Ciudad Rodrigo no fue ajena en 1808 a la llamada de la
sangre. El levantamiento del 2 de mayo en Madrid, sofocado por Murat, había
sido el detonante para el despliegue de una rebelión popular como respuesta al
amiguismo, rayano con la felonía, que a los ojos del pueblo abanderaba Manuel
de Godoy, el Príncipe de la Paz,
valido de Carlos IV, en la antesala del motín de Aranjuez que llevaría a
Fernando VII al trono real.
El favoritismo que el pueblo apreciaba en el trato a las tropas francesas
en detrimento de los honores al ejército español, junto con las noticias de las
maniobras de Napoleón y sus generales para descabezar la Corona, estaban minando
el ánimo del pueblo, que cada vez veía o creía ver mayores muestras de
amiguismo hacia un ejército que estaba marcando las pautas para la invasión de
toda la península.
Escudo de armas de Luis Martínez de Ariza |
Si el 29 de mayo una turba amotinada acababa en Cádiz con la vida de
Francisco Solano y Ortiz de Rozas, marqués del Socorro y de la Solana, al día
siguiente se repetía la acción en la plaza fuerte de Badajoz, en donde fue
asesinado Toribio Gragera de Vargas, conde de la Torre del Freno, gobernador de
dicha ciudad y capitán general de Extremadura.
En Ciudad Rodrigo el motín se retrasó algo más de un mes, pero desde
mediados de mayo la situación era casi insostenible, dada la anuencia que el
pueblo veía en el comportamiento de su gobernador, el brigadier Luis Martínez
de Ariza, con representantes del ejército napoleónico, pese a que unos meses
antes se habían cerrado las puertas de la ciudad ante la pretensión francesa de
alojarse en la plaza mirobrigense. Pero el pueblo vio en sus gestos una inacción
proclive a Napoleón al rehuir la entrega de armas al pueblo, al no enarbolar la
bandera ni favorecer las salvas de ordenanza que todos los vecinos esperaban el
30 de mayo.
El pueblo se solivianta y pide a su gobernador acciones concretas que
avalen su postura contra el que ya se consideraba ejército invasor. No las
encuentra, pese a que acuden reiteradamente a su casa del Campo del Gallo para
reclamárselas a viva voz. Incumple, de nuevo, sus promesas, una conducta que
obliga a la masa a obrar por sí misma al constituir una junta de defensa en la
que queda excluido el propio gobernador. Al frente de ella colocan a Ramón
Blanco, teniente de rey en la plaza de Ciudad Rodrigo.
La conocida adhesión de Martínez de Ariza hacia el Príncipe de la Paz,
la imprudencia con la que había favorecido a los franceses y la ambigua
conducta que durante su gobierno había observado fueron los detonantes que
llevaron al pueblo a acusarle de “afrancesado” y “traidor”.
Encabezamiento de un impreso de Ariza cuando era gobernador de Ciudad Rodrigo |
A las tres de la tarde del 10 de
junio de 1808, una turba nutrida de milicianos llegados de distintos puntos de
España, pero también de muchos mirobrigenses, se arremolina junto a la casa del
gobernador con el fin único de pedir su cabeza. Martínez de Ariza atranca la
puerta, lo que no es óbice para que los más audaces escalen hacia las ventanas
y se adentren en el inmueble. De nada sirvieron los esfuerzos de miembros de la
junta de defensa para aplacar los ánimos. A las cuatro de la tarde se abrió la
puerta de la residencia del gobernador. Su cuerpo, todavía palpitante,
ensangrentado, era arrastrado escaleras abajo hacia el zaguán. El cadáver lo
arrojaron a la calle, en donde fue abandonado. Después sería recogido, junto a
los de Fidel, el Sabio, persona de confianza del gobernador; Tomás
Correa, maestro de postas; y Juan Bayle, comerciante, para ser enterrados.
En el archivo del Hospital de la Pasión se conserva
el apunte con la partida de enterramiento del gobernador Luis Martínez de Ariza
y las otras tres personas que fueron pasadas a cuchillo el 10 de junio de 1810:
“Dn. Luis de Ariza, gobernador; Dn. Fidel, el Sabio, ayudante; Tomás Correa y Juan
Vayle, francés, vecinos de esta ciudad. En diez de junio de mil ochocientos
ocho, fueron presentados quatro cadáveres de orden de la junta [de defensa]] en
la capilla del depósito de difuntos de este Santo Hospital de la Pasión para
darles eclesiástica sepultura en el camposanto de él; que los nombres,
apellidos y empleos se expresarán en la margen de esta partida. Y en
cumplimiento de lo mandado por la nominada junta, lo firmo como tal cura del
santo Hospital en dicho día, mes y año. Mancio Quirós. Firmado.”
Los tres asesinados junto al
gobernador eran sospechosos y se les tildaba de amigos y agentes de Francia. El
comerciante Bayle era odiado por el pueblo al haberse aprehendido de un
contrabando y, de acuerdo con el comandante francés Tete Fort, junto a 200
franceses armados, para, con escarnio, venderlo públicamente.
Firma de Luis Martínez de Ariza |
El lamentable suceso que acabó con la vida del
gobernador Luis Martínez de Ariza fue posteriormente investigado para aclarar
lo que había ocurrido aquella tarde del 10 de junio de 1808. Se abrió una causa
en la que, entre otros, fueron citados e interrogados varios miembros de la
Junta de Defensa y Armamento de Ciudad Rodrigo, caso de Pedro Tréllez Osorio,
arcediano titular, provisor y vicario general; Nicolás Patiño, prior del
convento de Santo Domingo; Esteban Mejía, oficial del ejército, retirado; Tomás
Díez Taravilla, teniente de las milicias urbanas; y José Díez Taravilla,
oficial de dichas milicias.
La Junta de Regencia
publica el 21 de mayo de 1811 en La Gaceta una circular del Ministerio de
Guerra, en la que se restituye el honor a Martínez de Ariza, declarándole “buen
servidor de la patria y del rey, que no resulta hubiese dado motivo alguno para
el menor procedimiento contra su persona y que fue injusta, violenta y
escandalosamente asesinado. Todo lo cual deberá hacerse público y notorio en la
orden del día y papeles públicos a fin de que quede ilesa la memoria de este
benemérito oficial”, concluye el acuerdo.
Posteriormente, la viuda de Luis Martínez de Ariza, Francisca de Paula Taboada de Mendoza, presentaría una solicitud al Consejo de la Regencia reclamando una pensión sobre los fondos de represalías, como la que se había concedido a otras viudas, y con el fin de remediar su estado de indigencia y por haber perdido dos hijos en el servicio de la patria. La comisión de Premios no accedió a esta solicitud, justificando su decisión en que la interesadas y sus hijas gozaban de otra pensión.
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