La crisis
económica y social, con un paro obrero galopante y una carencia de recursos
para las inversiones necesarias que favoreciesen la ocupación laboral, iba
minando a la sociedad mirobrigense, especialmente al campesinado y a los
operarios de distintos gremios, todos ellos vinculados con la construcción. No
era una crisis puntual. Ciudad Rodrigo y toda España estaban ancladas en una
crisis permanente, arrastrada durante décadas gracias a la incapacidad de los
distintos gobiernos, incluso regímenes, que habían generado la desconfianza y
el descontento general.
La irrupción de la II República nada
nuevo trajo para Ciudad Rodrigo, aparte del baile de alcaldes incapaces de dar
solución a los problemas que acuciaban a la ciudadanía. La radicalización de
posturas iba concretándose a medida que avanzaba el régimen republicano. Las
afiliaciones políticas y sindicales eran prácticamente normativas para intentar
vislumbrar el futuro, llegando al caso de que eran denunciados aquellos obreros
que carecían de carnet o afiliación sindical.
El Parque de Artillería en 1927, antes de que se convirtiera en la sede del Instituto de Segunda Enseñanza |
No había trabajo, ni nada que llevar
a casa para alimentar a la familia. Era un caldo de cultivo, una bomba de
relojería con el tiempo fijado. Pasaba en otras localidades, en otras regiones
y en toda España. La espita estaba abierta y comenzó a derramarse el fluido del
desencanto en forma de paros, de huelgas generales reivindicando algo tan
fundamental como el trabajo. Ocurrió también en Ciudad Rodrigo a mediados de noviembre
de 1932. El día 12 se declaró huelga general, auspiciada por el campesinado y
los trabajadores de la construcción. Unas 600 personas se sumaron en principio
a la convocatoria abanderada por UGT Se unió el comercio y demás servicios.
Hubo negociaciones infructuosas con las autoridades provinciales, quienes,
incapaces de ofrecer soluciones, apostaron por la represión mandando 50
elementos de la guardia de asalto a Ciudad Rodrigo. Era una huelga formalmente
ilegal, pero tranquila, sin más incidentes que los derivados de una marcha
cívica que acabó arrojando piedras a los escaparates de aquellos
establecimientos que habían decidido abrir sus puertas, abandonando la huelga.
Habían pasado varios días y los ánimos se caldeaban, sobre todo por la
inoperancia de las autoridades locales y provinciales. Sin embargo, pese a esos
puntuales incidentes, el paro obrero careció de tintes violentos, como
reconocieron todos los medios nacionales que siguieron puntualmente los
acontecimientos de Ciudad Rodrigo.
A mediados de diciembre, un mes
después de desatada la huelga, comenzó a vislumbrarse una salida al conflicto.
Las obras para la construcción del canal del Águeda y acequiar la vega del río
y el inminente comienzo de la reforma del antiguo cuartel de artillería para
convertirlo en sede del instituto local de segunda enseñanza[1],
junto con las obras municipales previstas –sobre todo pavimentación de calles y
plazas-, favoreció la suspensión de la huelga general, comprometiéndose las
formaciones políticas y sindicales a subsanar y hacerse cargo de los daños
causados, especialmente por la rotura de las lunas de escaparates de diversos
establecimientos.
Se acercaba la Navidad y un nuevo
año estaba a la vuelta de la esquina. El parche estaba puesto, pero no era la
solución. Incluso el católico semanario Mirobriga,
que había visto cómo se suspendía su publicación entre el 6 de agosto y el 4 de
diciembre de 1932 por su desafección con el régimen[2],
quería ver signos de recuperación, una puerta abierta al futuro inmediato con
la llegada de 1933: “Encauzado y puede decirse que conjurado el paro obrero,
merced a las obras del pantano y a las del nuevo instituto, hállase el
ayuntamiento, y con él cuantos mirobrigenses se interesan por el bienestar del
pueblo, en condiciones de planear detenidamente los medios necesarios para
preveer el futuro sin prisas agobiadoras, que casi siempre determinan
soluciones menos convenientes...[3]” Pero
la realidad sería otra. El apósito colocado para paliar la crisis obrera se
desprendió en los primeros meses de 1933, desatando una nueva huelga general
que comenzaría a las 11 de la mañana del 25 de abril.
José Andrés y Manso |
Un día antes del inicio de la
huelga, lunes, el comité de los huelguistas había difundido un comunicado con
sus reivindicaciones. La primera no dejaba dudas de la gravedad de la
situación: “Expulsión de los obreros foráneos que trabajan en la localidad”.
Las otras peticiones se centraban en la adjudicación de obras para el
mantenimiento de carreteras o el reinicio de los trabajos en el canal y presa
del Águeda.
Las gestiones del alcalde con el ministro de Obras Públicas, Indalecio
Prieto, -le envió un telefonema- dieron como resultado el compromiso por
escrito del citado ministerio para afrontar de inmediato reparaciones en el
firme en algunos tramos de dos carreteras del Estado: la de Salamanca a La
Alberguería de Argañán y la de Ciudad Rodrigo al puente del Guadancil, además
de la vía a Fermoselle. Y se comprometió a licitarlas de inmediato en La
Gaceta de Madrid.
En la tarde del domingo, 30 de abril, el comité huelguista, el alcalde y
el presidente de la federación obrera, José Andrés y Manso, alcanzaron un
principio de acuerdo para suspender la huelga: el compromiso para colocar
durante 20 días a 66 de los 103 obreros parados en aquel momento.
[1] La
subasta para la ejecución de las obras fue adjudicada al constructor salmantino
Ramón Centeno Hernández por un montante de 214.900,92 pesetas.
[2] Fue
una disposición gubernativa –Ministerio de la Gobernación- que afectó a un
centenar de periódicos españoles. Al reanudar la publicación, el que había sido
hasta entonces director del semanario mirobrigense, el canónigo Joaquín Román
Gallego, dejó la dirección motivado oficialmente por razones personales
–laborales-; fue sustituido por el también sacerdote José María Blanco.
[3] Miróbriga, número 545, de 1 de enero de
1933. Portada del semanario.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por participar en esta página.