Estamos en 1917
y “han dado comienzo las célebres fiestas del Carnaval mirobrigense con un
tiempo espléndido”, explica Moreno en El
Adelanto. Desde la siete de la mañana la gente empieza a coger sitio en la
Plaza Mayor para presenciar el encierro del ganado, perteneciente al ganadero
Marino Risueño Bernal. “Los toros son de buena presencia. A las once da
principio la prueba, que es presidida por el primer teniente de alcalde, D.
Emeterio Pacheco, estando abarrotados de público todos los tendidos, luciendo
sus habilidades varios aficionados al arte taurino”.
El juego del ganado no cumplió con las expectativas creadas: “La corrida
del primer día, a pesar de la fama de que venía precedida, resultó una de
tantas camadas, pues aún cuando hubo alguno que otro agrimensor, de carrera
breve, no fue la bravura del ganado y sí debido a la confianza, en que suele
estar el peligro, y que algunos de los cuadrúpedos sabían hasta griego”.
Respecto a su mansedumbre –continúa la crónica de La Iberia-, “hubo muchos del ‘barrio del pacífico’, sobre todo uno
cubeto que no quería más que paz y buen pienso”. Una impresión que también
compartía el crítico de El Salmantino,
quien, ya en referencia al festejo vespertino, señala que “a las tres se
reanudó el jolgorio con gran satisfacción de los torerillos hampones que
empezaron a guantear, mientras El Latas, Núñez y toda esa colección de castizos
se las entendían con seis bueyazos. Terminó la corrida y terminaron unos
muñecos de paja y serrín que hicieron en la lidia de tancredos y el público se
esparció por las murallas” en espera del desencierro.
Cogida en una capea, cuadro de Celso Lagar, habitual corredor del Carnaval mirobrigense |
El Lunes de Carnaval se corrieron novillos de Clemente Castaño Alfonso,
de Ivanrey. “Los festejos del segundo día han sido tan pródigos en emociones
como los del día anterior”, explica Francisco Horacio, destacado del diario El Salmantino durante el antruejo
mirobrigense. “El encierro de los toros que se han lidiado hoy ha sido uno de
los más interesantes y pintorescos que se recuerdan”, refiere el citado
cronista. Así describe el espectáculo: “A las siete, una multitud abigarrada y
cosmopolita coronaba las cresterías de las murallas, mientras los garrochistas
conducían el ganado por la campiña, trotando en alazanes corceles de indómita
sangre. Esto resultó animadísimo, porque los novillos se esparcieron fustigados
por las piedras y llamados por los trapos rojos, causando grande pánico en los
espectadores que, asustadizos y medrosos, gritaron y corrieron hasta percatarse
de la seguridad de los toriles”.
Por diferentes motivos, solo pisaron la arena siete novillos durante los
festejos del Lunes de Carnaval, lo que acarreó la bronca del público, refiere La Iberia.
El Martes de Carnaval se contó con el ganado contratado al tratante e
industrial mirobrigense Eusebio Manuel Hernández Pérez. Buenos novillos en
general, destacaron dos del hierro de Nicolás Sánchez y Sánchez, de
Fuenteguinaldo, que fueron “bravos y nobles (como que no sabían las primeras
letras), siendo ovacionado por el público el que los compró para darle gusto a
sus paisanos”, apunta el cronista de La
Iberia.
En la apreciación general de la corrida coincide El Adelanto: “El último día el ganado fue superior, dando algunos
sustos en los célebres arrecogepiés y
al intentar ‘colarse’ por las troneras. Vimos un providencial coleo que efectuó
bastante mejor que El Gallo y Belmonte un charro anónimo”.
Durante el Carnaval de 1917, como era costumbre, “hubo cogidas
aparatosas, afortunadamente sin más consecuencias que deterioro en la
indumentaria y en los percales”. Y en el capítulo de corredores, El Adelanto destaca las carreras del
“Sr. Valls con su ‘pañuelo’ de costumbre; Méndez Risueño, Luis Muñoz, Julián
Rubio, Mirat (hijo), Tomás Hernández, Julio Pérez, Patricio Martínez, con su
junto marino; Antonio y Braulio Hernández, Petronilo y Vegas, a más de otros
sin número que iban cuatro kilómetros delante. También vimos al poeta charro
Alejo Hernández y al pintor Celso Lagar”.
Jesús Méndez Risueño, abogado y corredor de encierros |
¿Y los bailes? ¿Y el teatro? “De bailes el disloque. El del Casino,
concurridísimo; una exposición de hermosura, confundiéndose entre nuestras
preciosas farinatas las deidades forasteras que nos han honrado con su
presencia. Disfraces muy bonitos y trajes caprichosos y elegantes hacían
resaltar la belleza y gentileza de las que los lucían”, señalaba La Iberia, mientras que el ocasional
cronista de El Adelanto, Bienvenido Moreno,
entraba en detalles empalagosos sobre las participantes en este “baile
aristocrático” celebrado en la noche del domingo: “Teresa Vasconcellos, muy
guapa de zíngara; Adelaida Soler, encantadora de japonesa; Teresa Méndez y
Maruja Soler, lindísimas de holandesa; Concha Holgado y Vicenta Morante de la
Cruz, de San Felices de los Gallegos, con riquísimos trajes de charra, estaban
preciosísimas, derrochando hermosura y gracia; Remedios Canal, muy bonita y
simpática; Caridad Rubio, de hada, ostentaba hermosura y elegancia insuperable;
Avelina Méndez, Arbeca Hernández, Concha Martín, Pepita Martos, Gloria Dorado,
Asunción Lucas y Lucía Soles, de chulas, guapísimas y elegantes; Isabel Lagar,
de odalisca, muy mona; Teresa Martín, de gitana, muy bonita; Esperanza L.
Briega, Paula Petit, Trinidad Guitián, Esperanza Rubio, Teresa de Villate,
Isabel Montejo, María Luisa Hernández, Rosalina Carvajal, Amalia y Dolores
Perlines, María Sánchez-Villares, Ana Ayúcar, de Madrid; Purita Pantoja,
Bartolina García, Lorenza y Victoria Montejo; de Lourdes, María Méndez y
Merceditas Valls; Carmen y María Mercedes Polo, Teresa y Adoración Juárez,
Gloria y Amparo Camezón, Clotilde y Manuel Gil, de Salamanca, y mucho
lamentaría supieran dispensarme las que por olvido involuntario haya podido
omitir”.
El poeta Alejo Hernández también se dejaba ver en los encierros |
Alguna dama más habría en el Casino, pero tal vez no llamara
suficientemente la atención para que su presencia quedara reflejada en la
crónica rosa de Bienvenido Moreno, que abarcaba la flor y nata de la sociedad
enjundiosa mirobrigense, la que más se acercaba a la aristocracia local. Pero en otros locales del casco histórico y en
los arrabales, especialmente el de San Francisco, también había Carnaval y
bailes, no tan aristocráticos como el del Casino Mirobrigense: “En Las Dos
Columnas, un baile democrático, confundiéronse la distinguida señorita con la
agraciada artesana y la hermosa labradora luciendo sus valiosas joyas con el
clásico traje de charra”, refiere La
Iberia. Y “otro tanto ocurría en el casino de La Unión, cuyo salón era
insuficiente para contener el personal concurrente. En El Paraíso era imposible
dar un paso por las muchas y lindas evas
congregadas acompañando a cada una su correspondiente Adán. El del Teatro, que es el de moda en estos días, estuvo
imponente. El espacioso patio de butacas, unido al amplio escenario, eran
insuficientes para el público que se entregaba a las delicias de Terpsícore y
cuando tocaba a bailar no era más que una masa informe que se movía cada pareja
por su cuenta y como Dios le daba a entender”.
Debió ser el único éxito que tuvo el Teatro Nuevo en el Carnaval de 1917
si nos atenemos al ácido comentario publicado en Avante: “Nunca asistimos en Carnaval ni a funciones tan ramplonas o
trasnochadas como las puestas en escena, ni a interpretación más desdichada y
cinematográfica como las padecidas en las tres sucesivas noches. Parece como si
el dinero que suponían aquellos llenos colosales o la consideración debida al
público, que ansioso de aplaudir, llenaba la sala, fueran para la empresa un
mito ante el puñado de pesetas que la moderada dilación en el espectáculo
produjera de merma en los bailes”.
Tal vez por ese desprecio hacia el público, por esa avaricia que plantea
el redactor de Avante, en el baile de
máscaras que despedía el antruejo de 1917, el del Domingo de Piñata, los
gestores del Teatro Nuevo sortearon entre el público, que llenaba la sala, dos
monedas de oro, pero... “le tocaron a la empresa, cosa nunca vista”, señala en
su crónica el corresponsal de El Adelanto.
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