lunes, 3 de febrero de 2020

En torno al farinato: I. Tierra de procedencia

Mucho tiempo. Demasiado tiempo sin mover, sin activar este blog. Otros cometidos me han ocupado en un amplio y denso periodo, ciertamente con más o menos éxito. Eso no es ahora lo que me comete, sino cumplir con algo que he venido anunciando en distintos momentos, que he pulsado con varias personas y que, estoy seguro, puede generar alguna controversia por el calado que pudiera alcanzar en una parcela del chovinismo local. No es esta mi intención, pero, repito, no dejará indiferente a nadie, al tiempo que espero sirve para asentar uno de los capítulos de una de las facetas de la historia local que todavía se mueve entre tinieblas documentales, porque realmente muy poco se ha investigado y trasladado al escrito sobre uno de los elementos sustanciales de la gastronomía local, que nos ha dado fama y orgullo, incluso un popular gentilicio aparejado, para muchos rodericenses, a una especial forma de ser. Queda claro que me estoy refiriendo al farinato, al vilipendiado y enfatizado embutido de la Tierra de Ciudad Rodrigo, ese que nos identifica y nos sirve de apelativo.
            Digo que poco, relativamente documentado en fuentes al uso, se ha escrito del farinato más allá de finales del siglo XIX. Y casi siempre vinculando el embutido con nuestra tierra, aunque en no pocas ocasiones su origen se hace extensivo al resto de la provincia, con especial insistencia en la capital, tal vez por esa competencia secular que ha mantenido con Ciudad Rodrigo en distintos frentes y por distintos motivos.
            Hace unos meses, buscando información sobre la prensa local para un trabajo en ciernes, me llamó la atención una curiosa carta que un tal M. A. D., posiblemente de oficio eclesial, escribía al presbítero Francisco Prieto Torres, a la sazón redactor y responsable del Semanario erudito y curioso de Salamanca, y que se publicó en el número 572, correspondiente al 11 de septiembre de 1798. La carta comienza con elucubraciones sobre qué podría aportar nuestro protagonista a la sociedad, un proyecto que pudiese ser provechoso a la sociedad; siguiendo así el ejemplo de infinidad de sabios que, conducidos de las mismas ideas, nos enseñan el camino de trabajar en obsequio de la felicidad pública,  ideas, a la verdad, que más que nunca se ven hoy grabadas en el corazón del hombre con generalidad, y que han sido el origen, de un sin número de inventos beneficiosos a la humanidad. ¡Felices días en que con tanto placer registran nuestros ojos, tan benéfica ocupación de los mortales! ¡Y feliz yo si pudiese llegar a ocupar algún lugar entre héroes tan esclarecidos!
            Y continúa avanzando en sus devaneos para ser recordado en la posteridad: Esta gloria, por la que suspiraba con ansia, no dejaba de darme ánimo y valor para la empresa; mas encontrábame luego con un poderoso obstáculo que me detenía, y era el reflexionar no había ya materia que hubiese dejado de tocarse, y por consiguiente que me faltaba sugeto a que poder dirigir mi conato. Y reflexionando trajo a su memoria las provincias, ciudades, villas, lugares y aldeas contenidas en el distrito de más de ochocientas leguas que he corrido; me representaba los usos, buenas costumbres, gobierno y demás que había advertido en sus respectivos moradores; reconocía sus producciones, proporción de terrenos y oportunidad de riesgos en sus muchas aguas; no perdía de vista las muchas y distintas fábricas, máquinas y otras industrias, capaces de hacer laboriosas miles de almas; y en fin, no había cosa que hubiese visto, notado o admirado, que no se me propusiese delante; pero ya todo veía estar ocupado, como objeto digno de otros más sublimes ingenios.
            Esa zozobra -aquí fueron mis ansias, mis congojas, mis suspiros y mis mayores sentimientos, pues reconociéndome ya viejo, advertía al mismo tiempo haber nacido tarde para elegir un objeto virgen, que pudiese servir a mis designios-, ese conflicto y ahogo [en que] me hallaba, se disiparon cuando he aquí que de repente se ofrece a mi imaginativa el farinato de este país. Para en él la consideración. Hago anatomía de su estructura. Analizo cada una de sus partes. Reflexiono sobre sus respectivas esencias y calidades con separación. Paso a hacer muchos y distintos experimentos. Encuentro efectos maravillosos. Y, por último, me convenzo ser un asunto digno de que alguno lo abrace y haga con él un servicio muy particular al género humano. Y reflexionó largamente sobre este producto, haciéndose cargo de que con el uso del farinato no solo se promueve y facilita un ramo de industria rústica con especialidad, sino que también por su medio se curan y aún precaven muchas enfermedades, según me ha acreditado la experiencia del largo tiempo que he vivido entregado a un conocimiento tan útil como deleitable.
            Después de elogiar y analizar su descubrimiento, ¿no será puesto en razón salga a luz tan ventajoso proyecto desde este rincón, donde únicamente es conocido? ¿Y que se extienda por lo dilatado del orbe para que todos los vivientes gocen de tan saludables beneficios? Y para ello recurre al referido redactor y a su semanario: Busco a Vmd. para propagador, contentándome únicamente con haber sido el descubridor de sus singulares virtudes; pues mi edad no me da ya vigor para otra cosa, ni mi fortuna es tan próspera para poder contribuir a que tenga la aceptación debida...
            Así, pues, nuestro enigmático M. A. D. se autoproclama descubridor de las virtuosas características que depara el farinato y su consumo; y pretende que se beneficie de ello todo el que pueda, extendiendo el conocimiento del farinato más allá de donde tiene su origen y es conocido, que, según nuestro protagonista, no es Ciudad Rodrigo ni su Tierra. Y busca en la persona de Francisco Prieto Torres su implicación y un mecenas y que a su sombra tenga este invento toda aceptación entre las gentes; le busco por protector de él para el efecto insinuado. A este fin le dirijo adjunto el papel que le contiene, rogándole encarecidamente le admita, acepte el cargo y se esfuerce lo posible en su propagación hasta conseguir el feliz éxito en la salud de nuestros, hermanos.
            La carta esta fechada en una localidad salmantina el 5 de marzo de 1798 y, además de lo señalado, incorpora una descripción de cómo debe elaborarse nuestro embutido y de las virtudes que entraña, un interesante trabajo que lleva por título Maravillosas virtudes y saludables efectos que se han descubierto en el conocido can el nombre de FARINATO BLETISSANO. Por un físico moderno y nuevo, especulador hasta de lo más nimio. Danse a luz para beneficio de la salud pública.

            Evidentemente, como refleja el enunciado, el origen y procedencia del farinato la enclava nuestro protagonista en la Bletisa romana, localidad que hoy conocemos por Ledesma y que aparece en la inscripción de nuestras emblemáticas Tres Columnas. Por lo tanto, y es la primera referencia documental que hasta ahora he localizado sobre este particular embutido salmantino, habría que vincular el farinato, de momento y mientras no sea documentalmente refutado, ateniéndonos a lo que se publica en el citado semanario de Salamanca, a la ciudad de Ledesma.
            Continuará...

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