluminaron todo el terreno y que habían aterrizado en la finca, cerca de la vivienda que ocupaba y de las cuadras de los cerdos, animales que, por cierto, seguían asustados horas después de que ocurriese este fenómeno extraterrestre.
   Después de hablar con el exmilitar, de contarnos lo sucedido, nos acercamos al lugar del supuesto aterrizaje. Decenas de huellas, todas iguales, realizadas en forma de cono y como si hubieran sido ejecutadas con fuerza hidráulica, se esparcían sobre el terreno. La mayor parte estaban equidistantes. Sin duda, no salíamos de nuestro asombro. No sabíamos qué objeto pudiera haberlas producido, porque teníamos clarísimo que su origen no era animal ni, evidentemente, humano.
Un guardia civil señala uno de los agujeros. Foto del libro de Iker Jiménez
   Después de hablar con Yuri y visitar el bar La Fuente, cuyo propietario, Domingo, también pudo ver las luminarias cuando fue alertado por el exmilitar ucraniano, y tras obtener el material gráfico que asentase la información periodística, al día siguiente apareció la noticia en la portada de El Adelanto. El revuelo que originó la información fue notorio, llegando a todo el territorio nacional. A los dos días apareció en el estudio de Foto Vicente el investigador y periodista Iker Jiménez intentando hacerse con el material gráfico para asentar una futura publicación. Al día siguiente, llamó la productora del programa Crónicas marcianas, presentado por el mediático Javier Sardá, para invitarnos a participar en el mismo, ya que, aunque el protagonista era Andreyev, preferían, para salvar las dificultades del idioma, que fuéramos nosotros.
   Allí acudimos -finalmente solo salí yo en pantalla-. Fui entrevistado por Javier Sierra, otro de los referentes en la investigación de fenómenos extraños. Conté, lógicamente, lo que aprecié sobre el terreno y lo que me contaron los protagonistas directos. No voy a relatarlo, porque, para darle también mayor verosimilitud, prefiero que sea el citado Iker Jiménez quien lo cuente. Publicó el fenómeno en el libro Encuentros ovni. La historia de los ovnis en España, publicado por la editorial Edaf. Los hechos están referidos en el capítulo 38 de la publicación, que tituló Así viví el primer gran caso del milenio. Después de unas reflexiones iniciales, que también quiero recoger, nos cuenta al detalle el resultado de la investigación.
Portada del libro donde se refieren los hechos

Pese a quien pese, la investigación continúa. Y este reportero prosigue su solitaria labor en las carreteras. Sonrío de cuando en cuando al escuchar las críticas de muchos que se creen «investigadores de verdad» y a los que sospecho que no les gusta nada este periodista. Se amparan en un sentido extraño de la palabra «investigar» y luego, a la hora de la verdad, nunca están donde hay que estar: donde ocurren los hechos, en primera línea de fuego, horas después de personas como ustedes o como yo hayan sido protagonistas de lo insólito.
Muchas veces, debo confesarlo, me he sentido impotente al ver críticas que arreciaban sobre mi forma de vivir y escribir. Los lobos solitarios no somos muy queridos en un mundo cuadriculado y habituado a la agrupación. He tenido mil y un berrinches —cada vez menos por mi paulatino abandono de todos los «círculos sociales» de estos asuntos— y al final he acabado comprendiendo que la historia debe seguir así. Unos buscando y aguantando las críticas. Otros haciendo de maestros inmóviles y ególatras de materias en las que nadie puede enseñar nada. Y ustedes no son tontos. Y son mi esperanza. Saben perfectamente cuándo alguien se moja en el lugar de los hechos y quién pontifica desde el cómodo ordenador. Quién salta como un resorte hacia un nuevo caso y quién se limita a criticar al que lo hace. Me ha ocurrido una y mil veces.
¿Investigadores? De diversas provincias se sienten molestos al descubrir que a un palmo de sus narices ocurrieron hechos increíbles y que fue este humilde reportero quien anduvo rodando por el lugar. Pero no es mi culpa. Unos perseguimos el misterio y otros están preocupados en nombrar delegaciones, secretarios o, simplemente, en ponerse a parir dando rienda suelta a los cotilleos a través de Internet. Luego pasa lo que pasa.
En un pequeño pueblo próximo a Ciudad Rodrigo (Salamanca) descendieron los ovnis. Más de cuarenta. Dejaron huellas..., hubo testigos militares. En fin, no me encontré por el camino con ninguno de esos aventajados «profesores del ovni». Ni falta que hacía. Imagino que seguirían en sus guaridas y con los compadreos de siempre. La experiencia, intensa y gratificante, fue de esas que a uno le reconcilian con el misterio de los no identificados y arrojó el último verdadero «expediente Ovni» que ahora publico en rigurosa primicia. Un documento que durante casi un año había dormido pacientemente en mis archivos. Así viví este último gran caso. Otra aventura que ya es parte de la historia...
ATERRIZAJE EN LA FRONTERA
Llego a la pedanía de Gallegos de Argañán (Salamanca) cuarenta y ocho horas después de que «aquello» se haya posado sobre el terreno. Hacía muchos años que no se producía un incidente así. Precisamente en el momento en que arreciaban los comentarios y noticias jocosas sobre el descenso de la casuística en el mundo, ocurre algo extraordinario en la misma raya de Portugal. Algo que ha dejado aterrorizados a los testigos y totalmente confundidos a los autores de la investigación oficial. Todos han presenciado el complejo «teatro absurdo» del fenómeno ovni.
Javier Sierra muestra la portada de El Adelanto
Cuando me planto en la Comandancia de la Guardia Civil de Ciudad Rodrigo aún se respira asombro. Nadie discute lo ocurrido. Hay infinidad de profundas marcas en el terreno que no están hechas por animales ni maquinaria agrícola. Los cabos Gustavo R. y Jorge P., superadas las tiranteces iniciales, me muestran el informe técnico de la inspección ocular efectuada. Son las declaraciones de quienes han visto los objetos y una ristra de documentos gráficos de los curiosos orificios. Una copia del informe efectuado por la Unidad Orgánica de Policía Judicial ha sido remitida a la Subdelegación de Gobierno y al jefe provincial.
En ese documento se informa de la presencia de testigos fidedignos que afirman que sobre la finca Cuéllar, de 480 hectáreas, unas luces se han posado en el suelo.
« LOS ANIMALES ESTABAN ATERRORIZADOS»
Son las once menos cuarto de la noche. Yuri Andreyev, treinta y cinco años, ex teniente de dos estrellas de las Fuerzas Armadas de Ucrania, apaga el receptor de televisión. Los ladridos de los perros resuenan afuera, en la inmensa oscuridad de la dehesa. Parecen nerviosos, agresivos.
Al salir al exterior comprueba cómo una fuente de luz aparece a unos trescientos metros inundando todo de anómala claridad. Es algo parecido «a una niebla blanquecina y apagada» que está muy cerca de unas lomas donde hay plantado cereal. En su interior se distinguen, con un fulgor más fuerte, unas hileras de «lámparas» que parecen pulsar en mitad de aquella especie de vapor.
Antes de tomar el todoterreno para dirigirse al pueblo, situado a unos cinco kilómetros, observa a su derecha cómo los cerdos encerrados se han apiñado en el centro del cobertizo, «como si tuvieran miedo de algo». Inquieto, Andreyev monta en el vehículo y ya desde el interior comprueba cómo hay tres inmensas plataformas con luces a muy poca altura, casi tocando el suelo.
El motor arranca y por el maltrecho y casi impracticable camino el ucraniano va colocándose en paralelo a aquellas luminarias que nunca antes había visto.
En la extensión no hay torres de alta tensión, ni maquinaria, ni instalaciones eléctricas de ningún tipo. Ni siquiera otras carreteras donde pudiese circular alguien. Sin embargo, unas cuarenta luces están allí, evolucionando bajo tres plataformas aún más grandes y sin emitir ruido alguno. Es un silencio tan absoluto que Yuri, a mitad de trayecto y a no más de veinte kilómetros por hora, nota subir por la columna vertebral la sensación inequívoca del miedo.
Yuri Andreyev señala el punto del aterrizaje de los ovnis. Foto del libro de Iker Jiménez.
Justo cuando se encuentra a unos cuarenta metros de las luces observa como de cada una de ellas surge una especie de cono o embudo reflectante que impacta directamente en el terreno. El ex militar mete la directa y procura salir de allí devorado por los nervios. En ese instante dos de esas luminarias ovaladas se adelantan al resto y se le aproximan...
COMIENZA LA INVESTIGACIÓN
No estaba el horno para bollos en la Comandancia. La parquedad en la investigación oficial era total. Uno de los miembros de la Policía Judicial me enseña el informe realizado, donde se adjuntan las declaraciones de los testigos y siete fotografías reveladas por el fotógrafo Vicente, de Ciudad Rodrigo.
Los dos miembros de la Unidad Orgánica no entran ni salen en valorar los hechos. Les parece un caso más. «Nosotros solo nos personamos allí para hacer una inspección ocular y dar fe de los testimonios.»
Por fortuna, lo violento de la situación en aquel despacho de la casa cuartel se va diluyendo poco a poco. Al final me confiesan que «no pensamos que esos orificios los hayan podido hacer animales». La escueta información primaria se envía a la Comandancia de Salamanca y al subdelegado de Gobierno.
Algunos curiosos de Gallegos de Argañán han acudido a ver las marcas. El dueño de los terrenos, Luis González, parece estar harto de lo ocurrido y de la expectación que se ha levantado. Deseoso de no contribuir a mi investigación pone mil trabas al deseo de ir a ver aquellos «agujeros misteriosos». Lo que él no sabe es que gracias a diversas gestiones ya dispongo en mi poder de todas y cada una de las muestras gráficas de lo que hallaron los miembros de Policía Judicial en su inspección ocular ocho horas después del presunto aterrizaje.
A pesar de todo, no cejo en el empeño de entrevistar a los protagonistas. Yuri Andreyev, por teléfono, me parece un hombre asustado. No quiere hablar ni que vaya a ver las huellas. Lo único que quiere es olvidarlo todo cuanto antes.
Cuando los ánimos están más bajos por el silencio que envuelve el caso —y como suele ocurrir en plena investigación cuando aparece la zozobra— recibo una llamada alentadora. Es Francisco José Romero, guardia civil de la Comandancia de Segovia. Excelente profesional a quien le ha inquietado sobremanera el suceso. Él es quien primero me informó de la noticia la noche anterior. Ha hablado con el cabo Garrido, de la Oficina Periférica de Comunicación de la Comandancia de Salamanca, y ha conseguido la única y escueta documentación oficial al respecto.
Reproducción de las fotos de los agujeros en el citado libro
Sus palabras me hacen dar un respingo:
—Voy allí para ayudarte.
Se reabre la investigación. Con su inestimable ayuda podré entrevistar, tomar muestras, observar cada una de las huellas y asistir en vivo a los interrogatorios.
Es media tarde cuando nos plantamos en la finca Cuéllar. Abrimos la cancela y al final de un camino tortuoso nos recibe Yuri Andreyev. Desconfiado, aparece con una pistola para marcar a los cerdos. Mi compañero se baja del coche.
—Tranquilo, Yuri. Soy de la Guardia Civil. Queremos que nos cuentes punto por punto todo lo que viste.
CUARENTA LUCES, OCHENTA HUELLAS
«En aquel momento temí que se me calara el motor. Ese era mi mayor miedo.» Andreyev, con su corpachón vestido con el antiguo traje del Ejército ucraniano, no se ruborizaba al confesamos el terror de aquella noche. Cuando se encontraba en paralelo a aquellas tres plataformas, «dos casi juntas y la otra un poco más separada», comprobó atónito como bajo ellas refulgían «unas cuarenta luces blancas, de ocho o diez metros de diámetro y con forma de lámparas.» «Cada una de ellas iluminaba ‘‘hacia abajo’’ un sector de tierra. Dos son las que parecen diferenciarse del resto —justo cuando el Toyota Land Cruiser del ex militar pasa a su vera sueltan unos destellos que llenan el interior de luz—. Como unas intermitencias. Toc, toc..., me alumbraron las dos a la vez. Fue entonces cuando metí la marcha y procuré salir de allí para llegar al pueblo y avisar...»
Caminamos junto al testigo y llegamos a una explanada, el lugar exacto donde estaban todas aquellas esferas blanquecinas. Hay que restregarse los ojos varias veces para creerlo. Infinidad de perforaciones en el suelo duro aparecen aquí y allá sin solución de continuidad. A veces casi juntas de dos en dos, en disposición triangular, o en tres grandes círculos delimitados perfectamente agujero a agujero. Las medimos cuidadosamente.
Es el hombre de la Comandancia de Segovia quien me va explicando lo extraño:
—Esto no lo han podido hacer animales. Algunas tienen una simetría perfecta. Además, la tierra ha sido extraída a presión, uniformemente, guardando la proporción en todo el círculo. Lo más curioso, sin duda, es que la tierra está compactada por dentro. Perfectamente lisa, como si se hubiese introducido algún tipo de maquinaria. —Además —interviene Yuri—, aquí no hay ningún animal. Los cerdos están encerrados abajo y todo esto está perfectamente vallado. Nunca nadie ha visto marcas como éstas.
Reproducción de la primera página del informe de la Guardia Civil publicado en el trabajo de Iker Jiménez
El hombre de la Guardia Civil mide las huellas. Hay dos series bien diferenciadas. Unas miden unos quince centímetros de diámetro y veinte de profundidad y otras, que están en la posición que ocupaba «la tercera plataforma», doblan el diámetro y se internan en la tierra hasta alcanzar los cuarenta centímetros.
Según se destaca en la información oficial no son madrigueras ni obra de animales. En todo caso su factura sería producto de una acción puramente técnica y repetitiva. No hay restos de quemaduras ni aplastamiento de los vegetales circundantes. No aparece tampoco ningún insecto en los alrededores.
En algunas de las marcas más grandes se observa cómo algo ha entrado haciendo un «efecto de rosca» y dejando las marcas de un trépano que poco a poco va horadando y dejando el mismo margen a cada giro. Hay tres líneas bien marcadas en el embudo que forma la tierra compacta. En palabras de J. F. R., de la Comandancia de Segovia, «es algo semejante a una pica metálica. Una zarpa de un material como el acero que ha penetrado ejerciendo una enorme fuerza sobre el suelo y actuando siempre del mismo modo en todas y cada una de las marcas.»
DOMINGO HERNÁNDEZY EL FRÍO DEL MIEDO
Aquella noche, hacia las once y diez, Andreyev se presenta en el bar La Fuente, a la entrada de Gallegos de Argañán. Es el único sitio donde parece haber vida.
Domingo Hernández, dueño del establecimiento, sale instintivamente de la barra. El ex teniente ucraniano llega pálido, lleno de miedo. Como todas las personas del pueblo, el salmantino tiene al ucraniano por persona íntegra y recta, «que lleva viviendo allí dos años y que jamás ha dado un solo problema». Un hombre culto que comparte afición por el mundo militar con Hernández, que trabajó muchos años en una base aérea norteamericana.
—¡A mí me van a decir lo que es un avión o un helicóptero! —exclama, mientras sobre el capó del coche hace un dibujo de las «lámparas» que vio al regresar junto a Yuri a la finca Cuéllar.
Domingo presta declaración ante la Unidad Orgánica de Policía Judicial y no pone reparo alguno a colaborar con la autoridad. Mantiene firme hasta el último detalle de lo que pudo ver...
—Creí en Yuri nada más verle. Me dijo, casi temblando, que aquellas luces eran «como un pueblo» de grande. Hacía algo de frío afuera y a mí se me olvidó llevarme la chaqueta con las prisas.
El hombre estaba aterrorizado, pero aun así quería volver allí para que yo viese todo aquello. Al llegar a la finca aún se podían ver varias luces, unas diez, sobre el terreno. De verdad que aquello impresionaba. Tres estaban como un poco adelantadas. Daba mucho respeto. Allí estaban las tres, pero faltaban las plataformas grandes que Yuri había visto antes. Se movían de un lado a otro, en mitad de la nada.
Un guardia civil mide uno de los agujeros
—¿Escuchó algún ruido? —le pregunta un miembro de la Guardia Civil.
—Nada. Absoluto silencio. Eso era aún más extraño. Yo no sé qué podía ser aquello..., pero ahí estaba. Al minuto, quizás al ver las luces del coche nuestro, las «lámparas» se apagaron. No es que fuesen para arriba o para abajo..., sencillamente se apagaron como cuando se desconecta un televisor. Visto y no visto. Le aseguro que si no nos bajamos era por el frío que hacía... Pero, en fin, aquello, ya te digo, daba mucho respeto. Era algo blanquecino, como ovalado, emitiendo luz al suelo. La luz esa tocaba el mismo campo. Salimos de allí a toda prisa cuando todo desapareció. Y de nuevo en el bar, algo más tranquilos, llamamos rápidamente a la Guardia Civil. Siento no haberles podido llamar antes. Aquello de verdad que era un misterio. Cuando se personaron a la mañana siguiente estos señores, todo el terreno estaba sembrado de agujeros como nunca se habían visto...
«INOPLANETANIAN»
Tres máquinas gigantescas y unas cuarenta luces de reducido tamaño habían estado evolucionando sobre terrenos de la finca Cuéllar. Se habían aproximado emitiendo destellos sobre el vehículo de un ex militar y posteriormente habían permanecido allí por lo menos durante veinte minutos hasta que solo quedaron diez de ellas, que desaparecieron repentinamente ante los testigos.
En los radares de control del aeródromo militar de Matacán —a unos ciento tres kilómetros—, no hay constancia de vuelos u operaciones especiales aquella noche.
—Las bombillas —dice Yuri, elevando la mano a metro y medio del suelo— estaban a esta altura. Así las vi yo y las vio Domingo después. Un poco más arriba estaba la hilera de luces, una detrás de otra, envueltas como en una niebla más blanca. Yo no sé qué ha sido esto... y por qué ha pasado aquí.
El miembro de la Comandancia de Segovia, estudiando las huellas palmo a palmo, admite definitivamente que eso solo puede estar realizado por un trépano oval «con un tope circular en su base». Y concluye, casi en tono jocoso, asegurando: «A no ser que haya por aquí animales con una sola pata capaz de ejercer fuerza de cientos de kilos de un modo conciso y constante.» Es la conclusión compartida en la Comandancia de Ciudad Rodrigo. Para todos, lo más importante es la fuerza ejercida en cada huella para compactar perfectamente la tierra.
Cuando les pregunto si creen en la posibilidad de fraude lo descartan por completo y al instante:
—Creo que estas personas no mienten —me responde uno de ellos—. No sabemos qué es lo que han visto, pero lo han visto. Por otro lado, pienso firmemente que esto no lo ha hecho nadie. Es una operación mecánica y te aseguro que no conozco nada que pueda hacer agujeros de este tipo.
Yuri Andreyev camina entre un sector de huellas que nadie había visto anteriormente, ni siquiera él. Es el lugar donde se «posó» una de las plataformas, la que permanecía más alejada, como escondida en una pequeña vaguada. Los orificios aquí son muy grandes, con el efecto de rosca que antes señalábamos. Se inquieta, observando el suelo perforado a cada paso.
—¿Qué ha hecho esto? —me pregunta.
Obviamente no sé responderle. Le muestro una foto en blanco y negro de un caso parecido donde unas minas vizcaínas fueron escenario de algo similar, intentando hacerle comprender que no es el único.
—¿Y tú qué piensas que puede ser lo que habéis visto? —le digo aproximándole la grabadora mientras el cielo se encapota y el aire zumba más fuerte...
—La verdad..., es algo increíble. No sé qué pensar. De corazón te digo que yo creo que esto no puede ser de aquí. Nunca lo había creído posible. Era como un pueblo de grande, sin hacer ruido. Algo no lógico. En mi país lo dirían de una forma...
—¿Cómo lo llamarían en Ucrania, Yuri?
El ex teniente coge mi cuaderno y escribe con trazo firme una palabra. Después espera a que los miembros de la Guardia Civil se adelanten unos pasos y la pronuncia:
—lnoplanetanian. De fuera de este mundo.

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