martes, 3 de febrero de 2015

El Carnaval en torno a 1868: conato de suspensión de las corridas

Una nueva corporación se estrena con 1867. Estaba presidida por el abogado Lope Doménech y Bustamante[1]. La situación de la economía municipal no era nada boyante, más bien lo contrario, como se vería en una decisión adoptada a finales de año. Pero de momento, se inicia el año con la pauta vinculada a la organización de los festejos taurinos de un Carnaval tardío, que se presentaba el 3 de marzo. En esta ocasión surgió en el seno del consistorio un debate motivado por la ubicación del tradicional coso taurino, ya que la renovación del acerado de la parte baja de la Plaza de la Constitución generó dudas sobre el retranqueo de los palenques para evitar agujerear el enlosado por los anclajes necesarios.

La huelga, cuadro de Robert Koehler en 1866
Se convocó un pleno monográfico el 12 de febrero. Se meditó y discutió sobre el cierro de la plaza, llegándose al acuerdo de que se hiciera el cerco por los mismos sitios que en años anteriores sin introducir alteración alguna, una resolución que no fue compartida por los ediles Felipe Briega, Cayetano Sendín y Ventura Sánchez León, quienes opinaron que se variase sacándolo fuera de la acera nuevamente construida.
Aunque se había tomado el acuerdo, la presentación de un escrito firmado por varios vecinos en el que solicitaban al ayuntamiento que se replantease la resolución sobre el cierro de la plaza, definiendo el cerco fuera de la acera, motivó otro debate en la sesión del 18 de febrero, con posicionamientos distintos y planteamientos divergentes, derivando en una votación que determinase si se revocaba el acuerdo del pleno anterior o, por el contrario, se mantenía la resolución adoptada en aquella sesión. El resultado fue de empate, por lo que el voto de calidad del alcalde resolvería el equilibrio de la votación. Se definió el cierro de la plaza siguiendo la pauta tradicional, aunque, para evitar que quedase como una decisión del alcalde, este comunicó en la sesión del día 12 de marzo, ya pasado el antruejo, que el regidor Felipe Briega –votó la modificación de la plaza fuera del acerado- tenía que haberse abstenido del debate y, por supuesto de la votación, siguiendo la letra de las ordenanzas municipales, en concreto en su artículo 12: Cuando se tratare algún asunto que interese al presidente, a algún concejal o a algún pariente de estos hasta el cuarto grado, no podrá el interesado asistir a las deliberaciones ni al acuerdo que el ayuntamiento adopte y que se le comunicará después.
Isabel II al final de su reinado
El coso taurino se mantuvo inalterado en este y sucesivos carnavales, tal y como prácticamente estuvo definido en las décadas y siglos anteriores. Pero, como se ha dicho, la situación económica que vivía Ciudad Rodrigo no era ajena a la crisis que asfixiaba a toda España. Si en 1866 había estallado la primera gran crisis financiera, con la quiebra de varias sociedades de crédito, en 1867, con proyección al año siguiente, se sumó una crisis de subsistencias motivadas por el lastre de las malas cosechas que generó la carestía de productos básicos, como el pan, que determinaron sublevaciones populares en distintos puntos de la geografía española. La crisis de subsistencias se vio agravada por el crecimiento del paro provocado por la crisis económica desencadenada por la crisis financiera, afectando sobremanera el sector de las obras públicas y la construcción. Una situación explosiva que supondría, un año después, la revolución septembrina que derrocaría el régimen de Isabel II, dando paso al periodo conocido como sexenio democrático que buscaba un nuevo sistema de gobierno en España.
Esta situación general de crisis económica, financiera y de subsistencias tuvo en Ciudad Rodrigo tal impacto que, en la sesión plenaria del 28 de diciembre de 1867, el día de los Santos Inocentes, la corporación municipal, teniendo presente la escasez de recursos y las circunstancias de la localidad, acordó que no haya funciones de novillos en el próximo Carnabal, reservándose determinar el sustituir las funciones de novillos con la distribución de limosnas, medio más adecuado y propio para remediar las necesidades de la clase pobre.
La decisión fue conocida por la población de forma inmediata, pero no había conformidad con que el acuerdo adoptado por la corporación se pusiera en práctica. El caldo de cultivo generado con la ‘inocentada’ de eliminar las corridas del Carnaval había ido nutriendo una respuesta contraria entre los distintos sectores mirobrigenses. Se haría público ese malestar durante la festividad de San Sebastián, presentándose en la casa consistorial varias personas, que después de manifestar que, sin embargo de serles conocidos los plausibles motivos que habían estimulado a la corporación para acordar que no hubiera novillos en el próximo Carnaval, no podían menos de significar los deseos casi unánimes de la población para que no se suprimiesen las novilladas en el año actual. Los motivos en los que asientan esta propuesta vecinal son evidentes, atendiendo a la antigua costumbre que viene observándose, y al perjuicio que se ha de ocasionar a la industria, puesto que faltará la concurrencia de forasteros que con motivo de las funciones suele haber en tales días.
Juan Prim
El planteamiento fue tomado en consideración por la municipalidad, teniendo presente que si bien al acordar que no hubiera novillos fue guiada de un buen deseo, como quiera que sea manifiesta la oposición pública a favor de esas funciones, dispuso suspender lo resuelto en la sesión última y que en este año se celebren como en los anteriores las corridas de novillos, comisionando para gestionar los festejos taurinos a los regidores Custodio Jiménez, Antolín Sierro, Antonio Hernández y Manuel Nava.
Hubo, pues, corridas de novillos en el Carnaval de 1868 pese a la penuria que acongojaba a la población y al propio ayuntamiento, que buscaba en las obras públicas, sobre todo acerado o enrollado de calles y plazas, una vía de escape para la situación calamitosa que suponía para cientos de familias el paro obrero y la escasez y carestía de productos básicos. Era una situación compartida con el resto del país que hacía prácticamente insostenible al gobierno y al régimen isabelino, desencadenando el pronunciamiento ideado por el general Juan Prim a mediados de septiembre en Cádiz, creando la primera junta popular. La revolución se fue extendiendo hasta acabar con el destronamiento de Isabel II y el inicio del sexenio democrático.
Alegoría de la revolución del 29 de septiembre
En Ciudad Rodrigo se formó el primer ayuntamiento popular tras conocer el éxito del pronunciamiento y su adhesión al mismo. Fue designado alcalde el presidente del partido progresista, Diego Parreño, quien se rodeó de buena parte de los cargos relevantes de esa formación política[2]. Se trataba de un gobierno municipal provisional que fue sustituido al iniciarse 1869 por el que presidió Leopoldo Muñoz de la Peña y Pozo[3] tras las elecciones de diciembre y que tuvo que enfrentarse al importantísimo problema del paro, que sería acuciado por la pésima cosecha de este año.


[1] Es autor de Recuerdos históricos de Ciudad Rodrigo o Leyendas tradicionales mirobrigenses, libro editado en Ciudad Rodrigo, en la imprenta de Pedro Tegeda, en 1880. Encontramos una carta testamentaria publicada tras su muerte en La Semana Católica de Salamanca, año II, número 70, de 20 de abril de 1887, pp. 275-278, en la que da cuenta de su “conversión” a la religión católica tras momentos de duda existencial que embargaron su vida durante bastantes años.
[2] La corporación estaba integrada, además del alcalde, por los concejales José Santiago García, José Cuesta, Agustín Guitián, Fernando García Perianes, Antonio Cabrera, Francisco Martín, José Montero, Juan Antonio Morales, entre otros.
[3] El consistorio mirobrigense se completaba con José Montero, como segundo alcalde, y los ediles Agustín Guitián, Antonio Cabrera, Francisco Martín, Eugenio Hernández, Francisco Forns, José Forns, Diego Toribio, Hilario Sánchez, José Alonso Montes, Ladislao Sánchez Manzano, Juan Valls y José Romo Mesa.

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