El final de
siglo coincide en Ciudad Rodrigo con una serie de acontecimientos que marcarían
el devenir de la localidad, unos de forma esporádica pero con una profunda huella
en la sociedad y en el entorno de la cultura, y otros con una proyección que se
mantiene en la actualidad. Por una parte, 1900 es el año de la celebración de
la Exposición Regional de Bellas Artes, Industria, Agricultura y Comercio[1] que,
gestada a finales de 1899, tendrá en el mes de mayo su desarrollo con una serie
de actividades asentadas esencialmente en la producción cultural y artística[2],
completada con unos juegos florales y otras actividades –cabalgata histórica,
corridas de toros, conciertos...- que generaron gran expectación. La
inauguración de estos actos, recogida con fruición por la prensa periódica
local y provincial, tuvo lugar el 26 de mayo.
En torno a esa fecha, en concreto el
día 27 de mayo, tuvo cabida otro acontecimiento señero para el futuro de la
localidad: se procedió a la inauguración solemne del nuevo teatro[3],
ubicado en la calle Gigantes, que fue bautizado con el nombre de fray Diego
Tadeo González, trocado de forma casi inmediata en su seudónimo Delio, denominación
que también el pueblo, de forma espontánea, cambiaría por la de Teatro Nuevo[4] en
referencia al otro existente, el Principal, ubicado en su día en el solar
existente entre las calles Talavera, Almendro y Cardenal Pacheco.
La Consistorial a principios del siglo XX |
Y, por último, aunque antes en el
tiempo que los otros acontecimientos señalados, 1900 fue el año de la
constitución del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Ciudad Rodrigo –denominado “Sociedad
Humanitaria” inicialmente-, cuya sesión fundacional se celebró el 11 de febrero
en la Casa Consistorial. Una institución que se implicaría de llenó en la vida
de Ciudad Rodrigo, empezando por el Carnaval, al encomendársele la evacuación y
la atención sanitaria inicial en su parque[5] de
los heridos producidos en los distintos festejos taurinos. Entre las primeras dotaciones
que consiguió el Cuerpo de Bomberos se encuentra el regalo de una camilla
sanitaria, una donación que hicieron a finales de junio Vicente Terán y Juan
del Amo, empleados de la tienda de tejidos que en su día tuvo el industrial
mirobrigense Salvador Bazán y que, desgraciadamente, tuvo que utilizarse el 8
de diciembre de este mismo año en un accidente mortal que sufrió el artillero
vasco Esteban Marina, cuando fue alcanzado por la onda explosiva de la salva
del séptimo cañón que se disparaba con motivo de la fiesta de la Inmaculada
Concepción desde la explanada de la muralla.
El Carnaval de 1900 se desarrollaría
entre el 25 y el 27 de febrero. Antes, el 30 de enero, siguiendo la liturgia
acostumbrada, el Ayuntamiento procedió a firmar los contratos[6] con
los ganaderos –más bien labradores- que aportarían las reses para los festejos
taurinos de este antruejo: Manuel Paniagua, Antonio Moro y Miguel Sánchez
serían quienes alquilaron las corridas, por las que percibieron respectivamente
500 pesetas. Cada una de ellas se nutría con 10 novillos mayores de tres años.
El calendario festivo, no obstante,
siguiendo la tradición, tuvo en San Blas su punto álgido previo al Carnaval. El
corresponsal Víctor Risueño escribe una crónica para el diario Noticiero salmantino en la que detalla
la celebración de la romería, que en esta edición estuvo pasada por agua. Al
respecto señala que los romeros, llegada la noche, se trajeron de la
“pintoresca dehesa de La Caridad (...) cintas de San Blas y las exquisitas rosquillas
de igual nombre...”, además de “la alegre compañía de monísimas turcas que, muy bien disfrazadas,
supieron dar, con bromas de buen género, al animado baile del Café Universal,
el carácter de uno del más regocijado Carnaval”. En esta línea describe que
entre los pasatiempos festivos de estos mirobrigenses se encontraban los “rabos
postizos”, las serpentinas y las “batallas de confetti”[7].
Era el preámbulo del Carnaval de
final de siglo. Si en San Blas llovió, lo mismo ocurrió en el antruejo con un
tiempo “desapacible”, señalaba el redactor de Miróbriga en la crónica que resumió en unas líneas el desarrollo de
las carnestolendas. Como ya era costumbre, la “revolución” que significa el
Carnaval se puso en evidencia en sus prolegómenos, aunque, explica el citado
semanario mirobrigense, se vio mermada la asistencia de forasteros: “Se notó en
la población afluencia de forasteros, aún de Portugal, si bien no tanta como en
años pasados, sin duda alguna por lo desapacible del tiempo”. Pero daba igual.
La diversión por bandera, como era costumbre, ya que “es la sociedad de Ciudad
Rodrigo (...) tranquila y formal en alto grado, y su distintivo es el apego a
la tradición y el culto a la formalidad”, enfatizaba el corresponsal de El Adelanto en la crónica retrospectiva
de las carnestolendas; pero se trataba, se trata, sin duda alguna, de una
transgresión: “Todas estas condiciones desaparecen al aparecer el Carnaval para
dar lugar a una fiebre de diversión que por igual ataca a todas las personas
que aquí residen, sin distinción de edades, sexos ni condiciones. Todos, por
igual, abren un paréntesis de tres días en sus costumbres, abandonan sus
negocios, dan de mano a sus ocupaciones y no se ocupan más que de inventar
distracciones y de actuar ya de víctimas, ya de protagonistas, en las bromas
propias de estos días”. Sin embargo, se cuenta con “el orden que todo lo
preside, la armonía que reina entre todos y la carencia de broncas y riñas,
frutas desconocidas en esta tierra”, afirma con satisfacción el cronista del
citado diario provincial, quien no duda en lanzar una proclama en busca de que
algún literato visionario se fije en la esencia del Carnaval para darle pábulo:
“Conservan estas fiestas su carácter típico y castizo y son dignas, en una
palabra, de que un buen escritor, dotado de alto espíritu conservador, las
retrate con el vigor que las distingue”.
Anuncio de artículos de Carnaval en un semanario mirobrigense de finales del siglo XIX |
No ocurrió en ese tiempo. Tampoco en
el presente. Pero no fue óbice para que el Carnaval reflejase la esencia de
aquel espíritu que, rebasado otro siglo, parece mantenerse y aumentarse.
Aquel de 1900 fue un Carnaval
“infernal”, en referencia a la climatología, pero que, sin embargo, no retrajo
el ánimo de los mirobrigenses, ya que el tiempo “aquí ha pasado desapercibido y
el encierro de los novillos y la lidia de estos se ha hecho en medio de un
diluvio, pero sin que ni en los tablados ni balcones se viera un solo claro. Estoicamente
se han aguantado chaparrones capaces de aguar todas las fiestas, y los toreros,
descalzos y calado, han inventado una variedad del arte de Montes[8] y
demostrado su naturaleza anfibia”, señalaba el corresponsal de El Adelanto. Resume también que
“revolcones los ha habido a millares, pero sin más consecuencias que salir las
víctimas de la refriega emparedadas
en fango y con algunos chichones”.
La crónica del semanario Miróbriga destaca que un novillo del
Lunes de Carnaval, lidiado en quinto lugar en el festejo vespertino, “distrajo
largo rato a los mirobrigenses”, ya que derribó la puerta de salida a la calle
Madrid para escaparse. En su huida, “seguido del gentío que es consiguiente en
tales casos”, el novillo recorrió buena parte del casco histórico, ya que tras
salir por El Registro decidió volver al casco histórico accediendo por la Rúa
del Sol y recorriendo las calles Muralla, Madrid, la plazuela del Conde,
Cadimus... hasta llegar al seminario San Cayetano, desde donde desanduvo el camino
recorrido y salió al campo por la Puerta del Conde. “En su carrera el cornúpeto
dio grandes sustos y también motivó a mil escenas cómicas”, refiere el redactor
del citado semanario local.
En general, el ganado resultó
aceptable, dando “suficiente juego en la lidia”. Por lo que respecta al
Carnaval social, el que se desarrolla en los locales mirobrigenses al uso, en
el Teatro Principal hubo un lleno completo durante las tres noches para presenciar
las zarzuelas programadas: La czarina,
Don Dinero y La mujer del molinero. La animación también llegó a los bailes,
“tanto de sociedad como públicos, arrojándose en unos y otros buena cantidad de
confetti y serpentinas”. Y en el Casino Mirobrigense se lucieron “buenos
pañuelos de Manila y riquísimos trajes de charra, ya por forasteras como por
hijas de esta localidad”, entre las que se encontraban las “señoritas de Torroba,
Llorente, Montes, Asiaín Carofa, Aparicio, Iglesias, Mateos, Navarro Tejedor,
Cuadrado, Doú y otras”, quienes “convirtieron el salón en sucursal del
paraíso”, resaltaba en su crónica Manuel Rubio Asensio, corresponsal de El Adelanto.
Sin embargo, “comparsas y disfraces
pocos han figurado en todas las fiestas”, se apunta en Miróbriga; “y salvo algún niño bien vestido, ha reinado en esta
materia poco gusto, pues no se ha salido del ordinario dominó”.
También era tradición, como colofón
al Carnaval, celebrar el llamado baile de piñata en el Casino Mirobrigense.
José Tomás de Mazarrasa, administrador apostólico de Ciudad Rodrigo y obispo
titular de Filipópolis, crítico con los festejos taurinos y las diversiones
pecaminosas, por ejemplo los bailes, había presionado a la junta directiva del
citado local para suspender el baile programado para el Domingo de Piñata. Para
dilucidar sobre este asunto, se celebró una junta general de socios que
“resultó borrascosa” –se señala en un suelto en El Adelanto- y que se remató con la dimisión de la directiva del
Casino. Se nombró una nueva junta que zanjó la polémica con el acuerdo de que
se celebrase, como era costumbre y pese a la oposición episcopal, el
tradicional baile de piñata.
[1]
Finalmente quedaría concretada en Exposición Regional de Bellas Artes e
Industria.
[2] En el
número 5 del semanario Miróbriga, de
25 de febrero de 1900, se informa, mediante una circular de la comisión
organizadora –presidida por el alcalde Luis Díez-Taravilla y Ojesto y que
contaba con Ricardo Mateos García como secretario (sería nombrado por su
trabajo en ese puesto hijo adoptivo de Ciudad Rodrigo en la sesión plenaria del
23 de junio de 1900)-, del plazo para la admisión de los trabajos: “Todos los
que deseen tomar parte en la Exposición Regional de Bellas Artes e Industrias
que se celebrará en esta ciudad en el mes de mayo tendrán presente que la
admisión de trabajos que empezó el 1º de noviembre de 1899 termina en 15 de
abril próximo; que pueden entender con el Sr. Delegado del pueblo de su residencia,
o el de la capital de su provincia, o bien directamente con la secretaría de
esta comisión para enterarse de cuantos informes quieran tener respecto a este
certamen; que los premios que se han de dar a las obras, serán de honor,
medallas de primera, segunda y tercera clase y accésit; que los trabajos que se
puedan exponer son: 1º. Cuadros al óleo, de historia, marinas, paisajes,
retratos, etc. 2º. Acuarelas, pintura escenográfica, decorativa y trabajos
hechos a pluma. 3º. Escultura y talla en madera, barro o mármol. 4º. Grabados.
5º. Bordados en blanco y colores. 6º. Flores artificiales. 7º. Restauraciones
de cuadros y esculturas. 8º. Objetos antiguos de arte. Y 9º. Los productos de
la industria y oficios de la región. Ciudad Rodrigo, 24 de febrero de 1900” .
[3] Los
planos fueron realizados por el comandante e ingeniero militar Pascual
Fernández Aceituno, mientras que la ejecución de las obras fue realizada por el
maestro de obras y solador Tomás Alonso Herrero, a la sazón concejal del
Ayuntamiento mirobrigense.
[4] MUÑOZ
GARZÓN, Juan Tomás: “De nuevo, el teatro”, Libro
de Carnaval de 1986, n.º 7, Ciudad Rodrigo, 1986, pp. 31-33.
[5] FIZ
PLAZA, Joaquín, Coord.: Canciones para
Carnaval. Ciudad Rodrigo 1890-1936, Salamanca, 2009, pp. 192-193. El
cronista hace referencia, según sus apuntes, a que el primer parque de bomberos
estuvo ubicado en la calle del Enlosado, hoy Cardenal Pacheco, en el primer
inmueble a mano derecha saliendo de la plaza. Posteriormente, a finales de
1900, el gobernador militar de la provincia y plaza de Ciudad Rodrigo, el
general de brigada Miguel Sanz y Coll, cedió al Cuerpo un local en la calle
Madrid –que posteriormente fue sala cinematográfica-, en donde, entre otras
actividades, se atendía en primera instancia a los heridos hasta allí evacuados.
[6]
AHMCR, Caja 300, Festejos de Carnaval, 1824-1912. Condiciones para la
contratación de las corridas del Carnaval de 1900: “1ª Es obligación del dueño
del ganado encerrar este y por su cuenta en la Plaza Mayor. 2ª Si algún novillo
se inutilizara después de entrar en el alar, se tasarán los perjuicios por
peritos nombrados por las partes, y su importe lo abonará el Ayunt.o,
quedando a beneficio de este la res inutilizada en absoluto y en el caso
contrario, abonará al ganadero el importe de la tasación de la inutilidad
relativa. 3ª El Ayunt.o abonará al contratista la cantidad de
quinientas pesetas por dicha corrida. 4ª La hora del encierro será entre siete
y nueve de la mañana, y el ganadero contratante se obliga a intentarlo tres
veces, por lo menos, dentro o fuera de la hora mencionada, y en caso de no
poder verificarlo, quedará relevado de toda responsabilidad, sin poder ni la
una ni la otra parte exigirla. 5ª Cada corrida se compondrá de diez novillos
mayores de tres años y se considerará corrida completa siempre que se encierren
ocho, para los efectos del pago, pero si se encerrase menos de ocho, se
abonarán los encerrados a prorrata, o sea, a razón de cincuenta pesetas cada
uno. 6ª El contratista queda responsable ante el Ayunt.o en el caso
de no cumplir lo estipulado y sujeto a la multa que le imponga, que no podrá
exceder del importe de una corrida. 7ª El pago de esta se hará por el
depositario en la misma semana en que se celebre. Al cumplimiento del presente
contrato se obligan de la manera una y solemne las dos partes contratantes y
firman conmigo, el s.rio, de que certifico”.
[7] Noticiero salmantino, de 6 de febrero de
1900: “Son muy vistosas y entretenidas estas últimas [batallas de confeti], no
por el buen orden con que se riñen, sino por la profusión de papelones,
artículo del que hoy día se adquiere mediante ‘dos perras’ cantidad suficiente
para sepultar a uno bajo una espesa
‘capa’ de papeles. Hace pocos años no sucedía esto –afirma Víctor Risueño-,
pues el confetti era aquí desconocido, teniendo que suplir su falta los activos
mirobrigenses con otro disforme e irregular, y que mucho tiempo antes de
Carnaval comenzaban a fabricar. Con este motivo, era cosa de ver familias numerosas,
tribus más bien algunas de ellas, entregadas a la tarea de picar papel, con un ardor y entusiasmo rayano en el delirio.
Provisto cada individuo de largas tijeras, reducían a pequeños fragmentos
esquelas de defunción, la correspondencia del año, poesías del zapatero
felicitando las pascuas, cédulas, bulas y en fin todo cuanto caía en sus
pecadoras manos. Hoy ya estos picadores
de papel han caído en desuso y las ‘bolsas’ del confetti son el verdadero
acontecimiento del día.
“Desde
el día de San Sebastián, las jóvenes van por doquier luciendo preciosas
‘bolsas’ de raso que, rellenas de confetti la menor parte de las veces, llevan
colgando unas de su blanca muñeca, otras de su bien torneado cuello y algunas a
estilo de faltriqueras atadas a su estrecha cintura. Es grandísima la animación
que todas estas bromas carnavalescas llevan a los paseos, sobre todo al de los
soportales de la plazuela de Béjar, adonde acuden palpitantes de emoción y el
corazón rebosando de contento todas las bellas de este pueblo tan feliz como
zumbón”.
[8] Se
refiere al diestro gaditano Francisco de Paula José Joaquín Juan Montes Reina,
más conocido por su nombre artístico. Paquiro (1805-1851).
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