sábado, 3 de octubre de 2015

"El artillero misterioso"

Todavía no he conseguido tener entre mis manos un ejemplar de esta publicación. Tan solo puedo conformarme con una fotocopia, además incompleta, del libro del que me voy a ocupar hoy, un opúsculo más bien que no alcanza las 80 páginas, escrito por un procurador de los tribunales natural de Aldea del Obispo y que tuvo arraigo en distintas localidades, entre ellas Ciudad Rodrigo, Ledesma o Vitigudino, para ejercer su labor profesional. El libro en cuestión lleva por título El artillero misterioso o glorias y sentencia de Ciudad Rodrigo. Fue impreso en 1888 en Vitigudino, en los talleres de Isidoro Hernández, que estaban ubicados en el número tres de la calle del Amparo. El nombre del autor, una persona con profunda convicción religiosa, es Vicente Santos Blanco.

   Basta leer el prefacio o la sentencia final para confirmar que nuestro autor es un temeroso de Dios, una persona sumamente devota que tuvo también la delicadeza de someter a juicio del administrador apostólico de Ciudad Rodrigo -José Tomás de Mazarrasa- su trabajo antes de afrontar su difusión con la publicación de la obra. Se dirigió al prelado el 17 de julio de 1887, suplicándole "se digne conceder al infrascrito la necesaria licencia o permiso para imprimirla y publicarla y al propio tiempo su pastoral bendición". Debe de haber un error en la datación, pues el decreto episcopal dando licencia para que se imprima el referido folleto está fechado dos meses antes, el 13 de mayo de 1887. De todas formas, no es, ni mucho menos, la única errata o gazapo que pueden encontrarse en la lectura .-al final hay una amplia fe de erratas-. incluso incurre en crasos errores históricos, caso de confundir la desaparecida Puerta del Rey, que estaba hasta 1810 enfrentada a la torre de la Catedral de Santa María, en la zona de la Brecha, con la actual Puerta de San Vicente, de Santa Cruz o de Sancti Spíritus, que todas esos apellidos ostenta este vano de la muralla.
   Digo que Vicente Santos Blanco, secretario que fue del colegio local de procuradores de los tribunales, era de fuertes convicciones religiosas. En el prólogo lo deja de manifiesto: "Una prueba bien concluyente de que Dios, justiciero y misericordioso, reserva premios y castigos en la otra vida y a veces los manifiesta en la presente, va a examinarla el lector con ocasión de esta obra que someto a su consideración. En ella verá que el Señor, que no abandona a su pueblo ni deja desamparada su heredad, premia la virtud y castiga el vicio, pues en fiel balanza será pesado el mérito con el premio y el castigo con el pecado..." O, ya en la sentencia o final del opúsculo, cuando se refiere a nuestra ciudad en los siguientes términos: "No temas nada, Ciudad Rodrigo, si debidamente contrita te colocas en la atalaya de la oración, en esa inexpugnable trinchera. (...) Refúgiate en esa barquilla y en ella confirma y robustece tu fe, esa fe que has venido alimentando en tu seno con pureza, y publicando con obras en otros tiempos. Sí, a la sombra de la oración y la fe abren las puertas los cielos, se restauran tronos y monarquías, el cedro más robusto cae por tierra y fecundizan y florecen los más estériles campos. A esa tabla se asieron miles de pecadores y de ella brotaron miles de santos. ¡A la oración, pues, Ciudad Rodrigo! Pero, ¡ay de tu soberbia, si reincides y vuelves a encender la ira sofocada del Dios de los cristianos! ¡Alabado sea tu nombre!"
   Si el principio y el fin, el prólogo y la sentencia, dejan de forma palmaria el espíritu que infunde y alumbra esta publicación, el centro del opúsculo, su esencia, tiene argumentos suficientes para darle el valor que merece esta edición. El meollo no es otro que el legendario o histórico episodio de la presencia de un monje franciscano en el entorno de la muralla mirobrigense cuando las tropas aliadas iniciaban el asalto a la plaza de Ciudad Rodrigo sometida desde el 25 de mayo de 1706 por el ejercito austricista en la denominada Guerra de Sucesión española. Era el 4 de octubre de 1707 cuando "un misterioso desconocido, algo descolorido, vestido de religioso Francisco, de mediana estatura en cuerpo, sin sombrero ni manto y la capilla caída a las espaldas, con un palo o báculo al hombro izquierdo y pendiente de él una esportilla llena de granadas, despreciando las balas que por todas partes se cruzaban, aparece de pronto en la muralla y sitios de la Puerta del Rey y Estacadilla, puestos diferentes".
   Esa aparición, también esa bilocación, fue objeto de una investigación dirigida por el obispo civitatense en aquel momento, Francisco Manuel de Zúñiga, cuya documentación forma parte del archivo del convento de Santa Clara -al menos en el momento en que el autor del opúsculo hizo las consultas-. Vicente Santos Blanco detalla el resultado de esa investigación para intentar aclarar qué sucedió aquel 4 de octubre de 1707, festividad de San Francisco de Asís, en el asalto a la plaza mirobrigense y, sobre todo, quién pudiera ser ese franciscano que iba repartiendo granadas a diestro y siniestro. Del interrogatorio que se siguió, quedó claro que todos los testigos "prudencialmente creían con fe humana que ese misterioso artillero, ese religioso desconocido, fue el glorioso patriarca San Francisco de Asís, que el día del asalto favoreció prodigiosamente las armas del rey y señor don Felipe V, logrando para ellas el glorioso laurel de la victoria en la restauración de la plaza mirobrigense". Así se recogía en una carta pastoral del prelado civitatense que remataba de esta forma: "Y creyendo que por la poderos intercesión del glorioso patriarca San Francisco, nos concedió el Dios de los Ejércitos este felicísimo triunfo, hemos resuelto para perpetua memoria de nuestro agradecimiento, que el día de N. G. P. San Francisco, que es a 4 de octubre, se celebre y tenga de aquí en adelante pos fiesta de precepto en todo nuestro obispado".
   Aunque el núcleo de El artillero misterioso sea la justificación de la aparición de San Francisco de Asís en Ciudad Rodrigo con un saco de bombas al hombro no deja de tener también interés algunas de las notas de aquella actualidad, de finales del siglo XIX, que se ofrecen a pie de página. Como ejemplo, y para concluir, baste esta: "En abril y mayo de 1887 se consiguió entrar en la ciudad y subir a domicilio por acueducto de hierro el agua potable, de cuyo laudable pensamiento, según lápida, así como de otros no menos importantes que se verán en el curso de esta obrita, fue iniciador el ilustrado y celoso alcalde D. Leopoldo Muñoz. Además de la multitud de grifones que surten de agua con exuberancia la población, existen tres preciosas cañerías monumentales, una en la Plaza Mayor, otra en la Plazuela de la Libertad y otra en la de San Salvador".

1 comentario:

  1. Carlos Bravo Guerreira20 de octubre de 2015, 1:40

    Me interesa todo lo que se refiere a Aldea del Obispo, mi pueblo. Me gustaría hacerme con esa fotocopia del Artillero. ¿Qué tengo que hacer?

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