Si hace unos días escribía de la
fundadora del convento de Santa Cruz, extramuros de Ciudad Rodrigo, la noble
dama mirobrigense Beatriz Pacheco Maldonado, en esta ocasión quisiera aportar
algunos datos, que considero novedosos, sobre una parte esencial del monasterio
agustino. Se trata de un documento que se encuentra en el Archivo Histórico de
Salamanca, datado en Ciudad Rodrigo en 19 de diciembre de 1561 y refrendado por
la escribanía de Pedro de Párraga, referente al contrato para la adjudicación
de la obra necesaria para ejecutar la reforma de la portada del edificio
conventual, encomienda que asume el maestro de cantería Pedro Pérez ante el
mayordomo del cenobio, Miguel de Secadura.
El
convento de Santa Cruz, como ya apunté hace unos días, fue fundado en tiempos
del obispo Juan Tavera, prelado que donó la antigua parroquia de Santa Cruz
para que, en torno a ella, se gestase la construcción del monasterio favorecido
por Beatriz Pacheco. La donación y la toma de posesión de la iglesia se fijaron
en 1517, empleando la citada dama en su ampliación y dotación los recursos de
que disponía. Sabemos que la inversión debió de ser cuantiosa y que se evitaron
los gastos suntuosos, al menos eso puede desprenderse del citado contrato de
obra que apunta la existencia de una portada sobria, construida en ladrillo, y
que se quería sustituir por otra de sillería con piedra de las canteras de
Ciudad Rodrigo, blanca y que no fuera heladiza
ni pelosa.
Plano esquemático del convento de Santa Cruz en 1810 |
La
obligación para que Pedro Pérez construya la nueva portada del convento agustino
cuenta como fiadores con los brosladores Juan Vicente y Juan de Cadanillanos,
vecinos de Ciudad Rodrigo, al igual que lo era en ese momento el maestro de
cantería que pudiera ser que realmente se tratara de Pedro Pérez de Ybarra,
vecino de Salamanca y casado con otra Maldonado –Antonia de Maldonado y
Barrientos, posible pariente de la fundadora Beatriz Pacheco-, que en esos años
–entre 1558 y 1561- está documentada su presencia en Ciudad Rodrigo, vinculada
a las obras del Palacio de los Águila.
Sabemos
también que el maestro cantero Pedro de Ybarra, al que suponemos padre de Pedro
Pérez de Ybarra, se le había encomendado inicialmente la traza y ejecución de
la portada del convento de Santa Cruz y que, tal vez por la densidad del
trabajo que estaba desarrollando en Ciudad Rodrigo por esa época –especialmente
en las obras del convento de San Agustín y en la capilla mayor del convento de
San Francisco- delegará en su hijo Pedro la ejecución final del proyecto.
Por
entonces Pedro de Ybarra ya había fijado los pies derechos necesarios para
afianzar los trabajos y desmontar la antigua portada de ladrillo del convento;
se contaba con los planos o traza de la obra necesaria y se contaba con el
compromiso para financiar los trabajos. Además, en el pliego de condiciones se
retoman distintas cláusulas convenidas con un tal Mitata (¿Lucas?) para el
acarreo de la cal, la madera y el agua necesaria para la obra y que sería por
cuenta del monasterio.
El citado 19
de diciembre de 1561 Pedro Pérez firmará el contrato, la obligación para
ejecutar los trabajos, una obra que la he
de dar hecha e acabada la dicha portada desde aquí al viernes venidero de
Lázaro del año venidero de mill e quinientos e sesenta e dos años por preçio de
veynte mill mrs. en dineros. Una cifra nada despreciable esos 20.000
maravedíes, ya que, como antes apuntaba, se
me a de dar la cal e que el agua la an de dar e hecharla fuera para la dicha
obra hechándola de dentro del dicho monesterio por el dicho serviçio con tanto
que de allí la he de llevar para la dicha obra e la he de azer segund e como
está en la escritura de Mitata.
Como elementos
decorativos opcionales, el contrato señala que sy quisieren que ponga un escudo que paguándome por él lo que tasare
Santos Garçia, platero, vecino de la dicha çibdad, lo he de azer conforme e que
a mi costa e de azer una cruz con su calvario conforme a la traça vieja,
especifica la obligación antes de pasar a estipular las condiciones del
contrato.
Entre ellas se apunta que he de calar e minar los çimientos para ver
sy están buenos e firmes a vista de ofiçiales, que basten e sean firmes, e sy
no, que los e de azer asta lo firme a mi costa e con que he de dejar tapada la
dicha higlesia como al presente está a mi costa. Además, y por su cuenta y
la de sus fiadores, Pedro Pérez se obliga a desazer
la obra vieja a mi costa e apuntalarla lo que fuere menester con que todo esté
seguro y sy dello veniere o perjuhizio a la dicha iglesia lo asumirían sin
mayores problemas.
He señalado
también que la piedra para labrar los sillares debería proceder de una cantera
de buena piedra blanca, sin tachas, concretadas en que se deben evitar los
bancos expuestos a las heladas por la afectación que supone en la estructura de
la piedra, evitando también pelos en la misma, favoreciendo de esta forma una
mayor perdurabilidad. Otras condiciones señalan que he de azer toda la dicha obra de dentro e de fuera de silliría y escodada
y bien a vista de ofiçiales; que he
de azer la dicha portada de ocho pies de ancho e doze de alto e de acompañamiento
de çinco pies de cada parte, e todo ella a de sobir veynte pies en alto y he de
dejar de cada parte, cuya parez la traerá de la dicha puerta çinco pyes de
hueco, una descripción que nos sirve para imaginarnos la relevancia de la
obra prevista. Pero la ejecución de los trabajos debe considerar también la
seguridad claustral de las religiosas, por lo que no he de derrocar la dicha portada vieja asta que toda la piedra esté
labrada e no de otra manera, evitando de esta forma la apertura dilatada de
vanos que pudieran provocar problemas en las costumbres de la comunidad agustiniana.
Firma del maestro cantero Pedro Pérez. AHS. |
El pliego
recoge otras obligaciones sobre los plazos de ejecución de obra y sus
certificaciones; además, deja claro que sy
el dicho convento quisiere el ladrillo de la portada vieja, ques de ladrillo,
quel convento sea obligado a paguar la mitad de los peones que fueren menester
para sacar el ladrillo y no otra cosas más de ser obliguado el dicho convento
esto que dicho es el dicho convento no lo e de dar. Además, en el ajuste de
la portada en la estructura conventual, Pedro Pérez y el mayordomo del monasterio
de Santa Cruz acuerdan quel
acompañamiento de la dicha portada, que son çinco pies cada parte, que son
todos e por todos con el ueco dexiocho pies y asta el remate de la cruz, an de
ser veynte pyes de alto y an dir todos en cuadro desde lo bajo asta lo alto de
la dicha cruz, altor de los dichos diez[e]ocho pyes.
Con esta
obligación y con los detalles señalados es de suponer que se ejecutase la obra
y que la fundadora, Beatriz Pacheco, viera con satisfacción la sustitución de
una pobre portada de ladrillo por otra con mayor enjundia, más suntuosa y digna
en donde, casi con toda seguridad, se colocaría la heráldica agustiniana y el
Calvario de la Santa Cruz, en recuerdo de la advocación del monasterio al
haberse levantado en el espacio que antes ocupaba la iglesia de Santa Cruz. Y
digo que Beatriz Pacheco debió disfrutar de la nueva portada porque, si los
plazos estipulados se cumplieron, el Viernes de Lázaro de 1562 estaba rematada
la obra y la noble dama mirobrigense fallecería envenenada por su esclava el 3
de julio de 1572, casi 10 años después de concluida la portada.
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