Fue un año de
percances. Antes, durante y después del Carnaval, Ciudad Rodrigo sufrió
distintos y graves avatares. Unos propios de la condición humana, la tragedia
que supone un homicidio; otros por lances de la fiesta y alguno, siempre
también indeseado, fruto de la climatología, con lo que supone para una tierra
que depende fundamentalmente de la agricultura.
Acabada la romería de San Blas, pero
todavía en las inmediaciones de La Caridad, en la puentecilla más próxima al
antiguo cenobio premostratense, se produjo un altercado que acabó en tragedia.
Fue recogido en la prensa local y provincial, pero sin demasiados detalles, tal
vez por salir la noticia de distintas versiones de dominio público –el hecho
estaba bajo secreto sumarial- y que no tuvieron reparo en divulgar tanto el
semanario mirobrigense La Voz de la
Frontera, como los periódicos provinciales El Fomento o El Progreso:
“Un capataz de los trabajos de la línea férrea que en compañía de su esposa se
dirigía a esta población después de haber asistido a la romería de San Blas,
fue acometido brutalmente por un sujeto desconocido que le asestó una tremenda
puñalada, a consecuencia de la cual falleció a los pocos momentos. Como la
causa se halla en sumario, nos abstenemos de más pormenores, si bien haremos
constar a nuestros lectores se halla en la cárcel como presunto autor un sujeto
empleado en los trabajos de la línea férrea a quien conocen con el apodo del
Pintado”.
Nicolás Pérez, Maleño |
La noticia la copiaba El Fomento de La Voz de la Frontera, mientras que el redactor de El Progreso se recrea en el entorno,
también en la fiesta, y ofrece otros detalles del suceso: Presentaba “una
pintoresca perspectiva la campiña poblada de jóvenes de ambos sexos agrupados
en animados bailes, un sinnúmero de familias aquí y allá devorando abundantes
meriendas y los dulces acordes de la música hiriendo gratamente los oídos. El
día estaba hermoso y nada turbaba la expansión y alegría general cuando, al
regreso, varios individuos que venían en tropel promovieron, según se dice, una
disputa durante la que uno de ellos, navaja en mano, embistió a otro, dándole
una soberbia puñalada en un muslo, que le produjo a poco la muerte. No sabemos
si el autor habrá sido hallado, ni aun las circunstancias del hecho, aunque ya
tenemos noticia de que el Juzgado de aquella ciudad procedió a la formación de
diligencias y ha preso a algunos individuos”. Sí coincide la versión en que la
“desgraciada víctima se dice que era capataz del ferrocarril”, añadiendo que
“deja en la orfandad cinco o seis hijos”.
Ajeno a esta desgracia, pero con el
pesar lógico, el Ayuntamiento ya había iniciado las gestiones para la
contratación de los novillos que integrarían los festejos del Carnaval de 1887,
que se desarrollaría entre el 20 y el 22 de febrero. Y así, el día 7, poco
después del trágico suceso ocurrido en las postrimerías de la romería de San
Blas y coincidiendo en la misma página, El
Fomento publica la procedencia de las reses que se correrán durante el
antruejo. Una corrida, la primera, fue contratada al acreditado ganadero Rafael
Morales, de Vilvís; la segunda pertenecía a Juan Velasco y la tercera sería
aportada por Gaspar Manzanera, ambos de la vecindad de San Felices de los
Gallegos.
Llegó el Carnaval, el primero que
contaba con el flamante ferrocarril, que, aunque estrenado en septiembre de
1884, no fue inaugurado oficialmente hasta la Feria de Mayo de 1886. Y no
parece que su entrada en funcionamiento tuviera repercusión para la afluencia
de forasteros si nos atenemos a lo que afirmaba El Progreso el 27 de febrero: “En Ciudad Rodrigo se ha dejado
sentir en estos días la escasa concurrencia de forasteros a las fiestas de
Carnaval, tan renombradas en toda la provincia, sin embargo de lo que gran
número de pollitas forasteras han amenizado más aún los concurridos bailes,
funciones de teatro, novilladas y otros regocijos públicos a que tan
aficionados son los mirobrigenses”.
Con o sin forasteros, los
rodericenses mantuvieron el tipo... y las emociones fueron continuas, con más
de un percance: “Al verificarse la entrada de la primera corrida en Ciudad
Rodrigo –señala El Progreso-, produjo
el ganado muy bravo de Vilvís un sinnúmero de sustos y caídas entre la
entusiasta muchedumbre. El que más sufrió fue un sereno, a quien clavó uno de
los bichos el asta por bajo de la barba, ocasionándole una lesión que le fue
curada en la farmacia del Sr. Sendín”. Se trata del farmacéutico Carlos Sendín, que tenía el establecimiento en el número 7 de la Plaza Mayor.
Anuncio de la farmacia de Carlos Sendín |
Los lances, con más o menos fortuna
para los protagonistas, se sucedieron también durante la segunda corrida: “Al
hacer el encierro del ganado del segundo día, de la ganadería de D. Juan
Velasco, de San Felices, tuvo este la desdicha de que le arrojara el caballo
que montaba y le produjera varias lesiones la caída. Fue día de caídas. En la
tarde, cuando se estaban lidiando los novillos por los aficionados del primer
día, dos hombres que corrían en distinto sentido chocaron de tal manera que uno
de ellos cayó al suelo sin sentido. Llevado a la casa del señor D. Pedro
González (farmacéutico), fue asistido por el médico forense, señor Hernández
Badillo, y, curado convenientemente, fue llevado a su morada en muy grave
estado”. Y ahí no queda la cosa: “Otro hombre que estaba subido en la pared del
toril, quitando las cuerdas que en él había, se enredó un pie en una de ellas y
cayó al suelo produciéndose una gran lesión en la cabeza, que curada en la
misma farmacia que el anterior, fue llevado al Hospital en muy mal estado”. Y,
en las misma página de El Progreso,
deslavazada la información, se daba cuenta de otro percance que ocurrió también
a un jinete que ayudaba en uno de los encierros de este ajetreado Carnaval:
“...Próximo a la Puerta del Conde, uno de los novillos, arrodillóse sirviendo
de obstáculo al paso de uno de los caballos que seguían a los bichos,
despidiendo al jinete, que cayó debajo del bruto, ocasionándose una herida no
tan grave por fortuna como en un principio se temió”.
El
Progreso, no obstante, antes de pormenorizar algunos de los sucesos acaecidos
en el desarrollo de los festejos taurinos del Carnaval de 1887, había lanzado
un resumen en su número del 24 de febrero: “Las corridas en Ciudad Rodrigo han
estado brillantes. El ganado haciendo mucho juego, y la cuadrilla, aunque no
muy conocida, rayando a gran altura, especialmente el conocido Maleño -Nicolás Pérez- y El
Barberillo[1],
distinguiéndose el primero marcando magníficos pares de banderillas, sobre todo
en la primera corridas, y el segundo toreando con capa como un verdadero
maestro. Tampoco ha desmerecido nada el conocido Sordito[2],
recibiendo todos multitud de aplausos”.
Además de los percances vinculados a
los festejos taurinos, hubo otro suceso, un altercado pendenciero, que mereció
la atención de la prensa provincial: “En el baile de la Sociedad celebrado el
día último de Carnaval, estaban algunos concurrentes tomando copas en una habitación
cuando se suscitó una cuestión entre dos individuos, de la que resultó uno de
ellos con una lesión en el ojo y mejilla derecha, producida con un puñal,
quedando en muy mal estado. Fue llevado a su morada, sin que se pudiera hallar
al agresor”.
Para rematar el capítulo de
desgracias ocurridas en Ciudad Rodrigo en 1887 y obviando cualquier otra
contingencia, pintaremos –siguiendo al relator mirobrigense que envió su
crónica a El Progreso; fue publicada
el 14 de julio- la catástrofe meteorológica sucedida en el entorno mirobrigense
el 4 de julio, una “catástrofe” descrita por un observador pero que, según sus
propias palabras, las noticias ofrecidas “no serán más que una sombra muy vaga
de lo que realmente sucedió, y aun contando solo la mitad, no habrá quién lo
crea si no lo ha visto”.
Pasó lo siguiente: “Serían las dos o
dos y media de la tarde y desde luego principió a caer agua y algún granizo en
tal cantidad que, en casi todas, el agua cubría las aceras. La Plaza Mayor era
un inmenso río y estaba cubierta de un extremo a otro, solo con el agua que
vertían los canales, pues no la recibe apenas de otras calles. No cabía a salir
por los canalones, vertiéndose por cima de ellos. En la ciudad se llenaron de
agua muchísimas casas; en unas, de la que entraba por las puertas; en otras,
las que recogían los albañales y no daban paso a tanta como salía. Era de vez
cómo de todas las casas salían presurosos a tirar agua con barreños y cubos.
Duró esto aproximadamente tres cuartos de hora, sin aflojar nada, pues creo que
caía tanta agua como cabía en el espacio, y luego cejó un poco; más tarde cesó
por completo hasta las cinco y veinte minutos, que dio principio de una manera
más horrorosa aún, pues caían tales piedras que es increíble si no se ven y en
una cantidad tan extraordinaria que el día después, al ponerse el sol, saliendo
a ver los destrozos causados, nos encontramos que en un remanso hecho por el
agua en el puente de un regatito, camino de La Caridad, quedó tal cantidad de
granizo que, después de 20 horas, se calculaba por personas formales y
entendidas que no bajaría de tres mil carros los que se podrían cargar en un
solo punto. En una gran extensión tendría un espesor de más de un metro de
altura. Al día siguiente, hemos traído piedras del tamaño de un huevo pequeño
de gallina”.
El observador continúa con la
descripción del sucedido: “Pero los que la vieron el mismo día por la tarde
aseguran que el granizo, a los lados del camino o carretera, tenía una altura
de dos varas”. Las consecuencias fueron evidentes: “No han quedado pimientos,
pues una de las huertas que los daba, a pesar de estar a la entrada del camino
de Vitigudino, se cubrió de agua de tal modo que solo se veían las copas de los
frutales; y lo propio sucedió a todas las huertas de Ciudad Rodrigo, las cuales
quedaron inservibles por mucho tiempo. En el Arrabal de San Francisco
muchísimas casas se llenaron de agua hasta por cima de las camas, y otras
quedaron llenas de granizo que iba remansando hasta el extremo de sacar de una
sola 16 ó 18 carros de piedra o granizo. Cogió poco trecho, pero ha causado
muchas pérdidas. No ocurrieron desgracias por ser de día; si es de noche,
hubieran sido incalculables. Escribo muy deprisa”, concluye C., el firmante de
la carta. No obstante, y como complemento de la información, El Progreso puntualiza en un breve una
desgracia personal: “A consecuencia de la tormenta que tantos perjuicios
ocasionó, fue muerto en el término de Melimbrazo un vecino de La Encina de
Ciudad Rodrigo”.
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