Herrasti, después de la
capitulación de Ciudad Rodrigo el 10 de julio de 1810, y como respuesta al
libro que escribió Policarpo Anzano,[1]
que consideraba que no se ajustaba del todo a lo que realmente ocurrió, quiso
plasmar en unas memorias[2]
los sucesos que desencadenaron la rendición de la plaza. De esta forma también
refleja los preparativos y, dentro de estos, la ejecución de las distintas
obras para mejorar la defensa de Ciudad Rodrigo, aunque las lamentaciones por
la falta de caudales eran evidentes: “Pero la escasez de medios con que nos
hallábamos para activar las obras necesarias, hacer acopios suficientes de
víveres, reparar muchas partes de la fortificación que lo exigían, etc., no
permitía que se pudiesen llevar a debido efecto los presupuestos que se
formaron…”[3]
y que fueron suscritos por el brigadier Juan de Belesta, por el comandante de
artillería Francisco Ruiz Gómez y por el teniente coronel e ingeniero Nicolás
Verdejo, por lo que “tuvimos que ceñirnos a sólo lo más urgente, trazándose y
empezándose a construir inmediatamente una batería en figura de revellín sobre
la plaza de armas que estaba a la derecha de la puerta del Conde, entre ésta y
la de San Pelayo, frente del convento de Santo Domingo, que además de cubrir
una gran parte de los recintos principal y falsabraga, tenía la ventaja de
defender el flanco derecho del arrabal de San Francisco, sus bocacalles,
porción del Campo de Toledo y batía la parte de las huertas de los Cañizos y
todas sus avenidas; cuyo trabajo, aunque grande, costoso y de prolija
ejecución, se logró concluir enteramente y llegó a servir en los últimos
ataques con mucha utilidad para nuestra defensa.”[4]
Grabado del asalto francés tras abrir la brecha en la Puerta del Rey |
Señala también Herrasti que “en
el arrabal de San Francisco se trazaron y pusieron en ejecución igualmente
varias obras que lo cercaban, proponiéndonos dilatarlas hasta el teso de San
Francisco por la izquierda, y a la altura de las canteras por la derecha, en
cuyos extremos debían establecerse dos reductos, y fortificados al mismo tiempo
los conventos de Santo Domingo, Santa Clara y San Francisco”, con lo que
“formaba entonces el todo una línea ventajosísima para la defensa de aquel
frente, pues debía tener dicho reducto de la izquierda una línea de
comunicación dirigida hacia la otra batería construida ya anteriormente en la
plaza de armas frente al tesillo del Calvario, que pasando por él había de
estar coronado también por otro reducto. Y el de la derecha, igualmente con su
comunicación, quedaba defendido en parte por dicho revellín, poniéndose a
cubierto de este modo el arrabal y teso, que eran los puntos más esenciales que
debíamos sostener.”[5]
Esa era la intención. La
realidad fue otra: “De este proyecto sólo pudieron verificarse el foso y
parapetos del frente del arrabal, las cortaduras de sus calles, las aspilleras
de los conventos y algunos otros apostaderos en los flancos para colocar tropa
de defensa, no habiendo habido tiempo ni medio para todo lo demás”, se
lamentaba el brigadier Andrés Herrasti.
En sus memorias, el gobernador
refiere también la actuación seguida con la rémora que suponía el convento de la Trinidad , que, “por estar
situado a tiro de pistola de las murallas de la plaza, sobre la derecha del
frente de la puerta del Conde, era uno de los padrastros que más nos podían
perjudicar en el caso de un sitio”. Por ello, “se procedió inmediatamente a
demolerlo, aprovechando sus materiales para la construcción del revellín dicho
(a que se dio el nombre de San Andrés), y con la mayor parte de los escombros
se rellenaron al mismo tiempo muchas desigualdades y barrancos del terreno inmediato
al glacis, que igualmente podrían sernos perjudiciales”.[6]
Las obras también afectaron a
los parajes situados junto a las canteras de Santo Domingo. Aquí se hizo “una
cortadura (a costa de los sargentos del cuerpo de Urbanos de la plaza, que se
ofrecieron a ello) para impedir la comunicación a un camino cubierto que
naturalmente formaba el terreno, y por el cual podían los enemigos dirigirse a
todo salvo a establecer una batería de morteros contra la plaza sin que
pudiésemos impedirlo”. Además, se taló toda la alameda que “desde la salida del
arrabal de San Francisco formaba doble paseo hasta la
Cruz Tejada ” y “se derribó el lado de la
cerca del convento de Santa Cruz, que miraba a la plaza, que exterior del
recinto por el frente de Sancti Spíritus podía también, ocupada por los
enemigos, servirles de apostadero para tirar a cubierto con fusilería contra
los recintos de ella. Igualmente, se demolió la casa y tapias de la huerta
exterior de enfrente del convento de San Francisco, que era otro punto donde
podían alojarse con ventaja en el caso de un sitio.”[7]
Plano con la situación del sitio de Ciudad Rodrigo de 1810 |
Más adelante, Herrasti señala
que “en el interior de los recintos de la falsabraga y muralla alta, después de
colocar correspondientemente toda la artillería de que eran susceptibles, dando
de nuevo a las troneras y situación de las piezas menores las direcciones que
parecieron más convenientes, según los flancos de la plaza y las dominaciones
exteriores que indicaban el ataque, se formaron varios espaldones de
salchichones, tierra y tepes para cubrir las enfiladas y resguardar nuestra
artillería que los fuegos enemigos pudieran establecer contra ella.”[8]
Después señala el gobernador las
actuaciones seguidas para proteger el remanente de pólvora con que contaba la
plaza, cargando la bóveda de la torre de la Catedral , lugar principal para guarecer el
acopio, aunque también se distribuyeron menores cantidades de pólvora en varias
bodegas de casas particulares, apuntaladas y cargadas convenientemente para
este cometido.
Además de múltiples preparativos
para mitigar los efectos del sitio, Herrasti ordenó abrir puertas a las
habitaciones de las casas contiguas a la muralla, siempre que tuviesen
reconocida resistencia, para que sirviese de cuerpos de guardia a la tropa de
la guarnición. Asimismo, se compusieron algunas banquetas de los dos recintos,
levantando unas y rebajando otras con proporción a las necesidades, y se
hicieron acopios de tierra en el terraplén del frente del ataque. Dada la
estrechez del adarve, se dispusieron otros montones en la plazuela de Amayuelas
y parajes próximos.
Recuerda Herrasti que también se
hicieron cinco cuerpos de guardia en la falsabraga para el abrigo de la tropa
que los guarnecía, “construyéndolos y techándolos con la piedra, madera y tejas
de las oficinas accesorias el convento de la Trinidad demolido.”[9]
Por último, se recorrió la parte escarpada frente al Águeda, entre las puertas
de Santiago y de La Colada ,
construyendo “pozos de lobo en unas partes, cortaduras en otras y poniendo
estacadas que imposibilitaban el acceso.”[10]
Todos estos trabajos se
realizaron gracias a los préstamos de varias personas acaudaladas y residentes
en la localidad mirobrigense, ya que en los cinco meses anteriores tan sólo se
habían recibido 400.000 reales de la Junta
Central para acometer las obras de defensa de la plaza de
Ciudad Rodrigo, una cantidad claramente insuficiente, ya que la tesorería no
tenía ni recaudaba un cuarto, con los oficiales de la guarnición a media paga y
a cuatro cuartos los soldados.
Los preparativos para poner en
defensa Ciudad Rodrigo ante el inminente asedio francés, debido a las distintas
dificultades señaladas, quedan en poco más que intenciones ante la fuerza que
despliega el ejército napoleónico, comandado entonces por el mariscal Masséna,
tras montar el tren de sitio arropado por miles de solados. Se inician los
bombardeos que ponen a prueba las defensas. La artillería se acomoda en el
padrastro del Teso de San Francisco y, después de un tanteo, con bombardeos
dirigidos a la ciudad con el fin de atemorizar a sus habitantes, el día 26 de
junio se empieza a batir en brecha el torreón de la puerta del Rey, que sucumbiría
al día siguiente.
Plano que describe la ejecución del asalto de las tropas napoleónicas a la plaza fuerte mirobrigense |
Era el principio del fin. La
perseverancia de la artillería hizo imposible los esfuerzos de la guarnición
mirobrigense por reconstruir la brecha que se agrandaba a medida que pasaban
los días. Fue tal la acción, la virulencia con la que se empleó el ejército
napoleónico que, según cuenta Herrasti, “toda la falsabraga y muralla alta,
desde la puerta del Conde hasta Sancti Spíritus [era] era un cúmulo de ruinas
que no permitían siquiera limpiarse.”[11]
La plaza capitularía el 10 de julio, convertida en una ruina, y con las
defensas, si así podían llamarse, todavía más diezmadas. Pese a todo, “la plaza
se sostuvo 77 días (desde el 25 de abril hasta el 10 de julio de 1810, que
capituló a las seis y media de la tarde) embestida y atacada por tres cuerpos
de tropas del ejército francés, reunidos bajo el mando del mariscal Ney, cuyo
número ascendía –dice Andrés Herrasti en sus memorias- de 65.000 a 70.000 hombres de
todas armas. Dieciséis días completos y continuados la batieron sin
intermisión, y bombardearon por todos los puntos de su interior y recintos, con
cuarenta y seis piezas de superior calibre de todas clases, arruinando
enteramente todas sus obras, baterías, murallas, desde el frente de Sancti
Spíritus hasta la puerta del conde, quitándole todos los fuegos de aquella
parte de los ataques y formando una brecha de dieciocho a veinte toesas de
anchura, llena ya del todo los últimos días y tan fácil que el gobernador y su
estado mayor bajaron por ella a capitular y volvieron a subir por la misma
después de haberlo ejecutado.”[12]
Además, “todos los edificios contiguos al expresado frente atacado, hasta un tercio
del interior de la ciudad, estaban a la rendición tan totalmente destruidos que
el cúmulo de escombros no permitía el tránsito de unos parajes a otros, ni daba
lugar para formar defensas interiores, ni aun para poder colocar la tropa a la
observación de los movimientos de los enemigos. En el resto de la ciudad y de
sus recintos no quedó un palmo de terreno sin ruinas, ni fábrica alguna que no
hubiese padecido, siendo tan espantoso el destrozo que formaron con más de
setenta y cinco mil tiros de artillería de todas clases que arrojaron sobre
ella, que con dificultad podrá haberse reparado, sino se ha reedificado de
nuevo la mayor parte del caserío y de la fortificación,”[13]
vaticinaba el defensor de Ciudad Rodrigo cuando dio a imprenta sus memorias.
Crítico se mostró Herrasti al
comentar la perspectiva y justificaciones que expresaron los franceses, en una
descripción de Masséna, sobre la resistencia de Ciudad Rodrigo. “Nos oponía en
esta parte (la que después batieron en brecha) un recinto muy elevado, formado
por un inmenso macizo de piedra de sillería –‘cuyo inmenso macizo derribaron y
arruinaron a las 12 horas de batirlo’, afirma con sorna el gobernador- y
precedido de un primer recinto regular, bien revestido con un buen foso –‘que
se bajaba a él de un saldo’, glosa Andrés Herrasti- y una contraescarpa
igualmente revestida.”[14]
[1]
ANZANO, Policarpo. El sitio de Ciudad
Rodrigo o Relación circunstanciada de las ocurrencias sucedidas en esta plaza
desde 25 de abril de este año en que empezaron su sitio los franceses al mando
del Mariscal Massena hasta 10 de Julio del mismo, que entraron en ella a las
siete de aquella tarde... Junta Superior de Gobierno, imp. Cádiz, 1810.
[2] PÉREZ
DE HERRASTI, ANDRÉS. Relación histórica y
circunstanciada de los sucesos del sitio de la plaza de Ciudad-Rodrigo en el
año de 1810 hasta su rendición al exército (sic) francés, mandado por el
principe Slingh, el 10 de Julio del mismo/ formada por Andrés Pérez de
Herrasti... Repullés, imp. Madrid, 1814.
[3]
Ibídem. Pág. 4.
[4]
Ibídem.
[5]
Ibídem. Pág. 4 y 5.
[6]
Ibídem. Pág. 5 y 6.
[7]
Ibídem. Pág. 6.
[8]
Ibídem. Pág. 6 y 7.
[9]
Ibídem. Pág. 8.
[10]
Ibídem. Pág. 9.
[11]
Ibídem. Pág. 51
[12] Ibídem.
Pág. 104 y 105.
[13]
Ibídem.
[14]
Ibídem. Pág. 120 y 121
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