Unas pinceladas sobre uno de los otrora elementos de la arquitectura religiosa mirobrigense que con el paso de los tiempos tuvo distintos cometidos. Me refiero a una de las joyas que se encuentran en el otrora Campo del Trigo, hoy plaza del poeta Cristóbal de Castillejo: el
que fue convento de las Franciscas Descalzas, convertido más tarde en cárcel
pública y restaurado recientemente para albergar una residencia asistencial.
Decoración de la portada de la iglesia. Foto del Portal Fuenterrebollo |
Señala
el historiador Mateo Hernández Vegas que el lugar en donde se erigió el
convento de las Descalzas era en el siglo XIV palacio episcopal, y “en él vivió
el obispo resucitado don Pedro Díaz, que según antiguas referencias murió en el
sitio preciso que ocupa el coro bajo. En tiempo de Felipe V se edificó en estos
solares un cuartel, comprando para ello una casa contigua a doña Melchora
Pacheco. Inutilizado éste, Fr. Gregorio Téllez compró el solar, construyendo el
convento e iglesia que Ciudad Rodrigo debía mirar con la más profunda
veneración, por campear en su fachada una de las primeras efigies, quizá la primera
en España, del Sagrado Corazón de Jesús. En 1810, las religiosas tuvieron que abandonar
el convento, que fue convertido de nuevo en cuartel de artillería; en 1814
pudieron reunirse en una casa próxima, que les donó doña Dorotea de Amezti; en
1819 les fue devuelto el convento, que no pudieron habitar hasta el año
siguiente, para salir de él definitivamente en la exclaustración [No obstante,
las monjas siguieron en el convento hasta 1869, cuando ya vieron obligadas
irremisiblemente a abandonarlo]. Hasta este tiempo (1820) la iglesia fue
cárcel; ahora lo es todo el edificio”, señalaba en 1935 el citado historiador
local.
“La
iglesia y convento se terminaron en 1739. A 19 de agosto de dicho año, la abadesa y
religiosas Descalzas piden al Cabildo que las acompañe cuando se trasladen al
nuevo convento. El Cabildo acuerda aceptar la invitación, hacer al día
siguiente de estar allí las monjas una función solemne, en la que predicará el
magistral, imprimir el sermón, salir a recibirlas cuando vengan a la Catedral,
dar velas a todo el clero para la procesión y dar de comer a las religiosas el día
que el Cabildo haga la función. La hizo el domingo, 22 de noviembre”, apunta
Hernández Vegas.
José Secall y Asión. Proyecto de reforma del Convento de las Franciscas Descalzas. Plantas. 1870. |
Abunda
José Ramón Nieto en la peripecia que siguieron las monjas Franciscas Descalzas
hasta encontrar un aposento estable, después de su peregrinaje que describe con
fruición Jesús Sánchez Terán en sus Guerras
increntas. Se trató de las conocidas como ‘guerras de las paredes’, una
sucesión de sedes conventuales, más o menos consentidas en algunos casos, y que
en otros contaron con una notoria oposición. “El nuevo convento –señala Nieto, refiriéndose al inmueble que nos
atañe- ocupa un amplio solar irregular que da a tres calles; todo el edificio
es de sillería, pero a pesar de la fecha de su construcción no se malgastaron
caudales en su decoración, concentrada sólo en la portada de la iglesia. Ni
siquiera el claustro principal va dotado de arquerías, sólo existe una pequeña
galería arquitrabada en lo alto de una de las crujías, en la que está en contacto
con la iglesia. Las solerías alternan enchinarrado vulgar y ladrillo y las
techumbres se resolvieron con sencillas armaduras holladeras. Además de los
paramentos exteriores también se utilizó la piedra para los recercos de las
puertas interiores y hornacinas, a modo de alacenas de las celdas. Los dos
pisos entran en comunicación a través de una escalera pétrea que arranca bajo
arco semicircular en el ala de poniente. Existe además otro pequeño patio hacia
naciente”.
Continúa
con la descripción afirmando que “la iglesia se eleva en la fachada principal;
es de planta de cajón con tres tramos más el de la tribuna, cerrado con rejas.
Las bóvedas son de medio cañón con lunetos y en los muros de la nave -como es
frecuente en templos conventuales- se abrieron arco para cobijar retablos, trasladados
en los años cincuenta la iglesia del Seminario. Destaca sólo su portada con
arco adintelado, recorrida por un quebrado bocelón. Lateralmente cierran la
puerta columnas rematadas con adornos apiramidados. En el eje aparece el escudo
de Castilla y León sobre placa recortada y una representación entre adornos de
considerable bulto del Corazón de Jesús, devoción que se estaba imponiendo por
aquél entonces, así se afirma en la ciudad que constituye una de sus primeras
muestras plásticas”. La obra fue encomendada al arquitecto Manuel de Larra
Churriguera.
Vista parcial del inmueble religioso que se utilizó como cárcel |
Respecto
al cambio de función del cenobio, señala Nieto que “como otros muchos, el
convento fue suprimido y convertido en cárcel; primero sólo la iglesia en 1820 y
después todo él, según proyecto firmado por José Secall que, en 1870, afirma en
su memoria que había sido cedido recientemente por el Gobierno supremo de la Nación para cárcel del partido judicial de
Ciudad Rodrigo y que dicho cenobio reúne
escelentes condiciones, que explica diciendo la posibilidad de habilitar
zonas independientes para las diversas clases de presos, la existencia de
patios, sólidos muros de sillería y mampostería, etc., pero él mismo reconoce
que esta cárcel no puede presentarse como
modelo de los últimos adelantos. Él -como no podía ser de otra manera- es
consciente de que está reutilizando un edificio conventual, no proyectando de
nueva planta uno carcelario, por lo tanto está determinado por toda una serie
de pies forzado pero no obstante afirma que la nueva cárcel podrá acoger con
comodidad una población reclusa de 93 personas.” También parte del edificio se
destinaba a juzgados que han estado funcionando allí hasta hace ya cerca de dos
década.
Parte de diana del recuento de presos de la cárcel pública de Ciudad Rodrigo en noviembre de 1915 |
“La readaptación del convento a cárcel
–aclara José Ramón Nieto- y de la intervención de Secall, que presupuestó las
obras –un buen capítulo lo constituían rejas, puertas y solerías- en 4.987
escudos”, se puede observar en la cartografía que se conserva. “La recepción de
las obras la firmó el arquitecto en 1872, con lo que hay que pensar que la
presión entraría en funcionamiento” y que así continuó hasta que fue
desestimado este uso, pasando a ser utilizado como almacén municipal durante
varias décadas, mientras que la iglesia-capilla, adscrita al Obispado, era
también utilizada como depósito de imágenes y otros enseres de uso religioso.
Finalmente, tras verificarse la propiedad del inmueble a favor del Obispado,
éste lo vendió a un particular que lo ha transformado en residencia para
mayores.
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