La Alberca está celebrando este año el 75 aniversario de su declaración como conjunto monumental. Fue la primera localidad de España que consiguió esa distinción. Lógicamente, en virtud de la efeméride, el hecho referencial ocurrió en 1940, concretamente en septiembre. Por un hecho luctuoso, un accidente de tráfico, no se pudo desarrollar el conjunto de actos previstos para los pasados días 5 y 6 de septiembre, posponiéndolos para otro momento. Viene a colación este recordatorio, esta introducción, para asentar el post de hoy, que estaría en la misma línea de la efeméride albercana. Me refiero a la declaración de Ciudad Rodrigo como "monumento histórico-artístico", figura que prefirió el académico Elías Tormo en vez de la de "pueblo artístico", denominación que propuso la Junta Provincial de Monumentos de Salamanca para que esta localidad fuera protegida en su conjunto monumental.
La propuesta de la Junta Provincial de Monumentos fue dirigida a la Dirección General de Bellas Artes, dependiente del Ministerio de Educación Nacional, en 1943. La solicitud fue trasladada por dicho departamento a la Real Academia de la Historia para que emitiese el correspondiente dictamen, cuya ponencia fue dirigida por el académico Elías Tormo y Monzó, quien, acompañado de varios miembros de la citada institución se desplazó a Ciudad Rodrigo para ratificar su convencimiento de que nuestra ciudad debía ser declarada "monumento histórico-artístico", concretamente la población intramuros. El 22 de octubre de 1943 está datado el dictamen favorable a tal declaración, aunque hasta el 29 de marzo de 1944 no se firmaría el decreto que avalaba tal designación. Por lo tanto, en 2019 Ciudad Rodrigo cumplirá 75 años de su estatus como conjunto monumental. Tiempo hay para celebrar la conmemoración. Todo se andará.
Quisiera hoy, porque considero que es un documento de especial interés para cualquier mirobrigense, para cualquier amante de la historia, traer a colación el dictamen de la Real Academia de la Historia que firmó el citado Elías Tormo. Lo he transcrito y, por su extensión, irá en dos partes. Señalar que en la última entrega se dan referencias de las fotografías que acompañaron al referido dictamen, procedentes, y allí se conservan, del Instituto Amatller de Arte Hispánico, ubicado en Barcelona, y que cuenta con más de 360.000 copias fotográficas de monumentos españoles.
Este es el dictamen que permitió que Ciudad Rodrigo ostente el título de "monumento histórico-artístico":
CIUDAD-RODRIGO
La Dirección General de Bellas
Artes (Ministerio de Educación Nacional)
remitió a esta Real Academia de la
Historia, con petición del oportuno dictamen, una comunicación en la que se acompañaba el breve oficio ala
dicha Dirección General dirigido por la
Junta Provincial de Monumentos de
Salamanca reiterando la petición (de antes hecha, por lo visto) «de que Ciudad Rodrigo sea
declarado Pueblo Artístico», frase que la Dirección General de Bellas
Artes tradujo en su comunicación con esta
frase equivalente: «la declaración de
Monumento Histórico-Artístico para toda la
población de Ciudad Rodrigo».
La ponencia
académica ha vuelto a visitar el lugar, aun
conociendo de antes, y desde muchos años, la tan artística y tan seductora localidad, ciudad de historia y
de arte, y muy a toda integridad; pero
cree interpretar la vaguedad de la frase «población», y aun con decirse «toda
la población», refiriéndola directamente a la ciudad murada, a la población
alta, no comprendiendo en el tema del dictamen el modesto arrabal de Santa
Marina al pie del cerro, esto es, al sur de la «ciudad murada», sólo pintoresco
por los brazos del río, por el puente y las arboledas; ni tampoco los arrabales
del Norte a Este, en llano, que paseos amplios y jardines nuevos separan
bastante de la ciudad alta además del desnivel: con todo y conservarse allí
alguna iglesia y las ruinas muy notables de templo que bien sería de lamentar
que desaparecieran. Y con más razón, cree deberse excluir del actual dictamen,
aunque no del interés celoso de Academias y del Gobierno, los restos aún
subsistentes de casas conventuales y de monasterios, al Oeste, San Francisco,
cerca, la Caridad, lejos, al Este, etc.
En el uso
medieval, en España, como en el extranjero,
la frase «ciudad» se localiza dentro de murallas, y aún dura secularmente tal uso en muchas partes: de ejemplo
en la gran urbe de París, o en la
todavía mayor de Londres, la estrechez,
aún actual, del respectivo ámbito de la «cité» y de la «city», respectivamente.
La ponencia,
por de pronto, debe conmemorar el celo de la Comisión Provincial de Monumentos
de Salamanca (que no es, ciertamente y afortunadamente, de las «durmientes» en
nuestra península), y debe celebrar la frase que entraña una bien laudable
promesa, la que dice que «esta Comisión de Monumentos desea tener alguna
autoridad para poder vigilar con eficacia una de las ciudades más interesantes
de nuestra provincia».
Junto y por
sobre el rio Águeda, que algo se desparrama en brazos al tropezar con la
ciudad, muy en alto la población, está construida sobre un amplio «teso», que
así llaman allí, no a la tabla alta de los cerros testigos (como quiere la
Academia Española), sino a cada uno de los tantos dichos cerros testigos, que
cual archipiélago se mantienen en la llanada oblicua en la que los geólogos no
se atreven a acusar un escalón, pero sí una muy amplia rampa geológica al
descender a Portugal la zona fronteriza del gran valle del Duero.
La que ellos
técnicamente llaman acción erosiva «remontante» del Duero y sus afluentes (como
lo es el Águeda), se junta, acusándola más, a la acción geológica de erosión
milenaria que barrió y que limpió las comarcas de sedimentos terciarios, dejando
al descubierto terrenos mil veces más vetustos. Así el teso (la tabla) de la
ciudad con tan copiosa agua a los pies, convidaba a asentarse poblado muy
pretérito, de fácil fortificación en los siglos remotos, asentado en los
tableros más sólidos que la denudación geológica no había logrado arrastrar ni
desportillar gravemente.
Ni de
prehistoria ni de historia prerromana, ni de la romana, ni de la posterior
tampoco, se ha conservado ni hallado testimonio seguro (arqueológico) de la
población en la Edad Antigua, siendo la identificación con la de una de las
Miróbriga (la de los Wetones) de los textos geográficos e históricos de la Edad
Antigua, del todo problemática. Las mismas tres columnas romanas monumentales
no bastan, y en ese tema de lo heráldico municipal es casi seguro que fueron
habilidosamente transportadas desde las ruinas lejanas de otro lugar, en que
quedaron piedras similares, el de Urueña, a como 22 kilómetros al SSW.
de Ciudad Rodrigo, río Águeda arriba.
Pero bastan,
enlazándolos, dos solos datos en Ciudad Rodrigo para reconocerla de gran
abolego en los siglos en que quedó despoblada. El uno de los datos, el que positivamente,
despoblada y todo, se llamaba «ciudad» al lugar del teso, y bastante antes de
que un «Rodrigo» le cumpliera y redondeara el nombre; y, el otro de los datos,
el examen geográfico del teso, no en detalle, sino en su conjunto, el que por
amplio, por alto y por inmediato a corriente de agua caudalosa, era lugar
predestinado para una ciudad fuerte, siempre que eso de ser fuerte fuera
preciso (como no lo fué antiguamente: al asentamiento peninsular de la «pax
romana»), y siempre que a la vez se evitaran embalsamientos palúdicos en la
corriente del Águeda. La antonomasia do «ciudad», y única en nuestra península
(pues Ciudad-Real, era en siglos bien recientes una solo «Villa-Real) y la
amplitud del teso, y la inmediación de vado en el río, explican del todo decisivamente,
el prestigio, mudo, de los recuerdos episcopales, anteriores al traslado o
asentamiento de la sede episcopal en la alta y aun la baja Edad Media en
Calabria, a solo ocho leguas de Ciudad Rodrigo, al Poniente.
Decreto de declaración del 29 de marzo de 1944 |
Las seculares
e inveteradas exigencias canónicas de no poder crear sino en ciudad una sede
episcopal, explican el valor secular de la frase «ciudad» y la de «civitatense»
dado a los prelados y sin mentar en el título lo de «Rodrigo», nombre que no
aparece de personaje histórico conocido, hablándose sí (pero no cerca) de una
aldea de Pedro Rodrigo, en tiempo anterior al del restaurador de la población y
de la sede, de las fortificaciones y de todo, que lo fué el Rey de León
Fernando II, quien estratégicamente decide la repoblación ante el hecho de la
independencia del demasiado inmediato y a la sazón nuevo reino de Portugal, con
Affonso Enriques.
Tremendamente
demostró la Historia en siglos todavía de los medievales y en los más recientes
siglos, el XVII (guerra de separación de Portugal), XVIII (guerra de sucesión
de España) y XIX (guerra de nuestra independencia), el acierto de Fernando II
de León en volver allí a crear ciudad y plenamente poblarla de un golpe, y
cumplidamente redondearla de fortificaciones, en el sitio que arrastraba tras
de muchos siglos el nombre de «civitas» por asiento de Obispado, aunque
secularmente trasladado fuera de ella, pero en su propia comarca. Si Fernando
II, con legítima vanidad, hubiera llamado a su creación «Ciudad-Fernando», nos
cabría una duda acerca de la fortaleza de nuestro argumento, y en cambio, no
cabe ninguna, al dejar él correr el nombre de «Ciudad Rodrigo», por recuerdo
(lo de «Rodrigo») de una aldea y un personaje apenas conocido por la Historia.
En cambio, en
el latín eclesiástico, la sede siempre se dijo puramente «civitatense», en
sencilla antonomasia heredada de los siglos en que dejó de haber Obispos aquí y
no en la comarca (época visigoda, o mejor época sueva).
El fundamento
serio de preceder a Fernando II tal apellidarse ciudad la desamparada, lo
ofrece el año 1136 la carta real de la compra por los de Salamanca de la localidad,
apellidándola «civitatem de Rodric»: es decir, en fecha veintiún años anterior
al comienzo del reinado de Fernando II de León.
Y es en los
años 1170 a
1180, cuando Fernando II, ya rey desde 1157, y después de vencer al caso a los
salmantinos y al portugués Alfonso Enriques, asegura la «ciudad» con las
fortificaciones, en realidad las hoy subsistentes.
El circuito en
el óvalo irregular del rellano del teso (diámetro mayor, de NW. a SE.), se
conserva casi íntegro cual lo construyó Fernando II (que el arquitecto fuera un
Juan de Cabrera, es muy problemático), con escasas puertas, de las cuales la
más antigua la del Sol (al Este); débiles las del Sur (que el Águeda hundido
defendía) o sean los portillos de San Albín o San Pelayo (intacto se catalogó
en 1903), el de Santiago reformado en el siglo XIV, y con puente levadizo, que
tuvo también la puerta de la Colada. Integro el cerco, pero en general de bien
escasas torres, pero no en sus partes altas o cimeras, pues, a los cambios de
los tiempos de la Ingeniería militar y de los medios de ataque, se desmontó
como un tercio el alto de todas las cortinas (menos al centro del Sur, sobre el
río), y la obra medieval se acompañó al inmediato exterior del circuito, desde
1707, de los baluartes, rebellines, reductos, torreones, falsabraga,..., del
sistemaVauban, conjunto que sufrió los terribles sitios, todos logrados en la guerra
de la Independencia singularmente, pero que, con tantas pérdidas monumentales
en los arrabales, el cerco defensivo volvió a quedar intacto con las
restauraciones del tiempo de Isabel II.
Vista aérea parcial del recinto amurallado |
Para el
artista y el amador de la belleza, aún debe agradecimiento a las circunstancias
de ser Ciudad Rodrigo plaza fuerte, pues ello habrá sido freno al afán modernizador
de los caseríos de ciudades históricas, y los mismos bajos arrabales (los del
Norte) viven apartados y a la debida distancia de la plaza fuerte, y hoy, por
fortuna, con bellos y amplios jardines intermedios. Con los sitios, lo más que
se perdió fueron los caseríos y monumentos del lado Oeste, puesto que allí, y
al Norte, otros tesos, más modestos, servían para los atacantes: la torre de la
Catedral y las cresterías externas, de balaustres, de su nave alta, muestran
perdurablemente las cicatrices de los bombardeos de los sitiadores. El acceso a
la rebajada muralla vieja y a los baluartes, en parte, dan al visitante de la
ciudad lecciones de Historia, y vistas de bello y riente país, austero, y
puntos de vista bien apropiados para la contemplación de algunos de los
monumentos.
En este género
de nobles atractivos, menos alto que la Catedral y su torre (la mayor fortaleza
de la plaza), pero nobilísimo, y dominando los brazos del río y el largo
puente, está bien dentro de las murallas un recinto externo, y bien dentro de
él la gran torre del Alcázar, casi como intacto, de Enrique II, el que por
feliz idea del Marqués de Vega Inclán, y el apoyo del último monarca, se dio al
turismo con el instalado albergue que recibió el castizo nombre de parador,
«Parador de Enrique II», bien llevado y bien concurrido de extranjeros y de
nacionales, y no inmediato a las calles y plazas céntricas. Del grandioso e
intacto torreón del Alcázar se cree saber el nombre del arquitecto, el zamorano
Lope Arias: lleva la fecha de 1372, como la del comienzo de su obra.
Es la
Catedral, rotundamente, el más bello monumento: y con absoluta primacía,
inclusa la primacía de la mayor antigüedad. Mas como hace años ya ella fué
declarada monumento nacional, y gastando cantidades el Estado en restauraciones
(no todas afortunadas, desgraciadamente), parecería indicado que en este actual
dictamen, referido al conjunto urbano, se dejara aparte todo elogio y toda
ponderación del monumento principal. Cabe, sin embargo, decir algo, reducido
escrupulosamente al exterior, a lo visible del paseante de la ciudad, de la
arquitectura románica de los ábsides laterales, de la gótica ya seiscentista
del ábside central, de la hermosura de todo lo externo de la nave del Sur, de
la nobleza de la torre, acribillada de cicatrices guerreras, pero singularmente
decir mucho de la portada del crucero del Sur (sin olvidar la del Norte),
aquélla con dos series de notables esculturas grandes: la fila baja de estatuas
de escultor anónimo, de toda pureza y tendencia romániea-cluniacense y de
abolengo bizantino, de esmerada factura y de gran fantasía en sus caprichos
ornamentales, artista similar (según el señor Gómez-Moreno) al del incomparable
claustro de la catedral vieja de Salamanca y tan decorador como el de la
Magdalena de Zamora, siglo XII; del mismo escultor, la Virgen y Niño, al lado,
y lo externo de los dos citados ábsides colaterales, al Este. En cambio la otra
fila más alta de estatuas, por el primer tercio del siglo XIII, de otro estilo
románico, cual el provenzal (éste sin nota bizantina, ni tampoco gótica), y el
artista con temperamento de arranque y desenfado: suyas son las altas doce
figuras de Patriarcas y Profetas. No quedan a Ja vista en la calle las de la
portada principal de otro tercer artista, coetáneo del segundo, quien tira más
a Borgoña que a París, pero luego se ven cuando está abierta la puerta. No debe
olvidarse el exterior rococo (arquitecto Fray Antonio Pontones) de la capilla
del Pilar (al Sur) y, sobre el exterior, del siglo XIII, la gran capilla de
cabecera lado Norte, la central, capilla mayor (1550), atribuíble a Rodrigo Gil
de Hontañón, y la torre actual, obra de Sagarbinaga.
Callejeando
deliciosamente, sin entrar tampoco en otros templos, debe citarse la vetustez
de parte de San Pedro (ábside Norte); la grandiosidad de San Agustín, del promedio
del siglo XVI; la de la mal llamada «Capilla» Cerralbo, gran templo del pleno
Renacimiento; mas notas de interés en portadas de otras iglesias, la del
Hospital de la Pasión; aun la del barroco, hoy cuartel, que fuera del Espíritu
Santo; la de la cárcel, antes de franciscas descalzas, con un muy antiguo o
prematuro «Cor Jesu». Es también del siglo XVIII la portada del antiguo Parque
de Artillería.
La muy bella
Casa de la Ciudad ha sido felizmente repristinada, y ello no sin cierta
nostalgia dicho, pues en el estado anterior (con los arcos y columnas
intermedios en su logia) ofrecía un hechizo de novedad única (y que se creía
obligada, temiendo hundimientos) verdaderamente sorprendente e inesperado: es
joya del Renacimiento.
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