lunes, 8 de junio de 2015

Pedagogía periodística para explicar la esencia del Carnaval mirobrigense

Había interés provincial –siempre lo hubo, de alguna manera- por el Carnaval del Toro de Ciudad Rodrigo tras el inicio del siglo XX. La liturgia carnavalesca parece que no era del todo entendida por los lectores de la prensa salmantina –este año convivían en la capital tres diarios con vocación provincial: El Adelanto, El Lábaro y El Castellano-, al menos eso parece indicar el ejercicio de pedagogía que realizó Manuel Rubio[1], redactor puntero de El Adelanto, en las páginas del diario del 7 de marzo. Describe espacios, preparativos, festejos... definiendo su esencia y tradición para que el lector recree los escenarios y las vivencias que acogen. Todo ello, sin duda, enarbolando una fiesta que se estaba convirtiendo en una referencia para toda la provincia y, por supuesto, allende la geografía salmantina.

            “Precisamente en la Plaza Mayor (pues el intentar cambiar el sitio daría lugar a una revolución, más o menos trascendental, pero ruidosa desde luego), se corren los novillos –explica el redactor de El Adelanto desplazado a Ciudad Rodrigo para cubrir el Carnaval de 1905-. Ocho días antes, la espaciosa vía queda interceptada por un bosque de madera seca con el cual se levantan los clásicos tablados, desde los que han de presenciarse las heroicidades de los futuros generalísimos de la grey toreril”.
El redondel de la plaza de toros mirobrigense durante el Carnaval de 1925
            Y pasa a describir el festejo taurino: “Córrense toros por mañana y tarde los tres días de Carnaval. Llámase a las corridas matutinas pruebas, y a los cuatro novillos lidiados en cada una lo son a beneficio del público que ocupa por asalto los tablados, y desde ellos goza, grita y se impacienta gratuitamente. Las corridas de la tarde son de pago, pero el precio de la entrada fluctúa horriblemente. Con arreglo a la ley de la oferta y la demanda, hay veces que llega a dos reales y tarde en que baja a diez céntimos. El tiempo lo hace. Y advierto a los que no conozcan este Carnaval que aquí no ha dejado de haber corridas aunque haya llovido más que cuando enterraron a Zafra[2]. De seguro que –sigue Rubio-, si sobreviniera una inundación se torearía en lanchas y se verían los novillos en balsas”.
            Sigue el redactor de El Adelanto con su pedagógica descripción de los elementos del antruejo: “Presentan los tablados artístico golpe de vista, en el que todos los colores del iris únense formando hermoso aspecto; y como la ignorancia de los toreros corre parejas con la sabiduría de los toros, lidiados muchas veces, las voces son atronadoras y la animación indescriptible. Toca la música en los intermedios de la lidia y en el redondel bailan mozos y mozas dando brincos y vueltas capaces de descoyuntar a un acróbata. Y esto ocurre, poco más o menos, los tres días y todos los años, a menos que no pase algo anormal, alguna cogida grave que se recuerda durante varios años”.
            Pero enseguida el redactor quita hierro al asunto: “Generalmente nada ocurre gracias a la oportuna intervención de la Providencia especial que los toreros deben tener y, como acaba de ocurrir esta tarde –Lunes de Carnaval-, son muchas las veces en que un toro coge a un aficionado, lo zarandea, lo desnuda, paséalo entre las astas durante cinco minutos y lo deja luego intacto y como si los afilados cuernos hubieran sido mecedora automática”.
            No cabe la menor duda de que Manuel Rubio conocía perfectamente los entresijos del Carnaval mirobrigense, que tenía una experiencia constatada. Él mismo lo puso de manifiesto en la crónica publicada el día anterior, 6 de marzo de 1905: “Aún recuerdo yo el susto que pasamos años hace unos cuantos amigos que hicimos escapar un novillo por las calles de la ciudad. Sonaba el reloj apresuradamente anunciando el percance; ladraban perros, corrían mujeres, gozábamos nosotros; iba todo bien cuando el novillo dióle la ocurrencia de subir por una rampa a la muralla, donde ‘huyendo del mundanal ruido’ paseaban curas y beatas.
            “¡Y allí fue Troya! –exclama el periodista-. Cada cañonera convirtiose en burladero y cada sacerdote y cada vieja en émulos de Bargossi[3]. ¡Qué modo de correr! Nosotros, con el alma en un hilo, mirábamos la desbandada temiendo que ocurriera algún percance del que habríamos sido causantes, pero afortunadamente todo quedó en voces y al novillo diole, con muy buen acuerdo, por despreciar a los que huían”.
            Con este bagaje, con la puesta en escena del Carnaval que para los lectores de El Adelanto hizo Manuel Rubio, con ese introito pleno de conocimiento de las carnestolendas mirobrigenses, se pasó a contar lo acaecido en cada uno de los tres días de antruejo, preferentemente en el apartado taurino, con protagonismo de las ganaderías procedentes de Casasolilla, Castraz[4] y Fuenteliante, según apuntaba El Lábaro en su edición del 21 de febrero. Pero eso ya forma parte de otra historia...

[1] Manuel Rubio Asensio, funcionario de Correos, dejó El Adelanto en torno a 1918, después de haber ocupado el puesto de redactor-jefe durante casi dos décadas, al ser destinado a Madrid como secretario del Correo Central. Debió morir en torno a 1936. Estuvo casado con Luisa Honorato González.
[2] Hay dos versiones sobre este dicho: una granadina y otra extremeña, ambas con el elemento gitano como sustento. Nos quedaremos con la extremeña por eso de la proximidad geográfica. En la versión extremeña, el protagonista es el conde de Zafra, el cual, cuando la sequía estaba causando estragos por la villa allá por el año 1460, prohibió a los habitantes coger agua de su fuente, a pesar de que era la única de la ciudad que no estaba seca. Una gitana hizo caso omiso de esta prohibición y fue castigada a recibir tantos azotes como pedazos quedaron tras tirar el cántaro al suelo, que resultaron ser siete. La gitana le maldijo diciéndole que así como ella había recibido siete golpes, él moriría en siete días y que tanta agua tendría que podría navegar sobre ella. En efecto, el conde murió a la semana siguiente y se desató una tormenta tan fuerte que se llevó al cadáver con su ataúd.
[3] Se refiere a Achille Bargossi, un italiano que fue conocido por el sobrenombre de la Locomotora Humana y considerado en su tiempo, en el último cuarto del siglo XIX, como el mejor ‘andarín’ del mundo.
[4] Los novillos pertenecían a la ganadería de Primo Sevillano.

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