Mucho tiempo.
Demasiado tiempo sin mover, sin activar este blog. Otros cometidos me han ocupado
en un amplio y denso periodo, ciertamente con más o menos éxito. Eso no es
ahora lo que me comete, sino cumplir con algo que he venido anunciando en
distintos momentos, que he pulsado con varias personas y que, estoy seguro,
puede generar alguna controversia por el calado que pudiera alcanzar en una
parcela del chovinismo local. No es esta mi intención, pero, repito, no dejará
indiferente a nadie, al tiempo que espero sirve para asentar uno de los
capítulos de una de las facetas de la historia local que todavía se mueve entre
tinieblas documentales, porque realmente muy poco se ha investigado y
trasladado al escrito sobre uno de los elementos sustanciales de la gastronomía
local, que nos ha dado fama y orgullo, incluso un popular gentilicio aparejado,
para muchos rodericenses, a una especial forma de ser. Queda claro que me estoy
refiriendo al farinato, al vilipendiado y enfatizado embutido de la Tierra de
Ciudad Rodrigo, ese que nos identifica y nos sirve de apelativo.
Digo que poco, relativamente
documentado en fuentes al uso, se ha escrito del farinato más allá de finales
del siglo XIX. Y casi siempre vinculando el embutido con nuestra tierra, aunque
en no pocas ocasiones su origen se hace extensivo al resto de la provincia, con
especial insistencia en la capital, tal vez por esa competencia secular que ha
mantenido con Ciudad Rodrigo en distintos frentes y por distintos motivos.

Hace unos meses, buscando información
sobre la prensa local para un trabajo en ciernes, me llamó la atención una
curiosa carta que un tal M. A. D., posiblemente de oficio eclesial, escribía al
presbítero Francisco Prieto Torres, a la sazón redactor y responsable del Semanario erudito y curioso de Salamanca,
y que se publicó en el número 572, correspondiente al 11 de septiembre de 1798.
La carta comienza con elucubraciones sobre qué podría aportar nuestro
protagonista a la sociedad, un proyecto que
pudiese ser provechoso a la sociedad; siguiendo así el ejemplo de infinidad de
sabios que, conducidos de las mismas ideas, nos enseñan el camino de trabajar
en obsequio de la felicidad pública,
ideas, a la verdad, que más que nunca se ven hoy grabadas en el corazón
del hombre con generalidad, y que han sido el origen, de un sin número de
inventos beneficiosos a la humanidad. ¡Felices días en que con tanto placer
registran nuestros ojos, tan benéfica ocupación de los mortales! ¡Y feliz yo si
pudiese llegar a ocupar algún lugar entre héroes tan esclarecidos!
Y continúa avanzando en sus devaneos
para ser recordado en la posteridad: Esta
gloria, por la que suspiraba con ansia, no dejaba de darme ánimo y valor para
la empresa; mas encontrábame luego con un poderoso obstáculo que me detenía, y
era el reflexionar no había ya materia que hubiese dejado de tocarse, y por
consiguiente que me faltaba sugeto a que poder dirigir mi conato. Y
reflexionando trajo a su memoria las
provincias, ciudades, villas, lugares y aldeas contenidas en el distrito de más
de ochocientas leguas que he corrido; me representaba los usos, buenas costumbres,
gobierno y demás que había advertido en sus respectivos moradores; reconocía
sus producciones, proporción de terrenos y oportunidad de riesgos en sus muchas
aguas; no perdía de vista las muchas y distintas fábricas, máquinas y otras
industrias, capaces de hacer laboriosas miles de almas; y en fin, no había cosa
que hubiese visto, notado o admirado, que no se me propusiese delante; pero ya
todo veía estar ocupado, como objeto digno de otros más sublimes ingenios.
Esa zozobra -aquí fueron mis ansias, mis congojas, mis suspiros y mis mayores
sentimientos, pues reconociéndome ya viejo, advertía al mismo tiempo haber
nacido tarde para elegir un objeto virgen, que pudiese servir a mis designios-,
ese conflicto y ahogo [en que] me hallaba, se disiparon cuando he aquí que de repente se ofrece a mi imaginativa el farinato de este país. Para en
él la consideración. Hago anatomía de su estructura. Analizo cada una de sus
partes. Reflexiono sobre sus respectivas esencias y calidades con separación.
Paso a hacer muchos y distintos experimentos. Encuentro efectos maravillosos.
Y, por último, me convenzo ser un asunto digno de que alguno lo abrace y haga
con él un servicio muy particular al género humano. Y reflexionó largamente
sobre este producto, haciéndose cargo de
que con el uso del farinato no solo se promueve y facilita un ramo de industria
rústica con especialidad, sino que también por su medio se curan y aún precaven
muchas enfermedades, según me ha acreditado la experiencia del largo tiempo que
he vivido entregado a un conocimiento tan útil como deleitable.
Después de elogiar y analizar su
descubrimiento, ¿no será puesto en razón
salga a luz tan ventajoso proyecto desde este rincón, donde únicamente es conocido?
¿Y que se extienda por lo dilatado del orbe para que todos los vivientes gocen
de tan saludables beneficios? Y para ello recurre al referido redactor y a
su semanario: Busco a Vmd. para propagador,
contentándome únicamente con haber sido el descubridor de sus singulares
virtudes; pues mi edad no me da ya vigor para otra cosa, ni mi fortuna es tan próspera
para poder contribuir a que tenga la aceptación debida...
Así, pues, nuestro enigmático M. A.
D. se autoproclama descubridor de las
virtuosas características que depara el farinato y su consumo; y pretende que
se beneficie de ello todo el que pueda, extendiendo el conocimiento del
farinato más allá de donde tiene su origen y es conocido, que, según nuestro
protagonista, no es Ciudad Rodrigo ni su Tierra. Y busca en la persona de
Francisco Prieto Torres su implicación y un mecenas
y que a su sombra tenga este invento toda aceptación entre las gentes; le busco
por protector de él para el efecto insinuado. A este fin le dirijo adjunto el
papel que le contiene, rogándole encarecidamente le admita, acepte el cargo y
se esfuerce lo posible en su propagación hasta conseguir el feliz éxito en la
salud de nuestros, hermanos.
La carta esta fechada en una
localidad salmantina el 5 de marzo de 1798 y, además de lo señalado, incorpora
una descripción de cómo debe elaborarse nuestro embutido y de las virtudes que
entraña, un interesante trabajo que lleva por título Maravillosas virtudes y
saludables efectos que se han descubierto en el conocido can el nombre de
FARINATO BLETISSANO. Por un físico moderno y nuevo, especulador hasta de lo más
nimio. Danse a luz para beneficio de la salud pública.

Evidentemente, como refleja el
enunciado, el origen y procedencia del farinato la enclava nuestro protagonista
en la Bletisa romana, localidad que hoy conocemos por Ledesma y que aparece en
la inscripción de nuestras emblemáticas Tres Columnas. Por lo tanto, y es la
primera referencia documental que hasta ahora he localizado sobre este
particular embutido salmantino, habría que vincular el farinato, de momento y
mientras no sea documentalmente refutado, ateniéndonos a lo que se publica en
el citado semanario de Salamanca, a la ciudad de Ledesma.
Continuará...