viernes, 6 de febrero de 2015

Apuntes sobre la fortificación de Ciudad Rodrigo (IX)

Herrasti, después de la capitulación de Ciudad Rodrigo el 10 de julio de 1810, y como respuesta al libro que escribió Policarpo Anzano,[1] que consideraba que no se ajustaba del todo a lo que realmente ocurrió, quiso plasmar en unas memorias[2] los sucesos que desencadenaron la rendición de la plaza. De esta forma también refleja los preparativos y, dentro de estos, la ejecución de las distintas obras para mejorar la defensa de Ciudad Rodrigo, aunque las lamentaciones por la falta de caudales eran evidentes: “Pero la escasez de medios con que nos hallábamos para activar las obras necesarias, hacer acopios suficientes de víveres, reparar muchas partes de la fortificación que lo exigían, etc., no permitía que se pudiesen llevar a debido efecto los presupuestos que se formaron…”[3] y que fueron suscritos por el brigadier Juan de Belesta, por el comandante de artillería Francisco Ruiz Gómez y por el teniente coronel e ingeniero Nicolás Verdejo, por lo que “tuvimos que ceñirnos a sólo lo más urgente, trazándose y empezándose a construir inmediatamente una batería en figura de revellín sobre la plaza de armas que estaba a la derecha de la puerta del Conde, entre ésta y la de San Pelayo, frente del convento de Santo Domingo, que además de cubrir una gran parte de los recintos principal y falsabraga, tenía la ventaja de defender el flanco derecho del arrabal de San Francisco, sus bocacalles, porción del Campo de Toledo y batía la parte de las huertas de los Cañizos y todas sus avenidas; cuyo trabajo, aunque grande, costoso y de prolija ejecución, se logró concluir enteramente y llegó a servir en los últimos ataques con mucha utilidad para nuestra defensa.”[4]

Grabado del asalto francés tras abrir la brecha en la Puerta del Rey
Señala también Herrasti que “en el arrabal de San Francisco se trazaron y pusieron en ejecución igualmente varias obras que lo cercaban, proponiéndonos dilatarlas hasta el teso de San Francisco por la izquierda, y a la altura de las canteras por la derecha, en cuyos extremos debían establecerse dos reductos, y fortificados al mismo tiempo los conventos de Santo Domingo, Santa Clara y San Francisco”, con lo que “formaba entonces el todo una línea ventajosísima para la defensa de aquel frente, pues debía tener dicho reducto de la izquierda una línea de comunicación dirigida hacia la otra batería construida ya anteriormente en la plaza de armas frente al tesillo del Calvario, que pasando por él había de estar coronado también por otro reducto. Y el de la derecha, igualmente con su comunicación, quedaba defendido en parte por dicho revellín, poniéndose a cubierto de este modo el arrabal y teso, que eran los puntos más esenciales que debíamos sostener.”[5]
Esa era la intención. La realidad fue otra: “De este proyecto sólo pudieron verificarse el foso y parapetos del frente del arrabal, las cortaduras de sus calles, las aspilleras de los conventos y algunos otros apostaderos en los flancos para colocar tropa de defensa, no habiendo habido tiempo ni medio para todo lo demás”, se lamentaba el brigadier Andrés Herrasti.
En sus memorias, el gobernador refiere también la actuación seguida con la rémora que suponía el convento de la Trinidad, que, “por estar situado a tiro de pistola de las murallas de la plaza, sobre la derecha del frente de la puerta del Conde, era uno de los padrastros que más nos podían perjudicar en el caso de un sitio”. Por ello, “se procedió inmediatamente a demolerlo, aprovechando sus materiales para la construcción del revellín dicho (a que se dio el nombre de San Andrés), y con la mayor parte de los escombros se rellenaron al mismo tiempo muchas desigualdades y barrancos del terreno inmediato al glacis, que igualmente podrían sernos perjudiciales”.[6]
Las obras también afectaron a los parajes situados junto a las canteras de Santo Domingo. Aquí se hizo “una cortadura (a costa de los sargentos del cuerpo de Urbanos de la plaza, que se ofrecieron a ello) para impedir la comunicación a un camino cubierto que naturalmente formaba el terreno, y por el cual podían los enemigos dirigirse a todo salvo a establecer una batería de morteros contra la plaza sin que pudiésemos impedirlo”. Además, se taló toda la alameda que “desde la salida del arrabal de San Francisco formaba doble paseo hasta la Cruz Tejada” y “se derribó el lado de la cerca del convento de Santa Cruz, que miraba a la plaza, que exterior del recinto por el frente de Sancti Spíritus podía también, ocupada por los enemigos, servirles de apostadero para tirar a cubierto con fusilería contra los recintos de ella. Igualmente, se demolió la casa y tapias de la huerta exterior de enfrente del convento de San Francisco, que era otro punto donde podían alojarse con ventaja en el caso de un sitio.”[7]
Plano con la situación del sitio de Ciudad Rodrigo de 1810
Más adelante, Herrasti señala que “en el interior de los recintos de la falsabraga y muralla alta, después de colocar correspondientemente toda la artillería de que eran susceptibles, dando de nuevo a las troneras y situación de las piezas menores las direcciones que parecieron más convenientes, según los flancos de la plaza y las dominaciones exteriores que indicaban el ataque, se formaron varios espaldones de salchichones, tierra y tepes para cubrir las enfiladas y resguardar nuestra artillería que los fuegos enemigos pudieran establecer contra ella.”[8]
Después señala el gobernador las actuaciones seguidas para proteger el remanente de pólvora con que contaba la plaza, cargando la bóveda de la torre de la Catedral, lugar principal para guarecer el acopio, aunque también se distribuyeron menores cantidades de pólvora en varias bodegas de casas particulares, apuntaladas y cargadas convenientemente para este cometido.
Además de múltiples preparativos para mitigar los efectos del sitio, Herrasti ordenó abrir puertas a las habitaciones de las casas contiguas a la muralla, siempre que tuviesen reconocida resistencia, para que sirviese de cuerpos de guardia a la tropa de la guarnición. Asimismo, se compusieron algunas banquetas de los dos recintos, levantando unas y rebajando otras con proporción a las necesidades, y se hicieron acopios de tierra en el terraplén del frente del ataque. Dada la estrechez del adarve, se dispusieron otros montones en la plazuela de Amayuelas y parajes próximos.
Recuerda Herrasti que también se hicieron cinco cuerpos de guardia en la falsabraga para el abrigo de la tropa que los guarnecía, “construyéndolos y techándolos con la piedra, madera y tejas de las oficinas accesorias el convento de la Trinidad demolido.”[9] Por último, se recorrió la parte escarpada frente al Águeda, entre las puertas de Santiago y de La Colada, construyendo “pozos de lobo en unas partes, cortaduras en otras y poniendo estacadas que imposibilitaban el acceso.”[10]
Todos estos trabajos se realizaron gracias a los préstamos de varias personas acaudaladas y residentes en la localidad mirobrigense, ya que en los cinco meses anteriores tan sólo se habían recibido 400.000 reales de la Junta Central para acometer las obras de defensa de la plaza de Ciudad Rodrigo, una cantidad claramente insuficiente, ya que la tesorería no tenía ni recaudaba un cuarto, con los oficiales de la guarnición a media paga y a cuatro cuartos los soldados.
Los preparativos para poner en defensa Ciudad Rodrigo ante el inminente asedio francés, debido a las distintas dificultades señaladas, quedan en poco más que intenciones ante la fuerza que despliega el ejército napoleónico, comandado entonces por el mariscal Masséna, tras montar el tren de sitio arropado por miles de solados. Se inician los bombardeos que ponen a prueba las defensas. La artillería se acomoda en el padrastro del Teso de San Francisco y, después de un tanteo, con bombardeos dirigidos a la ciudad con el fin de atemorizar a sus habitantes, el día 26 de junio se empieza a batir en brecha el torreón de la puerta del Rey, que sucumbiría al día siguiente.
Plano que describe la ejecución del asalto de las tropas napoleónicas a la plaza fuerte mirobrigense
Era el principio del fin. La perseverancia de la artillería hizo imposible los esfuerzos de la guarnición mirobrigense por reconstruir la brecha que se agrandaba a medida que pasaban los días. Fue tal la acción, la virulencia con la que se empleó el ejército napoleónico que, según cuenta Herrasti, “toda la falsabraga y muralla alta, desde la puerta del Conde hasta Sancti Spíritus [era] era un cúmulo de ruinas que no permitían siquiera limpiarse.”[11] La plaza capitularía el 10 de julio, convertida en una ruina, y con las defensas, si así podían llamarse, todavía más diezmadas. Pese a todo, “la plaza se sostuvo 77 días (desde el 25 de abril hasta el 10 de julio de 1810, que capituló a las seis y media de la tarde) embestida y atacada por tres cuerpos de tropas del ejército francés, reunidos bajo el mando del mariscal Ney, cuyo número ascendía –dice Andrés Herrasti en sus memorias- de 65.000 a 70.000 hombres de todas armas. Dieciséis días completos y continuados la batieron sin intermisión, y bombardearon por todos los puntos de su interior y recintos, con cuarenta y seis piezas de superior calibre de todas clases, arruinando enteramente todas sus obras, baterías, murallas, desde el frente de Sancti Spíritus hasta la puerta del conde, quitándole todos los fuegos de aquella parte de los ataques y formando una brecha de dieciocho a veinte toesas de anchura, llena ya del todo los últimos días y tan fácil que el gobernador y su estado mayor bajaron por ella a capitular y volvieron a subir por la misma después de haberlo ejecutado.”[12] Además, “todos los edificios contiguos al expresado frente atacado, hasta un tercio del interior de la ciudad, estaban a la rendición tan totalmente destruidos que el cúmulo de escombros no permitía el tránsito de unos parajes a otros, ni daba lugar para formar defensas interiores, ni aun para poder colocar la tropa a la observación de los movimientos de los enemigos. En el resto de la ciudad y de sus recintos no quedó un palmo de terreno sin ruinas, ni fábrica alguna que no hubiese padecido, siendo tan espantoso el destrozo que formaron con más de setenta y cinco mil tiros de artillería de todas clases que arrojaron sobre ella, que con dificultad podrá haberse reparado, sino se ha reedificado de nuevo la mayor parte del caserío y de la fortificación,”[13] vaticinaba el defensor de Ciudad Rodrigo cuando dio a imprenta sus memorias.
Crítico se mostró Herrasti al comentar la perspectiva y justificaciones que expresaron los franceses, en una descripción de Masséna, sobre la resistencia de Ciudad Rodrigo. “Nos oponía en esta parte (la que después batieron en brecha) un recinto muy elevado, formado por un inmenso macizo de piedra de sillería –‘cuyo inmenso macizo derribaron y arruinaron a las 12 horas de batirlo’, afirma con sorna el gobernador- y precedido de un primer recinto regular, bien revestido con un buen foso –‘que se bajaba a él de un saldo’, glosa Andrés Herrasti- y una contraescarpa igualmente revestida.”[14]


[1] ANZANO, Policarpo. El sitio de Ciudad Rodrigo o Relación circunstanciada de las ocurrencias sucedidas en esta plaza desde 25 de abril de este año en que empezaron su sitio los franceses al mando del Mariscal Massena hasta 10 de Julio del mismo, que entraron en ella a las siete de aquella tarde... Junta Superior de Gobierno, imp. Cádiz, 1810.
[2] PÉREZ DE HERRASTI, ANDRÉS. Relación histórica y circunstanciada de los sucesos del sitio de la plaza de Ciudad-Rodrigo en el año de 1810 hasta su rendición al exército (sic) francés, mandado por el principe Slingh, el 10 de Julio del mismo/ formada por Andrés Pérez de Herrasti... Repullés, imp. Madrid, 1814.
[3] Ibídem. Pág. 4.
[4] Ibídem.
[5] Ibídem. Pág. 4 y 5.
[6] Ibídem. Pág. 5 y 6.
[7] Ibídem. Pág. 6.
[8] Ibídem. Pág. 6 y 7.
[9] Ibídem. Pág. 8.
[10] Ibídem. Pág. 9.
[11] Ibídem. Pág. 51
[12] Ibídem. Pág. 104 y 105.
[13] Ibídem.
[14] Ibídem. Pág. 120 y 121

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