La pasada semana recordé los acontecimientos que desencadenaron el asesinato del que fuera gobernador de la plaza de Ciudad Rodrigo Luis Martínez de Ariza. En esta ocasión quisiera ofrecerles un documento vinculado a estos sucesos, pero que, además, hace referencia a las noticias y acontecimientos que protagonizaron las tropas españolas, inglesas y portuguesas en su lucha contra el ejército napoleónico en un determinado plazo de tiempo, concretamente entre el 4 de mayo y el 2 de octubre de 1808, y unos espacios determinados: Ciudad Rodrigo y sus alrededores, el Fuerte de la Concepción y la plaza fuerte de Almeida, en Portugal.
Se trata de un documento existente en la Biblioteca Nacional que forma parte de la colección documental de Manuel Gómez Imaz, adquirida en parte por esta institución en mayo de 1977 en pública subasta, cuando el Centro Nacional del Tesoro Documental y Bibliográfico se hizo, en pública subasta, con los lotes más importantes de dicha colección; en concreto 148 lotes de los 244 subastados por la casa Saskia-Sotheby's. El documento que nos ocupa es una carta firmada por el capellán Ramón Pérez y enviada a un amigo en la que pormenoriza distintos sucesos ocurridos en el periodo de tiempo señalado. Está fechada el 21 de octubre de 1808 y fue publicada en Madrid, en la imprenta de Benito Cano en ese mismo año.
Manuel Gómez Imaz |
Incluye una interesante postdata en la que se refiere el compromiso de los componentes de la Junta de Armamento y Defensa de Ciudad Rodrigo de que, una vez se recuperen de la atención -alojamiento y manutención- de las tropas, se levantarían dos columnas fernandinas en la explanada de la Puerta de Santiago en memoria del "heroísmo de espíritu patriótico" que siempre había caracterizado a los mirobrigenses, recordando algunos acontecimientos vinculados a la monarquía. Un compromiso que, por lo que sabemos o suponemos, no llegó a cristalizar, sobre todo porque la evolución de los sucesos que desencadenarían en los sitios de Ciudad Rodrigo impedía atender ciertas cuestiones menores, protocolarias, como la señalada de la erección de las monumentales columnas. No obstante, la postdata nos deja el interesante dato de que en esa explanada, junto a la Puerta de Santiago, se erigieron en su día unas columnas en homenaje a Carlos VI. Ignoro si se trata de un error tipográfico, de un gazapo, o si por el contrario tuviera suficiente respaldo histórico si consideramos que durante la Guerra de Sucesión española, entre el 24 de mayo de 1706 y el 4 de octubre de 1707, Ciudad Rodrigo estuvo sometida a las tropas de quienes defendían los derechos del archiduque Carlos de Austria a la corona española, un personaje que reinó en Hungría con el nombre de Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico y que, durante el mismo periodo de tiempo (1711-1740) se proclamó emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Me inclino más bien por que se trate de un gazapo y que realmente se refiera a Carlos IV, porque si se refiriera al emperador germánico en España hubiera reinado con el nombre de Carlos III.
Les dejo con la carta transcrita del citado capellán Ramón Pérez, enviada a un amigo desconocido al que informaba de distintos sucesos vinculados con la Guerra de la Independencia en el entorno de Ciudad Rodrigo:
NOTICIAS
Y ACONTECIMIENTOS DE LAS TROPAS ESPAÑOLAS, INGLESAS Y PORTUGUESAS CONTRAS LAS
FRANCESAS DESDE EL DÍA 4 DE MAYO AL 2 DE OCTUBRE EN CIUDAD RODRIGO, CASTILLO DE
LA CONCEPCIÓN Y EN LA RENDICIÓN DE ALMEIDA. CARTA DE UN AMIGO.
CIUDAD
RODRIGO, 21 DE OCTUBRE DE 1808
Mi venerado amigo.
He estado esperando
ver el vergonzoso papel que acaban de representar los farsantes militares de
Francia, ridículo en verdad y trágico. Pero no podía esperarse menos oprobio a
tropas que no tienen otra constitución y táctica que el robo, el asesinato y
opresión injusta, pues el delito mismo acobarda al alma que le soporta.
Ya sabrá usted los
sobresaltos y riesgos en que hemos vivido en esta ciudad desde el 4 de mayo que
el gobernador de Plasencia comunicó por un propio la sublevación de los
franceses en Madrid en el día dos del mismo. Este día se alarmó toda la ciudad,
se dispuso montar en la muralla la artillería y desarmar a los franceses que
aquí había y guardar con centinela de vista al comisario que tenían; mas como el
7 de mayo escribiesen de oficio de Madrid que todo estaba tranquilizado,
nuestro gobernador don Manuel de Ariza[1] puso en libertad a los
franceses, y por no darles en que sospechar según decía, mandó también baxar de
la muralla algunos cañones y municiones, en que se disgustó extremadamente el
pueblo, que presentía las miras ambiciosas e injustas de los franceses, y
quería sacudirse de su pesado yugo; calmó al fin el descontento del pueblo
hasta que el día 2 de junio se presentaron en la plaza tres oficiales del
general Loison pidiendo paso y víveres para doce mil soldados.
Grabado de Ciudad Rodrigo sobre 1808 |
Los designios de esta
petición no eran desconocidos a los sensatos, que sintieron la soltura de los
franceses; no obstante, en junta que celebró el gobernador, fue de parecer se
les concediera uno y otro. Pero los demás señores de ella se negaron a todo,
que eran el teniente de rey, comandante de artillería, un oficial ingeniero,
los canónigos doctoral y provisor y el síndico personero; de cuyas resultas los
tres oficiales franceses quedaron en casa del señor obispo, bien custodiados y
tratados. Entretanto, pasó el pueblo a pedir fusiles. Municiones y las llaves
de los arsenales para volver a montar la artillería baxada de la muralla, a
quien sosegó momentáneamente el gobernador, ofreciéndole satisfacer sus deseos
en el siguiente día. Y como reyterada la súplica del pueblo en dicho día nada
se adelantase, tomó a su cargo tocar a convocatoria general el gran redox de la
plaza, a cuyo toque disparado acudieron todos los vecinos y los suburbanos a proveerse
de armas; también acudió el gobernador a impedir la dicha convocación y reunión.
Consiguió poco, pues viendo el pueblo la innación, se armó por sí de los
arsenales, clamó porque se hiciese una junta de armamento y defensa, y aquella
noche nombró dos representantes. No se tranquilizó hasta que el día seis vio
establecida la junta, separado del gobierno a quien le tenía y nombrado en su
lugar al teniente del rey, don Ramón Blanco Guerrero, asociado de tres
hacendados de ella, del capitán de ingenieros, del comandante de artillería, de
los quatro prelados de las comunidades, de los párrocos de las iglesias, y de
quatro canónigos por el señor obispo, que fueron el señor deán, arcediano de
Ciudad Rodrigo, arcediano de Sabogal y canónigo doctoral, con otros varios.
No cabe en ponderación
el zelo patriótico con que desde su institución trabajó esta junta y su
gobernador nuevo; veinte y nueve postas salieron en el día para Zamora,
Alcántara, Truxillo, Coria, Salamanca, Plasencia, Ledesma, Gata, Peñaranda,
Alba y otros pueblos de Castilla; salieron muchos oficios para las justicias
del obispado, exortándolos a la defensa de la capital, que en breve formaron
seis batallones de tropas auxiliares, de 1.200 plazas cada batallón, que con
presteza se adiestraron también en el manejo del arma, que unos pocos de
avanzada sobre Gallegos atacaron y ahuyentaron, escarmentando al enemigo de
fuerza duplicada. Al mismo tiempo se dispusieron avanzadas de descubierta en
todas las avenidas de la plaza, que el comandante de artillería Chacón y don
Nicolás Verdejo, capitán de ingenieros, pasasen a cortar el puente de Marialba
y cortar los vados, que 40 granaderos de Laredo que solamente guarnecían al
fuerte de la Concepción (pues Godoy dexó esta plaza sin tropa reglada) se viniesen
con los tres gefes, dexando clavados los cañones por no exponerlos al furor
francés que acampaba inmediatos 6.000 hombres. Operación que aprobó el señor
Cuesta.
Entre estas y otras
medidas oportunas que tomaba la Junta, se presentaron segunda vez el coronel
Dupui con dos oficiales y tres soldados, habido permiso. En dicha Junta arengó
Dupui sobre la alianza de España y Francia, en virtud de la qual debía dárseles
paso y víveres para 12.000 hombres del general Loison. El gobernador Guerrero
contextó despreciando la arrogancia de este coronel, manifestó la perfidia de
Napoleón y duque de Berg, por la qual no era ya Francia digna de favor, sino de
guerra, como en efecto se le declaró por orden de nuestro excelentísimo capitán
general don Gregorio de la Cuesta, cuya orden tuvo la bondad de demostrársela.
Al razonamiento y negativa del gobernador montó en cólera Dupui y amenazó que
Napoleón asolaría con 300.000 soldados a Ciudad Rodrigo; a que el gobernador y
Junta respondieron con firmeza que la España con un millón de hombres asolaría
todo el imperio francés. Y no fue poco que en estos debates salieron los
franceses con vida, pues entre tanto el pueblo gritaba de abaxo y pedía las
cabezas, salieron blandos más que brebas y hubo que sacarlos escoltados de
granaderos una legua, así a estos como a los que esperaban en el palacio episcopal.
En fin, libraron la vida y libertad por la generosidad española. No acaeció así
a los infelices Correa, Bayle, Ariza y don Fidel Sabio, y perecieran otros
tantos si el señor obispo no pasara a la catedral a sacar al Santísimo Sacramento.
La presencia real de Jesu Christo por las calles y las incesantes exortaciones
de los religiosos y curas consiguieron contener al populacho, que el día 10 de
junio pensaba acabar con quantos creía del partido francés, sin querer esperar
a que la Junta formase y sustanciase la causa como ofrecía al populacho.
Fuerte de la Concepción antes de su rehabilitación |
En nada retardó esta
catástrofe aquel zelo patrio que pedía poner esta plaza en estado respetable.
En breve se montaron 6 cañones, dos morteros y dos obuses en la muralla de los
desmontados, operación que ejecutaron a porfía viejos, mugeres, curas,
religiosos y soldados con suma presteza y júbilo mayor; y los mismos hubo noche
que hasta las doce esperaban impávidos al enemigo. Se colocaron nuevas
empalizadas para impedir el asalto y escalamiento y casi 400 centinelas
insobornables en las murallas. Al mismo tiempo se pusieron numerosas avanzadas
a la legua y media y tres leguas de esta plaza para barrer en los franceses
toda idea de poder penetrar por este país, pues se colocaron en Cararranas,
Vado de la Caridad, Teso de Doña Mayor, Alta de San Francisco, paso de
Marialba, Conejera, y pueblo de Gallegos, donde los nuestros se portaron con
tal denuedo, que se coronaron de gloria y la Junta les premió con un escudo, y
los vencedores de Austerliz se contentaron con volar dos baluartes del fuerte
de la Concepción, destruir su entrada y llevarse algún cañón y pertrecho de
guerra para Almeida donde se encerraron, y desde donde salían a correrlas y
robos por los lugares de este obispado, hasta que esta Junta mandó alternase un
batallón cada quince días a la vista de Almeida, fuerzas que bastaron para
contener a aquellos guerreros.
En este estado un
ilustre portugués llamado Botello juntó 4.000 portugueses, a quienes se dio
fusiles, cañones y municiones de Ciudad Rodrigo, y con ellos sitió estrechamente
la plaza, formando nuestro batallón su retaguardia. Allí estuvieron encerrados
formando un redil solo burros, bacas, carneros, cabras y franceses, es decir,
animales robados y animales robadores. No podía ser otra cosa, porque nuestro
batallón se los perseguía y diezmaba baxo del cañón de la plaza, y aun en el
foso, despreciando las granadas que pasaban sobre las cabezas; y aun muchas
veces deliberaron entrar a bayoneta en la plaza, aresto, que para quitarlo de
la cabeza a nuestras tropas trabajaron no poco nuestros comandantes españoles
por muchas veces. Tal era el ardor de las tropas aliadas quando la cobardía e
impericia francesa daba un exemplo sin igual, pues aunque veía acercar los
nuestros a sus centinelas, matarlas e intentar frequentemente la entrada, tan
despavoridos y amedrentados estaban que no acertaban a resistirse. En fin, se
explica toda su cobardía e ignorancia militar con decir que posesionados del
fuerte de la Concepción, castillo de primer orden, donde un año podían haber
resistido a numerosos exércitos, y Duero arriba comunicar con el exército de
Besieres, huyeron de él vergonzosamente, les matamos muchos y de los nuestros
no hubo ni un muerto en todo el tiempo del sitio y choques de descubiertas.
Recreación del sitio de Almeida en 2013 |
Al patriotismo y valor
con que se portaban nuestros seis batallones auxiliares correspondía el de
nuestro gobernador Blanco, de nuestro amable obispo, señores de la Junta y todo
el vecindario de la plaza; aquellos sin faltar seis por la noche y día del consistorio
para dar pronto expediente a las muchas postas diarias que venían de Badaxoz,
Ávila, Béjar, Salamanca, Valladolid, Portugal, de otras partes y del excelentísimo
capitán general Cuesta, con cuya dirección o aprobación procedía todo. Los vecinos,
explicándose todos en donativos grandes para mantener la tropa, trabajando incesantemente
en la vela y defensa de la plaza, y todos en fin repartiendo fusiles, cañones y
pólvora a los pueblos y puntos que determinaba dicho señor Cuesta, y pagando
gustosos el cinco por ciento de todas las rentas de los individuos del
obispado. Solamente conocerá el mérito de estas enérgicas disposiciones
militares quien perciba la localidad de Ciudad Rodrigo y la importancia de no
perder esta plaza, porque pérdida se perdía inmensa y famosa artillería y un
grandioso número de miles de fusiles, balas, de quintales de pólvora y de todo
pertrecho; perdida se le facilitaba a Luison y Junot universe con DuPont o juntarse
con Besieres y fugarse, o hacer mayores daños. Bien conocían los franceses la
importancia de este punto, por esto hicieron dos vigorosos íntimas para que
diésemos paso y víveres para 12.000, que regularmente vendrían muchos más; y
apoderándose de todo lograrían alguno de los enunciados designios. Gracias al
inmortal gefe que dirigiendo nuestro zelo y operaciones nos ha librado de males
incalculables.
El 1º de octubre entró
el general inglés con un oficial francés en Almeida para entregarse de ella, pero
a la legua dexó 3.000 que traía, 600 portugueses a dos leguas, 4.000
portugueses y nuestro batallón de sitio. Presentóle la capitulación de Junot y
accedió con condición de salir armada la tropa francesa, tambor batiente, 30
cartuchos por soldado, muchos carros encubiertos y que habían de salir de la
plaza al rayar la aurora (tanto temían la justa indignación del pueblo). Del
modo dicho, y al rayar el día dos, salieron 1.500 franceses de Almeida,
escoltados de 200 ingleses que los conducían a Oporto. Pero ayer hubo carta que
aquel pueblo se opuso a que llevasen lo que habían robado; y así fue, pues
aunque el día 10 se habían ya embarcado con todas aquellas riquezas en buques
ingleses, el pueblo alcanzó del gobierno portugués y del brigadier inglés se
les mandase desembarcar, y resistiéndose los franceses fue preciso preparar la
tropa y artillería de uno y otro lado del río, a cuya vista se rindieron todos,
rindieron sus armas, todas sus riquezas y despojos en virtud de capitulación
que se firmó el 11 por los dos comandantes inglés y francés, por el
excelentísimo obispo de Oporto y un oficial español. Jamás se había visto
Almeida tan fortificada y provista de boca y guerra como quando la entregaron
los franceses; tenía montados en la muralla 169 cañones de a 36, 24 y de a 12;
tenía 37 morteros, 9 obuses, varios pedreros y algunos violentos y tenía
muchísimas municiones de toda especie. Luego que se recibió de oficio la
rendición de Junot con todo su exército y visto este acontecimiento de Almeida
que se participó por la Junta al excelentísimo señor capitán general, se ha
licenciado temporalmente esta tropa, esperando la orden de la suprema Junta
gubernativa del reyno, a quien se ha escrito sobre el particular. Entretanto ha
celebrado este pueblo su libertad y quietud con funciones sagrada, tedéum,
iluminaciones y otras muestras de gratitud al gran Dios de las misericordias; y
además ha conmutado nuestros pesares pasados en el gusto de ver aquí en uno de
estos días la primera división de nuestros valientes vencedores y leales hermanos
de armas, los ingleses, que hasta el número de treinta mil han de pasar por
aquí a reunirse con nuestros exércitos.
Dios guarde la
importante vida de V. Tengo el honor de ser su más leal amigo y capellán.
Ramón
Pérez
P.D. Ya se dexa
percibir el rumor de que esta sabia e ilustre Junta, en recobrándose de los
empeños contraídos por la manutención de tanta tropa, levantará en la esplanada
de la puerta de Santiago dos columnas fernandinas que perpetúen la memoria de
este heroísmo de espíritu patriótico por nuestro amado rey Fernando VII, que
agreado al que mostró en otras circunstancias por su bisabuelo Felipe V, quando
el día de San Francisco de Asís de 1701[2] quitaron los vecinos
esta plaza a los alemanes y tropas auxiliares que habían perdido el día de
Santa Teresa del año precedente después de un obstinado sitio por un grande
exército, y quince días de brecha abierta, a cuyos asaltos repetidos no
pudiendo resistir más estos vecinos (que tropa no había) y viendo no les llegaba
refuerzo, la cedieron, pero con sable en mano perdían a pasos el terreno y las
vidas. Las dos dichas columnas, que substituían a las dos eregidas en el mismo
sitio por Carlos VI[3]
en el imperio, serán un monumento precioso que hermosee la historia de nuestro
país y dispierte en los sucesores igual valor patrio, siempre que lo exigieron
la justa causa y la santa religión, como al presente.
Con las licencias
necesarias, Madrid, en la imprenta de D. Benito Cano. Año de 1808.
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