sábado, 5 de septiembre de 2015

Antecedentes y desarrollo del Carnaval de 1917 (I)

El desarrollo de la I Guerra Mundial, con la neutralidad española, mostraba también sus consecuencias en Ciudad Rodrigo. España vivió en este año de 1917 una crisis con varios frentes abiertos, manifiestos en la época estival, que hicieron peligrar al propio gobierno y al sistema de Restauración instaurado por Cánovas y Sagasta: un movimiento militar con la creación de las novedosas juntas de defensa; el desafío político incentivado por la burguesía catalanista que cuestionaba las bases del sistema ideado por conservadores y liberales a finales del siglo XIX y que se concretó en una asamblea de parlamentarios considerada sediciosa por el jefe del gobierno, Eduardo Dato; y un movimiento social que desencadenaría una huelga revolucionaria en agosto, aplacada por el gobierno con una intervención militar en Cataluña y, entre otras iniciativas, la implantación de la censura previa en la prensa.

            Ciudad Rodrigo no fue ajena a todo esto. Los movimientos, tímidos siempre, se produjeron especialmente en la clase trabajadora, la más afectada por la política económica que deparaba el conflicto bélico mundial: la buena época para los negocios favorecía a la burguesía industrial y comercial o la oligarquía terrateniente y financiera, pero al mismo tiempo produjo una escalada de precios (el crecimiento de la producción real de bienes y servicios no se traduce en aumento de oferta interna por las exportaciones) que no iba acompañada por subidas similares en los salarios. Mientras que los beneficios alcanzaron tasas de crecimiento extraordinariamente importantes, descendió notablemente el nivel de vida de las clases populares, fundamentalmente del proletariado urbano e industrial, que aun así era el que demostró más capacidad de presión para mantener continuadas subidas salariales.
            Aunque en las zonas rurales la situación parecía diferente –pese al efecto inflacionista, la disponibilidad más directa de alimentos amortiguaba sus consecuencias para el pequeño campesinado-, la realidad era de una total crudeza para los jornaleros sin tierra propia, la mayoría en el caso de la socampana mirobrigense. Si a eso se añade la imperante crisis de trabajo que se manifestó en Ciudad Rodrigo en los últimos meses de 1916 y los primeros de 1917, acuciada por un periodo de lluvias inusual, parece evidente que la efervescencia social, reivindicativa, buscase una base donde apoyarse para paliar su penosa situación, al tiempo que reclamaba solidaridad para atajar lo que se presentaba a corto plazo como una crisis con una proyección insospechada y que, en el caso de la localidad mirobrigense, tendría su estallido en 1918.
            Pase lo que pase –ahí estuvo, por ejemplo, la trágica riada de 1909-, los mirobrigenses disfrazan su penosa situación socioeconómica cuando se acerca el Carnaval. Parece que las penas son menos, que todo el mundo se pone de acuerdo para abrir un paréntesis fraguado tal vez no en el olvido, pero sí en un desprecio a la cruda realidad. Eso de que más cornadas da el hambre, en Ciudad Rodrigo se diluye en tiempo de carnestolendas. Es más, se antoja que el Carnaval es un periodo atemporal, rayano con el surrealismo, y del que, de alguna manera, todos se benefician.
            La crisis social y económica que atenazaba a los jornaleros mirobrigenses al inicio de 1917 promovió una iniciativa vinculada al Carnaval para intentar mitigar la situación calamitosa de los más débiles. Se fue gestando durante semanas, pero no fue hasta las vísperas del antruejo cuando se concretó, cuando tomo cuerpo el proyecto de celebrar el Miércoles de Ceniza una corrida a beneficio de los obreros mirobrigenses: “Se gestionó y consiguió la cesión gratuita del ganado que había de ser lidiado, preparándose los concejales a hacer un donativo de su bolsillo particular; se esperaba, fundadamente, que los dueños de las casas con balcones a la plaza acudirían a la suscripción, juntamente con sus invitados; y se descontaba, como indiscutible, que los postores de los tablados, obreros en su mayoría, dilatarían su demolición por veinticuatro horas, y en ellas los pondrían a disposición del Ayuntamiento para obtener un ingreso que aliviara la miseria, o cuanto menos aplacara, por unos días, el hambre de sus compañeros”, argumentaba el semanario Avante a toro pasado, es decir, el 24 de febrero –el Carnaval se había desarrollado del 18 al 20- y, por tanto, con todos los detalles de lo acontecido.
            La iniciativa quedó en eso. La decepción, más bien la sorpresa, fue evidente: “Llamados esos privilegiados obreros a la Alcaldía y rogados al efecto, todos, a excepción de dos o tres, se negaron rotundamente a una cesión que en nada perjudicaba a los cedentes y en cambio beneficiaba, sobremanera, a los cesionarios. Ellos sí estaban dispuestos a sacrificarse dejando los tendidos armados un día más, mas su producto había de redundar, como los demás días, en su beneficio...”, refería el citado semanario antes de criticar a diestro y siniestro: “Buen ejemplo de solidaridad obrera. Bien es verdad que aquí, en nuestro pueblo, reciben el nombre de obreros muchos sujetos cuyo solo oficio es el de paseante, patronos, propietarios o ambiciosos que medran a costa del verdadero proletario”.
            Eso vino a ser el remate del Carnaval. Su inicio parte de la contratación de las corridas. El 29 de enero el Ayuntamiento firma el contrato con los ganaderos que iban a aportar los 30 novillos para el antruejo de 1917, que procedían del industrial mirobrigense Eusebio Manuel Hernández Pérez; del labrador Marino Risueño Bernal, también vecino de Ciudad Rodrigo pero con residencia en la dehesa Gazapos; y Clemente Castaño Alfonso, igualmente vecino mirobrigense y que vivía en la dehesa de Ivanrey[1].
            Las condiciones del contrato vienen a ser similares respecto a los años anteriores, fijándose el precio de cada corrida en 750 pesetas, “setenta y cinco pesetas por cada novillo que se encierre, sea lidiado y no resulte manso”. El Ayuntamiento se compromete, mejor dicho, “procurará” por medio de sus agentes municipales, “impedir que con intención se espante por el público el ganado”, y velará para que los novillos sean los elegidos por la comisión de Festejos, bajo amenaza de multa en caso de constatar que se ha cometido fraude.
            Contratadas las corridas y adjudicado el cierre de la plaza, así como la construcción de los tablados, la inspección de los tendidos correrá a cargo del maestro carpintero Manuel Sánchez y de Pedro Lorenzo, hijo de Justo Lorenzo, inspector de obras municipales, quien, al no poder asumir su cometido en el día previsto -sábado previo al Carnaval- por tener que ausentarse de la localidad, con fecha 12 de febrero comunica al alcalde, Anacleto Sánchez-Villares, el nombre de sus sustitutos, quienes velarán, entre otras cosas, para que “el último asiento de los tablados n.º 18 al 26, no han de exceder de tres metros de altura medidos en la vertical de dicho asiento[2]”.
Banda del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Ciudad Rodrigo
            Otro problema está latente en la antesala del Carnaval. El pasado año fue agredido un bombero que se encargaba de la atención sanitaria. El Ayuntamiento consideró que los bomberos no son agentes de la autoridad al ser preguntado en la instrucción judicial, y surgió el enfrentamiento con esta benemérita institución mirobrigense: “Señor alcalde, ¿por qué ese tesón en no pedir este año el servicio sanitario del Real Cuerpo de Bomberos para el servicio de la plaza durante las corridas de Carnaval?”, inquiría públicamente el semanario Avante. “¿Es que la camilla municipal donde se transportan toda clase de enfermos y los cadáveres al depósito, es preferible a la de Bomberos que después de convenientemente desinfectada sirve solamente para heridos; o es que los dependientes de su digna autoridad han contraído méritos que antes no tenían y son mayores que los de esos... voluntarios que son nuestro orgullo y a quienes se recurre siempre que a esta ciudad viene alguien de viso, para enseñarle la mejor cosa que tenemos?”.
            No hubo respuesta. Al menos no fue publicada en los medios locales ni provinciales, ignorando también si finalmente los bomberos participaron en los festejos taurinos como venían haciendo desde su fundación, en 1900. De lo que sí se dio cuenta en la prensa fue de la contratación de la Banda del Cuerpo de Bomberos para amenizar el Carnaval de... Vitigudino.
            Llega el Carnaval y “Ciudad Rodrigo huye de ese espectáculo repugnante de las máscaras callejeras y de la chabacanería de comparsas y murgas, sin más gracia y arte que las grotescas vestimentas de los que las forman, y desde tiempo inmemorial se ha esforzado en dar a estas fiestas una nota de diversión y alegría propias de toda la población progresista. He presenciado este año el Carnaval en la vecina histórica ciudad –se explica en El Adelanto Bienvenido Moreno Rodríguez, abogado de nuevo cuño y colaborador de este diario provincial-, y he sacado la impresión de que Ciudad Rodrigo es sencilla y pulcra, al par que aristocrática, de ambiente francamente amable y cortés que gusta de la diversión sana, natural, fortalecedora”. Lógicamente, “para eso organiza la típica fiesta nacional: novilladas en que campea el buen humor y es el regocijo, sobre todo, de los innumerables forasteros que de los pueblos inmediatos afluyen a Ciudad Rodrigo”.
El Carnaval, pues, en Ciudad Rodrigo son los toros. Las comparsas, las murgas, los disfraces es algo adocenado, de mal gusto, afirma este incipiente abogado metido a periodista, que justifica de esa manera la decadencia del antruejo en otros lugares. Cierto es que desde siempre la esencia del Carnaval mirobrigense ha sido taurina. De hecho, el centro de las crónicas periodísticas se basaba en ese elemento, quedando en segundo plano las referencias sociales, concretadas en el desarrollo de los bailes en las sociedades o en los locales públicos, y las representaciones teatrales. Pero no se puede obviar, así lo hacen otras referencias periodísticas, tal vez también en otros momentos, la importancia que para el antruejo han tenido y tendrán las comparsas y las murgas, la otra cara de la moneda del Carnaval rodericense.

[1] AHMCR. Ibídem. “En Ciudad Rodrigo, a veinte y nueve de enero de mil novecientos diez y siete, la comisión de Festejos de este ilustre Ayuntamiento y D. Eusebio Manuel Hernández Pérez, industrial y vecino de esta ciudad, para el Martes de Carnaval; D. Marino Risueño Bernal, vecino de esta ciudad, con residencia en la dehesa de Gazapos, para el Domingo de Carnaval; y D. Clemente Castaño Alfonso, vecino de esta ciudad, con residencia en la dehesa de Ivanrey, para el Lunes de Carnaval, reunidos en la Casa Consistorial con objeto de formalizar esta escritura de contrato para que dichos señores proporcionen las corridas de novillos que se han de celebrar los días 18, 19 y 20 de febrero del año actual, sujetándose a las condiciones siguientes:
1ª. Es obligación del dueño del ganado encerrar este por su cuenta en la Plaza Mayor.
2ª. Si algún buey o novillo se inutilizara después de entrar en el alar, se tasarán los perjuicios por el perito que nombre el Ayuntamiento y su importe lo abonará este último, quedan a beneficio de dicha entidad la res inutilizada en absoluto; y en caso contrario, abonará al ganadero el importe de la tasación de la inutilidad relativa. Cuya inutilidad e uno u otro caso precisará el veedor municipal, como único perito, cuando salta del alar el ganado una vez terminados los desencierros, cuya operación presenciará si lo desea el ganadero para en aquellos actos hacer las observaciones que estime oportunas a los efectos relacionados, y si el referido veedor no hubiera podido en dichos desencierros precisar con absoluta seguridad los defectos del ganado, se concederán al ganadero solamente cuarenta y ocho horas siguientes a aquellos para que pueda reclamar indemnización por los accidentes sufridos y justificar que provienen estos de la corrida, encierro o desencierro.
3ª. El ilustre Ayuntamiento abonará al contratista la cantidad de setenta y cinco pesetas por cada novillo que se encierre, sea lidiado y no resulte manso.
4ª. La hora del encierro será de ocho de la mañana en adelante y el ganadero contratante se obliga a intentarlo tres veces por lo menos y en caso de no poder verificarlo quedará relevado de toda responsabilidad, sin poder la una ni la otra parte exigirles. El Ayuntamiento procurará por medio de sus agentes impedir que con intención se espante por el público el ganado.
5ª. La corrida se compondrá de diez novillos mayores de tres años que no hayan sido lidiados ni trabajados; pero si se encerrasen menos novillos, se abonarán los encerrados al precio dicho en la cláusula tercera.
6ª. El contratista queda responsable ante el ilustre Ayuntamiento en el caso de no cumplir lo estipulado y sujeto a la multa que se le imponga, que no podrá exceder del importe de la corrida.
7ª. El contratista ganadero no podrá encerrar otros novillos que los elegidos en el día de hoy por la comisión de Festejos, pues caso contrario incurrirá el ganadero en la multa que se le imponga, los cuales habrán de rendir las condiciones expresadas en la cláusula tercera.
8ª. El pago de la corrida se hará por el depositario de la Corporación en la misma semana en que se celebre la corrida.
Al cumplimiento del presente contrato se obligan de la manera más solemne las partes contratantes y firman en el lugar y fecha antes indicados.” [Rubricado]
[2] Ibídem.

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