Ciudad Rodrigo,
como el resto de España, estaba padeciendo las consecuencias de la debacle
colonial. Pero, además, en la vieja Miróbriga, en los últimos años se venía produciendo
otro desastre de clara incidencia en la crisis social que se arrastraba a la malherida
patria. Aquí se había suprimido la audiencia, habían desaparecido la denominada
“administración subalterna”, la de la Zona, la de la Reserva... Y como era
lógico, incidiendo en el patriotismo de que siempre había hecho gala el
colectivo mirobrigense, estaba la incidencia provocada por “el gran contingente
que ha dado para la defensa del honor nacional, los muchos voluntarios que han
ido con tan patriótico fin y los muchísimos emigrantes que, luchando por la
existencia, han abandonado con dolor su cuna en busca de terrenos prósperos y
hospitalarios”, exponía El Clarín en
su número de 6 de febrero en un artículo de opinión que tituló ¡Abajo la fusta!. Porque “cada una de
las causas enumeradas es más que suficiente para producir los desconsoladores
efectos, que todos lamentamos, y cuyas terribles consecuencias sufrimos”.
En la misma línea se expresaba el
corresponsal de El Adelanto. Un mes
después, el 3 de marzo, rebasado ya el Carnaval de 1898: “Será verdad, o mejor
dicho, lo es, que España atraviesa por la más aguda crisis que la generación
actual ha conocido; pero todo esto no empece para que la gente se divierta y
espere impasible el día de la catástrofe”. Porque, “así somos, y la misión del
cronista ha de limitarse a narrar hechos y no a disfrazar verdades, a pretexto
de que estas son desconsoladoras”.
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Y en efecto, si la crisis obrera era
general en España, en Ciudad Rodrigo, tierra de labradores y jornaleros, era
aún más virulenta: “Las clases trabajadoras han pasado un invierno tristísimo,
en el que a la falta de trabajo se ha unido, para hacerlo más insoportable, el
alto precio que han alcanzado los artículos de primera necesidad”. Y no era de
extrañar que la “paciencia de los pobres” se fuera agotando con las “punzadas
del hambre”, traducidas en contubernios “poco tranquilizadores para los
espíritus reflexivos”, advertía el cronista del citado diario provincial. Y
así, por ejemplo, denuncia que “corren rumores de que los acaparadores,
buscando su negocio en las necesidades del pueblo, han hecho gran acopio de
granos, y tales afirmaciones y el temor de que falte pan para el consumo, hace
que la gente este bastante soliviantada”. Y aunque el Ayuntamiento intentó
aplacar esta situación que podía degenerar en un inminente conflicto social,
“el actual estado de las cosas demanda remedios más heroicos y no paliativos
que, en definitiva, nada han de resolver”.
Y quienes realmente podían
esforzarse en buscar soluciones, la clase política, estaban enfrascados en unas
elecciones a diputado a cortes por el distrito de Ciudad Rodrigo –en pleno
desarrollo carnavalesco- evidentes en su resultado, fruto del caciquismo
orientado desde el gobierno: “El candidato ministerial, el señor marqués de Flores-Dávila[1],
apoyado en la decisiva influencia de que aquí disfruta el señor Sánchez Arjona[2], será
el diputado por este distrito en las próximas Cortes, si no ocurre algo anormal”,
vaticinaba el corresponsal de El Adelanto.
Y nada anómalo ocurrió, puesto que el escrutinio fue demoledor a su favor:
5.712 votos frente a los 2.112 que obtuvo el otro candidato, Eduardo Piñero.
Pero las elecciones serían después
del Carnaval. Ahora los mirobrigenses y sus autoridades estaban enfrascados en
su organización. El 8 de enero el Consistorio decide la procedencia de las
corridas: dos, domingo y martes, las aportaría el ganadero guinaldés Juan
Aparicio y la restante el también propietario mirobrigense Anacleto
Sánchez-Villares. Y siguiendo una costumbre inveterada, una comisión municipal[3] se
desplazó el 31 de enero a Fuenteguinaldo, permaneciendo allí una jornada. Según
apunta El Clarín, regresaron “con
toda felicidad, elogiando las condiciones de los novillos”.
En la misma sesión plenaria, la del
8 de enero, el alcalde, Juan Ballesteros, había dado cuenta de que “un
aficionado al toreo” había remitido una carta pidiendo autorización para capear
los novillos junto a sus compañeros, solicitando al efecto una subvención
municipal, pretensión que caería en saco roto al argumentar el Consistorio que
la “diversión es pública”, no sometiéndose a financiación alguna por participar
en ella.
Siguiendo con los preparativos
carnavalescos, una semana antes de que se iniciase el antruejo –se
desarrollaría del 20 al 22 de febrero- se da cuenta en la prensa local de la iniciativa
de un grupo de personas para organizar “una gran mascarada, que saldrá el
próximo domingo de Carnaval y que ha de superar en mucho a la que el año pasado
nos divirtió y que llamó la atención por su gran novedad”, se apunta desde El Clarín, semanario que, tras perfilar
algunos detalles de la iniciativa, critica el mal idiosincrásico que entonces
también corroía al elemento mirobrigense: “No nos atrevemos a calificar el
carácter de estos honrados convecinos nuestros; pero es lo cierto que, en
cuanto a algún desgraciao, con la
mejor buena fe, se le ocurre una idea feliz... ¡le cayó la lotería!; todos los
demás se aúnan y confabulan contra él; hácenle una oposición sistemática; se le
veja, se le insulta y se llega hasta llamarle loco. Así es que nada práctico se
hace”, se lamenta el redactor del citado semanario mirobrigense. Y pone otro
ejemplo: “Ahí tenemos el Círculo Mercantil recientemente creado. ¿A qué ha
venido? Suponemos que a nada; pasará, desgraciadamente, como nube de verano”.
Si la pretendida cabalgata había
creado expectación, al igual que la iniciativa del citado Círculo Mercantil que
se afanaba en constituir una “gran comparsa” para desfilar el Martes de
Carnaval junto a “una magnífica carroza”, representando a todos los gremios de
la localidad, no había menos expectación por la iniciativa generada por un grupo
de amigos que estaban dispuestos a adquirir un “bravo y hermoso toro de pura
raza para darle muerte en la Plaza Mayor el último día de Carnaval”. La
propuesta se concretó el jueves lardero, 17 de febrero. Lo refiere El Clarín: “El jueves se verificó, con
grande animación y entusiasmo, la traída del bravo toro que ha de ser lidiado
el Martes de Carnaval por la cuadrilla mirobrigense de aficionados al arte
taurino, y su encierro en el foso de la muralla, hecho por unos cuarenta
jinetes. El bicho cogió, ya dentro del foso y sin consecuencias desagradables,
a uno de los que se ocupaban en separarlo de los cabestros”.
El Carnaval de 1898 se presentaba, visto
este bagaje, “con gran variedad y animación”, pese a la crisis que anclaba
cualquier atisbo de futura alegría. No obstante, recordaba El Clarín, que la “clase obrera” tendría “una peseta que gastar,
porque suponemos que nuestra joven y celosa primera autoridad, haciendo un
sacrificio, dará trabajo en esta semana a todo el que quiera, como se viene
haciendo desde tiempo inmemorial, con el fin de que la mayoría del vecindario y
los muchos forasteros que, como siempre, vendrán a honrarnos con su presencia,
se diviertan y queden conformes y satisfechos”.
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Todo estaba preparado para acometer
un Carnaval que se presentaba “animadísimo: grandes comparsas, toros de muerte,
bravos novillos, compañía de zarzuela, bailes de máscaras en el Casino
Mirobrigense, en el Universal, en la Sociedad, en La Panera, en las Columnas,
en el Círculo Mercantil la noche del lunes, además de los que se improvisen de
candil y en la vía pública”, compendiaba El
Clarín. Pero ese estado de felicidad inherente al preámbulo carnavalesco,
fue constreñido de alguna manera por dos sucesos “desagradables” –tildaba el
corresponsal de El Lábaro- que
finalmente no tuvieron trascendencia, aunque en principio hizo temer
consecuencias mayores. Primero fue la gravedad en que trocó la enfermedad de José
Tomás de Mazarrasa, administrador apostólico de Ciudad Rodrigo. Se temió por su
vida. De hecho, se le administró el sacramento de la unción de enfermos, el
santo viático, ante la alarmante situación en que degeneraba su estado físico:
“El acto del santo viático resultó a la par que solemne conmovedor, puesto que
todo el pueblo concurrió con cirios, habiéndose agotado todos los que había en
las cererías”, señala el citado periódico provincial[4].
Además, a la vista del deterioro de la salud de Mazarrasa, el alcalde decidió
suspender, previa indemnización a los músicos y a los dueños del local, los
bailes que la Sociedad de Artesanos organizaba en un inmueble inmediato al
Palacio Episcopal.
Afortunadamente, como reseñaba la
prensa local y provincial, el administrador apostólico civitatense, cumpliendo
los deseos de la mayoría de los mirobrigenses[5],
recuperó su salud, mientras el Carnaval seguía adelante después de haber
soportado y superado también el susto que ocasionó el fuego declarado a primera
hora de la mañana del Lunes de Carnaval, tras el encierro, en el palacio que
entonces pertenecía a la condesa de Canilleros[6], la
casona de los Águila en la calle hoy dedicada a Juan Arias: “Empezó
prendiéndose una chimenea, tomando al principio grandes y alarmantes proporciones
por salir de aquella fuertes llamas; afortunadamente, y habiendo acudido inmediatamente
las autoridades e infinidad de personas, pudo sofocarse el voraz incendio sin
que se haya tenido que lamentar desgracia personal y siendo las pérdidas materiales
de escasa importancia”, refería la crónica de El Lábaro.
Aunque ya se había entrado en harina
cuando ocurrieron los referidos sucesos, el Carnaval de 1898, “teatro de juerga
continua”, se había adelantado al jueves lardero con el peculiar encierro que
protagonizó el toro de muerte del Martes de Carnaval, encerrado en el foso para
disfrute de los aficionados:
“Como
la gente taurina,
que
desde el jueves se unió,
y
con gran sombra rompió
los
moldes de la rutina”.
Y llegó el Domingo de Carnaval con el
protagonismo de los novillos del guinaldés Juan Aparicio, quien repetiría el
martes: “En la mañana del domingo ya estaba la muralla llena de mirobrigense y
forasteros deseosos de ver la entrada de los bichos que, con la atención de las
gentes bien nacidas, nos rindieron galantes saludos al pasar por la calle Madrid”,
señala Fatigas en la crónica de El Clarín,,
para quien este primer día se contó con “tiempo, novilleros y ganado
superiores”, aunque con algún susto:
Hubo sustos y gritaron,
porque un bicho se escapó
y en un portal se metió
hasta que al fin lo sacaron.
De “superiores cornúpetos” tilda
Fatigas el encierro que presentó el Lunes Anacleto Sánchez-Villares, de cuyo
resultado en la plaza expresa en estos ripios:
Cándido los capeó,
con buen arte y arrogancia:
es de admirar la elegancia
con que siempre se portó.
Loores merece el Rifeño,
que es entendido y valiente
y le es cosa indiferente
sea el toro eral o cuatreño.
No omitiré al madrileño
apellidado Carmona,
que es bellísima persona
y torea con afán.
Por último, ¿qué dirán
de ese otro que se encona
delgadito, rubio y fino?,
que es en el arte taurino
un prócer, un buen capote
y por cierto que un garrote
hízole saltar un trino.
Todos los demás repito
que estuvieron de ¡ole ya!
y aunque yo no diga na
a todos les felicito.
Los bailes, la otra cara de la misma moneda carnavalesca, estuvieron
“todos animadísimos; los jóvenes galantes, las damas encantadoras en extremo y
los músicos armónicos y soplando a la maravilla” hasta las cuatro de la mañana,
refiere el citado semanario local. Y el Teatro Principal también contó las
sesiones por llenos para ver la actuación de la compañía de zarzuela, aunque,
“a pesar de sus esfuerzos y de su vehemente deseo de agradar al público
mirobrigense, no logró conseguirlo”, matiza el redactor de El Clarín.
El remate del Carnaval de 1898
llegaría con los bailes de piñata que acogieron los salones de los distintos
establecimientos de sociedad o públicos, todos ellos desarrollados con mucha
animación, caso de los del Círculo Mercantil o del Casino Mirobrigense, sin
obviar los del Arrabal de San Francisco. En esa misma jornada dominical, en La
Caridad, propiedad de Juan Aparicio, se celebró una “jira campestre a la que
asistió la crème de la sociedad
mirobrigense y en las que los jóvenes demostraron en la lidia y muerte de un
becerro su sangre torera”, señalaba el corresponsal de El Adelanto, destacando también que “hubo bastantes revolcones y se
hizo derroche de alegría”.
[1]
Manuel de Aguilera y Gamboa, Guzmán, Zúñiga, Pacheco, Osorio, Moctezuma,
Contreras, Melo de Portugal... XVI Marqués de Flores Dávila por renuncia de su
hermano Enrique. Manuel nació el 25 de agosto de 1848 y falleció el 6 de
febrero de 1899. No llegó a ejercer un año su representación por el distrito de
Ciudad Rodrigo. “Es hermano del marqués / de Cerralbo y liberal, / lo cual no
creo que tenga / nada de particular”; coplilla de M. García Rey en Diputados fin de siglo (segunda hornada),
1898.
[2] Luis
Sánchez-Arjona y Velasco. Nacido en Fregenal de la Sierra (Badajoz) el 26 de
octubre de 1848. Fue elegido senador por la provincia de Salamanca en las
legislaturas 1896-1898 y 1898-1899, renunciando a esta última tras ser nombrado
senador vitalicio por real decreto en abril de 1898. Se trata de un personaje
de mucha influencia en la Corte y, por supuesto, en Ciudad Rodrigo. Falleció en
esta localidad el 23 de enero de 1934.
[3]
Estaba integrada por el alcalde, Juan Ballesteros González; el regidor síndico,
Juan Gasch Carnicer; y los concejales Germán Sánchez Aparicio, Antonio Giménez
y Miguel Cid, junto al alguacil, Jesús Cuadrado. Lógicamente acompañados por el
ganadero.
[4] El
corresponsal de El Lábaro se explayó
en su artículo del 22 de febrero destacando la fidelidad del pueblo
mirobrigense hacia su prelado: “Desde la Catedral al Palacio [Episcopal] y en
dos filas, estaban con velas todos los seminaristas internos, por entre los
cuales pasamos otros dos ordenadas filas con gran recogimiento y silencio; bajo
palio era llevado el Santísimo por el señor deán asistido de los canónicos más
antiguos, señores magistral y Ortega; todo el Cabildo en traje de coro iba a
las inmediaciones del palio, que era llevado por los señores senador Sánchez
Arjona, juez de instructor, alcalde, primer teniente de alcalde, regidor
González y ayudante del general; el farol lo llevaba el canónigo señor Mediero;
también asistió con toda su cera la Hermandad de San José, de la que es
presidente honorario nuestro reverendísimo prelado; detrás del palio seguían
infinidad de mujeres casi todas con luces; en todos los semblantes se notaba la
pena y el disgusto, habiendo tenido ocasión de observar que de varios ojos se
deslizaban lágrimas, como muestra del sentimiento que embarga su alma...”
[5] No
hay que olvidar que José Tomás de Mazarrasa fue un declarado antitaurino y, por
extensión, anticarnavalesco, por lo que también se granjeó una notoria
adversidad entre los aficionados a los festejos taurinos.
[6] María
Consolación de Porres y Mendoza, VI condesa de Canilleros y II marquesa de
Altares, nacida en Brozas (Cáceres) el 21 de septiembre de 1836 y fallecida en
Madrid el 15 de enero de 1901.
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