El desarrollo de
la I Guerra Mundial, con la neutralidad española, mostraba también sus
consecuencias en Ciudad Rodrigo. España vivió en este año de 1917 una crisis con varios
frentes abiertos, manifiestos en la época estival, que hicieron peligrar al propio
gobierno y al sistema de Restauración instaurado por Cánovas y Sagasta: un
movimiento militar con la creación de las novedosas juntas de defensa; el
desafío político incentivado por la burguesía catalanista que cuestionaba las
bases del sistema ideado por conservadores y liberales a finales del siglo XIX
y que se concretó en una asamblea de parlamentarios considerada sediciosa por
el jefe del gobierno, Eduardo Dato; y un movimiento social que desencadenaría
una huelga revolucionaria en agosto, aplacada por el gobierno con una
intervención militar en Cataluña y, entre otras iniciativas, la implantación de
la censura previa en la prensa.
Ciudad Rodrigo no fue ajena a todo
esto. Los movimientos, tímidos siempre, se produjeron especialmente en la clase
trabajadora, la más afectada por la política económica que deparaba el
conflicto bélico mundial: la buena época para los negocios favorecía a la
burguesía industrial y comercial o la oligarquía terrateniente y financiera,
pero al mismo tiempo produjo una escalada de precios (el crecimiento de la
producción real de bienes y servicios no se traduce en aumento de oferta
interna por las exportaciones) que no iba acompañada por subidas similares en
los salarios. Mientras que los beneficios alcanzaron tasas de crecimiento
extraordinariamente importantes, descendió notablemente el nivel de vida de las
clases populares, fundamentalmente del proletariado urbano e industrial, que
aun así era el que demostró más capacidad de presión para mantener continuadas
subidas salariales.
Aunque en las zonas rurales la
situación parecía diferente –pese al efecto inflacionista, la disponibilidad
más directa de alimentos amortiguaba sus consecuencias para el pequeño
campesinado-, la realidad era de una total crudeza para los jornaleros sin
tierra propia, la mayoría en el caso de la socampana mirobrigense. Si a eso se
añade la imperante crisis de trabajo que se manifestó en Ciudad Rodrigo en los
últimos meses de 1916 y los primeros de 1917, acuciada por un periodo de
lluvias inusual, parece evidente que la efervescencia social, reivindicativa,
buscase una base donde apoyarse para paliar su penosa situación, al tiempo que
reclamaba solidaridad para atajar lo que se presentaba a corto plazo como una
crisis con una proyección insospechada y que, en el caso de la localidad
mirobrigense, tendría su estallido en 1918.
Pase lo que pase –ahí estuvo, por
ejemplo, la trágica riada de 1909-, los mirobrigenses disfrazan su penosa
situación socioeconómica cuando se acerca el Carnaval. Parece que las penas son
menos, que todo el mundo se pone de acuerdo para abrir un paréntesis fraguado
tal vez no en el olvido, pero sí en un desprecio a la cruda realidad. Eso de
que más cornadas da el hambre, en Ciudad Rodrigo se diluye en tiempo de carnestolendas.
Es más, se antoja que el Carnaval es un periodo atemporal, rayano con el surrealismo,
y del que, de alguna manera, todos se benefician.
La crisis social y económica que
atenazaba a los jornaleros mirobrigenses al inicio de 1917 promovió una
iniciativa vinculada al Carnaval para intentar mitigar la situación calamitosa
de los más débiles. Se fue gestando durante semanas, pero no fue hasta las
vísperas del antruejo cuando se concretó, cuando tomo cuerpo el proyecto de celebrar
el Miércoles de Ceniza una corrida a beneficio de los obreros mirobrigenses:
“Se gestionó y consiguió la cesión gratuita del ganado que había de ser
lidiado, preparándose los concejales a hacer un donativo de su bolsillo
particular; se esperaba, fundadamente, que los dueños de las casas con balcones
a la plaza acudirían a la suscripción, juntamente con sus invitados; y se
descontaba, como indiscutible, que los postores de los tablados, obreros en su
mayoría, dilatarían su demolición por veinticuatro horas, y en ellas los
pondrían a disposición del Ayuntamiento para obtener un ingreso que aliviara la
miseria, o cuanto menos aplacara, por unos días, el hambre de sus compañeros”,
argumentaba el semanario Avante a
toro pasado, es decir, el 24 de febrero –el Carnaval se había desarrollado del
18 al 20- y, por tanto, con todos los detalles de lo acontecido.
La iniciativa quedó en eso. La
decepción, más bien la sorpresa, fue evidente: “Llamados esos privilegiados
obreros a la Alcaldía y rogados al efecto, todos, a excepción de dos o tres, se
negaron rotundamente a una cesión que en nada perjudicaba a los cedentes y en
cambio beneficiaba, sobremanera, a los cesionarios. Ellos sí estaban dispuestos
a sacrificarse dejando los tendidos armados un día más, mas su producto había
de redundar, como los demás días, en su beneficio...”, refería el citado
semanario antes de criticar a diestro y siniestro: “Buen ejemplo de solidaridad
obrera. Bien es verdad que aquí, en nuestro pueblo, reciben el nombre de
obreros muchos sujetos cuyo solo oficio es el de paseante, patronos,
propietarios o ambiciosos que medran a costa del verdadero proletario”.
Eso vino a ser el remate del
Carnaval. Su inicio parte de la contratación de las corridas. El 29 de enero el
Ayuntamiento firma el contrato con los ganaderos que iban a aportar los 30
novillos para el antruejo de 1917, que procedían del industrial mirobrigense Eusebio
Manuel Hernández Pérez; del labrador Marino Risueño Bernal, también vecino de
Ciudad Rodrigo pero con residencia en la dehesa Gazapos; y Clemente Castaño
Alfonso, igualmente vecino mirobrigense y que vivía en la dehesa de Ivanrey[1].
Las condiciones del contrato vienen
a ser similares respecto a los años anteriores, fijándose el precio de cada
corrida en 750 pesetas, “setenta y cinco pesetas por cada novillo que se
encierre, sea lidiado y no resulte manso”. El Ayuntamiento se compromete, mejor
dicho, “procurará” por medio de sus agentes municipales, “impedir que con
intención se espante por el público el ganado”, y velará para que los novillos
sean los elegidos por la comisión de Festejos, bajo amenaza de multa en caso de
constatar que se ha cometido fraude.
Contratadas las corridas y
adjudicado el cierre de la plaza, así como la construcción de los tablados, la
inspección de los tendidos correrá a cargo del maestro carpintero Manuel
Sánchez y de Pedro Lorenzo, hijo de Justo Lorenzo, inspector de obras municipales,
quien, al no poder asumir su cometido en el día previsto -sábado previo al Carnaval-
por tener que ausentarse de la localidad, con fecha 12 de febrero comunica al
alcalde, Anacleto Sánchez-Villares, el nombre de sus sustitutos, quienes
velarán, entre otras cosas, para que “el último asiento de los tablados n.º 18
al 26, no han de exceder de tres metros de altura medidos en la vertical de
dicho asiento[2]”.
Banda del Cuerpo de Bomberos Voluntarios de Ciudad Rodrigo |
Otro problema está latente en la
antesala del Carnaval. El pasado año fue agredido un bombero que se encargaba
de la atención sanitaria. El Ayuntamiento consideró que los bomberos no son
agentes de la autoridad al ser preguntado en la instrucción judicial, y surgió
el enfrentamiento con esta benemérita institución mirobrigense: “Señor alcalde,
¿por qué ese tesón en no pedir este año el servicio sanitario del Real Cuerpo
de Bomberos para el servicio de la plaza durante las corridas de Carnaval?”,
inquiría públicamente el semanario Avante.
“¿Es que la camilla municipal donde se transportan toda clase de enfermos y los
cadáveres al depósito, es preferible a la de Bomberos que después de
convenientemente desinfectada sirve solamente para heridos; o es que los dependientes
de su digna autoridad han contraído méritos que antes no tenían y son mayores
que los de esos... voluntarios que son nuestro orgullo y a quienes se recurre
siempre que a esta ciudad viene alguien de viso, para enseñarle la mejor cosa
que tenemos?”.
No hubo respuesta. Al menos no fue
publicada en los medios locales ni provinciales, ignorando también si
finalmente los bomberos participaron en los festejos taurinos como venían
haciendo desde su fundación, en 1900. De lo que sí se dio cuenta en la prensa
fue de la contratación de la Banda del Cuerpo de Bomberos para amenizar el
Carnaval de... Vitigudino.
Llega el Carnaval y “Ciudad Rodrigo
huye de ese espectáculo repugnante de las máscaras callejeras y de la
chabacanería de comparsas y murgas, sin más gracia y arte que las grotescas
vestimentas de los que las forman, y desde tiempo inmemorial se ha esforzado en
dar a estas fiestas una nota de diversión y alegría propias de toda la población
progresista. He presenciado este año el Carnaval en la vecina histórica ciudad
–se explica en El Adelanto Bienvenido
Moreno Rodríguez, abogado de nuevo cuño y colaborador de este diario
provincial-, y he sacado la impresión de que Ciudad Rodrigo es sencilla y
pulcra, al par que aristocrática, de ambiente francamente amable y cortés que
gusta de la diversión sana, natural, fortalecedora”. Lógicamente, “para eso
organiza la típica fiesta nacional: novilladas en que campea el buen humor y es
el regocijo, sobre todo, de los innumerables forasteros que de los pueblos inmediatos
afluyen a Ciudad Rodrigo”.
El Carnaval, pues, en Ciudad Rodrigo son los toros. Las comparsas, las
murgas, los disfraces es algo adocenado, de mal gusto, afirma este incipiente
abogado metido a periodista, que justifica de esa manera la decadencia del
antruejo en otros lugares. Cierto es que desde siempre la esencia del Carnaval
mirobrigense ha sido taurina. De hecho, el centro de las crónicas periodísticas
se basaba en ese elemento, quedando en segundo plano las referencias sociales,
concretadas en el desarrollo de los bailes en las sociedades o en los locales
públicos, y las representaciones teatrales. Pero no se puede obviar, así lo
hacen otras referencias periodísticas, tal vez también en otros momentos, la importancia
que para el antruejo han tenido y tendrán las comparsas y las murgas, la otra
cara de la moneda del Carnaval rodericense.
[1]
AHMCR. Ibídem. “En Ciudad Rodrigo, a veinte y nueve de enero de mil novecientos
diez y siete, la comisión de Festejos de este ilustre Ayuntamiento y D. Eusebio
Manuel Hernández Pérez, industrial y vecino de esta ciudad, para el Martes de
Carnaval; D. Marino Risueño Bernal, vecino de esta ciudad, con residencia en la
dehesa de Gazapos, para el Domingo de Carnaval; y D. Clemente Castaño Alfonso,
vecino de esta ciudad, con residencia en la dehesa de Ivanrey, para el Lunes de
Carnaval, reunidos en la Casa Consistorial con objeto de formalizar esta
escritura de contrato para que dichos señores proporcionen las corridas de
novillos que se han de celebrar los días 18, 19 y 20 de febrero del año actual,
sujetándose a las condiciones siguientes:
1ª. Es obligación del dueño
del ganado encerrar este por su cuenta en la Plaza Mayor.
2ª. Si
algún buey o novillo se inutilizara después de entrar en el alar, se tasarán
los perjuicios por el perito que nombre el Ayuntamiento y su importe lo abonará
este último, quedan a beneficio de dicha entidad la res inutilizada en
absoluto; y en caso contrario, abonará al ganadero el importe de la tasación de
la inutilidad relativa. Cuya inutilidad e uno u otro caso precisará el veedor
municipal, como único perito, cuando salta del alar el ganado una vez
terminados los desencierros, cuya operación presenciará si lo desea el ganadero
para en aquellos actos hacer las observaciones que estime oportunas a los
efectos relacionados, y si el referido veedor no hubiera podido en dichos
desencierros precisar con absoluta seguridad los defectos del ganado, se
concederán al ganadero solamente cuarenta y ocho horas siguientes a aquellos
para que pueda reclamar indemnización por los accidentes sufridos y justificar
que provienen estos de la corrida, encierro o desencierro.
3ª. El
ilustre Ayuntamiento abonará al contratista la cantidad de setenta y cinco
pesetas por cada novillo que se encierre, sea lidiado y no resulte manso.
4ª. La
hora del encierro será de ocho de la mañana en adelante y el ganadero
contratante se obliga a intentarlo tres veces por lo menos y en caso de no
poder verificarlo quedará relevado de toda responsabilidad, sin poder la una ni
la otra parte exigirles. El Ayuntamiento procurará por medio de sus agentes
impedir que con intención se espante por el público el ganado.
5ª. La
corrida se compondrá de diez novillos mayores de tres años que no hayan sido
lidiados ni trabajados; pero si se encerrasen menos novillos, se abonarán los
encerrados al precio dicho en la cláusula tercera.
6ª. El
contratista queda responsable ante el ilustre Ayuntamiento en el caso de no
cumplir lo estipulado y sujeto a la multa que se le imponga, que no podrá
exceder del importe de la corrida.
7ª. El
contratista ganadero no podrá encerrar otros novillos que los elegidos en el
día de hoy por la comisión de Festejos, pues caso contrario incurrirá el
ganadero en la multa que se le imponga, los cuales habrán de rendir las
condiciones expresadas en la cláusula tercera.
8ª. El
pago de la corrida se hará por el depositario de la Corporación en la misma semana
en que se celebre la corrida.
Al
cumplimiento del presente contrato se obligan de la manera más solemne las
partes contratantes y firman en el lugar y fecha antes indicados.” [Rubricado]
[2]
Ibídem.
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